Como se puede comprobar con nada más rasgar 
la superficie, en Estados Unidos existe un sistema electoral corrupto 
diseñado para presentar a la ciudadanía opciones limitadas en las urnas 
de votación entre políticos de la derecha o
 del centro político¸ todos ellos en mayor o menor grado aceptables para
 las élites corporativas.
No existen alternativas reales. Mucho está 
pre ordenado en buena medida por el costo de las campañas y la 
preponderancia de los sectores acaudalados, así como por los grandes 
medios de difusión, también controlados por las elites.
Colateralmente existen numerosas 
regulaciones para garantizar el rejuego y la exclusividad bipartidista, 
es decir de los partidos Demócrata y Republicano, que se alternan en el 
gobierno y que copan la casi totalidad de los escaños
 legislativos en Washington y en los 50 estados del país.
La maquinaria del Partido Demócrata se 
encarga de estrechar las posibilidades de figuras progresistas que, en 
su seno, les pudieran plantear un desafío a su línea predominantemente 
neoliberal.  
Violentan las reglas de juego cuando les 
resulta necesario, como fue el caso de la suerte de zancadillas y 
coyundas que aplicó la maquinaria demócrata para restarle delegados e 
impedir al candidato Bernie Sanders avanzar hacia la
 nominación en 2016. O como lo son las estratagemas que le aplican de 
manera concertada este año para impedirle el triunfo, pese al 
impresionante y extendido movimiento de base que le respalda.
Por otra parte, ni los demócratas ni los 
republicanos quieren a nadie estructurando partidos al margen del 
duopolio bipartidista.
Para ello han construido un laberinto de 
leyes discriminatorias y onerosas para la inscripción de candidatos 
alternativos, y trabas para impedir de hecho la formación o las 
posibilidades de inscribir lo que se ha dado en llamar ´un
 tercer partido ’.
Ante la repetida ausencia de reales 
alternativas políticas, el llamado a votar por el menos malo resulta el 
más efectivo acicate para la participación de los votantes a favor de 
los candidatos del duopolio partidista, y un habilidoso
 recurso manipulador de la clase dominante.
Del mismo modo, el alto costo de las 
campañas electorales, para trasladarse en ese gran país, contratar 
personal y lograr visibilidad, resulta un gran obstáculo. A la vez, dado
 que los medios de difusión no dan cobertura a los terceros
 partidos, mucha gente se mantiene ignorante de su existencia.
Los partidos demócrata y republicano tienen 
garantizado el monopolio electoral. Los partidos menores o que se forman
 para brindar alternativas casi siempre han sido agrupaciones 
minoritarias, de corta vida e influyentes marginalmente
 o cuando, en ocasiones, propician efectos puntuales sobre la línea o 
correlación de fuerzas de los dos grandes partidos.
En diversos momentos algunas de esas 
agrupaciones alternativas llegaron a expresar el sentir de sustanciales 
mayorías, pero la capacidad de manipulación de las entidades del sistema
 político, generalmente han logrado hacer aparecer
 como inconducente dar respaldo a tales agrupaciones o partidos. O como 
un mero desperdicio del voto para un electorado que, finalmente, es 
conducido a votar por ‘el mal menor’.
Lo cierto es que casi todos esos partidos 
menores han fracasado o permanecido en la sombra debido a las poderosas 
maquinarias del duopolio demócrata-republicano, su entrelazamiento con 
los grandes negocios y los medios de prensa,
 así como por los hábitos políticos y la ideología de las masas.
En determinadas coyunturas los candidatos 
menores o que desafían el bipartidismo, al margen de sus propósitos y 
esfuerzos, resultan instrumentalizados o aupados por operadores de 
alguno de los dos grandes partidos en medio de la
 campaña para restarle votos al contrario y alterar a su favor los 
resultados.
Esa eventualidad genera una razón más para 
que muchos activistas y electores rechacen la acción política 
independiente y se inclinen por la opción conformista de votar por el 
menos malo de los candidatos del sistema. Por otra parte,
 como ha ocurrido en múltiples ocasiones, los esfuerzos para presentar 
alternativas independientes son luego culpados por desenlaces 
indeseados.
Existen además un conjunto de prácticas 
legales, trabas e ilegalidades contra esos candidatos y fuerzas 
independientes que tratan de participar en el proceso electoral como 
camino para impulsar sus posiciones, como son:
La emisión de leyes y decretos para 
dificultar la inscripción de tales partidos, exigencia de números 
excesivos de firmas para ello; acciones y decisiones sesgadas o torcidas
 por parte de funcionarios y juntas electorales (que en
 cada uno de los estados del país están controladas bien por los 
demócratas, bien por los republicanos). 
Por otra parte, las reglas prevalecientes 
posibilitan mayor acceso a fondos federales a los dos grandes partidos. 
Además, se han aplicado atropellos y hasta ilegalidades como marginación
 por los medios de difusión, exclusión para
 participar en los debates televisados, campañas difamatorias y hasta el
 sabotaje y la violencia. Incluso la forma misma como se formulan las 
encuestas de opinión socava la capacidad de los terceros partidos para 
participar en la justa.
Otro elemento a destacar, y sujeto a 
constantes desafíos legales, es lo que llaman “gerrymandering”: 
múltiples artificios que se utilizan al diseñar de manera interesada y 
aparentemente absurda el contorno de los distritos electorales,
 de modo que se acomoden a los cálculos de las maquinarias partidistas 
predominantes en cada lugar.
Mediante una configuración calculadamente 
abigarrada, esos distritos se conforman para garantizar el predominio de
 mayorías de población blanca, conservadora u otras y, con ello, 
menoscabar la representación de negros y otras minorías
 en los cargos electivos. 
Arbitrariedad y manipulación de las reglas electorales
Las reglas de la política electoral en 
Estados Unidos son poco claras, cambiantes, muy manipuladas y 
extremadamente restrictivas, incluso si las comparamos con otros países 
capitalistas. Los rasgos del sistema electoral descartan
 la representación proporcional. 
En la mayor parte del país el proceso 
electoral adolece de una falta casi total de vías para verificar los 
datos de la votación. En eso pesa además la evidencia de que las 
máquinas de votación que se emplean son vulnerables, lo que
 propicia que la tabulación de los votos pueda ser adulterada. El uso de
 esos dispositivos, junto a muchas de las reglas electorales quedan al 
arbitrio y las artimañas de disímiles autoridades locales.
La manipulación de las reglas electorales  y
 del registro de votantes resulta una aberrante arbitrariedad, que en 
una pluralidad de estados y localidades excluyen a miles y decenas de 
miles de ciudadanos de su derecho al voto.  Esa
 extendida exclusión ilegal de electores ha sido un factor que a llegado
 a alterar los resultados a diversos niveles, incluso en elecciones 
presidenciales.
En la mayor parte de los 50 estados del país
 las legislaturas están dominadas por el Partido Republicano, las que a 
libre arbitrio y según sus cálculos para potenciar el peso de su base 
electoral, ponen trabas a la inscripción o
 excluyen de las listas del registro electoral con este o aquel pretexto
 a lotes enteros de ciudadanos de raza negra y otras minorías.
No es una coincidencia que muchas áreas 
pobres o con poblaciones predominantemente latinas o afroamericanas 
cuenten con escasos y distantes puntos de votación y se vean obligados a
 asumir largas colas y demoras.
Como está ocurriendo ahora mismo, por 
ejemplo en el estado de Wisconsin, es llamativo que sea hacia las 
barriadas de afroamericanos y otras a las que entes judiciales apunten 
al dictar órdenes de purgar (por decenas de miles) las
 listas de registros de electores bajo meras suposiciones de que han 
cambiado de domicilio, u otras argucias por el estilo.
Al menos en el pasado, en estados del Sur, 
se han registrado acciones tan reprobables como que trabajadores de las 
plantaciones fueran obligados a depositar sus votos bajo la observación 
de sus patronos, o que funcionarios electorales
 inspeccionaran las boletas de los votantes afroamericanos.
En algunos casos, como en las reservas y 
comunidades donde habitan los indios nativos, los pueblos originarios, 
las restricciones se manifiestan también mediante el conteo defectuoso e
 incompleto al realizar el Censo, así como la
 exclusión de manera natural por la falta del dominio del idioma inglés.
En las elecciones de 2014 y 2016 casi 16 
millones de personas fueron excluidas de los listados. Se constató que 
los afroamericanos, los latinos y asiáticos son marcados y removidos de 
las listas de electores en mucho mayor grado
 que los anglosajones y personas de piel blanca. Es bastante extendido 
el criterio que todo ello responde a intensiones deliberadas. Ninguna 
región del país está inmune a estos rejuegos.
 Decisiones judiciales coadyuvan a la exclusión y el abuso
En este ciclo electoral no pocas comunidades
 están particularmente en condiciones de vulnerabilidad debido a las 
decisiones de la Corte Suprema y otras que han debilitado la Ley de 
Derecho al Voto que se lograra con las luchas del
 movimiento pro derechos civiles hace sesenta años.
A partir de ello, han proliferado las 
medidas restrictivas adoptadas en muchos estados, incluyendo el 
establecimiento de nuevos requerimientos para inscribirse y otros 
obstáculos.
Bajo el argumento de establecer programas de
 mayor seguridad en las votaciones y de evitar el fraude, los partidos 
establecidos, aunque principalmente los republicanos, promueven y 
justifican toda suerte de subterfugios que favorezcan
 el predominio oligárquico.
En realidad, siempre ha habido segmentos de 
la sociedad estadounidense que han buscado selectivamente limitar el 
acceso al proceso político de ciertos sectores de la población, bien con
 nuevas leyes y medidas restrictivas o bien
 usando la intimidación y hasta la violencia. La inmigración y los 
cambios demográficos en el país han incrementado las tensiones y también
 esa propensión y acciones excluyentes.
Tradicionalmente la intimidación ha 
aumentado cuando las minorías han incrementado su participación en la 
política y en la concurrencia a las urnas. Actualmente una de cada tres 
personas con derecho al voto es parte de algún grupo
 minoritario y, pese a todas las restricciones para inscribirse, 
potencialmente constituyen el 43% de los posibles nuevos votantes.
La cuestionable legitimidad de los resultados electorales.
Estados Unidos tiene una rica historia de 
fraudes electorales que nada tiene que ver con la muy manipulada campaña
 acerca de una supuesta intromisión rusa o de otros países. Fueron 
notorios al respecto los escándalos centrados en
 la Florida (2000) y en Ohio (2004), en las elecciones presidenciales de
 esos años.
En esos casos intervino la acción grosera y 
manifiesta de los entes de poder, sus muchos abusos y artimañas. Debemos
 sumarlos a las ya mencionadas purgas en las listas de votantes, los 
requerimientos discriminatorios para inscribirse,
 la existencia de  boletas de votación engañosas, la distorsión que crea
 el sistema del Colegio Electoral y el diseño manipulado de los 
distritos electorales.
Aparte de todo ello, existen dudas 
fundamentadas acerca de que el cómputo de los votos sea un reflejo real 
de la intensión marcada por los electores. Esas interrogantes apuntan 
también a las vulnerabilidades de los dispositivos electrónicos,
 y de toda una variedad de máquinas de votar, que se emplean en el país,
 mediante pantallas táctiles u otras, en las que las alteraciones no 
dejan rastro y el fraude resulta indetectable.
Las decisiones para aplicar esta o aquella 
tecnología varían según las municipalidades; hay toda una variedad de 
sistemas de votación empleados, mayormente en los condados más 
populosos. Ha habido estudios serios que han aconsejado
 en contra o sugerido cautela en el empleo de esos medios electrónicos, 
pero cientos de condados los han pasado por alto.
Esos estudios muestran que esos mecanismos 
son inseguros y expuestos al fraude electoral, propicios para que 
actores malintencionados puedan manipular los códigos de barra para que 
produzcan alteraciones, tales como instruir a los
 scanners (o dispositivo seleccionador interno) a que descarte o 
modifique el voto.
Se dice que incluso las propias personas que
 revisan las maquinas podrían acceder y alterar los record electrónicos.
 Algunos dispositivos proveen al votante un recibo pero que no permite 
constatar el voto emitido.
Ingeniería electoral mediante las redes digitales y el ciberespacio
La política se ha convertido en 
tecnopolítica. Los partidos políticos son empresas que compiten en el 
mercado de los votantes y que capitalizan en las urnas, en lo cual tiene
 un peso creciente el poder de procesamiento y manipulación
 de la información con que se cuente.
Hoy día las redes digitales y el 
ciberespacio son  instrumentos de primer orden para manipular a los 
votantes. Son vías que permiten prevalecer en base a una superior 
capacidad tecnológica.
Las plataformas sociales digitales son cada 
vez más importantes y constituyen nuevos territorios donde los jóvenes y
 otros tienen su primer contacto con la información, y son también 
espacios donde sus pareceres y sus preferencias
 dejan huellas propensas a ser monitoreadas, y que luego son utilizadas 
para fines comerciales o políticos.
Un ejemplo es la campaña de Donald Trump de 
2016 en la que muchos de los planteamientos y propuestas fueron 
diseñados a partir del análisis de datos computarizados, tanto para 
dirigir mensajes diferenciados según el gusto de sus
 auditorios, así como para mantener a potenciales votantes de su 
oponente lejos de las urnas, y para superarla en número de seguidores e 
interacciones tanto en Facebook como en su cuenta Twitter.
Para ello contrató los servicios de 
Cambridge Analytica, empresa londinense que ha intervenido ilegalmente 
en más de un centenar de procesos electorales en todo el mundo. La 
entidad se sirvió de bases de datos comerciales, análisis
 de redes sociales y el uso de complejos cálculos matemáticos para crear
 herramientas que permitieron a los expertos de aquella campaña 
monitorear los perfiles de unos 200 millones de estadounidenses.
Sobre esa base se conformó un efectivo 
método de publicidad personalizada por perfil para ajustar los mensajes 
exactamente a los intereses, los miedos y los gustos particulares de 
cada individuo y/o sector poblacional, proporcionando
 así el margen clave para la victoria del republicano.
Recientemente hemos visto la aplicación de 
esas técnicas perversas en nuestros países, como por ejemplo en Brasil y
 Bolivia. Son técnicas de manipulación de última generación, que 
permiten dirigirse de forma distinta a votantes que,
 sin saberlo, han sido categorizados psicológicamente. Y también según 
los asuntos públicos que más les motivan o preocupan, como por ejemplo, 
quienes favorecen o se oponen al derecho al uso de armas, o aquellos que
 se preocupan de las tradiciones, los hábitos,
 la familia.
Paralelamente se utilizan sitios de redes 
sociales, sometidos a lógicas publicitarias, manipulación de las 
emociones y algoritmos opacos, que devienen parte de una especie de 
industria de la difamación y la mentira en línea.
Dada la polarización existente, las 
manipulaciones que hemos descrito y toda la verborrea acumulada sobre 
interferencia externa en las elecciones, existe el peligro de que se 
produzcan grandes conflictos si la votación presidencial
 de noviembre resulta cerrada y la parte supuestamente perdedora impugna
 los resultados.
Finalmente, se puede colegir que es el poder
 del dinero, el diseño mañoso y calculado de las circunscripciones 
electorales, la parcialidad de los funcionarios, el manoseo de los 
listados, las manipulaciones en las redes digitales
 y por los medios de prensa, y mucho más, lo que determina el resultado.
 Así se define buena parte no solo de cuales entes o personas controlan 
el Congreso, las legislaturas y gobiernos de los estados y toda una gama
 de cargos electivos a lo largo del país,
 sino incluso quienes, en última instancia y en buena medida, determinan
 quien accede a la presidencia en los Estados Unidos.
 
 
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