La presidenta de la Comunidad de Madrid, la señora Cristina Cifuentes, ha declarado que este año tampoco se irá de vacaciones en verano (creo que por tercera vez) porque, aunque considera que los días de descanso son “una cosa muy buena”, cree que no tienen que ser “una obligación”, sino una decisión voluntaria.
Ante esa declaración tan franca, no puedo por menos que expresar con equivalente claridad la conclusión a la que llego sobre la señora presidenta:
Quien no valora el descanso demuestra el poco esfuerzo que pone en su trabajo.
La declaración de la señora presidenta puede leerse de distintas maneras. La primera y más simple es la que se limita al ámbito de su persona y su función. La señora Cifuentes no se considera obligada a tomar vacaciones como presidenta de una Comunidad Autónoma de más de siete millones de habitantes en 2017 y con un PIB de más de 200 millardos de euros. Y eso es porque tiene trabajo pendiente.
La verdad es que, desde este punto de vista, comparto su opinión, ya que, por ejemplo, es la presidenta de una de las regiones con mayores desigualdades de Europa
Sólo para atajar este problema, estoy seguro de que la señora presidenta necesitará un tiempo extra, al margen de la gestión del día a día de su cargo, al que bien puede dedicar el que le corresponde formalmente como vacaciones. Y si consiguiese atajarlo, gracias a ese esfuerzo personal, no le quepa duda de que todos sus conciudadanos, votantes o no, se lo agradeceríamos.
Pero la declaración de la señora presidenta seguramente ha ido más allá de esta primera y elemental, un poco ordinaria, lectura. Estoy convencido de que la ha hecho con un afán adicional, con una intención sin duda ejemplarizante, de modo que se pueda aplicar su reflexión a los trabajadores de todo tipo.
Usando una transcripción simplista: si yo, presidenta de la Comunidad de Madrid puedo elegir no tomar mis vacaciones, ¿por qué tú, un simple empleado, exiges tomar las tuyas?
Permítame, señora presidenta, ya dirigirme directamente a usted y explicarle, en primer lugar, que los empleados de las empresas públicas y privadas, así como los empleados de las distintas administraciones públicas (funcionarios o contratados), tenemos unos contratos que establecen nuestras obligaciones con respecto a nuestros respectivos empleadores, así como las contraprestaciones económicas o de otra índole (como seguros, por ejemplo) que se establezcan y concierten entre ambas partes.
Estos contratos fijan, en todos los casos, aunque no siempre sean claros ni simples, el número de horas que el empleado debe trabajar y la cantidad y frecuencia con la que el empleador le paga.
Por ejemplo, en España es habitual tener el sueldo anual dividido en catorce pagas. Pero eso no es gracias a Franco, como todos los que añoran la dictadura nos recuerdan cada 18 de julio, sino porque la división en 14 pagas es útil para fomentar el consumo veraniego y navideño, ya que la capacidad de ahorro (excepto para la compra de vivienda) de las familias españolas es asintóticamente nula. Hasta los gobiernos de la dictadura eran conscientes esto y por eso se instauraron las pagas extras. Pero esas mal llamadas pagas extras, porque no son extras, no son más que un reparto temporalizado de la cantidad total anual acordada en el contrato. No son un regalo del empresario al trabajador, ni mucho menos un regalo de Franco o del gobierno de turno. Aunque alguno de los que se duermen tarareando suavemente el “Cara al sol” aún no se ha enterado.
Es importante el punto de que el contrato establece la cantidad y la frecuencia de los pagos, porque yo mismo, por ejemplo, estaría encantado de mantener la cantidad que cobro actualmente cada mes durante los próximos diez años, si la frecuencia de los cobros se incrementase, digamos, hasta ser semanal. Creo que no tendría problemas de empeoramiento de mi poder adquisitivo por alta que fuese la inflación en la zona Euro.
Y, del mismo modo, en ese mismo contrato también se establece el esfuerzo de trabajo que hace el empleado a lo largo del año para corresponder a su estipendio (vulgo salario). Ese esfuerzo suele medirse en horas anuales y en España está en el entorno de las 1700-1750 dependiendo de los convenios colectivos que apliquen, si aplican.
En el gráfico siguiente se presentan datos publicados por la OCDE de estimación de las medias de horas reales anuales trabajadas por país para 2017. La barrita gris en el centro correspondiente a España tiene el valor 1701 horas.
Hagamos un pequeño ejercicio matemático y dividamos 1760 horas anuales (atención 1760 es mayor que 1701) entre jornadas de 8 horas y entre meses de 20 días laborables. El número que nos sale es un bonito número primo que es, además, palíndromo, y es el 11, los dos palitos. ¿Qué significa esto?
Pues que, en España, no pueden prácticamente existir contratos (legales) que no supongan que, descontando el descanso semanal y las fiestas oficiales, no incluyan un periodo de vacaciones de, aproximadamente, un mes.
Más claro, y huyendo en lo posible de los números que dan mucho miedo, las vacaciones no son algo que la empresa (o el organismo empleador) da al trabajador. Ni siquiera es un derecho del trabajador. Ni es algo que ha fijado Franco. Peor aún, no es una “cosa”, sea buena o mala. Las vacaciones son horas que no están contratadas. Que no están pagadas. Porque el contrato fija un estipendio anual por unas horas de trabajo anuales (Y no estoy mencionando ni voy a hacerlo en ningún momento las leyes que amparan los derechos laborales).
El contrato laboral no dice que el empleado pasa a ser propiedad de la empresa de 8 a 5 de lunes a viernes durante todo el año. Y que la empresa le regala unas vacaciones. ¡No! El contrato laboral dice que un empleado trabaja un conjunto de horas a cambio de una remuneración. Y ambos términos, horas y remuneración, son más o menos flexibles en cómo se miden y sobre qué umbrales pueden o no superarse.
Así que, señora presidenta, mis vacaciones no son una “cosa”, ni buena ni mala, ni son una obligación ni una decisión voluntaria. Mis vacaciones forman parte del tiempo de mi vida que no está contratado por mi empleador. Del mismo modo que el tiempo que dedico a dormir cada día. Salvo que usted piense que las horas de sueño también son un regalo que nos hacen a los empleados.
Y los empleados, que en nuestras horas de trabajo nos esforzamos por hacer las cosas bien, necesitamos descansar y dormir. Dormir, diariamente a ser posible, y tener otros descansos semanales y anuales.
A estas alturas, si han seguido leyendo, más de un gestor de recursos humanos estará horrorizado por la burda simplificación en los términos que estoy utilizando. Pero no lo estoy yo menos cuando a los trabajadores nos llaman recursos. O a mis vacaciones “cosa”.
Pero, aunque sea burdamente, creo que he dejado claro que la función seudo-ejemplarizante de la declaración de la señora presidenta no tiene base racional alguna. Por lo que me planteo la siguiente pregunta: ¿a qué ha venido esta boutade? ¿Cree de verdad la señora presidenta que sus vacaciones (que no las mías, cuya naturaleza ya he explicado anteriormente) son voluntarias? ¿Qué sus vacaciones son una cosa muy buena pero no obligatoria?
Pues, quizá sí, y, además, quizá tenga razón en pensarlo. Porque la señora presidenta y por extensión cualquier político elegido o designado (no confundir con un funcionario), no es un empleado. Somos empleados los que trabajamos en las empresas públicas o privadas y los funcionarios de carrera o los empleados laborales de la administración. Los políticos no son empleados.
Y no lo son por varios motivos. Primero porque sus estipendios y condiciones laborales se los fijan ellos mismos, individual o colectivamente. En ese sentido son equivalentes a los ejecutivos de grandes empresas que se asignan contratos blindados a su voluntad: no creo que nadie piense que dichos ejecutivos son equivalentes a los empleados que tienen bajo su mando.
En segundo lugar, porque no se les evalúa por su trabajo, ni por su rendimiento. A un diputado no se le despide por no acudir al Congreso o por no redactar ninguna iniciativa parlamentaria en todo un año. Eso pasa también en algunos Consejos de Administración de grandes empresas, y tampoco tenemos dudas de que no estamos hablando de empleados.
Y en tercer lugar, porque los objetivos de los políticos son personales. Los trabajadores hacemos nuestra labor con unos objetivos fijados por nuestras empresas u organismos. Objetivos de ventas, de calidad, de eficiencia, de colaboración, de visibilidad, etc. Los políticos tienen objetivos personales, que se fijan ellos mismos. Hay alcaldes que sólo quieren ser alcaldes y los hay que quieren ser presidentes del gobierno estatal. Subsecretarios que aspiran a ministros. Ministros que sueñan con presidir un consejo de administración. Candidatos de tercera fila en unas elecciones locales en busca de un puesto de técnico de ayuntamiento.
Y en la mayor parte de los casos, los políticos son personas comprometidas con su partido y con alcanzar la visión de la sociedad que su partido defiende. Y que ellos comparten. Pero son objetivos personales, en todo caso, no impuestos por su empleador.
Por lo tanto, un político no está sujeto a un contrato laboral real y su situación es completamente distinta a la de un trabajador por cuenta ajena.
Y es en este ámbito en el que debe leerse su declaración. Su desafortunada declaración, si me permite calificarla. Usted, señora presidenta, no está obligada a tomarse vacaciones. De hecho, puede tomárselas o no a su voluntad. Sólo hay que ver al presidente de los Estados Unidos de América que se va a jugar al golf todos los fines de semana mientras que sus antecesores solían trabajar. Y ambas opciones son igual de legales.
Y si usted quiere irse dos meses de vacaciones, …, no sé, … a Venezuela, por poner un ejemplo, que tiene muy buenas playas, nadie va a despedirle de su puesto por ello. Le gustará más o menos a sus compañeros de partido o a sus votantes. Pero simplemente, con alguna excusa como compatibilizar el descanso con la defensa de los derechos humanos, seguro que sale del paso sin ningún problema. Pruébelo. Otros colegas suyos de profesión ya lo han hecho con éxito; de varios partidos políticos distintos. Venezuela es un destino turístico muy de moda.
Concluimos entonces, ya que no tiene ninguna obligación, ni en un sentido ni en otro, que resulta más evidente el porqué de que usted no necesite vacaciones, señora presidenta. Y es porque usted no está cansada.
Señora presidenta: lleva usted tres años sin cansarse, sin esforzarse en su trabajo.
Esta es la conclusión a la que yo llego. Y no es buena.
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