A propósito de la sobre-población y del proletariado
Autor(es): Zamora Vargas, Daniel
Zamora
Vargas, Daniel . Es investigador en Sociología en la Universidad Libre
de Bruselas. Sus temáticas son: el desempleo, la pobreza, la justicia
social y el marxismo. Algunas de sus publicaciones pueden consultarse:
http://ulb.academia.edu/danielzamora
Una mañana de 1930,
en la ciudad industrial de Osaka, Koh Joon-Sok se despierta en su
pequeña pieza individual de obrero coreano. Desde hace más de un mes,
endeudado con el propietario, sin éxito, busca un empleo. Al igual que
muchos coreanos dejó su lugar de nacimiento a raíz de la imposición a
gran escala de la cultura del arroz bajo la colonización japonesa. Esto
provocó no sólo numerosas expropiaciones sino también un gran éxodo
rural hacia las ciudades japonesas. Esta población coreana “excedente”,
que aumenta y no encuentra trabajo en las grandes unidades de producción
se limita esencialmente al trabajo de la jornada o al empleo que jamás
está garantizado. Koh, uno de ellos, espera poder encontrar trabajo en
Osaka para poder ayudar a su familia coreana. Pero, después de haber
sido despedido de su primer empleo tuvo que renunciar al segundo, por
causa de los incesantes insultos racistas y, posteriormente, fue dado de
baja de un tercer empleo por una falta menor con lo que ya no pudo más
subsidiar a su familia. Mientras tanto, se desarrolla un discurso
político que concierne a lo que el gobierno japonés califica de
“problema coreano”. La incapacidad de la economía japonesa –entonces en
crisis – de absorber esta mano de obra “sobre-poblada” precaria y casi
exclusivamente coreana, permitió la emergencia de un discurso contra la
migración y por el reforzamiento del control de esta “sobre-población”
en el sistema de desempleo y de asistencia social. Las políticas
públicas acentuaron la racialización de los problemas económicos a los
que se tuvieron que enfrentar las poblaciones coreanas. En realidad, la
situación de Koh es ilustrativa respecto de la manera en que, por lo
general, se superponen el aumento del desempleo o la precariedad bajo el
capitalismo y la fragmentación del proletariado a través de sus
dimensión étnicas y de género. El ejemplo de Koh –nos dice Kawashima–
esclarece tanto en los debates teóricos como políticos referentes a las
“sobre-poblaciones”, la contingencia en la relación entre trabajo y
capital, la pobreza y la segmentación del asalariado.
El aumento del desempleo a finales de los años setenta y la
aparición de una extensa clase de “sobre-población” tanto en los
“suburbios” de la metrópoli como en las “villas-miseria” del tercer
mundo ha puesto en evidencia estas cuestiones. Esta evolución coloca en
primer plano de los debates políticos a los “jóvenes desempleados de las
periferias desheredadas”, a los “mendigos sin techo de los centros de
las ciudades” o a los “inmigrantes de color sin papeles”. Estas nuevas
figuras del proletariado urbano se convierten en la “encarnación
viviente y amenazadora” de la inseguridad producida por “la erosión del
asalariado estable y homogéneo” y de la “descomposición de las
solidaridades de clase y de cultura que ella apoyaba” (Wacquant, 2004:
25). Si la problemática se articulara de manera diferente y según los
países, (cf. Fassin, 1996) en todas sus variantes (desempleados, pobres,
inmigrantes, precarios, excluidos…) entonces la cuestión de la
“sobre-población” ocuparía el debate público y científico de las décadas
venideras (Vigna, 2012: 280ss). Políticamente, esta nueva organización
del asalariado conducirá a la derecha neo-liberal a intentar redefinir:
“la cuestión social de tal manera que hasta la línea de ruptura no
oponga más a ricos y a pobres, al capital y al trabajo, sino dos
fracciones del proletariado entre ellas” (Halimi, 2012: 19). Este nuevo
proletariado urbano y precario constituye, por tanto, el principal
blanco de ataques neoliberales que datan desde hace ya cuatro décadas.
Este discurso encarna una tendencia general que se ha convertido en un
lugar común al exaltar a los “trabajadores” contra los “parias”, “a
aquellos que se despiertan temprano” contra los “que son asistidos”, a
los “productivos” contra los “improductivos” con la finalidad de
legitimar de mejor manera las reformas de austeridad y de aumento de
desigualdades.
El interés en el estudio de Kawashima radica en el hecho de que él
concibe la contingencia de la situación del trabajo no como algo
separado de la lógica económica del capitalismo, sino como su corazón
mismo. Entonces, Kawashima, nos invita, fiel a Marx, a pensar lo que por
lo general es estudiado de manera separada (desempleo, marginalidad,
pobreza, precariedad e incertidumbre) y lo reintroduce en el corazón
mismo de la lógica del capital y de la constitución del asalariado.
Evitando, por tanto, los estudios incompletos e inadecuados que toman
estas cuestiones como objeto, y haciendo de la economía y de sus
vínculos profundos con la lógica económica inherente al capitalismo y a
las relaciones que guarda esta población excedente de las periferias o
de las villas-miseria con el resto de la clase obrera. Su aproximación
tiene, en ese sentido, una consecuencia teórica importante en el nivel
histórico y sociológico, pues nos lleva a pensar la fragmentación, la
segmentación o la racialización del proletariado como un proceso que
encuentra, en parte, su fundamento en las formas privadas e
institucionales de (re)producción del asalariado y del capital.
Mercantilización del trabajo y fragmentación son, para él, dos caras de
una misma moneda que deben pensarse conjuntamente. Para Kawashima, no se
puede pensar el problema de la “sobre-población” sin ligarlo al
conjunto de estrategias políticas y económicas de reproducción del
asalariado.
El obrero y los “excluidos”
El problema fundamental del enfoque que separa el estudio del
proceso de trabajo de aquellos que no trabajan (en sentido formal) es
que remplaza un análisis abstracto (explotación). Considerando la lógica
económica global en el capitalismo por un nivel de análisis más básico
(exclusión, marginalización) busca ante todo denunciar las diferencias
del estatus al seno del proletariado. En efecto, la distinción entre
desempleado y trabajador no es una diferencia de clase sino únicamente
del estatus al seno de esta clase. La importancia teórica y política que
se dará a las facciones “subalternas” del proletariado se justifica
esencialmente en la mirada de las formas de marginalización al seno de
éste. Sin embargo, este análisis coloca en el centro de su razonamiento
los procesos que se dividen los efectos de la desigualdad en lugar de
los que producen la desigualdad en sí. Las formas de discriminación, de
estigmatización y de exclusión del mercado de trabajo estructuran la
organización misma de la clase pero no producen el desempleo y el
trabajo contingente (precario) en sí.
El problema no es tanto la realidad de esta parte cada vez mayor
del “ejército de reserva” y de su pauperización/racialización bajo el
neoliberalismo, sino más bien el hecho de soslayar la reflexión
abstracta sobre las estructuras de su producción. Esta omisión puede
llevar a oponer diferentes partes del asalariado entre ellos (por medio
de su identidad) y tiene como principal efecto alejarnos de
nuestra capacidad para pensar abstractamente aquello que produce las
desigualdades al seno del asalariado, para catalizarnos sobre su forma
inmediata. La perspectiva que permite emanciparse de las formas
inmediatas que toma el proletariado en su segmentación (racial, sexual,
espacial…) está en el centro de las categorías del pensamiento de Marx.
El obrero “virtualmente pobre” y la abstracción como método
Si trabajos sociológicos contemporáneos referentes a la
precariedad, el desempleo, la pobreza y las situaciones de trabajo
llamadas “atípicas”, en ocasiones, tienen la tendencia a separar estas
cuestiones de la lógica profunda del capitalismo, Kawashima, por su
parte, subraya que esto no constituía exactamente el punto de vista de
Marx. En realidad, esto puede ser discutido según dos puntos de vista
complementarios y esenciales para comprender la lógica profunda del
capital referente a la producción del asalariado. En efecto, “si los
pasajes de El capital nos cuentan esta historia desde el punto de vista de la acumulación de capital, los pasajes referentes en los Grundrisse
nos lo cuentan desde el punto de vista del trabajo vivo” (Michael
Denning, 2010: 9). Para Marx, la separación real que subiste entre el
pobre y el trabajador no debe, por tanto, cegarnos sobre el hecho que la
lógica política que debe defender la izquierda no es precisamente
aquella que refuerce esta ilusión sino, al contrario, desmitificarla.
Solamente esta tarea, como lo reclama Jameson, un “regreso a las
categorías abstractas” (Jameson, 2009: 578) puede permitirlo. Por ello,
no es fútil revenir a las categorías propiamente marxista de la
“sobre-población” y del asalariado como “pobre virtual”.
La ley general de la acumulación capitalista
Desde el punto de vista de la acumulación de capital, se trata de
las famosas observaciones de Marx en lo que refiere a aquello que se
denomina su ley general de acumulación capitalista. Es durante
sus célebres pasajes que describió el mecanismo en la génesis de lo que
él nombró la “sobre-población relativa” (Marx, 2013a: s/n). Para Marx,
esta ley establece que la acumulación capitalista “produce de manera
constante, antes bien, y precisamente en proporción a su energía y a su
volumen, una población obrera relativamente excedentaria, esto
es, excesiva para las necesidades medias de valorización del capital y
por tanto superflua” (Íbid.). Esta constatación Marx la saca de
su análisis sobre el mecanismo de la acumulación de capital. En efecto,
si en un primer momento, el aumento de capital implica necesariamente el
crecimiento de la demanda de trabajo y, por tanto, de proletariados,
esta lógica se invierte rápidamente. Esta inversión se produce en un
cierto estadio de desarrollo de capital o es el aumento de la
productividad que se convierte en “la palanca más poderosa de la
acumulación” (Íbid.), un estadio donde este aumento se convierte en una “condición de existencia del modo de producción capitalista” (Íbid.).
Desde ese punto de vista “a medida que el acrecentamiento del capital
hace que el trabajo sea más productivo, se reduce la demanda de trabajo
con la relación a la propia magnitud del capital” (Íbid.). El
aumento de la productividad se traduce, por tanto, concretamente por la
baja de la tendencia de la parte variable del capital, que intercambia
contra la fuerza de trabajo e, igualmente, la demanda de trabajo
relativo. Esta mano de obra, que era hasta entonces normal se convierte:
“desde ahora en anormal, sobre-abundante, de suerte que una fracción
más o menos considerable de la clase asalariada, habiendo dejado de ser
necesaria para el desarrollo del capital y perdiendo su razón de ser, es
ahora superflua y sobre-poblada” (Íbid.). Esta dinámica
inherente a la lógica del capital encierra, para Marx, la contradicción
fundamental del modo de producción capitalista. Para retomar las
palabras de Marx: “La población obrera, pues, con la acumulación del
capital producida por ella misma, produce en volumen creciente los
medios que permiten convertirla en relativamente supernumeraria. Es esta
una ley de población que es peculiar al modo de producción capitalista”
(Íbid.).Desde esa perspectiva, el capital trabaja su propia
disolución en cuanto forma dominante de producción social. Así, en una
sociedad basada sobre el asalariado y la apropiación privada de la
producción social, la reducción del tiempo de trabajo socialmente
necesario para la producción de un bien se traduce en una forma de
escases del empleo, el incremento de “brazos desocupados” y una
multiplicación de empleos precarios y de bajo-estatus. De tal modo se
forma y se “constituye un ejército industrial de reserva a disposición
del capital, que le pertenece a éste tanto como si lo hubiera creado a
sus expensas” (Íbid.). Marx no separa nunca la producción de la
“sobre-población” con la de los “obreros”. El capitalismo,
desarrollándose, proletariza cada vez más amplios sectores de la
sociedad y, por otro lado, produce también una mano de obra excedente
viva; “el infierno de la pauperización”.
El trabajador como “pobre virtual”
Luego, en los manuscritos de 1857 y de 1859 que por lo general se conocen como los Grundrisse,
Marx acentúa la categoría misma de “trabajador libre” y el vínculo
dialéctico que mantiene con la pauperización. Allí, Marx define al
obrero como un pobre “virtual”. Para él, “en el concepto de trabajador
libre está ya implícito que él mismo es pauper (pobre), pauper
virtual” (Marx, 1968: 255). Esta observación es muy importante ya que
permite pensar más allá de las apariencias a las categorías con las que
debemos comprender la pauperización no como un ente sino como un
proceso. La noción de pobreza es, entonces, concebida en la del
trabajador. Desde su punto de vista, la noción de pauperización es “latent in free labour” (Marx, 2013b: s/n), ella es en parte integrante virtualmente.
Sin embargo, conviene de no hacer una mala interpretación de esta idea.
Si Marx defiende la importancia de pensar ambos aspectos conjuntamente
no significa que el proletariado es un pobre. El niega que la
distinción tenga un cierto nivel de abstracción, por lo menos, dentro de
las determinaciones concretas. Es, por otra parte, un ejemplo
particularmente adecuado del enfoque dialéctico de Marx. La dialéctica
busca entonces la “representación del movimiento que el concepto, en su
propia negatividad, porta inmanente de suyo” (Bloch, 1977: 115). El
trabajador es trabajador pero trabajando, él se niega en tanto que
trabajador ya que destruye las condiciones de su propia reproducción en
cuanto que trabajador, se metamorfosea en pauper. El
trabajo asalariado bajo el capitalismo contribuye también a la “la
miseria de las clase cada vez más amplias del ejército obrero activo…”
(Marx, 2013a). Ambas figuras –trabajador libre y pobre– son el producto
común y contradictorio de un único y mismo proceso (la acumulación del
capital) y no dos estadios diferentes resultado de procesos opuestos.
Repensar la “sobre-población”.
Lo que revelan las observaciones de Marx nos lleva a la necesidad
de una reflexión más elaborada sobre el concepto mismo de
“proletariado”. Si hoy, a través de las categorías de la acción pública,
nos parece natural separar a los desempleados de los activos, no
siempre fue así. Marx, por ejemplo, consideraba que el desempleado y el
trabajador formaban parte del “proletariado”. Por su lado, Michael
Denning observa que tanto en El capital como en Los Manuscritos de 1844, Marx hace la referencia a los “no ocupados” (die Unbeschäftigen) en lugar de hacer uso de la categoría de desempleados (die Arbeitslosen)
(Denning, 2010: 82). La noción, en su época, no designaba una oposición
entre dos poblaciones separadas, sino más bien, una población que es
“ora absorbida, ora puesta en libertad” (Marx, 1965: 1153). No es, por
tanto, como si hubiera “dos tipos de trabajadores, los empleados y los
desempleados, dos sectores de la economía, formal e informal; sino más
bien un proceso durante el cual la fuerte atracción de trabajadores por
el capital es acompañada por su rechazo (…) los trabajadores son, en
ocasiones, absorbidos, a veces, integrados…” (Denning, 2010, 97). Es en
ese sentido que Marx describe una población en movimiento que se
encuentra en ocasiones sin empleo y sobrevive como puede esperando ser
absorbida por la industria que no cesa “de atraer y de rechazar
alternativamente a los trabajadores, (ora se les repele, ora se les
atrae nuevamente)” (Marx, 2013a). En esta configuración, el aumento de
desempleo no crea una dualidad en el proletariado pues aumenta
esencialmente los períodos de no-empleo para cada trabajador.
La situación es hoy un poco diferente. Cierto, el desempleo existía
también en la época de Marx, pero en una configuración distinta. El
desafío no consiste en la aumentación del desempleo sino en la forma que
él toma. El efecto combinado de su aumentación, de su tiempo y de su
concentración dio como resultado una situación relativamente nueva.
Efectivamente, esta está en desfase con la época de Marx y,
generalmente, más en concordancia con la lógica del asalariado antes de
la llegada del Estado de Bienestar (WelfareState). Sólo la
llegada del “estado social” después de la Segunda Guerra Mundial, con la
normalización del trabajo asalariado y, en consecuencia, del
“no-trabajo” constituyó la condición necesaria de una diferenciación
entre las dos poblaciones. Desde esa perspectiva, la categoría de
desempleado como categoría de la acción pública, combinada con su
concentración, contribuyó a hacer emerger tanto en la práctica como en
la teoría una población realmente separada de los “asalariados”
(Zobermann, 2001: 21). En tanto que estemos en una situación de “pleno
empleo” y de desempleo relativamente bajo, estas nuevas protecciones y
normalizaciones no generan ningún problema. Los obreros, como en la
época de Marx, continúan con sus modos de vida y con trayectorias
demasiado homogéneas, facilitadas por su cohesión y por su movilización.
Sin embargo, cuando el desempleo aumenta y se hace “estructural”, la
protección tanto del trabajador como del desempleado tienden a
diferenciar las trayectorias y, en consecuencia, a dividir la clase
obrera entre los “ocupados” y los “no-ocupados”. Si la llegada del
estado social permitió el acceso a un empleo a lo largo de su vida, ella
también permitió, paralelamente, algunos han sido confinados durante
muchos años al desempleo o a la economía informal y precaria.
Esta transformación tuvo importantes efectos sobre las dinámicas
internas de la clase obrera en sí. La separación de dos figuras habrá
hecho del “desempleado” un “otro”, un “ellos” diferentes de un
“nosotros”. En efecto, ella reconfigura profundamente aquello que
fundaba la visión popular del mundo, esta división “ellos” (los
patrones)/ “nosotros” (los obreros), tan bien estudiada por Richard
Hoggart en su tiempo y agregando un “ellos” que están arriba de
“nosotros” (Castel, 2009: 376). Este nuevo “ellos” es constituido de
poblaciones dejadas al abandono por el neoliberalismo; jóvenes de las
periferias, desempleados, inmigrantes precarios o habitantes de las
villas-miseria. Muchas personas que vendrán a engrosar los rangos del
“ejército de reserva”.
Esta separación (que hoy es real) no debe, sin embargo, cegarnos
sobre el hecho que la lógica política que debemos defender no es
precisamente aquella que refuércese esta dinámica sino que, al
contrario, la supere.
Organizar la entente
Revenir al proceso de abstracción –tal como Marx lo utilizaba– es
un gesto político radical que nos permite desmitificar tanto las
supuestas diferencias al seno del asalariado como también las
identidades que se suponen de allí se desprenden. Este último interés
–el más complejo– es, sin embargo, particularmente importante cuando se
sabe que el proletariado no es espontáneamente unificado, esto es,
inmune de toda contradicción. Una simple mirada sobre la historia nipona
que nos esboza Kawashima abre la puerta a la cuestión racial inherente a
este proceso de proletarialización. Como lo señala el autor, “la
experiencia de los proletarios carenaos en Japón nos enseña que es un
proceso selectivo y discriminatorio que, por un lado, integra los flujos
de trabajo en tanto individuos mientras que, por otro lado,también
rechaza y expulsa los flujos del trabajo. El efecto de este proceso es
que la “sobre-población” está siempre estratificada, segmentada y divida
en su interior por lo general étnicamente, pero también al interior de
esas etnias. Sin embargo, lo que merece nuestra atención es la manera
como esas poblaciones están indisolublemente ligadas a la reproducción
institucional de la mercantilización y su contingencia, sirviendo de
condición primera de explotación” (Kawashima, 2009: 209). Los períodos
de recesión son para Kawashima el momento cuando el Estado y sus
instituciones concentran una parte de sus esfuerzos para segmentar,
estratificar, racializar y atomizar a la sobre-población con la
finalidad de desestabilizar a la unidad del proletariado por la
diferenciación que se crea en su interior. Y no se puede comprender esta
voluntad sin entender que, por este medio, el Estado busca precisamente
administrar políticamente la crisis económica y romper la unidad
potencial del proletariado en tiempo de recesión. Para Kawashima esto
actualiza dos dimensiones fundamental de la constitución de la clase
obrera: primero, el hecho que ella, por medio de la sobre-población,
siempre segmentada, racializada, estratificada y, después, cuando el
poder del Estado juega un papel importante en esta estratificación. El
proletariado no es nunca espontáneamente “uno”. En vista de estas
cuestiones, se hace evidente que se debe considerar al proletariado, en
tanto exista también como población excedente, en la diversidad de las
formas en las que es producido dentro del capitalismo. Separar
teóricamente las diferentes partes del proletariado constituidas por
este proceso hace imposible un análisis profundo de los procesos de
mercantilización de la fuerza de trabajo en el capitalismo. Esta
consideración abre una perspectiva más amplia, permitiendo pensar con
más seriedad a la clase obrera en su conjunto y, más específicamente,
los intereses políticos de su unidad. Pensar estas cuestiones de manera
conjunta nos lleva entonces un desplazamiento tanto práctico como
teórico.
En el plano teórico debemos considerar la observación de Fredric
Jameson, quien subraya que se debe partir de la estructura del modo de
producción y, por tanto, de la estructura de explotación y no de sus
formas inmediatas o aparentes. La dominación, la marginalidad, la
pobreza, en otras palabras, la exclusión son para él no solamente “el
resultado de esta estructura sino también la manera como ella se
produce” (Jameson, 2011: 150). Por ese medio, nos incita a “pensar el
desempleo como una categoría de la explotación” (Jameson, 2011: 151) y
no solamente como un estatus “precario” o una situación separada de la
explotación del asalariado. Esta tarea, Kawashima la encuentra
claramente en Marx, precisando que no se debería concebir la cuestión
del precariado, del desempleo y de la pobreza como una cuestión
adyacente a la mercantilización de la fuerza de trabajo (un estado en el
que se puede caer antes o después de la situación de
trabajo), sino como consubstancial de la contingencia de la relación del
trabajo con el capital. Para él, “la proliferación, reproducción y
explotación contemporánea del trabajo contingente (precario) no debe
cegarnos sobre el hecho que este tipo de trabajo y la inexorable
contingencia inherente a la mercantilización de la fuerza de trabajo son
características endémicas a las economías de mercado capitalistas, y
esto desde el desarrollo del capitalismo industrial” (Kawashima, : 7).
Finalmente, en el plan práctico teniendo como perspectiva la
unificación política de esas diferentes partes y la construcción de
colectivos que permitan ligar las problemáticas de la “sobre-población” a
los trabajadores “estables”. Hoy, más que nunca, es la capacidad
que tendrán las organizaciones políticas y sindicatos para sensibilizar
y ligar los desafíos de la “sobre-población” con los de la clase obrera
“estable” que se medirá en el éxito o no de las luchas venideras. La
opinión, en ocasiones, conservadora/racista de la clase obrera sobre la
“sobre-población se ha convertido en uno de los desafíos centrales de
los movimientos sociales de los años venideros. Sin la unidad entre
diferentes partes del proletariado y sus diferentes desafíos, la
contestación y las luchas tendrán pocas oportunidades de lograr
victorias. Además, desde el inicio de la industrialización, Marx
remarcaba que una etapa decisiva en el desarrollo de la lucha social
reside sobre todo en el momento cuando los trabajadores “descubren que
el grado de intensidad alcanzado por la competencia entre ellos mismos
depende enteramente de la presión ejercida por la sobrepoblación
relativa” con la finalidad de unirse para organizar “una cooperación
planificada entre los ocupados y los desocupados” (Marx, 2013).
Hoy, más que nunca: Pobres virtuales de todos los estados ¡únanse!
Bibliografía
Bloch, Ernst; Sujet-Objet, éclairssisements sur Hegel, Gallimard: París, 1977.
Castel, Robert; La montée des incertitudes, Seuil: París, 2009.
Denning, Michael; “Wagless life”, New Left Review, n°66, noviembre-diciembre, 2010.
Fassin, Didier; Exclusion, underclass, marginalidad, Revue Française de Sociologie, V. 37, nº37-1, 1996.
Halimi, Serge; Le Grand Bond en arrière. Agone: París, 2012.
Hoggart, Richard; La culture du pauvre, Minuit, París, 1970.
Jameson, F.; Valences of the Dialectic, Verso: Londres, 2009.
Jameson, F.; Representing capital, Verso: Londres, 2011.
Kawashima, Ken; The proletarian Gamble. Koreanworkers in interwarJapan, Duke UniversityPress: Londres, 2009.
Vigna, Xavier; Histoire des ouvriers en France au XXe siècle, Perrin: París, 2012.
Wacquant, Loïc; Punir les pauvres, Agone: París, 2004.
Zoberman, Yves; Une histoire du chômage, Perrin: París, 2001.
Estas reflexiones en torno al libro de Ken Kawashima, The proletarian Gamble. Korean workers in interwar Japan. Londres: Duke University Press, 2009 fueron enviadas por el autor para su publicación en Herramienta. Artículo traducido del francés por Luis Martínez Andrade.
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