Catedrático Emérito de Ciencias Políticas y Políticas Públicas
Universitat Pompeu Fabra
Está habiendo una avalancha mediática en España que intenta culpabilizar a Podemos en general, y a Pablo Iglesias en particular, por el fracaso de la investidura del candidato a la presidencia del gobierno, el Sr. Pedro Sánchez, atribuyéndoles unas prácticas negociadoras prepotentes y unas demandas desproporcionadas que no se corresponden con su peso electoral. Su petición de establecer un gobierno de coalición primero, y su supuesto rechazo después de los sillones que les ofrecía el equipo negociador de Pedro Sánchez (una vicepresidencia y tres ministerios) han sido mostrados como prueba de su irracionalidad.
Tal mensaje ha sido dominante en los grandes medios de información españoles, la mayoría de los cuales han sostenido posturas de clara hostilidad hacia Podemos y, muy en particular, hacia Pablo Iglesias, el dirigente de izquierdas más “demonizado” por el establishment mediático español en los últimos años. Lo que es sorprendente es que tal interpretación de las causas del fracaso de las negociaciones también haya sido promovida por algunos sectores de izquierdas, tanto dentro como fuera del PSOE. Entre estos últimos incluso se ha celebrado el fracaso del intento de establecer una coalición, pues ello parece abrir la posibilidad de que en lugar de un gobierno de coalición se establezca un pacto de gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos que le permita al PSOE gobernar en solitario bajo el apoyo y supervisión de las izquierdas a la izquierda del PSOE. Aunque tal alternativa parecería razonable, parece olvidar algunos puntos importantes. Veámoslos.
Algunos de los consejeros más próximos a Pedro Sánchez consideran que uno de los retos más importantes en los próximos cuatro años será su expansión a base de atraer al votante de centro, que está siendo abandonado por Ciudadanos y por el PP. Hoy estamos viendo la enorme derechización de tales partidos como resultado de su alianza con Vox, partido de claras raíces franquistas, que está redefiniendo los parámetros ideológicos de las derechas españolas, dejando su imprimátur en dos dimensiones clave: una es su neoliberalismo sin tapujos, haciendo propuestas extremas en áreas económicas y sociales en las que se había alcanzado durante el periodo democrático un consenso dentro del establishment político-mediático del país de establecer un Estado Social, que se quiere ahora revertir con el objetivo de empequeñecer todavía más el ya reducido Estado del Bienestar español; y la otra dimensión característica de las derechas actuales es la defensa extrema y radical del Estado borbónico uninacional y radial aprobado en la Transición, la cual continúan definiendo como modélica pero que sirvió para perpetuar la cultura franquista dentro de un amplio sector de las estructuras del Estado. Su beligerancia nacionalista españolista, hostil a una visión de España poliédrica, pluricéntrica y plurinacional (a la que definen como la “anti-España”) se ha reavivado, con una gran hostilidad hacia los nacionalismos “periféricos” y muy en especial al catalán. Ello ha implicado una radicalización de este último, facilitando el crecimiento del separatismo en amplios sectores del nacionalismo catalán, que ha generado a su vez la radicalización del nacionalismo españolista de las derechas españolas. Se ha establecido, de esta manera, un círculo vicioso en el que la radicalización de un polo supone automáticamente la radicalización del opuesto.
Esta derechización de los partidos que se definían como de centroderecha ha dejado un enorme vacío en lo que se llama el centro (que es, en realidad, la derecha democrática), que tales asesores de Sánchez quieren capturar de nuevo. Esta estrategia es clave para entender el comportamiento de Pedro Sánchez, para el cual la coalición con Unidas Podemos dificultaría enormemente esta estrategia de captación del centro.
El problema que tiene la estrategia de Pedro Sánchez
Ahora bien, para que esta estrategia tenga efecto, el mayor obstáculo que tiene Sánchez es la ilusión que su victoria en las primarias del PSOE (como consecuencia de la imagen que Sánchez dio de mover el PSOE a la izquierda, “podemizando” incluso su discurso) creó entre sus bases (causa de su victoria el 28 de abril y, más tarde, en las municipales de mayo). El deseo entre sus bases de que se establezca un gobierno de coalición con Unidas Podemos representa un problema para él. De ahí que fuera a última hora (48 horas antes del día de la investidura) cuando se inició la negociación, con el intento de dar la imagen que así intentaba alcanzar un acuerdo (sin, en realidad, desearlo). Con este propósito impuso durante las negociaciones unos términos que dificultaban dicho acuerdo. No se explica que tardara tanto en iniciar las negociaciones con Unidas Podemos, ni tampoco sus exigencias (como vetar a Pablo Iglesias en el posible gobierno de coalición), sin entender que la coalición no fue una alternativa considerada seriamente por Sánchez. Y su mayor sorpresa (y un problema para su estrategia) fue que Pablo Iglesias incluso cedió a su demanda y se retiró. Tal decisión le creó un problema que incluso se acrecentó en la medida que el equipo negociador de Unidas Podemos fue cediendo en muchas de sus propuestas. En realidad, en contra de la imagen que quisieron crear (de que a Unidas Podemos solo le interesaban los “sillones”), Sánchez era consciente de que no eran los cargos, sino las políticas concretas que proponía Unidas Podemos (como incrementar el salario mínimo, corregir el enorme desequilibrio en la negociación colectiva entre el mundo empresarial y el mundo laboral, el control del precio de los alquileres, y un largo etcétera), las que él no quería aceptar. De ahí que ninguno de los ministerios que Sánchez ofrecía a Unidas Podemos hubiera permitido hacer tales reformas. Ni que decir tiene que también hubo errores por parte del equipo negociador de Unidas Podemos. Pero tales fallos (derivados de la enorme urgencia y presión de tiempo, con una negociación de menos de 48 horas) no explican el fracaso de la investidura, pues el punto clave fue la resistencia de Sánchez a establecer una coalición con Unidas Podemos.
Creerse que un gobierno Sánchez aceptaría, a pie juntillas, un programa pactado con Unidas Podemos es poco creíble. Lo ocurrido con el presupuesto pactado es un ejemplo de ello. Ni que decir tiene que un gobierno Sánchez sería mejor que un gobierno del PP, C’s y Vox. Y ahí está el chantaje de Sánchez. Pero el coste para España sería también grande. De ahí la enorme importancia de movilizar las fuerzas progresistas, incluyendo las bases y las izquierdas dentro del PSOE (que existen y que desean un gobierno de coalición) para que presionen y denuncien el mensaje que Sánchez está dando de que él lo está “intentando”. Este “intento” está, en realidad, lleno de triquiñuelas (como cambiar los textos usados en la negociación antes de enviárselos a los medios) y malas prácticas (incluyendo malinterpretaciones de lo dicho y expuesto, como el deseo de controlar todos los ingresos del Estado y el 50% del gasto (¿?!!)), pues la realidad es que el equipo negociador de Unidas Podemos había cedido tanto que casi estaban a punto de llegar a un acuerdo. Y miembros del equipo negociador del PSOE eran plenamente conscientes de ello. Era solo cuestión de horas, pero Sánchez no quiso. El tono insultante adoptado desde entonces con Unidas Podemos dificulta todavía más la posibilidad de un pacto con Unidas Podemos. De ahí que el próximo paso sea mostrar que esta coalición es posible, señalando con datos y sin insultos por qué es así. Para ello los miembros de los equipos negociadores deberían sentarse de nuevo y aceptar que sí se puede, en caso de que se desee. Para ello es fundamental que se dejen a un lado los insultos y el enfado, y que se antepongan los intereses del país a los intereses partidistas, que francamente creo que ha sido más la característica de una que no de las dos partes. Lo que ocurra en estas semanas definirá lo que suceda en los próximos diez años.
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