Con
bombos y platillos se anunció hace unos meses que el fin de la pandemia
significaría un "nuevo comienzo", algo bastante indefinido que
evidentemente para América Latina ya no se producirá en este 2021 toda
vez que la mutación del virus ha producido novedosas variantes que tienen a Brasil como su epicentro más reconocido ante la alarma de la OMS que ha declarado la emergencia sanitaria para toda la región. Por
otra parte, hasta el momento la vacunación en América Latina y el
Caribe alcanza al 2,8% de su población, mientras que en el mundo llega a
3,5%. Esa cifra es muy baja si nos atenemos a que la población de la
región es 8,1% del total del planeta. Esto da cuenta de cómo el proceso
de inoculación se ha concentrado en muy pocos países.
Tal
vez ningún hecho de la historia de los últimos 250 años como el manejo
de la pandemia y en particular la producción y distribución de las
vacunas para contrarrestar el virus, haya evidenciado con tanta
transparencia el verdadero talante de la sociedad capitalista.
Para
los que todavía no logran determinar la nimia importancia que la vida
humana y la paz tiene para las empresas transnacionales y las potencias
capitalistas, basta hacer una revisión de las condiciones que se imponen
para el suministro de las vacunas.
Se
ha sabido que la farmacéutica estadounidense Pfizer ha intimidado a los
gobiernos latinoamericanos en las negociaciones para venderles la
vacuna contra el covid-19. Pfizer exigió
a algunos países que pongan activos soberanos, tales como edificios de
embajadas y hasta bases militares en calidad de garantía para reembolsar
los costos de cualquier futuro litigio.
Estos
requisitos impuestos en la "negociación" llevaron a que Argentina y
Brasil rechazarán comprar la vacuna de esta empresa. No obstante, los
acuerdos para obtenerla están cubiertos por cláusulas de
confidencialidad que se han hecho públicas por el escándalo que
significa que Pfizer obligara a una serie de indemnizaciones contra
reclamaciones civiles, tanto por efectos adversos de la vacuna como por
su propia negligencia.
Es
así, que la empresa estadounidense exige que sean los gobiernos quienes
paguen los costos potenciales de los juicios civiles que se puedan
iniciar por negligencia, fraude o malicia. Esto incluye la garantía de
las empresas que se cubren para el caso en que bajo su responsabilidad
se interrumpa la cadena de frío, se entreguen las vacunas incorrectas o
si las mismas se dañan. También, si se provoca la muerte, discapacidad o
una enfermedad anexa al paciente. Es decir, son los gobiernos los que
deben pagar por los errores de las empresas si los primeros entablan una
reclamación formal ante la justicia.
Estas
condiciones que ponen en primer lugar los intereses de las empresas y
en un segundo plano la salud de los ciudadanos fueron aceptados por
Chile, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, Panamá, Perú
y Uruguay gobernados por la derecha neoliberal y lamentablemente
también por México, sin que se conozcan con certeza los términos de los
acuerdos.
De
otra parte, y en una actitud francamente distinta, el Ministerio de
Relaciones Exteriores de China ha anunciado que su país seguirá
promoviendo una distribución equitativa de las vacunas, poniendo en
primer término la seguridad y eficacia de las mismas, por lo que ha
instado a las empresas productoras del país a llevar adelante las
investigaciones y desarrollo de las vacunas en estricta aprobación de
los métodos científicos y los requisitos reguladores.
De
la misma manera, China se ha comprometido a hacer de las vacunas contra
el covid, bienes públicos mundiales y ha proporcionado o está
proporcionando ayuda en vacunas a 53 países, al mismo tiempo que
farmacéuticas chinas han exportado o están exportando los medicamentos a
otros 27 países, entre ellos 11 de América Latina sin ningún tipo de
condicionante.
En
esta situación, la colonialidad y el eurocentrismo han permeado los
debates acerca de la "nueva normalidad". Para América Latina y en
general para los pueblos del sur, hablar de ello es rebobinar el
discurso de la dominación y el control de las potencias. De esta manera,
"nueva normalidad" tiene relación con un discurso que es propio del
norte, a su seguridad y estabilidad en detrimento del sur que otra vez
es visto como un estorbo para el logro de los objetivos trazados por
Washington, Bruselas o Londres.
Dicho
de otra manera, el concepto de "nueva normalidad" para unos, está
asociado con el de "riesgo" para ellos, lo cual implica nuevos métodos
de control y explotación para la mayoría del mundo. En esa medida, esta
idea vincula la necesidad de sobrevivencia de Estados Unidos y Europa
como potencias dominantes a cualquier costo, incluyendo el de la vida de
millones de ciudadanos.
Este
entorno ha conducido a un reposicionamiento de la globalización desde
otra perspectiva toda vez que el virus se ha instalado en todas las
latitudes y longitudes del planeta, mostrando la putrefacción en las
entrañas del sistema, cuando sin importar la salud de la humanidad han
concentrado en 10 países más del 90% de las vacunas hasta ahora
producidas, incluso llegando a tener en algunos países como Canadá
cantidades 5 veces superiores a las de las necesidades de su población.
La
globalización de la pandemia hizo sentir por primera vez a los pueblos
de los países del norte, la miseria de las políticas de sus gobiernos,
percibiendo los miedos, las angustias y las amenazas cotidianas que
viven los países del sur. Eso, sin llegar a los extremos que por ejemplo
expresan las políticas del gobierno de Estados Unidos que prohíbe a los
laboratorios -so riesgo de sanciones- venderle vacunas a Venezuela e
impedir que los recursos robados y retenidos del país puedan ser
utilizados para la obtención de la vacuna.
Hoy,
ya es posible predecir que se producirán cambios trascendentes en
términos geopolíticos, los que ya estando en curso a comienzos de 2020,
fueron acelerados por la pandemia. El más importante de todos es el
fortalecimiento de la potencialidad económica de China y su creciente
capacidad de inserción en la problemática mundial.
Por
otro lado, la pandemia ha hecho evidente la distancia entre la
periferia y los centros de poder mundial, cuando estos, lejos de
aprovechar el nefasto evento como lugar de encuentro humanitario en
salvaguarda de la vida a través de la cooperación y el encuentro, han
privilegiado los intereses de lucro que anuncian una mayor
profundización de las diferencias en un mundo en el que el sistema
capitalista ha mostrado su total incapacidad de conducir el proceso de
enfrentamiento, lucha y derrota del virus.
En
este contexto, el sistema multilateral ha puesto en evidencia notorias
imperfecciones e insuficiencias, comenzando por el accionar de la propia
Organización de Naciones Unidas (ONU) que se ha visto incapaz de
manejar y conducir el proceso, ya sea por debilidad, subordinación o
temor a la furia de las potencias y laboratorios que ven mermados sus
negocios.
De
la misma manera, los únicos bloques regionales y subregionales que han
sido capaces de articular políticas conjuntas han sido los asiáticos, el
resto se ha perdido en actitudes particulares de los gobiernos y en
acuerdos secretos que ocultan complicidad, subordinación y defensa de
los grandes laboratorios transnacionales. En particular, en este
aspecto, América Latina ha sido señera -una vez más- en mostrar las
debilidades de sistemas de salud marcados por prácticas neoliberales que
exponen la cara visible de oligarquías que no escatiman en sacrificar
vidas cuando se trata de defender sus mezquinos intereses de grupo o
sector.
Lo
cierto es que el manejo de la pandemia, las prioridades en la atención
de los ciudadanos para la salvaguarda de su vida, la decisión sobre la
utilización de recursos de todo tipo para enfrentar el virus y la
producción y distribución de la vacuna puso sobre el tapete los
fundamentos filosóficos sobre el cual los gobiernos se preocupan o no de
garantizar el derecho a la salud y a la vida de todos los ciudadanos
como mandata la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU.
(Misión Verdad)