La atronadora victoria de Syriza ha empezado con el pie izquierdo, 
que es lo que cabría esperar en una organización radical progresista. Su
 líder y presidente in pectore del gobierno heleno, Alexis Tsipras, ha 
prometido su cargo sin la tradicional parafernalia religiosa. Con lo 
cual ha hecho un gesto de laicismo militante frente a la condicionante 
iconográfica de asumir la máxima representación política del “demos” 
griego con el nihil obstat de la Iglesia. Se recupera así, en salva sea 
la hora, una de las constantes más emancipadoras que trajo la 
ilustración y materializó la Revolución Francesa. Impulso, por otro 
lado, secularmente marginado por la socialdemocracia continental como 
medio de gratificar el voto de las clases populares, mayoritariamente 
ancladas en los mitos y supersticiones del “creacionismo”. Hay que 
recordar que en la celebrada democracia española todos los gobiernos 
socialistas han jurado su cargo hasta una Biblia y un crucifijo. 
Aunque  ciertamente desconocemos si este mensaje inaugural de afirmación
 laicista de Tsipras fue consensuado durante su sorpresiva visita al 
arzobispo de Atenas, Jerónimo, antes de las elecciones, y del gesto se 
pasará a la separación entre Estado e Iglesia o se renovara el statu 
quo, como  ha sucedido con el mal precedente de formar su primer 
gobierno  sin ninguna mujer. Tic-tac, tic-tac…
Una de cal, pues. La de arena la han querido descubrir los cerebritos
 de la comunidad mediática calificando el acuerdo con Griegos 
Independientes (ANEL) como una reedición del “pacto a la griega” que en 
los años noventa sellaron conservadores y comunistas contra 
socialdemócratas, cuya versión española fue la “pinza” de Izquierda 
Unida (IU) en tiempos de Aznar. Se trata de una falsa percepción de la 
realidad que contiene su parte alícuota de mala leche. Hoy en Grecia el 
PASOK es un partido casi testimonial, escindido en dos mitades que 
marcha hacia su ocaso. Más munición presta a analistas y escribidores, 
el hecho cierto de que euroescépticos y ultras de todos los colores 
hayan saludado el triunfo de Syriza como propio en su particular 
refriega contra la Troika. Desde la líder del Frente Nacional Marine  Le
 Pen hasta el británico Nigel Farage de UKIP, pasando por el secretario 
general de Podemos Pablo Iglesias. Pero son opiniones distintas y 
distantes. Ponerlas en el mismo saco implica una intencionalidad 
malsana.
Sin embargo, existe también una de arena que no cabe eludir. De 
aquella manera, al buscar el apoyo de una formación de derecha 
nacionalista, antiinmigración, contraria al matrimonio gay y 
confesional, Alexis Tsipras mete voluntariamente a la zorra en el 
gallinero de Syriza. Y lo que es más importante para la percepción 
general, otorga carta de naturaleza a aquellos que escudriñan puntos de 
encuentro y afinidades entre opciones ideológicas antagónicas, sobre la 
base de que los extremos se tocan en su obsesión del “cuanto peor, 
mejor”. La personalidad del socio de gobierno de Syriza, Panos Karemos, 
es todo menos políticamente saludable. Miembro significado de la vieja 
política, el dirigente de ANEL formó parte de la Nueva Democracia (ND) 
que ocultó el enorme déficit del país, ocupando el cargo clave de 
viceministro de Marina Mercante en 2007, con la misión de lidiar con el 
núcleo duro del verdadero poder económico griego, concentrado en el 
selecto clan de los armadores.
¿Un oxímoron político o parte de un pacto patriótico? El tiempo lo 
dirá, pero todo indica que Karemos, bien relacionado con los servicios 
de inteligencia, es el aval de Tsipras ante los poderes fácticos, 
oligarcas y casta militar incluidos. Lo que explicaría que Syriza haya 
reservado para el “Pepe Bono” heleno el ministerio de Defensa, en olvido
 flagrante de sus andanadas anti-OTAN. Incluso puede que en su fuero 
interno Alexis Tsipras haya respirado aliviado al no alcanzar una 
mayoría absoluta que le hubiera obligado a cumplir con sus promesas 
electorales sin restar una coma. En cualquier caso, eso es agua pasada, 
forma ya parte del laberinto en el que Syriza tendrá que desenvolverse. 
De momento, la extraordinaria legitimidad otorgada por las 
urnas,  permite decir a Tsipras aquello de “puedo prometer y prometo”.
kaos
 
 
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