viernes, 26 de febrero de 2021

Un enemigo muy rencoroso de Biden. Por Ángel Guerra Cabrera por La pupila insomne

 

Un enemigo muy rencoroso de Biden. Por Ángel Guerra Cabrera

por La pupila insomne

Robert Bob Menéndez es un prominente senador cubanoamericano por el Partido Demócrata pero sus lealtades están con Donald Trump en lugar de con el presidente Joe Biden. En New Jersey, estado que representa en el Senado, los enterados veían con asombro hace unos meses el desinterés que mostró por la campaña presidencial del candidato de su partido, y cómo desviaba fondos de la misma para impulsar la reelección a la cámara de diputados de su amigo, el también cubanoamericano y enemigo jurado de la Revolución Cubana Albio Sires. Al igual que los legisladores repubIicanos de origen cubano Marco Rubio y Mario Díaz-Balart, Menéndez se manifestó reiteradamente contra la política del gobierno de Obama y Biden hacia Cuba, de la que llegó a decir que era “dramática y errada”, mientras clamaba ardorosamente junto a ellos por el endurecimiento del bloqueo.

El sordo pleito de Menéndez con Biden y Obama rebasa los límites de la rivalidad política para internarse en el plano del más enconado rencor personal. El legislador por New Jersey los culpa en su círculo íntimo del proceso judicial por 18 cargos de corrupción a que lo sometió el departamento de justicia durante la administración del primer presidente afrostadounidense, algunos de los cuales comportaban 15 años de prisión.  Menéndez fue acusado por los fiscales de haber recibido setecientos cincuenta mil dólares en donaciones a su campaña, además de regalos, viajes en avión privado, y lujosas vacaciones, incluidas noches en París, de manos de Salomon Melgen, un oftalmólogo multimillonario de origen dominicano residente en Florida, a cambio de que abogara por sus ganancias a costa de la inescrupulosa y fraudulenta práctica médica en el programa Medicare. Los graves cargos estaban respaldados con amplia evidencia documental: correos electrónicos, facturas de hoteles, boletos aéreos y tarjetas de crédito como pruebas de los sobornos entregados al senador por el médico. Sin embargo, el juez de la causa terminó retirando los cargos. Llama la atención que así lo haya hecho toda vez que funcionarios del gobierno de Obama se refirieron al caso de corrupción de Menéndez en términos muy duros y el diario The New York Times llegó a exigir su renuncia. Leslie R. Caldwell, subsecretaria de justicia lo manifestó así: “La corrupción gubernamental, no importa en qué despacho y su categoría, destruye la confianza del público y debilita nuestro sistema democrático”. Más directo, Peter Koski, subjefe en ese momento de integridad pública del departamento de justicia, fulminó a Menéndez: “Vendió su oficina del Senado por una vida de lujos que no podía pagar y un médico codicioso que puso a ese senador en su nómina”. Algunos explican la benevolencia del juez con el argumento de que un fallo de la Corte Suprema sobre un caso de corrupción de fecha anterior hizo tan estrecha la definición de este delito de parte de los funcionarios electos que se hace muy difícil probarlo. Lo cierto es que el beneficio del juez a Menéndez vino cuando ya no estaban en el departamento de justicia los funcionarios de la era de Obama y un año después de la elección de Donald Trump a la presidencia. El mismo Trump que acaba de incluir en su famosa lista de indultos nada menos que a Salomon Melgen, el generoso donante de Menéndez, condenado en 2018 a 17 años de prisión.  Hasta la elección de Trump se daba por segura una condena para el senador cubanoamericano como la recibida por Melgen o cuando menos el fin de su carrera política. El indulto presidencial al médico evidencia la gratitud republicana con el legislador demócrata que no hizo campaña en su importante estado por el candidato de su partido a la presidencia. Menéndez, por su parte, queda en deuda con Trump, que podrá contar con él como “topo” dentro de las filas demócratas.

Es pública y notoria la proyección ultraderechista de Menéndez hacia América Latina y el Caribe, al igual que las de sus colegas cubanoamericanos Marco Rubio y Mario Díaz-Balart. Han hecho y harán cuanto esté a su alcance por frustrar el proceso de paz en Colombia y utilizarlo como plataforma de ataque contra Cuba, apoyarán la política más dura contra Venezuela incluyendo el apoyo al desprestigiado Juan Guaidó y también contra Nicaragua, mientras redoblan sus esfuerzos por frustrar el acercamiento a La Habana prometido por Biden en campaña.  En el caso de Menéndez, aparte de su filiación política reaccionaria, su rencor contra el nuevo inquilino de la Casa Blanca y el rechazo que ha manifestado hacia la vicepresidenta Kamala Harris, lo impulsarán, como ya ha prometido en privado, a oponerse a todas las acciones de política exterior que intente el gobierno demócrata, sobre todo, las que tiendan a hacer más flexible y pragmática la política hacia los gobiernos progresistas y revolucionarios de América Latina y el Caribe.

Aprender, aprender y aprender sobre las redes sociales de internet. Por Iroel Sánchez por La pupila insomne

 

Aprender, aprender y aprender sobre las redes sociales de internet. Por Iroel Sánchez

por La pupila insomne

Los compañeros de La Jiribilla me pidieron un texto para un dossier sobre las redes sociales de internet y les envié este donde retomo ideas expresadas en un artículo anterior y las actualizo, además de incorporar nuevos elementos  y preguntas.

El primer capítulo de la primera temporada de la distópica serie británica Black Mirror, que la televisión cubana transmitió hace ya más de un año en un horario cercano a la madrugada, cuenta cómo el primer ministro del Reino Unido es obligado desde presiones en las redes sociales de Internet a tener sexo con un cerdo a cambio de la libertad de la princesa de Gales que ha sido secuestrada. Al final sabremos que el secuestrador solo pretendía documentar un performance a presentar en la Bienal de Venecia y ahí termina todo: con la princesa liberada, incluso antes de que se cumpla el plazo del ultimátum dado al premier, pero nadie se percata porque el país entero contempla por televisión e internet a su líder humillándose ante el mundo con los pantalones abajo.

Ese no es el único problema que desde la distopía tecnológica nos plantea inquietantemente Charlie Brooker, el guionista de Black Mirror: el de la intervención de la realidad desde el mundo virtual y la imposición en ella de un objetivo minoritario que —manejando hábilmente la psicología social— logra convertirse en pasión de masas y conflicto político. Hay al menos dos capítulos más que abordan ese impacto: uno sobre el modo en que el linchamiento desde las redes de una periodista afecta profundamente su vida y la de su entorno, y otro sobre el control del comportamiento y su relación con la estratificación social aparentemente basada en la premiación virtual por hacer lo que se percibe como correcto, pero castiga lo justo y produce la paradoja de que el único lugar donde las personas se sienten realmente libres es en la cárcel, despojadas de sus dispositivos móviles y el acceso a Internet.

 “La contradicción entre la socialización cada vez mayor del trabajo y la concentración creciente del capital propia de la sociedad contemporánea se expresa ahora entre la expansión imparable del tiempo de permanencia en la red de redes y la apropiación cada vez por menos manos de los metadatos que esta genera”. Ilustración: Brady Izquierdo
 

Son distopías pero, como buenas distopías, iluminan el aquí y el ahora de nuestro mundo. Lo sorprendente es que en un país como Cuba, que se propone una sociedad alternativa a la dominante en este planeta, un país sometido a una estrategia en la que se intenta utilizar la Internet como herramienta de agresión externa, una serie como Black Mirror pase sin penas ni glorias, sin análisis en los medios de comunicación, sin debate entre quienes integran y dirigen sus instituciones y sin aprovechamiento en su sistema educacional. Y no es que la serie sea la Biblia del tema ni mucho menos, sino que su recepción entre nosotros sirve para iluminar el nivel en que nos encontramos en una de las tareas más importantes que debería tener todo nuestro sistema educativo, mediático y cultural: convertir al pueblo cubano en el mejor preparado para analizar críticamente los contenidos y el funcionamiento de Internet, a la vez que fomentar sus capacidades para su participación activa en ese escenario, creando y posicionando masivamente productos mediáticos de calidad, aprovechando el enorme potencial que abre la red de redes para el acceso prácticamente infinito al conocimiento, la facilitación del trabajo y el aprendizaje, así como la elevación de la calidad de vida de los ciudadanos.

Aunque solo en estos tiempos de uso cada vez más generalizado de Internet se ha popularizado el término que antes era únicamente común entre sociólogos y otros profesionales de la Ciencias Sociales, las redes sociales existen desde que existen los colectivos humanos. Incluso, otros colectivos no humanos funcionan también como redes; para percatarnos basta observar un hormiguero, un panal de abejas, el modo en que caza una manada de lobos o leones, o el desplazamiento de los delfines y las aves migratorias. Su funcionamiento resulta decisivo en el acceso a la alimentación, la protección contra otras especies, la reproducción y para compartir información imprescindible relacionada con esas actividades vitales. 

En las sociedades humanas cada individuo pertenecía ya a redes familiares, de amistades, de vecinos, de compañeros de trabajo o de estudio, de profesionales, muchas veces superpuestas, desde muchísimo antes que espacios como Facebook o Twitter se volvieran cotidianos.

Sin embargo, la llegada de Internet ha vuelto tangible, e incluso capitalizable, lo que antes era invisible. Al quedar registrados en las memorias de potentes computadoras llamadas servidores cada búsqueda, cada intercambio, cada publicación de texto, video o fotos y los que interactúan con ellas, así como los metadatos que las acompañan (fecha, hora, sexo, tema y ubicación geográfica de los participantes, entre otros), en un espacio donde cada minuto se producen miles de millones de esas acciones, el desarrollo actual de herramientas informáticas para correlacionarlos permite encontrar y conectar afinidades a una velocidad antes impensable. 

Así han surgido las empresas conocidas como “gigantes de Internet” o de la tecnología, cuyo potencial se apoya precisamente en capitalizar esos intangibles. Ofreciendo a sus usuarios como mercancía para la publicidad de otras empresas, con una efectividad que hace pocos años no era posible imaginar, Facebook y Google han llegado a cotizarse en bolsa por cientos de miles de millones dólares. Ya son cada vez menos los que llegan a una información tecleando la dirección en el navegador, lo más común es que se navegue a través de lo que un buscador como Google o el algoritmo de Facebook nos ponen delante. Más que navegar nos relacionamos con aplicaciones de Internet que seleccionan para nosotros respuestas virtuales a partir de hegemonías del mundo real que pagaron por ello.

Para la mayoría de los internautas que usan esas dos herramientas la mayor parte de su tiempo de conexión, Internet es Facebook y Google, al igual que sistema operativo es sinónimo de Android o Windows.

El 18 de mayo de 2012 una declaración conjunta de un grupo de organizaciones de la sociedad civil de cara a la reunión de Naciones Unidas en Ginebra para la “Cooperación mejorada sobre cuestiones de políticas públicas relativas a Internet” apuntaba que “lo que fue una red pública de millones de espacios digitales, ahora es en gran medida un conglomerado de espacios de unos pocos propietarios”. Seis años después, muchos hablan de GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) como el gigante que controla desde un solo país el espacio digital global.

Más allá de las denuncias sobre su uso con fines de dominación política y militar en consecuencia con lo que ya reveló el exanalista de la National Security Agency, Edward Snowden, la efectividad que adquieren en los mercados nacionales las empresas transnacionales que pueden pagar por ser publicitadas, microlocalizando los públicos de acuerdo a sus características, gustos y necesidades, traspasando las fronteras nacionales, es arrasadora. Con más de 4000 millones de usuarios de Internet, la batalla que se libra entre Google y Facebook por gestionar la conexión de los 3000 millones de terrícolas restantes con “internet.org” (entiéndase acceso gratuito a los servicios de esas empresas pero cobrado al salir de esos espacios) está en pleno auge. Las políticas que penalizan en la corporación de Mark Zuckerberg los enlaces externos, volviéndolos prácticamente invisibles, mientras premian el contenido que no obliga a salir de la red social para accederlo, son una manifestación de esa obsesión por tener a los usuarios todo el tiempo en el espacio donde cada acción produce metadatos para la empresa.

La contradicción entre la socialización cada vez mayor del trabajo y la concentración creciente del capital propia de la sociedad contemporánea se expresa ahora entre la expansión imparable del tiempo de permanencia en la red de redes y la apropiación cada vez por menos manos de los metadatos que esta genera.

Indiscutiblemente la brecha digital se ha venido cerrando a una velocidad mucho mayor que la radial o televisiva pero eso, lejos de significar una diversificación del consumo cultural, ha profundizado el abismo entre el núcleo de producción de contenidos y servicios en poder de unas pocas empresas estadounidenses y el resto del planeta, provocando una creciente homogeneización.

En América Latina, de los 100 sitios más populares solo el 26 % es de origen local y menos del 30 %  está en idioma local; incluso buena parte de este último, aunque esté en castellano, es de procedencia estadounidense.

Es un hecho cotidiano que un anunciante puede hoy microlocalizar en una red como Facebook o en los resultados de un buscador como Google el destinatario de un mensaje a partir de la edad, el sexo, la ubicación geográfica y perfil profesional, ya sea para posicionar un producto o una noticia, sin importar si esta es veraz o no, solo tiene que tener el dinero para pagar por ello. Se trata de algo absolutamente legal y de uso muy común que nada tiene que ver con los recientes escándalos por la utilización de datos derivados de la actividad personal en Facebook para crear perfiles políticos de los usuarios, asociados a la empresa Cambridge Analytica.

Son pocos los países cuya masa crítica demográfica y lengua propia les permite desarrollar alternativas, como es el caso de China y Rusia. El experto y profesor de la Universidad de Stanford, Evgeny Morozov, para nada sospechoso de admiración por algunos de esos dos países, apuntaba con ironía en 2015 : “Noten la diferencia crucial: Rusia y China quieren poder acceder a los datos generados por sus ciudadanos en su propio suelo, mientras que los EE. UU. quieren acceder a los datos generados por cualquier persona en cualquier lugar, siempre y cuando las empresas estadounidenses los manejen”.

Es una perogrullada recordar que procesos como el Brexit, la elección de Donald Trump o la respuesta al referéndum sobre la paz en Colombia han sido impactados por estas realidades. Las guarimbas del primer semestre de 2017 en Venezuela, la derrota de la consulta para la reelección de Evo Morales en Bolivia, el despliegue instantáneo de la violencia en Nicaragua (), o el reciente intento de golpe blando en Cuba han contado con millones de dólares invertidos en las redes sociales de Internet.

Ya no se puede decir que la mentira tiene las patas cortas, sería más apropiado plantear que viaja a la velocidad de la luz en la fibra óptica que enlaza los servidores de Internet. En los tiempos en que Joseph Goebbels se ocupaba de la propaganda hitleriana solía decir que una mentira repetida muchas veces puede convertirse en verdad, pero debía esperar a que saliera al aire el próximo noticiero radial, se proyectara el siguiente resumen cinematográfico de noticias, o se imprimieran los periódicos matutinos o vespertinos para hacerlo. Hoy en un segundo los tuits del presidente de los Estados Unidos alcanzan millones de reiteraciones. Un poderío que el silencio impuesto a Donald Trump por la concertación corporativa de Facebook y Twitter en los días finales de su mandato no ha hecho más que confirmar.

Internet no es el problema, sino la asimetría económica y social con que las hegemonías del mundo real se trasladan al espacio virtual, dinero mediante. Tim Berners-Lee, creador de la world wide web, expresaba en ocasión de cumplirse 28 años de su invención en marzo de 2017 sentirse “cada vez más preocupado por tres nuevas tendencias” de la web: Hemos perdido control de nuestra información personal, es muy fácil difundir información errónea en la web y la publicidad política en línea necesita transparencia y entendimiento. 

En 2016, Jonathan Albright, profesor de la Universidad de Elon en Carolina del Norte, publicaba un mapa en el que mostraba cómo a partir del dominio del algoritmo de las búsquedas de Google la extrema derecha estadounidense colonizó el espacio digital mucho más efectivamente que la izquierda liberal. El mapa de Albright, que siguió un millón trecientos mil hipervínculos, muestra cómo un sistema “satelital” de noticias y propaganda de derecha rodeó el sistema de medios de comunicación dominantes justo en el año en que Donald Trump llegó a la Casa Blanca. Preguntado por el diario The Guardian acerca de cómo detener ese proceso, Albright respondió: “No lo sé, no estoy seguro de que pueda ser, es una red, es mucho más poderoso que cualquier actor”. “¿Entonces casi tiene vida propia?”, le preguntaron. “Sí —respondió el científico— y está aprendiendo. Todos los días se hace más fuerte”.

Apliquémonos un mapa similar donde estén todas las fuentes que generan fake news hacia Cuba y la prensa cubana, que recibe un dólar de presupuesto por cada cuatro que invierten los primeros. ¿Qué solución hay ante eso para un país pequeño que pretende no ser dominado por la hegemonía estadounidense? ¿Huir de las redes sociales de Internet, que ya forman parte de la vida cotidiana de miles de millones de personas, de la mayoría de los jóvenes y de un creciente número de cubanos? ¿Crear, sin masa crítica demográfica, espacios nacionales excluyentes como hace China, que tiene más internautas que Estados Unidos y Europa juntos? ¿Hacer como Vietnam, que acaba de sancionar a penas de cárcel a varios de los que aquí se hacen llamar “periodistas independientes”, sin que la política de Estados Unidos haya respondido con amenazas de sanciones? No parece ser viable, nuestra alternativa pareciera estar en poner en red nuestros valores, en preguntarnos si los cubanos portadores de ellos son los que más facilidades tienen para acceder a Internet, en hacer que nuestros medios de comunicación y nuestras escuelas fomenten una cultura del uso de esas tecnologías que permita no ser manipulado y que los liderazgos institucionales, académicos, políticos y sociales estén presentes y se articulen en la red a partir de una información oportuna y de calidad que guarde relación con las expectativas y necesidades de los cubanos. Tal vez por ahí haya un camino consecuente con aquello que tanto se repite y una vez nos dijo Fidel: “Internet parece inventada para nosotros”.

¿Somos hoy ese “nosotros”, dicho en aquel contexto de lo que Fidel llamó “Batalla de ideas”, en lucha por el fomento de una “cultura general integral” y por convertirnos en el “pueblo más culto del mundo”? ¿Propicia esos objetivos una articulación de medios de comunicación, escuela, organizaciones e instituciones de todo tipo presentes en nuestra sociedad en un entorno como el actual?

¿Qué puede hacer un país pequeño, con una cultura joven y agredido por el país hegemónico en Internet, con las redes sociales digitales si quiere seguir siendo independiente y a la vez desarrollarse, sino aprender, aprender y aprender sobre las redes sociales de Internet? ¿Y cuáles son los medios para eso sino su extendido sistema educacional, universal y gratuito, su sistema de medios de comunicación públicos y el tejido institucional y comunitario que abarcan sus organizaciones sociales? Aprovechar todas las oportunidades posibles para el aprendizaje masivo, dar respuestas más culturales que administrativas, contar siempre con la inteligencia y la cultura política del pueblo cubano y movilizarlas desde el conocimiento es lo que está en la tradición de las victorias revolucionarias en Cuba; vale que sea también nuestra guía en esta guerra que es tecnológica, pero primero que todo cultural.

La pupila insomne | 23 febrero, 2021 a las 7:01 | Etiquetas: Redes sociales | Categorías: Cuba, Estados Unidos, Internet, Iroel Sánchez | URL: https://wp.me/p10AwN-jkv

lunes, 15 de febrero de 2021

Casa de las Américas. La fortaleza moral en la batalla de las ideas. Por Fernando Buen Abad Domínguez | por La pupila insomne

 

Casa de las Américas. La fortaleza moral en la batalla de las ideas. Por Fernando Buen Abad Domínguez |

por La pupila insomne
Por sí sola Casa de las Américas ha logrado construir la experiencia cultural que muchos gobiernos (u organizaciones internacionales) ni imaginan (ni lograrán). No somos pocos los endeudados con Cuba por el regalo, y legado, continentales que implica Casa de las Américas. Hay que decir a los jóvenes de todo el mundo que se trata de una realidad floreciente y posible porque un pueblo en revolución ha impulsado Casa de las Américas y que Cuba -pese al bloqueo, las injusticias y las calumnias- la ha hecho posible. «Fundada en 1959 por Haydee Santamaría,, la Casa de las Américas divulga, investiga, auspicia, premia y publica la labor de escritores, artistas plásticos, músicos, teatristas y estudiosos de la literatura y las artes; cuya comunicación fomenta el intercambio con instituciones y personas de todo el mundo.»
Casa de las Américas es una de esas obras revolucionarias con la que el pueblo cubano revela su carácter internacionalista y sus mejores ideas socialistas. Casa de las Américas es una realidad de importancia primordial y ejemplo para todo proyecto cultural revolucionario. Eso no quiere decir que sea «perfecta» ni quiere decir que no ejerza (por lógica propia) sus autocríticas. Casa de las Américas es una realidad floreciente que destila las esencias de fraternidad inteligente, es decir, el alma de Martí. Casa de las Américas es un bastión y un «Alma Mater» contra el individualismo y la vanidad de ciertas «inteligencias» (reaccionarias por definición) en un mundo agobiado por el imperialismo que fabrica (a mansalva y rentablemente) miseria e ignorancia. Casa de las Américas en una fuerza de inteligencias y creatividades que impulsa (incluso para la revolución) la nada sencilla tarea de consolidar vínculos, solidarios e internacionalistas, entre los artistas, los escritores, los intelectuales y los científicos latinoamericanos y caribeños. Y es una realidad, y un honor, modelo de combate.
Contra la devastación cultural perpetrada por el capitalismo, Casa de las Américas ha sido ejemplo de praxis en clave de lucha, a gran escala, por el defender el patrimonio cultural de los pueblos y para contribuir a desarrollar, en plena transición hacia el socialismo, una cultura revolucionaria para la emancipación. No son pocos los intelectuales «exquisitos» que «valoran» los premios de Casa de las América, «valoran» sus publicaciones y también sus investigaciones… pero no todos son intelectuales de combate dispuestos a entender que la lucha de Casa de las Américas es la lucha de un pueblo antiimperialista y anticapitalista. No sólo anti-yanquis.
Casa de las Américas ha sido un combatiente ejemplar contra el aislamiento impuesto a Cuba. Gracias a sus actividades (publicaciones, concursos, premios, festivales, exposiciones y encuentros de literatura, teatro, plástica y música) se ha cumplido la tarea de liberar los caudales expresivos (libertad de expresión) para vincular a la Revolución Cubana son los pensadores y creadores más progresistas. Semejante tarea, cálida y fraterna, es el verdadero sustento de este centro cultural tan prestigioso que un pueblo en revolución ha impulsado y sostenido ejemplarmente.
Desde sus ejes temáticos diversos y puntuales, desde sus tareas en disciplinas artísticas variadas y necesarias… el trabajo de Casa de las Américas ha hecho profesión de ejemplo al poner su pasión por la calidad como valor revolucionario fundamental. Desde ese parámetro uno puede hacerle balances y entender por qué proyecta sus tareas como las proyecta. Por qué su espíritu de trabajo es, en lo esencial, un espíritu de servicio revolucionario. Semejante responsabilidad de ser útil debe vincular la política socialista y la emancipación como expresión orgánica que exige verdad y calidad (no sólo artísticas) sintetizadas firmemente en un compromiso de combate sobre el escenario contemporáneo. Casa de las Américas ha probado la importancia de luchar para preservar lo mejor de nuestras tradiciones sin convertirlas en anécdota muerta y, al contrario, hacerlas visibles como fuerza viva que informa y anima al presente y al futuro en plena lucha dialéctica. Tal dinámica de los valores culturales, es conciencia de trabajo de una Casa de las Américas que ha sabido evitar el vicio burocrático de inducir, sugerir o señalar pautas al arte, a la creación o a los idearios de la inteligencia internacional. Eso es un mérito que uno además de reconocer… aplaude y divulga. La variedad y la búsqueda permanente le son consustanciales.
Casa de las Américas ha logrado vivir heroica y ejemplarmente en contra, incluso, de todas las calamidades producto del bloqueo, la ofensiva mediática inclemente contra Cuba, y las hordas de intelectuales (algunos de ellos traidores) que se han servido de Casa de las Américas para lustre individual como francotiradores.
Casa de las Américas, ante el panorama complejo y dramático de nuestros países, ha sostenido su rechazo al imperialismo y ha combatido cuantas maniobras se han urdido contra la vida intelectual emancipadora. Ha impulsado, por eso, valores jóvenes y los ha sumado a la lista de «cabezas» llamadas a configurar una fuerza imaginativa y revolucionaria nueva con respuestas pertinentes (combatientes) en las circunstancias actuales. Su lucha contra fragmentación de nuestras culturas, financiada por el imperialismo, representa un centro vital para la irradiación cultural desde su nacimiento, es un triunfo de la sensibilidad responsable y símbolo de un poder de la revolución y de la creación revolucionarios. Sin igual. Todo esto, sin pedir ni dar cuartel, casi sin recursos y con mucho en contra. Todo esto con la voluntad revolucionaria del pueblo cubano, con la certeza de que la batalla de las ideas deberá impulsar, permanentemente, a la imaginación como herramienta (también) de la revolución permanente. Casa Nuestra