Las batallas de Venezuela. Claudio Katz. Rebelión
Todos los problemas
estratégicos discutidos en la izquierda durante la última centuria han
recobrado actualidad en Venezuela. En ese país se desenvuelve un proceso
de transformación política que proclama metas antiimperialistas e
idearios socialistas. El camino para alcanzar estos objetivos vuelve a
debatirse con la misma pasión que en el pasado.
GOLPES, SABOTAJES Y PRESIONES
Venezuela soporta desde hace 14 años el asedio de la derecha. Durante el 2014 esa agresión incluyó una guarimba,
que comenzó en febrero y fue doblegada en junio, con un saldo de 43
muertos, centenares de heridos y la detención del cabecilla fascista [2].
Las
organizaciones ultra-derechistas recurrieron a todas las técnicas de la
guerra de baja intensidad. Arremetieron con asesinatos, destrozos,
amenazas y contaron con el asesoramiento directo de los paramilitares
colombianos.
Esa provocación incluyó un intenso sabotaje
económico con acaparamiento de mercancías, especulación de divisas y
contrabando, para desgastar al gobierno y desmoralizar a la sociedad.
Estados
Unidos incentivó estas acciones, aportando un novedoso manual de
sugerencias golpistas. Sus voceros financieros difundieron diagnósticos
de colapso económico, mientras el Departamento de Estado promovía la
inestabilidad política y el aislamiento internacional [3].
Pero el levantamiento derechista no logró trascender los barrios de la
clase media-alta y la violencia extrema terminó socavando la propia base
social de la asonada. El opositor Capriles tomó distancia del
alzamiento y los militares se mantuvieron en la vereda opuesta, con la
excepción de un pequeño grupo de conspiradores que fue apresado. Los
conservadores perdieron otra partida de su larga escalada
destituyente, pero el asesinato del joven diputado Robert Serra ilustra
la persistencia del plan desestabilizador.
La derecha intentó en la mesa
de negociaciones lo que no consiguió en las calles. Los empresarios
resumieron sus exigencias en un paquete de12 puntos avalados por 47
economistas de la oposición. Demandaron la liberación del dólar, un
nuevo ciclo de endeudamiento internacional, contrarreformas sociales, la
a nulación del actual sistema de precios y la devolución de las plantas
estatizadas. Reclamaron un lugar en el gabinete para garantizar la
devaluación y la derogación de las leyes laborales.
Como esas
exigencias fueron desoídas el lobby capitalista ha redoblado la presión.
Busca recuperar pedazos de la renta petrolera socavando el control
estatal de ese excedente. Esta erosión se consuma con los dólares que
obtienen a precios preferenciales para el manejo de las importaciones.
Suelen desviar esos recursos hacia la especulación cambiaria.
Esta
tensión con la burguesía ha caracterizado a todo el proceso
bolivariano. Chávez respondía abriendo espacios de diálogo con los
empresarios, mientras movilizaba al pueblo para marcar el tono de la
discusión. Mantuvo esa conducta frente al golpe del 2002, luego de la
victoria del referéndum del 2004 y en varias oportunidades desde el
2006. Introdujo la modalidad de transformar cada elección en una
multitudinaria prueba de fuerza contra los capitalistas y sus partidos [4].
Maduro
intenta retomar esta misma dinámica, lidiando con el enorme vacío que
ha dejado la muerte de Chávez y el gran malestar que genera el deterioro
económico. En estas condiciones logró una importantísima victoria
frente a los fascistas [5].
Venezuela volvió a contar
con la red de alianzas internacionales que exige la batalla contra las
conspiraciones imperialistas. Durante años estos acuerdos contribuyeron a
contrarrestar los golpes apañados por el gobierno estadounidense, la
OEA y la corona española. Pero los diplomáticos de la burguesía también
volvieron a ensayar presiones para disuadir la radicalización del
proceso bolivariano. Estas exigencias apuntaron durante las guarimbas
a la formación de un gobierno de coalición con la oposición derechista.
Maduro resistió esta sugerencia y aprovechó el sostén de UNASUR, sin
aceptar la inmolación de su gobierno (Clarín, 2014) .
LA PULSEADA PETROLERA
Al concluir el año, Estados Unidos utiliza la caída del precio
internacional del petróleo como un nuevo instrumento de
desestabilización. La cotización del combustible declinó un 30% en el
último semestre, afectando seriamente a una economía que obtiene el 95%
de sus divisas de la exportación de crudo. No es lo mismo manejar el
presupuesto público con un precio del barril por encima de los 100
dólares (última década)), que con los niveles actuales de 60/70 dólares.
La depreciación del petróleo obedece, ante todo, a una
contracción acumulativa de la demanda en las economías desarrolladas.
Esta retracción deriva de una crisis irresuelta desde el 2008, que se
acentúo en el último año con la desaceleración de China y los países
intermedios.
También el cambio de la política monetaria
estadounidense ha incidido en la caída del precio. La primera potencia
decidió restringir los estímulos monetarios utilizados para socorrer a
los bancos induciendo un esperado incremento de las tasas de interés.
Este giro precipita la salida de los capitales especulativos de todos
los mercados de materias primas.
En el desplome del precio del
petróleo influye, además, el incremento del volumen de crudo extraído
con formas no convencionales (shale oil). Esta innovación le permite a
Estados Unidos aumentar la producción y reducir las importaciones.
El petróleo barato se ha convertido en una herramienta de ofensiva
imperial. Luego de su reciente avance electoral, los neo-conservadores
republicanos han impuesto una agresiva agenda de política exterior a los
liberales intervencionistas de Obama.
Debilitar a Venezuela no
es el único objetivo de esta acción. La arremetida apunta a reforzar
las sanciones impuestas a Rusia frente a la crisis de Ucrania. También
se presiona a Irán para que abandone su programa atómico.
La
ofensiva yanqui cuenta hasta ahora con el sostén de Arabia Saudita, que
convalida el abaratamiento del petróleo para afianzar su poder en Medio
Oriente. El operativo busca asegurar la continuada primacía del dólar en
el comercio petrolero, frente al uso de otras monedas que ensayan
varios exportadores.
Pero Venezuela es una presa especialmente
apetecida por Estados Unidos. No sólo concentra una de las mayores
reservas de crudo del mundo, sino que aportaba hasta el 2008 el 14% del
consumo de la economía del norte. Recuperar el manejo de esos recursos
para Exxon y Chevron es tan prioritario, como acelerar la privatización
de la empresa petrolera mexicana (PEMEX) y reforzar la fidelidad de los
gasoductos canadienses.
Con esos tres proveedores el imperio se
asegura el abastecimiento, más allá de la incierta evolución del shale
oil. Este tipo de extracción podría tornarse inviable por su devastador
impacto ambiental o por los altos costos de inversión, en un marco de
precios declinantes.
Estados Unidos ha retomado un acoso sobre
Venezuela que puede alcanzar niveles de guerra económica, si la
depreciación del petróleo es complementada con el encarecimiento del
crédito. Las calificadoras de riesgo ya bajaron el pulgar a los bonos
del país, tornando más gravoso el acceso a los préstamos
internacionales. Estos créditos son necesarios para compensar la pérdida
de los ingresos petroleros. El Senado yanqui completa el cerco con la
introducción de sanciones a los viajeros e inversores en Venezuela.
La respuesta del chavismo ha sido inmediata. Maduro denunció con gran
coraje las nuevas conspiraciones de la embajada estadounidense, se burló
de las restricciones a las visas y convocó a la unidad latinoamericana
para enfrentar la guerra del petróleo [6] .
Conviene
recordar que cada intento desestabilizador de la última década desató
contragolpes populares que terminaron reforzando el proceso bolivariano.
Esta misma posibilidad reaparece en la actualidad, si el chavismo
encuentra respuestas a las adversidades de la economía.
REFORMAS Y RENTISMO
El modelo económico de la última década permitió motorizar el consumo,
en un marco de alto gasto social y creciente regulación estatal. Esta orientación facilitó la financiación de las mejoras populares con los cuantiosos recursos petroleros.
Este sostén es frecuentemente subrayado por la derecha para desmerecer
(o relativizar) los avances sociales. Olvidan que la misma riqueza
petrolera fue acaparada durante mucho tiempo por una minoría de
privilegiados. La extensión del usufructo de ese excedente al conjunto
de la población no ha sido un efecto espontáneo de las fuerzas del
mercado. Requirió afectar los intereses de los capitalistas con medidas
de redistribución del ingreso.
Luego de la expulsión de
la elite tecnocrático-burguesa que manejaba la empresa petrolera del
estado (PDVSA) se pudo reducir la pobreza del 40% al 22%. También la
indigencia bajó del 20% (1999) al 8,5% (2011) y la diferencia entre el
20% más rico y pobre de la población disminuyó de 14 a 8 veces. Se
concretaron, además, importantes avances en el acceso popular al agua
potable, la salud y la educación, a través de la activa intervención de
las misiones [7].
Pero esas mejoras fueron combinadas con
el otorgamiento de subsidios a los capitalistas, que acrecentaron las
riquezas de la nueva boliburguesía [8]. Estos sectores recibieron cuantiosos montos de financiamiento público que alimentaron la fuga
de capital. Ese mismo destino externo tuvo una parte de los fondos
aportados por el gobierno para pagar las expropiaciones de empresas de
electricidad, telefonía, siderurgia, cemento y distribución de
alimentos.
También los banqueros locales absorbieron una
significativa porción de esos beneficios. Los financistas incrementaron
su patrimonio, utilizando depósitos de las entidades públicas para
especular con bonos del estado y operaciones en exterior [9].
La combinación de este drenaje de fondos con un modelo de pura
expansión del consumo ha recreado la estructura rentista de una economía
poco productiva. Por esta razón los desequilibrios tradicionales
recobraron fuerza, a través de la inflación, el déficit fiscal, el
endeudamiento de PDVSA, la importación de alimentos y las fallas en las
iniciativas de industrialización (Zuñiga, 2013a, 2013b, 2014).
Estas
falencias son frecuentemente atribuidas a un mal manejo de la política
económica y ciertamente hubo desaciertos en muchas áreas. Pero el
trasfondo del problema son los límites que enfrentan todas las reformas
ensayadas al interior de una economía capitalista periférica y
dependiente. Esa estructura neutraliza el impacto de muchas
transformaciones progresistas.
El modelo aplicado hasta ahora
facilitó desahogos, pero no permite lidiar con la inflación, el
estancamiento y el desabastecimiento de los últimos años. Para
confrontar con estos flagelos se requieren medidas radicales de control
de precios y punición de la especulación financiera, el
desabastecimiento y el contrabando.
DISPUTA DE PROGRAMAS
Durante
el 2014 la inflación trepó al 60 %, la brecha entre el dólar oficial (6
bolívares) y el paralelo (100 bolívares) alcanzó una inédita dimensión y
el desabastecimiento se incrementó en forma significativa. Además, la
caída del nivel de actividad se aproximó al 2%, la retracción de la
inversión supera el 6% y las exportaciones se contrajeron en un 4,5%.
En ese contexto se han acortado los tiempos para optar entre el
congelamiento y la radicalización del proceso actual. Esta
contraposición se verifica en las intensas discusiones que se libran en
el movimiento bolivariano, entre los partidarios de implementar medidas
pro-capitalistas y los defensores de una transición socialista [10].
El eje de estos debates es el destino de las cuantiosas divisas que obtiene Venezuela. Un país tan dependiente del ingreso de petrodólares
necesita una gestión estricta de esos recursos por parte del estado. En
los hechos gran parte de esos fondos se pierde en el circuito de los
bancos o la intermediación importadora y termina en los bolsillos de los
grandes capitalistas.
Ese desemboque es motorizado por capas superiores del funcionariado y del sector privado,
que en los últimos dos años transfirieron entre 22.000 y 29.000
millones de dólares a las entidades privadas. Lo mismo ocurrió con los
fondos que los administradores del ente regulador del dólar (CADIVI)
derivaron hacia una veintena de empresas locales.
Para romper
con ese entramado se requieren medidas contundentes en el plano bancario
y comercial. Se ha tornado imprescindible nacionalizar la actividad
financiera para centralizar el manejo de los activos en moneda
extranjera, transfiriendo a la banca pública las principales
responsabilidades de intermediación .
También resulta necesario establecer un monopolio estatal efectivo
de las transacciones con el exterior, para poner fin a las maniobras
cambiarias de los importadores. No es necesario entregar dólares físicos
a estos sectores para que realicen su labor comercial. Con otro tipo de
controles se podría racionalizar la adquisición de bienes, siguiendo
principios de reducción del derroche y promoción de la productividad.
Estas
iniciativas son promovidas por muchos sectores de la izquierda del
chavismo. Proponen introducir una reorganización impositiva, que permita
auto-financiar el gasto corriente con la recaudación, para canalizar la
renta petrolera hacia la inversión. El saneamiento exige la
repatriación de las fortunas resguardadas por los capitalistas en el
exterior. Esas medidas aportarían la legitimidad requerida para
racionalizar el gasto público en múltiples áreas, adecuando ante todo el
precio interno de los combustibles.
CONFRONTACIONES CAMBIARIAS
Venezuela
necesita cortar el círculo vicioso de presiones cambiarias e inflación.
Una economía con enormes excedentes comerciales padece la injustificada
enfermedad de la devaluación por ese descontrol en la asignación
estatal de las divisas.
Esa fragilidad no es un problema técnico.
Define quiénes son los favorecidos y penalizados con la distribución de
los réditos del petróleo. Por esta razón la principal batalla económica
de la última década ha girado en torno al perfil del régimen cambiario.
Durante ese período se instrumentaron 26 modalidades de ese sistema (CADIVI, dólar-permuta, SICAD II,
SITME). El esquema del 2003-04 sintonizó con la recuperación de PDVESA,
los mecanismos prevalecientes en el 2004-10 buscaron una fallida
integración de los capitalistas al proceso bolivariano y en el 2010-2012
se intentó nuevamente atraer a esos sectores. La burguesía ha
respondido siempre con fraudes y maniobras cambiarias que obligan a
revisar una y otra vez el régimen cambiario (Carcione, Pérez, Gómez, García, Matamoros, Marín, 2013) .
Es importante registrar el trasfondo social de esta batalla, evitando
las miradas tecnocráticas, que sólo evalúan los éxitos o las
adversidades instrumentales de cada modalidad cambiaria. Olvidan que
estos resultados forman parte de desenlaces políticos más o menos afines
a la estabilización capitalista. En Venezuela no faltan dólares. Lo que está en juego es el destino de la renta petrolera (Guerrero, 2014a, 2014c).
Un viraje en el manejo de ese excedente es insoslayable para comenzar
el “sembrado del petróleo” que necesita el país. No alcanza con
apuntalar el poder de compra de la población. Hay que transformar la
estructura productiva mediante una revolución agraria que reduzca la
importación de alimentos. Se han invertido sumas considerables en ese
proyecto, pero persiste el éxodo hacia las ciudades y la dificultad para
recolonizar el agro (Chauran, 2014).
Lo mismo vale para las iniciativas de industrialización que se han
estancado, frente a una difusión de talleres de ensamblaje que no
atenúan la oleada de importaciones. Para revertir esta tendencia ya
existe una hoja de ruta (plan Guayana Socialista). Pero todas las
decisiones económicas están condicionadas por un curso político, que
exige revisar lo ocurrido en el pasado.
ANTECEDENTES Y COMPARACIONES
La
experiencia vivida con la Unidad Popular chilena de los años 70 ocupa
un lugar central de los debates actuales en Venezuela. Las comparaciones
con ese proceso han sido actualizadas por muchos intelectuales que
participaron intensamente en ambos procesos (Dos Santos, 2009) .
A
diferencia de la victoria precedente de Cuba, en Chile no se registró
una captura revolucionaria del poder. Se conquistó un gobierno popular a
partir de las urnas. Ese escenario era poco corriente en una época de
dictaduras, violencia represiva, persecución anticomunista y guerra
fría.
El contexto actual es muy diferente y el proceso
bolivariano se inscribe en un marco regional de comicios periódicos y
menor capacidad de intervención estadounidense directa. Pero las
analogías con lo ocurrido en Chile hace cuarenta años son significativas
en dos terrenos: las confrontaciones con la derecha y las dificultades
para traspasar la barrera que separa al gobierno del poder.
La
presidencia de Salvador Allende coronó en 1970 varias décadas de gran
influencia política y sindical de la izquierda, pero su gestión sólo
duró tres años. También el chavismo tuvo origen en la izquierda, aunque
en variantes más próximas al nacionalismo antiimperialista. Como en
Panamá (Torrijos) o en Perú (Velazco Alvarado) se forjó en la
radicalización de la oficialidad militar.
Estas diferencias de
gestación no reducen el parentesco. Ambos procesos declararon propósitos
socialistas a partir de victorias electorales, fueron hostilizados por
el imperialismo y contaron con el apoyo de la movilización popular.
Las semejanzas entre los conspiradores derechistas de Chile y Venezuela
saltan a la vista. En los dos casos se conformaron grupos fascistas,
impulsados por un gran odio social contra los oprimidos y un enfermizo
anti-comunismo. Pero la gran diferencia radica en la inexistencia de un
Pinochet en la patria de Bolívar. En este marco el golpismo clásico ha
sido reemplazado por variantes más institucionales e indirectas.
La
vieja asonada militar es poco viable a principios del siglo XXI, pero
su preparación y sus objetivos no han cambiado. Venezuela soporta el
mismo tipo de sabotajes, caceroleos, boicots financieros y
conspiraciones mediáticas que padeció Allende entre 1970 y 1972. Lo
ocurrido con Zelaya en Honduras ilustra mayores parecidos con ese
antecedente y la propia captura de Chávez en el 2002 confirma esas
semejanzas. En actualidad los golpistas no asumen su intención
dictatorial, sino que priorizan alguna legitimación cívico-electoral
(Nicanoff, 2014).
Como la derecha necesita consumar el desgaste
de los gobiernos populares en períodos más prolongados y carece del
auxilio directo del ejército, invierten más recursos en el boicot
económico. Por eso Venezuela ha soportado una escalada tan persistente
de fugas de capital, desabastecimientos, remarcaciones de precios y
especulaciones cambiarias. Las espaldas petroleras que tiene el estado
le han permitido aguantar ese aluvión, con más fuerza que las débiles
barreras construidas por la UP chilena.
A diferencia de Allende
el chavismo cuenta con una gran experiencia e influencia dentro de las
fuerzas armadas. Surgió en ese ámbito y se consolidó mediante una
sistemática limpieza de agentes de la CIA. En ningún momento Chávez
cometió la ingenuidad del ex presidente trasandino, que desplazó a un
general aliado (Prats) para designar a su enterrador (Pinochet).
El
líder bolivariano tampoco repitió el sometimiento de Allende a la
presión de los fascistas, que impusieron el desarme de la resistencia
popular luego del primer ensayo golpista (tacnazo de junio del
73). Frente al mismo peligro, Chávez comenzó un reclutamiento de
milicias y forzó la renuncia de generales opositores (Baduel). Maduro
reafirmó esta actitud encarcelando a los oficiales involucrados en la guarimba.
El triunfo electoral de Allende incentivó un gran ascenso popular, que
incluyó ocupaciones campesinas de tierras y acciones directas de los
obreros. Estos mismos trabajadores protagonizaron un pico de lucha
revolucionaria, al crear los cordones industriales que precedieron al
golpe. Venezuela ha vivido manifestaciones del mismo alcance desde el
Caracazo y algunos analistas estiman que la intensidad de esas
movilizaciones supera el nivel alcanzado en Chile (Guerrero, 2014b).
BALANCES Y PROPUESTAS
Existieron dos miradas contrapuestas a la hora de trazar un balance de
la tragedia padecida por la Unidad Popular. Un enfoque postuló que ese
proceso sufrió una exagerada aceleración y soportó presiones de
radicalización que precipitaron un conflicto evitable con los militares.
Esta visión proponía contrarrestar la amenaza golpista con un freno de
las reformas y un cogobierno con la Democracia Cristiana ( Cueva, 1979:
97-140).
La tesis opuesta estimaba que se cometió el error
inverso. En lugar de apuntalar la gran disposición de lucha popular,
Allende aceptó el chantaje de la derecha. Limitó todas sus acciones a un
cuadro constitucional que la burguesía había desechado. De esta forma
desorientó a los jóvenes que buscaban resistir y confundió a los
trabajadores que aspiraban al socialismo (M arini, 1976) .
En
condiciones políticas muy distintas a los años 70 ha reaparecido un
debate semejante al registrado en Chile. Quienes estiman que la Unidad
Popular avanzó más de la cuenta, ahora consideran que el chavismo debe
moderar su acción. Este enfoque es afín a la perspectiva
social-demócrata que promueve el PT brasileño (Pomar, 2013: 44-45).
La misma mirada adoptan los economistas que proponen evitar medidas
adversas a los capitalistas. Promueven adoptar parte del paquete
cambiario y financiero exigido por las cámaras patronales, con la
esperanza de atenuar la inestabilidad que padece el gobierno.
En la vereda opuesta se ubican todas las corrientes de la izquierda
bolivariana, que auspician drásticas iniciativas para frenar el desangre
de divisas, capitales y productos. Estas medidas apuntan a evitar la
repetición de lo ocurrido en Chile, cortando el sustento
económico-financiero de la conspiración derechista.
Pero ese
objetivo no se alcanzará solamente con un acertado paquete de medidas
comerciales o bancarias. Se requiere el sustento de movilización social,
que la UP disuadió cuando Pinochet ultimaba sus preparativos. Ese
protagonismo de las masas no se improvisa. Necesita ser construido,
forjando el poder popular en los lugares de trabajo y en las comunas
para intimidar a los golpistas. Con esa estrategia se pueden corregir
las ingenuidades de la vía institucional al socialismo que postulaba
Allende.
El líder de la UP apostaba a una paulatina extensión de
los espacios legales conquistados por su coalición, para concretar una
superación gradual del capitalismo. Promovía este avance sin rupturas
radicales, ni construcciones populares paralelas al constitucionalismo
burgués.
El chavismo enfrenta un dilema semejante luego de haber
obtenido más victoriales electorales que la UP con márgenes muy
superiores de sufragios. También introdujo reformas constitucionales y
mecanismos de democracia participativa, que nunca se implementaron en
Chile.
ESTRECHEZ Y DOGMATISMO
El proceso
bolivariano cuenta con un margen de tiempo significativamente superior
al antecedente chileno, para ensayar un pasaje de la administración del
gobierno al manejo del poder. Las viejas controversias entre marxistas
sobre la forma de concretar este salto vuelven al centro de la escena.
Pero no existe una receta pre-determinada que asegure el éxito de la
izquierda. Las estrategias socialistas sólo pueden desenvolverse con
prácticas políticas, contrastando proyectos con resultados y teorías con
experiencias.
Este ejercicio exige superar las creencias
dogmáticas que imaginan el futuro como una simple reiteración de las
revoluciones del siglo XX. Esas visiones suelen mistificar un modelo
exitoso (soviets, guerra popular prolongada, foco), desconociendo los
cambios de escenario que dificultan esa reiteración. Tampoco perciben la
preeminencia actual de caminos intermedios y temporalidades más
prolongadas para alcanzar esa meta .
Las miradas dogmáticas
caracterizan al chavismo como una corriente pro-capitalista y estiman
que sus líderes corporizan versiones contemporáneas de un Bonaparte. No
reconocen la existencia de golpes reaccionarios y la consiguiente
prioridad de derrotar al enemigo fascista. Consideran que Maduro y
Capriles son dos opciones de la burguesía y que la represión
gubernamental ha sido tan perniciosa como la violencia derechista
(Prensa Obrera, 2014).
Este enfoque impide registrar la evidente
existencia de una provocación destituyente. Si los asesinatos de
militantes, los asaltos a locales partidarios, los atentados contra
funcionarios, los sabotajes económicos y las campañas mediáticas
internacionales no forman parte de un intento golpista: ¿Cuál es el
parámetro de una asonada? ¿Habrá que descubrir su existencia luego del
desangre?
Lo mismo ocurre con la equiparación del chavismo con
sus oponentes. Se supone que la categoría burguesa es auto-suficiente y
ya no requiere distinguir a las vertientes radicales y conservadoras del
nacionalismo. Se olvida que las corrientes antiimperialistas han sido
protagonistas de grandes procesos revolucionarios que abrieron
compuertas al socialismo, cuando la izquierda supo comprender la
naturaleza de esos procesos ( Orovitz Sanmartino, 2014) .
Los
dogmáticos suelen presentar las convocatorias al socialismo que retomó
Chávez, como un simple ejercicio retórico para embaucar a las masas.
Pero si hubiera perseguido ese propósito de engaño, no se entiende por
qué razón recurrió a una causa internacionalmente disminuida, con
reducido impacto entre los trabajadores y controvertida significación
entre la juventud.
Las visiones sectarias no registran el giro
que introdujo la reivindicación del socialismo en la vida política de
Venezuela. Este horizonte surgió al calor del choque que opuso al
proceso bolivariano con las clases dominantes.
Cualquiera que
visite el país notará la difusión alcanzada por el planteo socialista.
Es una meta enfáticamente postulada en las misiones, los hospitales, las
empresas o las comunas que adoptaron esa denominación. El
cuestionamiento del capitalismo y la crítica a la burguesía han quedado
incorporados al lenguaje corriente del chavismo e impactan fuertemente
sobre la conciencia de la población.
Las ideas socialistas
formaron parte de la maduración política de Chávez que evolucionó a
través de giros a la izquierda. Estos cambios incluyeron el rechazo del
nacionalismo burgués tradicional y la rehabilitación del proyecto
comunista. Cuando nadie pronunciaba la palabra socialismo, el líder
bolivariano reinstaló el término en la agenda política de los
movimientos latinoamericanos (Katz, 2013).
Este legado ha sido
ratificado por Maduro en las tesis que orientan la estrategia de su
gobierno. Esas definiciones subrayan que el socialismo es indispensable
para reafirmar la soberanía, forjar una economía productiva y lograr la
plenitud democrática (PSUV, 2014).
La mirada dogmática no
percibe el efecto de estos pronunciamientos. Supone que el tratamiento
contemporáneo del socialismo se equipara a cualquier momento del siglo
XX, como si el colapso de la URSS constituyera un acontecimiento
irrelevante. Los ideales de la izquierda sólo pueden ser actualizados
con otra postura y otra sensibilidad.
SOCIALISMO DEL SIGLO XXI
Venezuela
cuenta con ciertas ventajas para embarcarse en una transición al
socialismo. No es la típica nación pobre que tradicionalmente afrontó
ese desafío. Es un país exportador de petróleo que funciona con elevados
patrones de consumo. Pero necesita superar la larga tradición rentista
de ineficiencia económica, que le impide utilizar esos ingresos para su
desarrollo industrial.
El proyecto socialista implica saltar el
escalón inicial de reformas que introdujo el chavismo, para
diversificar la economía, modificar la gestión del estado y reducir la
atadura a la factura petrolera. El logro de esas metas exige erradicar
los privilegios de la burguesía.
Muchos dirigentes bolivarianos
comparten este diagnóstico, reflexionan en términos marxistas y
promueven una transición socialista. En este plano se distancian por
completo de los procesos centro-izquierdistas de Sudamérica. Quiénes
desconocen esta diferencia, no logran asimilar las nuevas pistas que
aporta la experiencia venezolana para una estrategia anticapitalista.
En
la tradición revolucionaria del siglo XX la formación de un gobierno de
trabajadores, la captura del estado y la transformación de la sociedad
eran concebidas como procesos simultáneos o con reducidas diferencias
temporales. Ahora se puede vislumbrar ese curso como una sucesión de
momentos más diferenciados. Es evidente que Venezuela cuenta desde hace
más de una década con un gobierno popular, un estado en disputa y
grandes fracturas en la sociedad.
El manejo del estado no opone
sólo a funcionarios genéricamente afines y opuestos al chavismo. Hay
organismos que aseguran la defensa del régimen contra las guarimbas
y otros que contribuyen a una acumulación de riquezas convergente con
la derecha. También la sociedad está erosionada por el conflicto entre
clases capitalistas -que mantienen los cimientos tradicionales de su
poder económico- y un poder popular que se ha extendido
significativamente.
El nuevo entramado comunal podría aportar
los pilares de la configuración igualitaria del futuro, que algunos
teóricos denominan “sociedad civil socialista”. A diferencia de los
soviets o los organismos de base surgidos al calor de victorias
militares, el poder popular emerge en Venezuela con más diversidad
política y con gran construcción desde abajo. Es un proceso en pleno
desarrollo que enfrenta obstrucciones burocráticas con asombrosa
capacidad de movilización y renovación (Iturriza, 2014).
Las
nuevas batallas en torno al gobierno, el estado y la sociedad
distinguen a la experiencia chavista de la revolución socialista clásica
consumada en Cuba. En el país se verifica un proceso revolucionario
caracterizado por varios momentos de avance cualitativo (recuperación de
PDVESA, nueva Constitución), que se han concretado madurando la
conciencia socialista, en la confrontación con la burguesía. Un
nutriente clave de esta transformación es la percepción subjetiva que
tienen los involucrados de este proceso como una revolución. Todos
utilizan ese término para nominar la experiencia que protagonizan.
Para
consumar la transición socialista el proceso revolucionario requiere
saltos de mayor envergadura en el plano económico-social. La
nacionalización de los bancos y del comercio exterior podrían constituir
los dos peldaños centrales de esta etapa. Aportarían el cimiento
necesario para dinamizar la economía, a partir de un modelo industrial
de expansión del empleo genuino y superación del asistencialismo.
La ayuda social que acompañó al surgimiento y afianzamiento del
chavismo necesita transformarse en trabajo productivo, para evitar los
efectos nocivos del clientelismo (Cieza, 2014).
Una
transición pos-capitalista exige sustituir los modelos de renta, consumo
y baja productividad por esquemas de plan, mercado y desarrollo
socialista.
Venezuela persiste como el principal laboratorio de
proyectos y prácticas de los marxistas latinoamericanos. La respuesta a
los nuevos desafíos emergerá del propio desenvolvimiento de la lucha.
Con mentes abiertas y mayor compromiso militante resulta posible develar
todos los enigmas del socialismo del siglo XXI.
LAS BATALLAS DE VENEZUELA
Resumen
La
conspiración golpista fue doblegada pero la desestabilización continúa.
Hay que lidiar con la ausencia de Chávez, el deterioro económico y la
presión internacional. Estados Unidos retoma el acoso financiero y
utiliza la depreciación del petróleo para debilitar al gobierno.
El
modelo económico actual permitió grandes mejoras populares, pero no
transformó la estructura improductiva, ni permite afrontar los
desequilibrios actuales. La confrontación por el destino de la renta
petrolera es la causa de las tensiones cambiarias y la conducta de los
capitalistas impide gestar una economía industrializada.
Lo
ocurrido en Chile en los 70 constituye un antecedente esclarecedor del
comportamiento de la derecha y de la necesidad de avanzar desde el
gobierno al poder. La rehabilitación del proyecto socialista por parte
del chavismo es incomprensible con miradas dogmáticas. Un proceso
revolucionario con ritmos inéditos y transformaciones no sincronizadas
entre el gobierno, el estado y la sociedad replantea la estrategia de la
transición socialista.
Notas:
Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
[2] Guarimba es la denominación utilizada para retratar la violencia destituyente de la derecha.
[3]
La agencia Fitch describió desmoronamientos financieros, Moody’s habló
de colapso económico, The Economist presagió el “fin de la fiesta” y
Merrill Lynch anticipó una “primavera venezolana”. Luego el
vicepresidente Biden y el secretario de Estado Kerry amenazaron con
sanciones económicas, Serrano (2014).
[4] Analizamos estos antecedentes en Katz (2014).
[5] Distintos balances de su reacción contra el golpismo en: Boron (2014), Almeyra (2014), Gómez (2014) y Carcione (2014).
[6]
La declaración aprobada por el “Encuentro de la Red de Intelectuales,
Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad” realizada en
Caracas sintoniza con esa reacción e incluye un detalle de esas
denuncias, alainet.org, 12-12-2014.
[7] Ver: Álvarez, (2009, 2012), Monedero, El Troudi, (2007), Asiaín, (2012), PNUD, (2013).
[8] En Venezuela se denomina boliburguesía a los sectores capitalistas que lucran con negocios surgidos de la asociación (o participación) en el gobierno.
[9]
Un ejemplo es el caso del financista Víctor Vargas Irausquín,
presidente del Banco Occidental de Descuento de Maracaibo, (Clarín,
2014a)
[10] Un ejemplo de estas controversias en: Pérez Martí (2013), Zuñiga, (2013c).
REFERENCIAS
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-Boron Atilio, (2014), “Venezuela, una batalla decisiva”, www.albatv.org, 24/4.
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