No
podemos pensar Cuba al margen de los conflictos que se están dando
ahora mismo en el mundo y en nuestra región, ni al margen de su historia
y enclave geopolítico. América Latina es un territorio en disputa.
Cualquier esfuerzo comprometido con la superación de la pobreza y las
desigualdades sociales en la actualidad, si se hace desde países con una
historia de dominación colonial y neocolonial como la nuestra, y sobre
todo, desde una región que sigue siendo proyectada y tratada
concretamente por los centros del poder económico mundial como
territorio explotable, exige encarar la lucha de clases y el problema de
la explotación en la economía-mundo, así como asumir una postura
política de confrontación al neoliberalismo. Eso, en la escena cubana se
traduce en resistir la presión por la reinstauración capitalista, en la
medida en que esta solo agravaría los problemas relativos a la pobreza
de los grupos vulnerables, ampliaría las pautas de desigualdad y las
brechas de equidad de todo orden. No obstante, defender el socialismo,
radicalizando su horizonte democrático y de equidad, no es sencillo,
supone desafíos muy concretos por resolver, en el plano económico, pero
también, en el orden de lo político y de lo cultural.
La
estrategia en curso de cambios en la economía cubana, concebida en los
Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la
Revolución, documento aprobado en abril de 2011 por el VI Congreso del
Partido Comunista de Cuba, a muchos nos genera expectativa sobre la
posibilidad de superar la crisis económica sin seguir un camino de
cambios estructurales de corte neoliberal y sin renunciar a un proyecto
de sociedad más equitativa y justa. La apuesta por continuar
construyendo una vía contra-hegemónica, por todo lo que está en juego,
debiera asumirse como texto y, en última instancia, contexto, en
cualquier análisis o estudio de orden económico, político o social sobre
el presente y futuro de Cuba. Sobre todo, ante un escenario en que ya
es un hecho el fracaso de la “tercera vía” y, por otro lado, hemos
constatado la crisis económica y social que ha generado el
neoliberalismo en nuestra región. Analizar los desafíos socio-económicos
que Cuba enfrenta al margen de estas referencias sería una apuesta
suicida.
Por
otro lado, a lo interno de Cuba, el esfuerzo por una sociedad más
equitativa debe partir de reconocer que la transición socialista no ha
sido ni es una etapa exenta de desigualdades sociales, a pesar de que el
socialismo haya demostrado objetivamente que brinda mejores condiciones
de posibilidad para luchar por erradicarlas y por eso apostamos por su
continuidad. La transformación radical que produjo la Revolución en el
orden de la estructura socio-clasista, al eliminar la explotación con
base al trabajo y crear importantes mecanismos de integración social,
facilitó niveles de movilidad social ascendente nunca vistos en la
historia de la nación y acortó las distancias entre unos grupos y otros.
No
obstante, las desigualdades sociales que se han venido reconfigurando
con mayor visibilidad desde la crisis de los noventa, si bien son
deudoras de un pasado a través del cual se cimentaron hondas e injustas
desigualdades en relación con la clase, el género, el color de la piel y
la territorialidad, vale señalar que han encontrado condiciones para su
re-emergencia y reproducción en las circunstancias actuales, a la par
de que aún convivimos con imaginarios de carácter racista y/o misógino
entre determinados sectores de la población, expresiones de la necesidad
de radicalizar la transformación cultural que demanda la construcción
del socialismo.
Precisamos
colocar la cuestión de las desigualdades sociales en el centro de los
análisis sobre el presente y futuro del socialismo cubano y los
escenarios pensados para su continuidad. En ese sentido, es
importante una comprensión a fondo de las complejas dinámicas
socio-económicas que hoy contribuyen a reproducir las desigualdades,
esto quiere decir, estudiar cuáles son los mecanismos, tanto económicos
como simbólicos para su reproducción, así como mapear las formas que
revisten y las características de los grupos más vulnerables.
Es
válido destacar que el papel de las Ciencias Sociales resulta
fundamental y hay un camino muy importante desarrollado por la academia,
instituciones, centros y grupos de investigación, en torno a la
pobreza, la estructura socio-clasista de la sociedad cubana
contemporánea y la política social, las desigualdades, las juventudes,
el género y la raza, aunque cada una de estas áreas temáticas ha tenido
un desarrollo particular. Son áreas de estudio que requieren de voluntad
política para su sistematización y consolidación. Existe una urgencia
de fabricar contenidos sobre estos temas con base en lo que está
investigado en el país y los conocimientos ya producidos, para
posicionar mediáticamente abordajes comprometidos con fortalecer el
trabajo de nuestras instituciones y perfeccionar los mecanismos del
Estado cubano en la atención a nuestras problemáticas sociales,
considerando también que estamos ante un escenario en que ellas son
capitalizadas como instrumentos para la manipulación mediática y la
fabricación de estados de opinión.
Uno
de los retos fundamentales es la producción sistemática de datos que
ayuden a comprender la dimensión real y los matices con que se presenta
el problema en Cuba. Siempre tendremos a favor que los fenómenos de la
pobreza y la vulnerabilización social en nuestro país se dan con una
cualidad singular, cuya esencia radica en la ausencia de relaciones de
explotación de clases y la existencia de una plataforma de garantías y
oportunidades de integración social con las que no cuentan los grupos
más vulnerables en otros contextos. Partiendo de ahí, debemos estar
abiertos a hablar de estos temas, reconocerlos en lo que son es un paso
importante para afrontarlos.
Otro aspecto significativo tiene que ver con la necesidad de una política social orgánicamente articulada a la plataforma de cambios económicos en curso.
La política social en Cuba ha sido fundamental para la dignificación de
la vida de cubanas y cubanos y el alcance de importantes niveles de
igualdad social, pero estamos ante un proceso de actualización del
modelo. La plataforma programática concibe transformaciones en la
política social dirigidas a una mayor diferenciación y focalización para
la atención a grupos vulnerables. Ningún cambio económico en la isla
debiera ser valorado al margen de su impacto en la matriz de
desigualdades sociales ya existente en un corto, mediano y largo plazo.
La institucionalización prevista de nuevas formas de propiedad será un
paso más en la conformación de un mercado del trabajo con nuevos
escenarios laborales, nuevos actores y relaciones entre ellos,
condiciones y dinámicas. El estudio del impacto que esto tendrá sobre la
trama social y las condiciones de vida de los diferentes grupos de la
estructura socio-ocupacional de la sociedad cubana es imprescindible,
así como el análisis y el diseño de los mecanismos para contener la
posible expansión de las brechas de equidad y favorecer las condiciones
de aquellos grupos en una posición más vulnerable.
El
llamado del Presidente de la República sobre la necesidad de
desarrollar una gestión del Estado basada en la Ciencia es una
convocatoria importante. Entonces, estamos hablando de un significativo
debate que tenemos por delante, en el cual la claridad política e
ideológica será fundamental, sobre todo cuando en el escenario cubano
estos temas comienzan a ser abordados mediáticamente desde posturas
afines con una agenda para la reinstauración capitalista.
Políticas
de atención a la pobreza y las desigualdades hay muchas en el mundo,
algunos de los modelos que mayor influencia ejercen a nivel
gubernamental en la “lucha contra la pobreza” en nuestra región están
inspirados en los enfoques sobre pobreza del Banco Mundial, responsable,
al mismo tiempo, del despliegue de las políticas neoliberales que han
agravado las condiciones de desigualdad y pobreza en todo el orbe. El
capitalismo, a la par que produce pobreza y desigualdades, produce los
dispositivos del saber que permiten administrarla a su conveniencia,
financia el salario de investigadores, invierte en proyectos y programas
de abordajes liberales, fabrica líderes de opinión sobre estos temas,
con el objetivo de que prevalezcan enfoques que no resolverán el
problema en la medida en que evaden la crítica al capitalismo,
individualizan las causas y las soluciones, y así, son funcionales a la
reproducción del capital. Entonces, la cuestión no se resuelve hablando
de pobreza y desigualdades, sino atinando bien en la dirección política e
ideológica con que abordaremos estos problemas.
Por
último, es necesario socavar los soportes simbólicos de las
desigualdades sociales, esto es, radicalizar la revolución cultural. Necesitamos
combatir el machismo, la misoginia y el racismo e, incluso, actitudes
de sesgo clasista. La Revolución ha modificado los imaginarios
colectivos institucionalizando nuevos valores en torno a nuestras formas
de ser, estar, hacer y convivir, pero es necesario ampliar el horizonte
de esfuerzos en torno a esta problemática. Instituciones educativas,
medios de comunicación, organizaciones políticas y de masas en Cuba
están llamadas con más fuerza que nunca a actualizar sus formas de
trabajo y perfeccionar los mecanismos para el debate y la participación
popular en las bases en torno a todos estos temas medulares, actuando
como instrumentos del pueblo cubano para la comprensión de las
realidades que vivimos y para velar por el sentido colectivo de los
cambios, de lo contrario, las inquietudes e insatisfacciones que emergen
en el entramado de la vida cotidiana serán capitalizadas por quienes no
tienen interés alguno en resolver los problemas, sino en usarlos como
propaganda política contra el Estado cubano y sus instituciones.
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