Cuba y Estados Unidos: "¡ni un tantico así!”. 
Atilio Borón.  Rebelión
 
 Escribimos estas 
líneas con la inmensa alegría que nos produjo la exitosa culminación de 
la campaña que el pueblo y el gobierno de Cuba lanzaron para repatriar a
 los cinco luchadores antiterroristas injustamente encarcelados por la 
“justicia” de los Estados Unidos, que jamás se preocupó por enjuiciar a 
connotados y confesos terroristas como Orlando Bosch y Luis Posada 
Carriles o a un financista y ejecutor de atentados terroristas como 
Jorge Mas Canosa. Refiriéndose a “Los 5” Fidel dijo en su momento 
“volverán” y volvieron; como antes, en el incidente del niño Elián 
González, cuando también aseguró que Elián volvería a Cuba, y volvió. 
Dicho esto quisiéramos compartir una reflexión sobre las razones que 
explican el cambio en la política exterior de Estados Unidos en relación
 a Cuba y lo que esto podría significar para la Isla y América Latina y 
el Caribe. 
 
 El absoluto fracaso de más de medio siglo de bloqueo
 y agresiones es uno de los factores más evidentes que originaron el 
viraje de Washington. La Revolución Cubana resistió a pie firme, 
dignamente y sin concesiones, tamaña agresión y al final del día el 
Goliat del planeta tuvo que reconocer su derrota, algo que muy rara vez 
hace la siempre arrogante superpotencia. Lo hizo el presidente Barack 
Obama en su discurso y de modo todavía más enfático su Secretario de 
Estado, John Kerry, cuando al pronunciar el suyo, un par de horas más 
tarde, dijo que “durante medio siglo aplicamos una política para aislar a
 Cuba y los que terminamos aislados fuimos nosotros.” Claro está que 
otros factores también jugaron un papel: la intervención del Papa 
Francisco fue mucho más allá de una piadosa exhortación o una “gestión 
de buenos oficios”, tal como convencionalmente se la entiende. Fue una 
mediación en donde la influencia papal para arribar a un acuerdo parece 
haber sido más gravitante que lo normal en este tipo de mediaciones. El 
tiempo permitirá calibrar con precisión las características de esa 
gestión. Además, el reiterado repudio que la política del bloqueo 
cosechaba año tras año en la Asamblea General de las Naciones Unidas, e 
inclusive en el seno de la OEA, fue debilitando la firmeza de la 
política anticubana. Otro factor fue la honrosa insistencia de los 
países latinoamericanos y caribeños sin excepción para exigir el fin del
 bloqueo y la liberación de “Los 5”. El papel de la UNASUR y la CELAC 
también fue de importancia para precipitar esta reorientación de la 
política de la Casa Blanca. Pero lo que a nuestro juicio fue decisivo 
para producir este viraje fue el cálculo geopolítico realizado por los 
estrategas del imperio, que recomendaba acabar con una política que no 
sólo era inefectiva -como las torturas de la CIA, según el reciente 
Informe del Senado- sino que además era contraproducente para garantizar
 la seguridad nacional estadounidense en momentos tan críticos como el 
que actualmente atraviesa el sistema internacional. En las páginas que 
siguen trataremos de desarrollar en cierto detalle este argumento.
La Transición Geopolítica Mundial y sus Desafíos para la Estabilidad del Imperio
 La Transición Geopolítica Mundial y sus Desafíos para la Estabilidad del Imperio
 Estados Unidos se enfrenta a un deteriorado cuadro geopolítico mundial 
que suscita una enorme preocupación en su clase dominante, sus 
representantes políticos e ideológicos, el Pentágono y sus agencias de 
inteligencia. En 1997, pocos años después del derrumbe de la Unión 
Soviética, uno de los más lúcidos (y cínicos) intelectuales orgánicos 
del imperio, Zbigniew Brzezinski, escribió un libro que resumía la 
visión estratégica dominante en ese momento y proponía un conjunto de 
recomendaciones para encarar con realismo –en lugar de las 
autocomplacientes ensoñaciones de los miembros del Proyecto para el 
Nuevo Siglo Americano, gran parte de los cuales integraron las filas del
 gobierno de George W. Bush- los desafíos de los años venideros. [1]  En El Gran Tablero Mundial
 su autor descartaba la posibilidad de un debilitamiento del poderío 
global de Estados Unidos dado que su país aparecía, una vez desintegrada
 la Unión Soviética, como “la única e, indudablemente, como la primera 
potencia realmente global” en la historia del planeta. A partir de esta 
premisa el objetivo que se trazó fue formular una geoestrategia global e
 integral para preservar el papel central de Estados Unidos como 
“arbitro político” en todo el mundo, pero prestando especial atención a 
Eurasia ya que es ese y no otro “el tablero en el que la lucha por la 
primacía global” seguirá jugándose. Un continente fundamental que 
contaba para 1997 con el 75% de la población y el 60% del PNB mundiales,
 y las ¾ partes de los recursos estratégicos conocidos. Para ser exitosa
 dicha estrategia debía basarse en la construcción de “una comunidad 
global basada en las relaciones de cooperación”. [2]  No 
obstante, a Brzezinski no se le escapaban las acechanzas que podían 
originarse como consecuencia de potenciales “contingencias relacionadas 
con los futuros alineamientos políticos (…) que intenten empujar [a los 
Estados Unidos] fuera de Eurasia”. 
 
 En ese escrito Brzezinski 
identificaba tres escenarios que podrían plantear tales retos a lo largo
 del siglo veintiuno: el primero era un acuerdo entre Rusia y los 
principales países europeos, que debilitaría los vínculos entre Estados 
Unidos y Europa y mellarían la fortaleza de la Alianza Atlántica y en 
particular de la OTAN. Pero tranquilizaba a sus lectores diciendo que la
 probabilidad de esa contingencia era “bastante remota” (si bien no 
totalmente descartable), no habiendo por lo tanto razones para 
alarmarse. La segunda amenaza era un posible acuerdo entre China y 
Japón, por entonces la segunda economía del mundo y puntal de la 
presencia estadounidense en el Pacífico y en el mundo asiático. 
Probabilidad: también muy baja, porque los históricos conflictos que 
separaban a ambas naciones serían un obstáculo muy difícil de remontar. 
Había que monitorear los movimientos, los gestos y las iniciativas de 
esos dos países pero sin perder la serenidad. El tercer escenario, “el 
potencialmente más peligroso sería el de una gran coalición entre China,
 Rusia y quizás Irán, una coalición ‘antihegemónica unida no por una 
ideología sino por agravios complementarios’.”  [3]  Sin embargo,
 las probabilidades de que esta amalgama política pudiera cristalizarse 
eran, según Brzezinski, remotas. Ahora bien: los pronósticos de este 
consejero áulico del imperio fueron impiadosamente refutados por la 
historia ya que ese escenario -el menos deseado, el más temido y el más 
improbable- fue el que en estos últimos años irrumpió con fuerza en el 
sistema internacional. A mediados del 2014 Rusia y China firmaron 
importantísimos acuerdos –económicos, políticos y militares- de largo 
plazo, a los cuales se unió poco después Irán. En Septiembre la India 
solicitó formalmente su adhesión al Acuerdo de Cooperación de Shanghai y
 a finales de este mismo año Rusia selló un muy importante acuerdo con 
Turquía, cerrando de este modo una alianza que cambia radicalmente la 
correlación de fuerzas en el tablero de la geopolítica mundial en 
perjuicio de Estados Unidos, sus aliados europeos y Japón. Con la 
integración de la India y Turquía el panorama geopolítico euroasiático 
no podría ser más desventajoso para lo que Brzezinski denomina 
“Occidente.” 
 
 En el año 2012, es decir, poco antes de que emergiera esta nueva coalición y quince años después de la publicación del Gran Tablero Mundial , Brzezinski dio a conocer su más reciente obra: Strategic Vision. [4] 
 En ella el tono general del análisis se sitúa en las antípodas de su 
por momentos triunfalista texto de 1997. Ahora la preocupación es otra. 
En la primera parte de ese libro propone una sorprendente y muy 
significativa exploración histórica en torno a la “declinante longevidad
 de los imperios”, una reflexión insólita en relación al supuesto 
fundamental de la obra: Estados Unidos no es un imperio sino una 
potencia, la única potencia global. No obstante, este inesperado 
comienzo revela que en su fuero íntimo Brzezinski no se engaña, ni 
engaña a sus jefes y patrones, y sabe que Estados Unidos es la cabeza de
 un vasto sistema imperial y que, además, la lógica que decretó la 
declinación de todos los imperios anteriores, sin excepción, 
difícilmente exceptúe al americano. Como estudioso que es sabe muy bien 
que este no podrá ser eterno y duda de que siquiera pueda mantenerse más
 allá de unas pocas décadas. De ahí que las cuatro preguntas 
fundamentales que plantea en las páginas iniciales del libro sean las 
siguientes: 
 
 1) ¿Qué implicancias tienen la cambiante 
distribución del poder global desde Occidente hacia Oriente y el 
despertar político de la humanidad? 
 
 2) ¿Por qué decayó el 
atractivo de los EEUU, cuáles son los síntomas de su declinación 
doméstica e internacional y por qué se desperdició una oportunidad tan 
excepcional como el desenlace pacífico de la Guerra Fría? 
 
 3) 
¿Qué consecuencias geopolíticas tendrían lugar si Estados Unidos 
perdiera su primacía en el ámbito del poder global? ¿Podría China ocupar
 su lugar en el 2025? 
 
 4) ¿Cómo debería EEUU redefinir sus 
objetivos geopolíticos a largo plazo, y cómo atraer, apoyándose en sus 
aliados europeos, a Rusia y Turquía a los efectos de construir un 
“Occidente” más inclusivo y vigoroso? 
 
 En resumen, el autor se 
formula interrogantes impensables una década atrás. Lo que antes se 
asumía como una verdad inconmovible, la primacía internacional de 
Estados Unidos, ahora es objeto de múltiples conjeturas, y por lo tanto 
las opciones estratégicas diseñadas en el pasado deben ser radicalmente 
re-examinadas.
Un mundo convulsionado
 Un mundo convulsionado
 En 
este impensado escenario, en donde los rivales de Washington unen 
fuerzas, y los antiguos aliados –fervientes, como Turquía, o tibios, 
como la India- se pasan al otro bando, la rápida degradación de la 
situación internacional plantea enormes desafíos al imperio. La agenda 
exterior de la Casa Blanca se enfrenta con numerosos “puntos calientes” 
en los cuáles Estados Unidos está fuertemente involucrado, tiene muchos 
intereses en juego y se ve forzado a hacer apuestas cada vez más 
riesgosas y de incierto desenlace. En Oriente Medio la situación está 
fuera de control: después de haber avivado la hoguera del 
fundamentalismo sunita como ariete para hostigar a Irán y Siria, el 
trágico resultado de esa política fue la aparición del Estado Islámico, 
una organización criminal que dispone de los enormes recursos 
financieros derivados de su control sobre las zonas petroleras de Siria e
 Irak, y dispuesto a afianzar su dominio apelando a cuantas atrocidades 
sean imaginables. Originalmente formado por mercenarios reclutados por 
Estados Unidos y Arabia Saudita, financiado y armado por estos dos 
países, el genio se salió de la botella (como antes Osama bin Laden y 
Saddam Hussein) y, previsiblemente, comenzó a desarrollar una política 
propia que no es precisamente la que mejor favorece los intereses de 
Washington en la región. A la explosiva situación de esa parte del 
mundo, hundida en un interminable baño de sangre, hay que agregar la 
acelerada fascistización de Israel, que ha convertido a su estado en un 
engendro neonazi en donde el genocidio de los palestinos pasó a ser una 
práctica habitual ejercida con total impunidad e indiferente ante la 
repulsa casi universal que suscitan sus acciones. Más hacia el Oriente, 
en Asia Central, área donde se anuda una densa red de oleoductos y 
gasoductos de vital importancia para el mercado mundial de energéticos, 
la permanente inestabilidad de una zona surcada por ancestrales 
rivalidades y conflictos étnicos, religiosos y económicos de todo tipo 
se combina con periódicos estallidos de violencia que frustran de raíz 
cualquier posibilidad de establecer proyectos económicos de cierta 
envergadura para el aprovechamiento de sus enormes riquezas gasíferas y 
petroleras. [5]  Más hacia el Este, al llegar al extremo del 
continente, la persistente disputa entre China y Japón por la 
delimitación jurisdiccional del Mar del Sur de la China agrega un 
condimento explosivo en el límite oriental de la antigua, y hoy 
altamente revalorizada, “Ruta de la Seda”. [6]  
 
 ¿Es 
todo? De ninguna manera. La situación del África Subsahariana es motivo 
de intensa preocupación, sobre todo por el arraigo que en algunos países
 proveedores de petróleo, como Nigeria, parece haber conseguido el 
islamismo radical. Pero, más al norte es donde se encuentra la fuente 
más importante y a la vez urgente de preocupaciones. En Europa hay una 
guerra en ciernes entre los países de la OTAN y Rusia. Las sucesivas 
sanciones económicas decretadas por Washington (y replicadas con 
deshonrosa obediencia por sus compinches europeos) junto al deliberado 
derrumbe de los precios del petróleo configuran, en términos prácticos, 
una declaración de guerra, y así lo ha entendido no sólo Moscú sino 
buena parte de la dirigencia política estadounidense. No sorprende, en 
consecuencia, que Rusia haya anunciado el 26 de Diciembre un 
significativo cambio de su doctrina estratégica, orientada ahora por la 
necesidad de contener las amenazas que se ciernen, desde Europa: la OTAN
 y el despliegue balístico norteamericano en ese continente, sobre su 
seguridad nacional.  [7]  
 
 El dramático empeoramiento de 
la situación en Ucrania reconoce dos causas fundamentales: una, la 
expansión hacia el Este de las fronteras de la OTAN, en abierta 
violación de las promesas formuladas a los gobernantes rusos por 
sucesivos presidentes de los Estados Unidos y los jefes de estado 
europeos. La otra: la insistencia de la Unión Europea en incorporar a 
Ucrania y, de ese modo, penetrar por la puerta trasera en Rusia. Ambas 
iniciativas propiciaron la fulminante resurrección de la Guerra Fría, 
que se está recalentando aceleradamente. Un académico conservador 
norteamericano, John Mearsheimer  ,  profesor de la 
Universidad de Chicago, culpó a Occidente por esta degradación del clima
 internacional. Era sabido, escribió, que Moscú jamás podía aceptar de 
brazos cruzados que la OTAN se extendiera hasta sus fronteras, y para 
colmo consentido por un gobierno impuesto en Kiev por un golpe de estado
 impulsado y financiado por Estados Unidos y sus aliados. [8]  
Esta irresponsable provocación es tan inadmisible para Rusia como lo 
hubiera sido para Estados Unidos si, en los años ochentas, Moscú y los 
países del Pacto de Varsovia hubiesen orquestado un golpe de estado en 
México e instalado sus tropas en la frontera con Estados Unidos. El 
desencadenamiento de la crisis en Ucrania desató como respuesta la 
reintegración al territorio ruso de la península de Crimea (anexada con 
el apoyo de sus habitantes) y alentó el separatismo de la población 
rusoparlante que reside en el este ucraniano. Las sanciones económicas 
aplicadas a Rusia por los países de la Alianza Atlántica tensaron la 
cuerda a grado tal que tiene escasos precedentes en la historia 
contemporánea. Moscú denunció estas maniobras y dijo que ellas son parte
 de una estrategia general cuyo objetivo es nada menos que precipitar el
 “cambio de régimen” en Rusia, ante lo cual Vladimir Putin ha dicho que 
su país no permanecerá indiferente ante esos designios y responderá con 
cuanto tenga a su alcance. Hay que recordar que Rusia dispone del 
segundo arsenal atómico mundial y que cuenta con unas fuerzas armadas 
muy bien equipadas. Como decíamos más arriba, si la OTAN llegara a 
lanzar un ataque con armas de destrucción masiva Moscú no vacilará en 
recurrir a su arsenal nuclear, lo que abre una atroz perspectiva para el
 futuro de la humanidad. [9]  
 
 Trascendente papel de América Latina y el Caribe 
 
 En innumerables ocasiones Fidel y el Che afirmaron que Nuestra América 
es la retaguardia estratégica del imperio. Cuando Estados Unidos 
enfrenta graves desafíos en el frente internacional -como en los años 
setenta en el Sudeste asiático y muy especialmente en Vietnam- se vuelve
 sobre los países del área para desde allí tomar aliento y lanzar su 
arremetida. En aquella oportunidad lo que hizo fue sembrar dictaduras 
por toda la región, en donde salvo México, Colombia y Costa Rica, el 
resto de los países padecieron la instauración de regímenes 
cívico-militares que hicieron del terrorismo de estado una práctica 
cotidiana de ejercicio del poder, para lo cual contaron con el auspicio,
 colaboración, protección y financiamiento de Washington. 
 
 En la
 actualidad la Casa Blanca continúa actuando bajo los lineamientos de la
 misma premisa, procurando acabar con la Revolución Cubana, liquidar a 
los gobiernos bolivarianos, terminar de domesticar a los de la 
“centro-izquierda” del Cono Sur y reforzar, vía la Alianza del Pacífico,
 a los regímenes neocoloniales y conservadores del área. Téngase en 
cuenta que en el turbulento tablero geopolítico internacional Nuestra 
América brilla como una envidiable, y única, zona de paz. Lo único que 
perturba este panorama es el conflicto interno en Colombia y la 
desestabilización de México, pero ambas son situaciones que se 
constituyen en el ámbito doméstico. [10]  Sólo Colombia podría, 
si fracasaran las negociaciones de paz en curso en La Habana, alterar 
significativamente los equilibrios internacionales del área. No 
obstante, en el caso de México no habría que descartar que si se 
acelerara y profundizara la descomposición de la situación interna 
debido a la explosiva combinación entre el creciente poderío del narco 
-que podría llegar a someter a su arbitrio a las diversas ramas del 
aparato estatal- y una repotenciada protesta social los Estados Unidos 
podrían, en tal eventualidad, considerar muy seriamente la posibilidad 
de invadir y ocupar una parte de la frontera norte mexicana con el 
pretexto de preservar la “seguridad nacional” estadounidense amenazada 
por el caos al sur del Rio Grande. Lo hicieron en el pasado y nada 
autoriza a pensar que no volverían a hacerlo una vez más si lo 
considerasen conveniente. Hipótesis extrema, pero que en función de las 
enseñanzas de la historia sería sumamente imprudente descartar. Va de 
suyo que una movida de ese tipo tendría enormes repercusiones 
internacionales, que reverberarían mucho más allá del hemisferio 
americano.  [11]  
 
 Es a causa de todo lo anterior que 
Washington está poniendo cada vez más empeño en “reordenar” una región 
que desde el triunfo de Chávez en las elecciones presidenciales de 1998 
ha ido progresivamente emancipándose de la pegajosa tutela y control que
 Estados Unidos ejerció sobre lo que con indisimulado desprecio se 
llama, en los círculos oficiales de ese país, su “patio trasero”. La 
oleada bolivariana desencadenada por Chávez facilitó la supervivencia de
 la acosada Cuba y tuvo reflejos concéntricos en el mundo andino: 
Bolivia y Ecuador se plegaron a la misma y, en el litoral atlántico, 
surgieron gobiernos más moderados en Argentina, Brasil y Uruguay pero 
que, pese a la tibieza de algunas de sus iniciativas, en el terreno 
internacional aportaron un apoyo decisivo para, entre otras cosas, hacer
 naufragar el proyecto más importante que el imperio tenía reservado 
para América Latina y el Caribe: el ALCA, sepultado en Mar del Plata en 
Noviembre del 2005. 
 
 El cambio de política hacia Cuba tiene por 
objetivo neutralizar un permanente factor de perturbación de las 
relaciones hemisféricas y abrir el paso a una política más eficaz para 
recuperar el control de las díscolas naciones del sur. El objetivo es 
claro: garantizar la estabilidad y la complicidad de la retaguardia 
imperial para que Washington pueda actuar en los “puntos calientes” 
arriba señalados sin temor a que su distracción en lejanos teatros de 
operaciones desate una radicalización tan indeseable como incontenible 
en los países de América Latina y el Caribe. Para enfrentar con éxito 
esta tercera guerra mundial en gestación es esencial retomar el control 
de Venezuela, donde al día de hoy se alojan las mayores reservas 
comprobadas del mundo. Pero dicho objetivo no se alcanzará manteniendo 
la vieja y fracasada política hacia Cuba, que provoca la repulsa del 
resto de las naciones del hemisferio. Por eso el presidente Barack Obama
 dió el primer paso para “normalizar” las relaciones con la Isla pero al
 día siguiente redobló su ataque a la República Bolivariana promulgando 
un proyecto de ley, impulsado nada menos que por el Senador Bob Menéndez
 (conocido por sus estrechas vinculaciones con la mafia anticastrista de
 Miami) [12]  que establece sanciones económicas a gobernantes y 
políticos venezolanos “responsables por violaciones de los derechos 
humanos de manifestantes antigubernamentales” que entre Febrero y Abril 
del 2014 tomaron las calles y mediante violentas manifestaciones exigían
 la renuncia del presidente Nicolás Maduro. Ni a este impresentable 
senador ni a Obama les importó que los autores o instigadores de 
actividades violentas –incluyendo asesinatos, robos, incendios, 
destrucción de edificios y bienes públicos, etcétera- que busquen 
alterar el orden constitucional o remover autoridades apelando a la 
violencia serían acusados del delito de sedición en Estados Unidos (y en
 casi todo el mundo) y pasibles de ser sancionados con durísimas 
penalidades que, en este país, incluirían la prisión perpetua. Pero como
 se trata de recuperar a la Venezuela Bolivariana de cualquier forma, 
los autores intelectuales y apologistas de esos actos de salvaje 
vandalismo, como Leopoldo López y María Corina Machado, lejos de ser 
acusados por esos delitos son exaltados como figuras ejemplares, 
síntesis de los valores republicanos y libertarios, y elevados a la 
categoría de “combatientes por la libertad”. Poco importa que la mayor 
parte de las víctimas de aquel intento sedicioso fuesen miembros de los 
servicios de seguridad del estado y militantes chavistas, tal como ha 
sido reconocido por organizaciones independientes de derechos humanos 
radicadas en Venezuela. Para no hablar del doble rasero que significa 
sancionar a miembros del gobierno venezolano por preservar el orden 
constitucional del asalto de los sediciosos y no proceder de igual modo,
 por ejemplo, con las autoridades colombianas cuando informes 
inapelables certifican que el ejército ejecutó al menos a 5.763 civiles 
inocentes entre 2000 y 2010; o con las autoridades hondureñas, en donde 
después del golpe de estado de 2009 los asesinatos extrajudiciales se 
realizan con total impunidad; o con las de México, en donde es sabido 
que la desaparición de los 43 estudiantes normalistas en Ayotzinapa fue 
orquestada y ejecutada con la participación -o al menos la abierta 
complicidad- de autoridades civiles y militares de la Federación y del 
estado de Guerrero?  [13]  
La espina cubana
 La espina cubana
 La “normalización” de las relaciones con Cuba tiene pues una tenebrosa 
contrapartida: liberar las manos del imperio para abalanzarse con fuerza
 para doblegar al gobierno chavista y recuperar el petróleo venezolano. [14] 
 Además responde a una necesidad geoestratégica insoslayable, y ante la 
cual tanto la ruptura de relaciones diplomáticas como el bloqueo se 
convirtieron en molestos estorbos para Washington. Lo que se logró con 
ambas políticas fue facilitar la penetración de China y Rusia en la 
mayor de las Antillas y, por extensión, en la “tercera frontera” de 
Estados Unidos: el Mar Caribe. Todos los textos e informes recientes 
sobre la seguridad nacional norteamericana señalan una y otra vez que 
aquellos dos países son “enemigos” que es preciso vigilar, controlar y, 
de ser posible, someter o derrotar, toda vez que la recomendación de 
Brzezinski en el sentido de “atraer y seducir” a ambos países demostró 
ser un rotundo fracaso. Máxime cuando, en el Mare Nostrum 
norteamericano China ha emprendido sin consultar ni mucho menos pedir 
permiso a Washington un megaproyecto llamado a ejercer una 
extraordinaria influencia no sólo en el comercio internacional: un nuevo
 canal interoceánico a través de Nicaragua, obra para la cual el nuevo 
puerto cubano de Mariel asume una importancia estratégica. Rusia, por su
 parte, ha dado a conocer sus planes de impulsar la proyección global de
 su armada, lo que contempla, entre otras cosas, una mayor presencia en 
aguas caribeñas. Lo que estos dos países hacen en Cuba, y están haciendo
 en la zona del Gran Caribe, es un misterio para las agencias de 
inteligencia y las fuerzas armadas estadounidenses. ¿Hay proyectos 
militares en juego que subyacen a los crecientes relacionamientos 
económicos que China y Rusia desarrollaron en el área? De ser así, 
¿cuáles son, donde están localizados y qué implicaciones tienen para la 
seguridad nacional de los Estados Unidos? ¿Cómo podrían ser 
neutralizados? ¿Cuál es el estado de la “sociedad civil” en Cuba? ¿Cuál 
debería ser la hoja de ruta para preparar el tan anhelado “cambio de 
régimen” que ponga fin a la Revolución Cubana? ¿Qué modelo aplicar: la 
“revolución de terciopelo”, al estilo checo, o hay condiciones para 
ensayar una fórmula más rápida y violenta, al estilo de los “cambios de 
régimen” practicados en Libia o Ucrania? Todas estas son cuestiones de 
enorme importancia que no pueden ser confiadas a “amateurs” como Alan 
Gross. Por el contrario, hay que desplegar en la isla un número 
suficientemente grande de agentes para obtener información sensible y 
confiable, para lo cual se precisa la cobertura de una embajada dotada 
de un numeroso personal que, bajo el paraguas diplomático, pueda 
realizar esas actividades de inteligencia. 
 
 La política seguida a
 lo largo de más de medio siglo demostró ser, como decíamos más arriba, 
no sólo inefectiva sino contraproducente. Y Obama quiere corregir eso, 
pronto. Claro que la plena normalización diplomática exigirá que el 
Congreso levante el bloqueo, de lo contrario la iniciativa anunciada el 
17 de Diciembre quedaría a mitad de camino, no sólo por la incoherencia 
que significa pretender “normalizar” las relaciones entre Cuba y Estados
 Unidos y, simultáneamente, mantener el bloqueo. Se dice que los 
sectores más reaccionarios del espectro político norteamericano en el 
Congreso se opondrán a esa iniciativa. Seguramente será así, pero no 
sería raro que junto a poderosos intereses comerciales -deseosos de 
establecer vínculos con Cuba- el lobby del Pentágono y la CIA convenza a
 los más recalcitrantes que la seguridad nacional norteamericana exige 
votar el fin del bloqueo, algo que hasta apenas ayer parecía imposible y
 que el propio gobierno de Estados Unidos promoverá no por razones de 
respeto a la legalidad internacional o solidaridad con el pueblo cubano 
sino exclusivamente en función de sus intereses estratégicos globales. 
Tanto Obama como Kerry lo dijeron con todas las letras: Washington no 
abandona su propósito de fomentar las fuerzas que dentro de Cuba 
pudieran precipitar un “cambio de régimen”, fomentar el activismo y la 
participación de la “sociedad civil”, y promover una “prensa libre” y el
 pluralismo político, preocupaciones estas que desaparecen como por arte
 de magia cuando el falaz régimen norteamericano habla de Arabia 
Saudita, país sin sociedad civil, sin prensa libre y en donde los 
partidos políticos están prohibidos. Sería inútil exigirle coherencia 
doctrinaria a un imperio cuyo objetivo excluyente es saquear los bienes 
comunes de nuestro planeta para mantener un patrón de consumo 
absolutamente irracional e insostenible, no ya en el largo plazo sino en
 la actualidad y mediante la militarización de las relaciones 
internacionales. Lo cierto es que, pese a toda la verborragia, el 
objetivo estratégico de Estados Unidos sigue siendo el mismo; lo que 
cambia es la táctica. Ahora se recurrirá al “poder blando”, eufemismo 
que significa tratar de apelar a los recursos derivados del supuesto 
atractivo de la sociedad norteamericana, sus también presuntos valores 
de igualdad, justicia, libertad, convenientemente manufacturados por la 
industria cultural basada en Hollywood pero desmentidos día a día por la
 realidad, para convencer a los cubanos mediante un intenso bombardeo 
propagandístico que una sociedad que mata afrodescendientes a destajo, 
que deja grandes segmentos al margen de toda atención médica y de la 
seguridad social, que impide que sectores de clase media puedan acceder a
 las universidades y que cuenta con la peor distribución de ingresos y 
recursos del mundo desarrollado es el espejo en el cual deben ver su 
propio futuro. “Poder blando”, aclarémoslo de entrada, que es apenas el 
reverso de la medalla en cuyo anverso se encuentra el “poder duro” de la
 mayor fuerza militar jamás conocida en la historia de la humanidad y 
dispuesta a ser aplicada sin mayores escrúpulos cuando sea necesario. 
 
 Muchos observadores han expresado su preocupación por este cambio de la
 política norteamericana. ¿Representa o no un desafío para Cuba? ¡Por 
supuesto que sí!, pero aún peor es el reto emanado de la continuidad sine die
 del bloqueo, que ha causado enormes daños materiales a Cuba. Según las 
últimas estimaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores de ese país
 el costo económico de esa política equivale a dos Planes Marshall en 
contra de la Isla, mientras que con un solo Plan Marshall se reconstruyó
 la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. Ni se hable de los 
costos “no económicos” medidos en sufrimientos humanos, privaciones, 
frustraciones y otras secuelas de esa criminal política de agresión 
imperialista. Este fue un desafío que Cuba supo repeler, pero a un 
precio exorbitante. La continuidad indefinida del bloqueo obliga a 
preguntar cuanto tiempo más podría Cuba resistir esa situación sin 
erosionar la legitimidad del orden revolucionario, librando batalla en 
un terreno en el cual no tiene chances de prevalecer. En cambio, el 
desafío que plantearía la penetración norteamericana –económica pero 
también política y cultural- una vez eliminado el bloqueo podría ser 
respondido desde una posición mucho más favorable. Tal como lo recordara
 José Martí, “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”, y
 Cuba posee, gracias a Martí y a la incansable labor pedagógica de Fidel
 a lo largo de más de medio siglo, una formidable trinchera de ideas 
contra la cual se estrellará la propaganda norteamericana, el consumismo
 desenfrenado y las mentirosas ilusiones fomentadas por el American way of life que
 el pueblo cubano conoce muy bien desde 1898. Sin dudas, la densidad de 
la cultura cubana es incomparablemente más fuerte que la salud de su 
economía y librar la batalla en el terreno cultural, para derrotar al 
“americanismo”, como le llamaba Antonio Gramsci, es la táctica sin dudas
 más apropiada. La historia demuestra que Cuba puede derrotar a Estados 
Unidos desde la cultura y la política, no desde la economía. De los dos 
desafíos, por lo tanto, el más manejable es el que se abre con la 
normalización de las relaciones diplomáticas y el eventual fin del 
bloqueo. Si en la ex Unión Soviética “los espejitos de colores” del 
capitalismo fueron aceptados como buenos por su población fue porque 
allí no hubo ni un Martí ni un Fidel. No es el caso de Cuba, cuya 
población tuvo estos dos geniales maestros y además conoce el imperio 
como pocas, porque le tocó sufrirlo entre 1898 y 1958, y sabe muy bien 
que una cosa es la propaganda capitalista y otra completamente distinta 
el capitalismo “realmente existente”. 
 
 Por eso, ante las 
novedades aportadas días atrás y para evitar una re-edición de la 
“Obamamanía” que tantas decepciones ocasionara entre los ilusos que 
cayeron en esa trampa, y que ahora creen que Washington cambió, que 
abandonó sus planes de hacer retroceder el reloj de la historia 
hemisférica hasta la medianoche del 31 de Diciembre de 1958, antes del 
triunfo de la Revolución Cubana, se impone recordar lo que dijera el 
Che: “al imperialismo no se le puede creer ni un tantico así, ¡nada!” 
Sería gravísimo desoír tan sabio consejo en una coyuntura como la 
actual, cuando la validez de las palabras del “guerrillero heroico” es 
mayor que nunca. 
 
 [1]  Cf. El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos  ( Madrid y Buenos Aires: Paidós, 1997) 
 
 [2]  Para un examen de estos temas ver nuestro América Latina en la Geopolítica del Imperialismo
 (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2012 y nueva edición aumentada en 
2014). Esta nueva edición está disponible en México, España, Venezuela, 
Cuba y, próximamente, lo estará en Chile, Bolivia y Ecuador). Véase 
asimismo “Pensamiento Estratégico Estadounidense”, la transcripción de 
la conferencia que el autor de estas líneas y Alexia Massholder 
ofrecieran en el ISRI (Instituto Superior de Relaciones Internacionales)
 del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, en el mes de 
septiembre del 2014 y que próximamente estará accesible en la web. 
 
 [3]   El Gran Tablero  , op. cit, pg. 63. 
 
 [4]   Strategic Vision. America and the crisis of global power  (New York: Basic Books, 2012) 
 
 [5]  Sobre este tema ver Pepe Escobar, Globalistán: How the globalized world is dissolving into liquid war (Ann Arbor: Nimble Books, 2006) y su más reciente Empire of Chaos (Ann Arbor: Nimble Books, 2014) 
 
 [6]  Sobre el tema de la nueva “Ruta de la Seda” ver Pepe Escobar, “Integración eurasiática contra el Imperio del Caos”, en  http://www.rebelion.org/noticia.php?id=193515  
 
 [7] 
 Un indicio de la extrema gravedad de la situación actual se infiere del
 anuncio oficial de esta nueva doctrina, en cuya ocasión Moscú declaró 
que si bien esta es de carácter defensivo no renunciará al derecho 
utilizar su arsenal nuclear. El artículo 27 de la doctrina dice que "la 
Federación de Rusia se reserva el derecho a utilizar armas nucleares en 
respuesta a ataques con armas nucleares u otras armas de destrucción 
masiva en contra de Rusia y/o de sus aliados, así como en el caso de una
 agresión a la Federación de Rusia con armas convencionales que suponga 
una amenaza para la existencia del Estado". Nótese que entre los aliados
 sobresalen sus socios del BRICS: Brasil, India, China y Sudáfrica. Esta
 clase de afirmaciones no se escuchaban en Rusia desde los tiempos de la
 Unión Soviética. Ver “La nueva doctrina militar de Rusia cita a la OTAN
 como una de las principales amenazas”, en  http://actualidad.rt.com/actualidad/161547-putin-modifica-doctrina-militar-rusia  
 
 [8]  Ver su “Why the Ukraine crisis is the West’s fault” , en Foreign Affairs (Septiembre-Octubre 2014)  http://www.foreignaffairs.com/articles/141769/john-j-mearsheimer/why-the-ukraine-crisis-is-the-wests-fault  Hemos tratado este tema in extenso en nuestro “¿Rumbo hacia la Tercera Guerra Mundial?” en mi blog: www.atilioboron.com.ar y en http://www.telesurtv.net/bloggers/Rumbo-hacia-una-Tercera-Guerra-Mundial-20141217-0008.html 
 
 [9] 
 Antes de llegar a la situación de los últimos días Noam Chomsky había 
alertado sobre la extrema peligrosidad de la actual situación 
internacional, que podría, en el “escenario del peor caso”, culminar con
 una guerra termonuclear que destruyera a sus iniciadores. Ver su “ 
World ominously close to nuclear war” en  http://rt.com/news/202995-chomsky-rt-nuclear-war/  
 
 [10] 
 Por supuesto, podría agregarse el caso de Honduras, un país que desde 
el golpe de estado que desalojó a Mel Zelaya del poder ingresó en una 
interminable espiral de violencia doméstica causada por el 
paramilitarismo -encargado de “disciplinar” a la población hondureña- y 
su aliado natural en todos nuestros países: el narcotráfico. También el 
de Haití, cuyo martirio parecería no tener fin. Pero aún así, estos dos 
casos no tienen, en el momento actual, condiciones para alterar 
decisivamente la situación del hemisferio. 
 
 [11]  
Recuérdese que con la firma del ASPAN, el Acuerdo para la Seguridad y 
Prosperidad de América del Norte, Estados Unidos ya dispone de numerosos
 efectivos de sus cuerpos policiales, de inteligencia y de las propias 
fuerzas armadas actuando a plena luz del día y “legalmente” en 
territorio mexicano. Una invasión sería un salto en la magnitud de esa 
presencia más no una absoluta novedad. 
 
 [12]  El 25 de 
Enero de 2014 la cadena televisiva NBC informaba desde Nueva York la 
ampliación de la investigación por crímenes federales que podría haber 
cometido el senador demócrata por New Jersey Robert “Bob” Menéndez, 
quien es un asiduo visitante de los juzgados de su país. En este caso el
 Departamento de Justicia está investigando las gestiones hechas por el 
senador a favor de William y Roberto Isaías, dos banqueros ecuatorianos 
fugitivos de la justicia por multimillonarias estafas cometidas durante 
las turbulencias de los años noventa en Ecuador. Los Isaías, al parecer,
 hicieron significativas contribuciones a favor de Menéndez a cambio de 
la protección mafiosa que este le prestó para que, a pesar de las 
requisitorias de la justicia ecuatoriana, pudieran radicarse sin 
problemas en Estados Unidos y desarrollar en ese país lucrativas 
actividades. Más en: 
 
 
 [13] 
 Sobre esto ver Alexander Main, “ Un paso adelante y un paso atrás en la
 política de Estados Unidos hacia América Latina ” (Washington: 
Documento de Trabajo Center for Economic and Policy Research, 19 
Diciembre 2014) 
 
 [14]  Sobre esto ver el sugerente 
artículo de Rafael Bautista Segales., “¿Del bloqueo a Cuba al bloqueo al
 ALBA?”, en ALAI, 24 Diciembre 2014.  http://alainet.org/active/79714  
 
 
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