Todo es mentira salvo alguna cosa
Ha tenido que comparecer Rajoy ante el tribunal que juzga Gürtel para que nos hagamos una idea cabal del funcionamiento del PP y aceptemos como dogma de fe lo que a priori sería un relato increíble para cualquier persona con dos dedos de frente. Declaraba el presidente en calidad de testigo y estaba obligado a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, por lo que hay que aceptar su palabra o asumir que es un mentiroso redomado, cooperador necesario cuando no protagonista de la corrupción de su partido, una deshonra para el cargo y una vergüenza para el país.
Si todo lo declarado por el testigo Rajoy es cierto, el PP es una organización política atípica y sin parangón en el mundo. Según la estructura sugerida por el presidente, en su partido conviven los políticos y los gestores, entre los que se levanta una muralla china que hace que los primeros ignoren por completo lo que cuecen los segundos en sus fogones, aunque sean tan altos como Rajoy y se pongan de puntillas. Es más, no les interesa en absoluto el guiso que preparan siempre que no falte el plato de comida en la mesa.
El líder del PP es, a tenor de lo confesado por Rajoy, la persona más desinformada del mundo en lo que a temas económicos se refiere. Intuye que hay obras en su sede porque ve a operarios con mono azul por los pasillos, pero ignora si los trabajos se pagan en blanco o en negro porque él sólo hace política. Sabe que ha viajado gratis total a Canarias con la familia y cree que el PP debió de abonar la factura aunque, en realidad, fuera una gentileza de la agencia de ese tal Correa, al que sin conocer ordenó dejar de contratar saltándose a la torera su regla de no inmiscuirse en temas económicos.
Correa era un completo desconocido. Puede que paseara por Génova como Pedro por su casa y que usara el parking como un directivo, algo que Rajoy desconocía ya que el uso de las plazas de garaje no entraba dentro de sus competencias. Jamás supo nada de donativos ni sospechó de la existencia de una caja B porque lo único importante era que el Tribunal de Cuentas no pusiera reparos a las cuentas. De su estado jamás se debatió en los órgano directivos, que no iban a cargarse de responsabilidades que no les correspondían habiendo gerentes y tesoreros tan eficientes y tan procesables.
Para alcanzar esta supina ignorancia contable, Rajoy había practicado mucho antes, cuando ejerció de director de campaña de Aznar en las europeas de 1995, las municipales del año siguiente y las generales de 1996 y 2000. En cualquier otro partido, el jefe de campaña controla los gastos, decide cuántas vallas publicitarias hay que alquilar y si el mitin requiere el salón de un hotel o una plaza de toros. En el PP, no. De eso se ocupan los “servicios económicos” porque el responsable de la campaña hace política, prepara los debates y fija la estrategia. Del presupuesto ni le pregunten que por dinero no iba a ser.
Estaban equivocados quienes pensaban que la derecha se gobernaba con una jerarquía piramidal en cuya cúspide se sentaba Rajoy sin que nadie moviera un dedo sin la aprobación expresa de su barba. El líder no puede estar en todo. Si se le advierte que hay pufos en algunos municipios delega para que se tomen medidas, y una vez que lo ha hecho no vuelve a interesarse en el tema porque la política es muy absorbente y no deja tiempo ni para la familia. Igual ocurre con la correspondencia. Puede recibir miles de cartas, incluso aquellas en las que los cabecillas de la Gürtel le tutean y le informan de impagos de campaña, pero eso no significa que las lea, que con el Marca ya tiene bastante.
¿Sobresueldos? Si acaso, complementos y declarados a Hacienda. Dejó de percibirlos cuando era miembro del Gobierno y la ley lo impedía, así que los apuntes de pagos periódicos en los papeles de Bárcenas a los vicesecretarios generales del PP, todos ellos ministros, son falsos e inexplicables. El de las patillas nunca dio que hablar en sus 30 años en el partido. Esa trayectoria impoluta explica que aceptara reunirse con él por su finiquito en diferido, que le mantuviera el despacho y el chófer o que le diera ánimos por SMS cuando ya era pública su cuenta en Suiza con un porrón de millones. El “hacemos lo que podemos” era una forma de hablar, un ensayo de su “cuanto peor, mejor para todos y cuanto peor para todos, mejor”. Así que no hizo nada. No se podía.
A Rajoy hay que creerle o pensar que todo lo que dijo fue mentira salvo alguna cosa. Esto último deja en muy mal lugar al país que le ha votado, a los partidos que le sostienen, incapaces de ponerse de acuerdo para expulsarle del Gobierno, y a la Justicia que le ha permitido exhibir su desfachatez sin atender a sus posibles responsabilidades penales. En el juicio a Rajoy todos somos culpables.
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