Democracia, ¿dónde?, Guani Rodríguez y Sergio Puente, Rebelión.
Observar la
progresiva descomposición del actual sistema político y económico (donde
los Estados renuncian a su propia soberanía y claudican ante las
medidas de ajuste dictadas por organismos económicos como el FMI, el BCE
o la CE), así como los consiguientes abusos que de manera sistemática
recaen sobre la colectividad más vulnerable, no pueden más que
acrecentar mi indignación, compartida con ese 99% del que formo parte.
La presente situación me ha traído a la memoria aquellas clases de mi profesor de Sistemas políticos comparados,
quien nos explicaba que el marco político del Estado moderno es la
democracia, porque teóricamente permite la participación y reflexión
colectiva en la toma de decisiones del propio Estado, en cuya
conformación se encuentran representantes de la voz popular. Grosso modo.
Hoy,
sin embargo, al leer la prensa nacional e internacional solo puedo
constatar que aquello que un día estudié es ahora una siniestra
caricatura de si mismo. Pareciera que vivimos en un limbo que no
reconocemos; un sistema en declive que trata de mantener su hegemonía
por todas las vías posibles, valiéndose de la dominación del poder
económico y militar que ostenta. Me gustaría creer que nuestra
generación vive el comienzo del fin de este sistema creador de
desigualdades sociales, pero para que esto no sea una mera utopía es
necesario contemplar el derrumbe de esta democracia falaz, que es como
la conocemos actualmente.
En teoría, la democracia garantiza la
soberanía popular, las libertades individuales y colectivas, y la
igualdad ante la ley, todo ello bajo un sistema de mediaciones
institucionales entre la sociedad civil, el sistema político y el
Estado. Basado en un conjunto de normas y procedimientos, el sistema
debe generar una dinámica inclusiva en la toma decisiones, donde no se
deje de lado a las minorías. Todo ello llevado a cabo por un conjunto de
representantes (revocables) de los intereses de la colectividad.
Entonces, en un sistema democrático importa la participación, directa o indirecta, del mayor número posible de personas para la toma de decisiones y para la creación y transformación de las instituciones sociales. Lo importante es que los ciudadanos sean los actores de cambio y de construcción del orden social. Y
para lograrlo la democracia debería responder en primera instancia a
dos exigencias fundamentales: la limitación del poder del Estado y la
atención real a las demandas de la ciudadanía.
Cada día
contemplamos como los Estados son doblegados por etéreas fuerzas
económicas y por instituciones transnacionales como el Fondo Monetario
Internacional o la troika en el caso europeo. El objetivo es
debilitar el Estado de Bienestar, haciendo recaer sobre la ciudadanía
todos los ajustes y recortes que garanticen sus intereses económicos y
su visión ultraliberal del modelo de Estado.
Unos cuantos
banqueros y políticos que vieron en negocios de alto riesgo la
posibilidad de invertir el dinero de la ciudadanía, son los mismos que
ahora buscan que la colectividad pague su irresponsabilidad, en un juego
sin límites ni barreras.
La ciudadanía, por otra parte, se
encuentra disgregada e indefensa, cercada en su acción y participación
colectiva con leyes que limitan la manifestación de demandas y críticas a
las decisiones gubernamentales. Esto ocurre desde los Estados Unidos
hasta Europa. Pongamos como ejemplo el Estado español donde el gobierno
derechista del Partido Popular pretende demonizar (o quizás penalizar)
algunas expresiones de resistencia pasiva.
Otra parte de la
población aún adormecida, sólo puede estremecerse en su puesto de
trabajo ante la continua pérdida de derechos. La clase media
trabajadora, atada a las responsabilidades del sistema económico
(préstamos, hipotecas, créditos) y conmocionada por una crisis que no
tiene fin, se ve incapaz de reaccionar ante el miedo de perder lo poco
que le van dejando.
Finalmente, están aquellas personas que ante
la dificultad se lanzan a las calles a manifestar su inconformidad con
un sistema que perpetúa y agranda la injusticia social. ¿Qué ocurre con
este grupo de personas? Se organizan en torno a diferentes iniciativas
de base que pretenden retomar las bondades del sistema de participación
ciudadana y reformar el modelo de toma de decisiones de los sistemas
políticos actuales, recordando que la democracia implicaba contar
también con sus opiniones.
En el Estado español, las medidas de
ajuste del déficit y sus costes, son asumidos por la colectividad,
mientras que el Gobierno se mantiene en esferas de poder diametralmente
opuestas a las necesidades de la población. Anclados en el bienestar de
su propia casta y con la visión del “aquí no pasa nada”, apoyan
fervientemente un conjunto de medidas que implicarán la ruina de la
clase media, la falta de representación de la población y, en
consecuencia, la defunción de la democracia.
Así, tenemos Estados
que benefician emporios transnacionales, que financian guerras, que
toman decisiones sin consultar a la población… Todo ello en un paisaje
poblado por élites económicas, leyes de excepción, desahucios,
trabajadores atemorizados y una ciudadanía presa de la conmoción y la
confusión. Un escenario en el que los representantes políticos, sin
relación alguna con la ciudadanía, profundizan la brecha de la
desigualdad social, disminuyen el poder adquisitivo a las clases medias y
bajas, privatizan la sanidad y cierran servicios sociales. Para lograr
todo lo anterior se suma la inestimable labor de los medios de
comunicación que no dejan de ser meros dispositivos al servicio del
poder.
Entonces, ¿dónde está la democracia? Parece evidente que
cada vez más alejada. No obstante, me inclino a pensar que esto es el
principio del declive de un sistema político y económico que se
resquebraja por las mismas fallas que sus condiciones de desigualdad e
injusticia social han ido generando y que ya no pueden ser soportadas
por su elemento de distensión: la democracia. El engaño es ya
insostenible, difícilmente la democracia, tal y como la conocemos, puede
ser hoy verdaderamente ejercida en sus tres campos de acción: sociedad
civil, sistema político y Estado.
La democracia ya no beneficia
al sistema por ello desde las esferas de poder se elaboran nuevas leyes y
modos de acción política para neutralizarla. Múltiples posibilidades se
abren ante el inexorable conflicto entre democracia y poder, que en sus
extremos podría pasar o bien por el triunfo y el sometimiento a esta
‘mercadocracia’, o bien hacia la transformación radical en un modelo
justo, democracia real, basado en una toma de conciencia colectiva producto de las nuevas luchas sociales y políticas.
Quizás
este escenario tétrico que vivimos hoy en día, sea el caldo de cultivo
para el nacimiento de un sistema diferente, de un nuevo modelo que se
geste en las calles, en las plazas, en los centros sociales, en las
organizaciones de base y en las cabezas de muchas personas que día a día
trabajan y luchan, mediante una acción social participativa, para
recuperar el poder que les ha sido usurpado por la élite gobernante.
Grupos que se encuentran educando, reflexionando y trabajando sobre
nuevos y viejos entendimientos de justicia social y comunidad,
permitiendo crear conciencia colectiva en las clases medias, recordando
que la lucha, la democracia y el sistema se construyen desde abajo, con
la gente y sus ideas. Hoy, al igual que ayer, lo que está en juego es
algo muy valioso: nuestros derechos y nuestras libertades.
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