Una escena de Amanece, que no es poco.
En la
iglesia madrileña de Santa Bárbara, ubicada en el conjunto arquitectónico del
convento de las Salesas Reales del que también forma parte el Palacio de
Justicia, sede del Tribunal Supremo, se halla la tumba de Leopoldo
O’Donnell, duque de Tetuán, conde de Lucena y vizconde de
Aliaga, un militar y político canario que en 1856 fue aupado a la presidencia
del Consejo de Ministros después de protagonizar un
golpe de Estado contra el Gobierno de Espartero.
O’Donnell, que ocupó la jefatura del Ejecutivo en otras tres ocasiones durante
el convulso reinado de Isabel II, fue un espadón sedicioso empeñado en hacer
avanzar al país por la senda constitucional aunque para ello tuviera que
recurrir a la asonada militar; hoy es reivindicado (por José María Aznar, entre
otros) como el gran artífice de la construcción del
centroderecha liberal español.
No es
descabellado pensar que en estos cuatro meses que ha durado la vista oral de la
Causa Especial 20907/2017, el letrado Javier Melero,
encargado de la defensa de Joaquim Forn, habrá tenido oportunidad de acercarse
a ver el mausoleo neorrenacentista de O’Donnell, labrado en mármol de Carrara.
Más allá de su interés histórico y artístico, la visita es una experiencia muy
sugerente y suscita, de manera casi inevitable, una reflexión algo incómoda que
Melero se encargó de verbalizar en su alegato final: en España, "cuando se
consuma una rebelión, lo que hace el Estado es
ponerte una estatua en una plaza de Madrid, no juzgarte en el
Tribunal Supremo".
El discurso
del abogado de Forn estuvo plagado de paradojas y aforismos como
ese –también de humoradas, como cuando relató que en la protesta frente a la
sede del Departament d’Economia del 20-S los Mossos recibieron "alguna
lata de cerveza", y añadió a continuación: "Vista la tipología de
quienes las lanzaban, sin duda estaban vacías"-, pero no renunció en
absoluto a la rigurosa argumentación técnico-jurídica a fin de refutar las
tesis de las acusaciones y tampoco se abstuvo de dedicar
alguna reprobación nada velada a la actuación política de los acusados.
Como suele decir en sus crónicas el dilecto colega Carles Cols, volveremos a
ello más adelante.
Al lío, Van den Eynde
Porque
antes que Melero habló Andreu van den Eynde,
que lleva la defensa de Oriol Junqueras y Raül Romeva. A Van den Eynde se le
suele reprochar que sus intervenciones parecen siempre más encaminadas a
complacer a la audiencia del programa 'Preguntes Freqüents' que a
convencer a los miembros del tribunal, una imputación no del todo desencaminada
pero que no hace justicia a su estimulante alegato
final, al que quizá le sobró, eso sí, alguna expresión
coloquial ("es lo que hay, ¿vale?", "voy a ir al
lío" y así) y algún momento de perplejidad demasiado sobreactuada.
Van
den Eynde, que toca la guitarra en un grupo de thrash metal, se
quejó del "ruido ensordecedor"
Van den
Eynde empezó su discurso lamentando la existencia, en torno a este juicio,
de "un ruido ensordecedor que nos ha apartado de la melodía de
los hechos", una observación que, viniendo de alguien que
toca la guitarra en la banda de thrash metal Vientos de Poder (y que debe de
estar, por tanto, acostumbrado a seguir la melodía en medio del ruido
ensordecedor), habrá que tomar particularmente en serio. Y lo acabó
recordándole al tribunal que es "dueño y señor de sus actos" y
pidiéndole "una sentencia que resuelva
conflictos", en un final que nos trajo a la memoria aquella
escena de 'Matar a un ruiseñor' en la que un Atticus Finch con la cara de Gregory Peck se
dirige a los integrantes del jurado y les implora: "¡En el nombre de Dios,
cumplan con su deber!" (luego al cliente de Finch lo declaran
culpable, pero esa es otra historia).
Más que a
Atticus Finch, a quien nos recuerda Javier Melero es a Paul Biegler, el abogado encarnado por James
Stewart en 'Anatomía de un asesinato', un profesional del Derecho
extremadamente competente a quien no parece importarle demasiado
si su cliente es culpable o inocente siempre que el
veredicto le sea favorable. "Solamente me gustan las batallas que puedo
ganar", llegó a afirmar. Y por eso, porque no actúa por adhesión a una
causa, Melero se puede permitir airear verdades tan poco halagadoras para los
dirigentes del Procés como que, tras el 1-O, el Govern de la Generalitat no hizo ni dijo nada para hacer efectiva la independencia o
que, una vez puesto en marcha el mecanismo del 155, el poder fue transferido "de inmediato" y
sin el menor atisbo de resistencia.
Guantazos poéticos (y prodigiosos)
Al final de
su alegato, el letrado de Forn tuvo el bonito detalle de citar la película de
José Luis Cuerda 'Amanece que no es poco',
cuya trama (¿trama?) transcurre en un pueblo en el que el mayor problema de
orden público que se puede suscitar es que alguien critique (o, aún peor,
plagie) a William Faulkner. "Eso es lo que yo espero –dijo Melero de
manera un tanto meliflua-. Que reconstruyamos una España en la que solo nos discutamos por Faulkner".
Y en esta crónica, en
la que es devoción lo que existe por el filme de Cuerda (una película que,
conviene no olvidarlo, termina con un
cabo de la Guardia Civil pegándole tiros al sol porque ha amanecido mal),
no podemos dejar de acordarnos, al hilo del 1-0, de esa otra escena en la que
dos agentes del benemérito cuerpo mantienen la siguiente conversación: "Lo
de dar guantazos es un esquema muy sintético que conviene utilizar poco. Y
utilizarlo bien. Casi en plan poético, diría yo. Plas, plas. Como algo prodigioso.
¿Tú me entiendes?", dice uno. Y el otro responde: "Sí, hombre. Claro.
¿No te voy a entender?".
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