Solo a través del amor y de la buena voluntad de todos, podemos transformar a Colombia, en una nación de prosperidad y felicidad.
Un exguerrillero triunfa con la bandera del amor, como el primer presidente progresista de Colombia, acompañado de una luchadora social afrodescendiente como vicepresidenta, proveniente de los sectores más pobres del país.
Recuerdo aquel joven idealista, cuando depone las armas después de 12 años de combates. Antes, a raíz de su lucha en el plano militar, es arrestado y torturado, causándole cicatrices físicas y mentales para toda lo vida. Posteriormente, sufre varios atentados como líder político de izquierda, de los que se salvó milagrosamente.
“Me llamo Gustavo Petro y soy su presidente”, dice emocionado, al dirigirse por primera vez a su pueblo, en un mitin masivo transmitido en vivo a toda la nación, la noche de las elecciones. Petro sorprende con su emotivo mensaje de amor y reconciliación, llamando a la concordia. No hay señales de protagonismo enfermizo, sino de humildad en su triunfo.
Se trata de la nueva política que Gustavo Petro viene impulsando durante las últimas tres décadas. Lo primero es lograr deponer todas las armas, odios y rencores. Ese camino violento ha costado ya demasiado. Hay que enfocarse en un cambio a favor de la vida, no de la muerte. Su constancia y perseverancia en ese mensaje es esperanzador. A la tercera va la vencida, en su aspiración presidencial.
Somos una Colombia dividida en dos partes, porque ganamos por solo 700 mil votos. Hay que sentarse a dialogar con respeto y alcanzar un “Acuerdo Nacional”, fundamentado en tres grandes objetivos: la paz, la justicia social y la justicia ambiental. Cada tema va hilvanado con un programa político preciso, producto de su formación como economista y ecologista.
Solo a través del amor y de la buena voluntad de todos, podemos transformar a Colombia, en una nación de prosperidad y felicidad. Así lograremos una economía de producción, que garantice la soberanía alimentaria, vivienda, un empleo digno, educación y salud de calidad, al alcance de todos, dice reiteradamente.
Para eso, las 4 mil familias más ricas del país, tendrán que aportar más de manera generosa al erario público. A ellas también les conviene una sociedad más justa y equitativa, donde prevalezca la solidaridad. Hay que devolverle al pueblo sus tierras y ofrecerle todo el apoyo del gobierno.
También es urgente detener la exploración de petróleo y encaminarnos metódicamente hacia la energía renovable. Colombia debe convertirse en un referente para la humanidad, en esta grave crisis climática, donde el planeta nos llama a proteger el ambiente y ya estamos contra el reloj.
Estrechemos lazos de amistad con Estados Unidos y también con nuestros queridos vecinos de Venezuela. Vamos a convertir a Colombia en líder mundial y hemisférico, de la concertación de todas las fuerzas políticas. El perdón debe vencer al rencor y el amor al odio. Esos ciclos de venganza en Colombia, no tendrán espacio en este gobierno del Pacto Histórico.
Viene entonces a mi mente el énfasis de la acción política amorosa, como parte del pensamiento espiritual en José Martí, cuando sentenció hace más de un siglo, de manera profética: “la única verdad es el amor”; “con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar” y “con todos y para el bien de todos.”
En Petro está sembrada la visión moderna del héroe de la patria cubana, que comienza con los principios éticos y morales de todo verdadero revolucionario. “El odio no construye.”
¡Martí vive!
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