Podemos: patria y transversalidad social
Hay razones para pensar que Podemos
 se ha convertido en un fenómeno social que va mucho más allá de lo 
mediático. Hay una explosión de círculos por toda la geografía española y
 hasta mundial. Y la afluencia de gente a lo que todavía apenas es un 
conato de organización es enorme. En muchos lugares, los círculos son 
masivos, la imagen opuesta al clásico conciliábulo militante. Lo mejor, 
sin embargo, no es el número, sino la transversalidad social de la gente
 que se ha acercado al “instrumento”. Podemos ha movilizado a personas de todas las edades y de casi todos los extractos sociales y profesionales. 
 Al decir “Podemos”, utilizamos la primera persona del plural. Ya sólo 
el nombre genera un “nosotros” inclusivo. Si fuéramos más 
latinoamericanos, y más grandilocuentes, diríamos sin dudar que Podemos 
es patria. La iniciativa de un puñado de intelectuales y militantes 
podría haberse quedado en nada con toda naturalidad, pero ha conseguido 
un éxito completamente inesperado porque el pueblo español tenía la 
necesidad de algo así, un nosotros popular y democrático para oponerse 
al desastre. 
 Podemos ha sabido recoger ideas que forman 
parte de los consensos sociales espontáneos que circulan por fuera de 
los medios sociales de comunicación. Esto es un clásico en la cultura 
política española. El movimiento contra la OTAN primero, el movimiento 
de insumisión al servicio militar obligatorio después, y la gigantesca 
movilización contra la invasión de Iraq en 2003, son ejemplos de ideas 
que podrían perfectamente formar parte de la historia de un patriotismo 
de sentido común en nuestro país que las elites políticas y económicas 
siempre trataron de neutralizar con enorme esfuerzo. Ahora, la 
explicación del éxito de Podemos hay que encontrarla, 
probablemente, en el millón de personas que invadimos Madrid el pasado 
22 de marzo. ¿De dónde salió toda esa gente? Los madrileños y madrileñas
 aplaudían con entusiasmo desde las aceras el paso de las columnas de la
 dignidad hacia el punto de encuentro en el Paseo del Prado. Era un 
clamor tan masivo como subterráneo, uno de esos consensos irrefrenables 
de las clases populares que vuelve a movilizar los esfuerzos de las 
clases dirigentes para intentar una neutralización rápida y que no les 
salga muy cara. 
 Las ideas fuerza de este nuevo consenso social 
surgen como respuesta a lo que estamos todos de acuerdo en llamar 
“crisis”. Son los pies programáticos de la respuesta que se le ocurre a 
casi todo el mundo frente a los recortes en todos los aspectos de 
nuestras condiciones de vida. Equivalen a algo así como el “que se vayan
 todos” que sacudió la Argentina del corralito allá por 2001 y 2002. 
Ante el latrocinio generalizado de las elites, porque sentimos que nos 
están robando a mansalva, a nosotros y a nuestros hijos y nietos, el 
pueblo pide más democracia, más participación popular; justicia eficaz e
 igual para todos; representantes públicos modestos y honrados, unidos 
al pueblo, verdaderos patriotas... y una verdadera defensa de los 
servicios públicos, los derechos sociales y las condiciones para la 
prosperidad del pueblo. 
Desde hace mucho tiempo, el concepto de 
patria, en España, está en manos de los herederos del franquismo. Los 
republicanos, que lo dieron todo, y más que todo, por la defensa de la 
democracia y de lo que entendieron por patria (la de los trabajadores y 
trabajadoras, la de las mayorías y la democracia frente al poder de unos
 pocos), sufrieron la muerte, la cárcel y el exilio. Esa España tricolor
 fue expulsada del país, exiliada. Desde entonces, parece como que ser 
patriota es algo próximo al fascismo, cosa de los "nacionales"... La 
izquierda se ha quedado apátrida y, al parecer, contenta con ello y, al 
mismo tiempo, lógicamente, desconectada de una parte muy importante del 
país. A esto se le une la cuestión nacional de vascos, catalanes y hasta
 gallegos, de modo que se entrecruzan en la palabrita cien conjuntos de 
vibraciones, cuanto menos, difíciles. ¿Quién sale ganando? Los que hacen
 gala de un "patriotismo" sin fisuras, firmemente abanderados por la 
rojigualda, la selección de fútbol y la unidad nacional. 
Pero 
ahora vivimos tiempos en los que todos los tejemanejes de la transición,
 y su cultura política adjunta, se están tambaleando. El consenso 
neoliberal que se asentó por encima del consenso posfranquista ha traído
 una pobreza sin precedentes en los últimos cuarenta años, y la 
expectativa siniestra de generaciones de hijos que se preparan para 
vivir mucho peor que sus padres. Sin duda, la patria, aprovechando las 
tensiones independentistas de catalanes y vascos, volverá a ser la 
poderosa bandera mediante la cual intentarán movilizar a una parte 
sustancial de los trabajadores y trabajadoras españoles contra las 
expectativas de cambio que se abren en estos momentos de crisis. De modo
 que es urgente hacernos con ella, porque es nuestra y nos hace falta. 
El patriotismo es un arma de doble filo, y hay que dejar romo el que 
sirve a los intereses de los de siempre y afilar el lado positivo, el de
 la inmensa mayoría de ciudadanos y ciudadanas que necesitan sentirse 
orgullosos de su país.
Podemos ha tenido la virtud de 
neutralizar, por el momento, con eficacia las alternativas de carácter 
populista y protofascista que se arman con toda naturalidad, en 
circunstancias como las actuales, a partir del descontento social. El 
concepto de patria responde a la intersección entre humanidad y 
ciudadanía, en un territorio tan lleno de ambigüedades como de 
posibilidades. Es, en realidad, un campo de juego al que no podemos 
renunciar si queremos construir una alternativa de gobierno. Podemos 
está asumiendo la responsabilidad de disputar la patria a los 
vendepatrias, que hasta ahora han estado muy cómodos en este terreno 
porque la izquierda política se instaló fuera, despreciando el concepto 
desde un internacionalismo absurdo, porque no se puede ser 
internacionalista desde la nada. José Martí señaló el camino cuando 
pronunció un lema elemental: “Patria es Humanidad”. Se trata de 
construir un patriotismo centrado en la inclusividad, la participación 
popular, la soberanía democrática, la defensa del territorio y el medio 
ambiente, la solidaridad social, la paz activa y los derechos humanos. 
Un patriotismo de la decencia y la dignidad que es el anverso del 
patriotismo racista y musculoso, asentado sobre un cuerpo político 
infantil de individuos profundamente atemorizados y acomplejados, que 
las elites promocionan en el seno de las clases populares.
En 
España, hacer patria implica necesariamente hacer frente a la cuestión 
nacional de los diferentes pueblos que habitan su territorio. Hasta el 
momento, Podemos ha mostrado un camino a seguir coherente con la 
pedagogía del patriotismo en que se ha embarcado. Las cuestiones vasca y
 catalana, y cuantas deban surgir por causas evidentes de carácter 
histórico y cultural, se resuelven democráticamente. Un patriotismo 
inclusivo y hospitalario, solidario, es incompatible con la unidad a la 
fuerza. Hay que asumir los riesgos de la separación territorial 
mostrando en todo momento los brazos abiertos y la disposición a seguir 
juntos en un marco territorial basado pricipalmente en el respeto, que 
nos pueda servir para unir fuerzas y convivir provechosamente. Pero si 
los catalanes, por ejemplo, deciden la independencia habrá que 
respetarlo porque en eso precisamente consiste la democracia. Será una 
lástima en muchos sentidos, y probablemente sea una factor de división y
 debilitamiento de la clase obrera española; no debemos olvidar, por 
ejemplo, el enorme peso cultural y demográfico de la inmigración del sur
 de España en Cataluña. Pero por encima de todo ha de estar el derecho a
 decidir.
De cualquier manera, de todo lo que está en juego, 
probablemente lo que más nos preocupa es el futuro de nuestros hijos y 
nietos. Tenemos una tarea muy grande si queremos dejarles un país digno y
 habitable. Para ello va a ser imprescindible cultivar todos los 
instrumentos que nos ayuden a estar juntos y afrontar codo con codo 
nuestra recuperación, como pueblo, del pulso con la Historia.
 
 
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