Cuba, las diplomacias con apellido y la información por precisión. Por José Ramón Cabañas Rodríguez
Como se conoce, el término diplomacia se deriva del verbo griego diploun, que significa doblar, en referencia al documento plegado que portaban los emisarios que se intercambian los soberanos de antaño. En consecuencia, el término embajador en varias lenguas proviene de la palabra que define a ese emisario, como es el caso de botschafter en alemán.
A partir de esas raíces históricas, existe un consenso internacional en cuanto a la definición de diplomacia como una función estatal para el desarrollo y mantenimiento de relaciones internacionales en los planos bilateral y multilateral, para la negociación de diversos temas y, sobre todo, para el mantenimiento de la paz.
En las últimas décadas, a partir del esfuerzo de una variedad de países e instituciones, han comenzado a conocerse definiciones y prácticas de diplomacia con algún apellido, en dependencia del campo específico en el cual se practique, sea tanto diplomacia económica, como científica, cultural, deportiva y hasta religiosa.
También se ha desarrollado la interpretación de un concepto que reúne desde la sociedad civil a algunas de las anteriores alrededor de la llamada diplomacia pública, en la que jugarían un papel fundamental organizaciones no gubernamentales (con respaldo estatal o no), aunque en los últimos años este término se ha ido incorporando al organigrama y a las responsabilidades de varias cancillerías.
Finalmente, todas estas acepciones tienen algún tipo de relación con otro término que va en paralelo y de la mano de la diplomacia y la política exterior de un estado, que es el de la proyección exterior de un país. Esta reuniría a todas aquellas acciones que se generan desde una nación determinada en función de sus vínculos internacionales, aunque no formen parte de la política oficial.
Excepto para la definición de diplomacia, citada más arriba, para la cual existe una comprensión más o menos compartida, para el resto de los términos citados en los tres párrafos precedentes se registra una diversidad de interpretaciones, límites de actuación y actores. El debate se enrarece aún más, cuando se aprecia que un grupo de cancillerías vienen utilizando esos espacios con fines no solo oficiales, sino de influencia en terceros y, ni siquiera una influencia para lograr objetivos dentro del propio sector, sino para cumplir con objetivos de carácter político y hasta para apropiarse de conocimiento generado por otros, como puede ser el caso de la llamada diplomacia científica.
En Cuba hemos partido históricamente de que la diplomacia es una sola, indivisible, y de que todo lo que se haga en otros sectores, por actores estatales o no, debe tributar en beneficio del propósito último de mejorar las relaciones con el resto del mundo. Esta definición, que puede ser debatible, no nos ha aislado de participar en foros convocados bajo los titulares de diplomacia cultural o económica y otros, pero si nos ha privado de utilizar herramientas y de conceptualizar acciones que nos hubieran posibilitado acceder a metas específicas.
El hecho de que Estados Unidos disponga de presupuestos federales multimillonarios distribuidos en una red interminable de supuestas ONGs en todos y cada uno de estos campos, nos ha hecho a veces asumir una actitud defensiva, sin siquiera intentar una definición propia en cuanto a qué significaría para un país socialista una de esas diplomacias con apellido. Aun peor, la falta de tal comprensión repercute negativamente en muchas ocasiones sobre la capacidad de articular a varios organismos e instituciones nacionales en función de un objetivo de política exterior. Esta duda recuerda el abandono que hicimos durante años del término “sociedad civil”, el cual de solo escucharlo se equiparaba con un espacio dominado por la contrarrevolución.
Algo similar sucede respecto a la proyección exterior, la cual sin exageración alguna puede llegar a abarcar como actor potencial a toda la población de un país. Un maestro puede participar en ella desde su escuela, tanto como un campesino lo hace desde su surco.
Dos ejemplos simples: ¿cuánto contribuyen a la relación exterior de un país los cursos para estudiantes extranjeros que se pueden desarrollar en cualquier universidad? Cuando esos estudiantes accedan a la vida laboral, en la responsabilidad futura que tengan en su país de origen contarán con una experiencia muy singular en relación con el país donde estudiaron y en parte se formaron. En varios casos pedagogos prominentes acceden a responsabilidades gubernamentales en el área de la educación, o la investigación.
El segundo: quienquiera que haya presenciado un diálogo entre campesinos de dos o varios países, ha podido percatarse que entre ellos, aunque hablen distintos idiomas, no se necesita un traductor. Enfrentan las mismas adversidades del clima, de la naturaleza y comparten riesgos. Tanto animales como plantas sufren de enfermedades comunes, sobre todo si se trata de naciones que se encuentran en una misma región, o latitud. Hay países como los Estados Unidos de América, en los que el llamado lobby agrícola define desde la base los puestos principales de dirección en el Departamento de Agricultura federal.
A pesar de que en Cuba no se han avalado suficientemente desde la ciencia política estos conceptos, estamos rodeados de ejemplos que han tenido en cuenta esos contenidos y que han sido exitosos. En varios casos las relaciones bilaterales oficiales cubanas con otros países fueron precedidas de una “embajada cultural”, o por un proyecto común desarrollado por empresarios. Fidel innovó una y otra vez en este respecto. Son antológicas sus reuniones con estudiantes, productores, investigadores, economistas de orígenes diversos, que hasta el día de hoy recuerdan los debates que tuvieron lugar.
En países de una cultura muy diferente a la cubana, o que cuentan con un régimen económico-social basado en premisas distantes de las socialistas, sus dirigentes son capaces de distinguir entre las diferencias políticas e ideológicas y las posibilidades reales de avanzar de conjunto en temas específicos como la salud, el cambio climático o la agricultura.
Aún si como sociedad, o como gobierno, no estuviéramos dispuestos a llenar esos vacíos teóricos y no reflejáramos esas realidades en nuestros planes y acciones, es importante profundizar en estas prácticas y visiones foráneas, pues nos permitiría apreciar mejor cómo se pretende ejercer la influencia desde el exterior.
En modo alguno esta propuesta de debate, muy resumido y carente de una fundamentación extensa, está dirigida a los funcionarios de gobierno, o políticos en Cuba. Pero sí correspondería a la academia cubana prestar mayor atención a estos desarrollos y crear teoría al respecto. Este quizás resulte uno de aquellos campos en los que la ciencia y la academia puedan generar conocimiento de utilidad para las relaciones internacionales actuales de Cuba.
En la misma medida en que fuerzas de extrema derecha acceden al gobierno y parlamentos en Norteamérica y Europa y toman decisiones restrictivas en cuanto a las relaciones con Cuba, paradójicamente se abren nuevas posibilidades para el desarrollo de la proyección exterior cubana.
Más de 60 años de resistencia han provocado que la Revolución cubana sea conocida en el mundo por varias de sus virtudes. Y debemos ser conscientes de que el éxito alcanzado hasta ahora en el enfrentamiento a la Covid19 nos pone en otro nivel.
También nos ponen en otro nivel los cambios operados en nuestro modelo económico y el surgimiento de nuevas formas productivas. Cuando crece la cantidad de actores privados y cooperativos, estos también pueden participar en la proyección exterior cubana y no solo en el ámbito económico.
Todo lo mencionado hasta aquí guarda una especial relación con la manera en que seamos capaces de comunicar estos propósitos, tanto al interior de Cuba, como hacia el exterior.
El surgimiento y desarrollo de las redes sociales, entre otros cambios recientes, han hecho nacer el término de información por precisión, pues ya sabemos que los algoritmos diseñan contenidos distintos para receptores distintos. La información es hoy un traje a la medida, que se corta y se cose en dependencia de los intereses del que lo viste.
Desde Cuba no podemos dominar lo que puede ocurrir en los espacios de dichas plataformas, pero sí podemos aprender de su éxito. La información por precisión nos puede llevar a diseñar contenidos específicos, para el tipo de interlocutor a quien nos interesa hacer llegar un mensaje. El campo de las llamadas diplomacias científica, cultural, o de otro tipo, o el de la diplomacia pública como suma de todas ellas, es singular para el uso de la información. Muchas veces consideramos que con hacer pública una noticia, un descubrimiento, o un avance, este será de conocimiento global de inmediato. Pero no es así.
Hoy existe tanta información circulando, por canales diversos, hay una competencia tan voraz y desleal por la atención que es capaz de prestar cada ser humano, que solo podemos estar seguros de que aquel ha recibido el mensaje si lo hemos elaborado a partir de sus expectativas, en los temas que prioriza y si hemos acompañado el contenido hasta la puerta de su casa, su oficina, o el auricular de su teléfono. Estados de opinión se crean todos los días a partir de la reiteración infinita de contenidos, sean verdaderos o no, probados o no, pero que contaminan hasta el aire que respira el consumidor de información.
Desde la ciencia y la academia cubanas podemos y debemos construir y actualizar propuestas en todos estos temas.
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