Seis cuestiones para entender la hegemonía mediática
 Uno. El sistema mediático contemporáneo demuestra 
capacidad para fijar sentidos e ideologías, seleccionando lo que debe 
ser visto, leído y oído por el conjunto del público. Por más que existan
 por parte de lectores, oyentes y telespectadores expectativas y 
respuestas diferenciadas a los contenidos recibidos, son los grupos 
privados de comunicación los que prescriben orientaciones, enfoques y 
énfasis en los informativos, cuáles son los actores sociales que merecen
 ser incluidos o marginalizados, cuáles las agendas y pautas que deben 
ser destacadas o ignoradas.
Los medios difunden juicios de valor y sentencias sobre hechos y 
acontecimientos, como si estuvieran autorizados a funcionar como una 
especie de tribunal, sin ninguna legitimidad para eso. Su intención, 
asumida pero no declarada, es diseminar contenidos, ideas y principios 
que ayuden a organizar y unificar la opinión pública en torno a 
determinadas visiones del mundo (casi siempre conservadoras y 
sintonizadas con el estatus quo).
Los medios eligen los actores sociales, articulistas, analistas, 
comentaristas y columnistas que deben ser prestigiados en sus vehículos y
 programaciones. En la mayor parte de los casos, como observa Pierre 
Bourdieu, estos portavoces no hacen nada más que reforzar el trabajo de 
los ‘think tanks’ neoliberales en favor de la mercantilización general 
de la vida y la desregulación de las economías y los mercados. En 
efecto, los ‘intelectuales mediáticos’ o ‘especialistas’ dicen todo 
aquello que sirve a los intereses de clase e instituciones dominantes, 
combatiendo y descalificando ideas progresistas y alternativas 
transformadoras.
Los grupos mediáticos mantienen también acuerdos y relaciones de 
interdependencia con  poderes económicos y políticos, en busca de 
presupuestos de publicidad, patrocinios, financiaciones, exenciones 
fiscales, participaciones accionarias, apoyos en campañas electorales, 
concesiones de canales de radiodifusión, etc. No son neutros y exentos, 
como quieren hacer creer, son parciales, toman partido, favorecen los 
intereses mercantiles, defienden posiciones políticas, combaten 
ideológicamente a los opositores.
Dos. Los medios se apropian de diferentes léxicos 
para intentar colocar dentro de sí todos los léxicos, al servicio de sus
 objetivos particulares. Palabras que pertenecían tradicionalmente al 
léxico de la izquierda fueron resignificadas durante la hegemonía del 
neoliberalismo en las décadas de 1980, 1990 y parte de 2000. Cito, de 
inmediato, dos palabras: reforma e inclusión. De la noche a la mañana, 
pasaron a ser incorporadas a los discursos dominantes y mediáticos, en 
sintonía con el ideario privatista. Se trata de indiscutible apropiación
 del repertorio progresista, que siempre asoció reformas al imaginario 
de la emancipación social. Las apropiaciones tienen el propósito de 
 redefinir sentidos y significados, a partir de ópticas interpretativas 
propias.
Tres. Al celebrar los valores del mercado y del 
consumismo, el sistema mediático subordina la existencia al mantra de la
 rentabilidad. La glorificación del mercado consiste en presentarlo como
 el ámbito más adecuado para traducir anhelos, como si solo él pudiera 
convertirse en instancia de organización societaria. Un discurso que no 
hace más que realzar y profundizar la visión, claramente autoritaria, de
 que el mercado es la única esfera capaz de regular, por sí misma, la 
vida contemporánea. Los proyectos mercadológicos y los énfasis 
editoriales pueden variar, menos en un punto: las corporaciones operan, 
consensualmente, para reproducir el orden del consumo y conservar 
hegemonías instituidas.
Cuatro. Los discursos mediáticos están comprometidos
 con el control selectivo de las informaciones, de la opinión y de los 
juicios de valor que circulan socialmente. Eso se manifiesta en las 
manipulaciones de los noticieros y la interdicción de los puntos de 
vista antagónicos, afectando la comprensión de las circunstancias en que
 ciertos hechos acontecen (generalmente los que son contrarios a la 
lógica económica o a las concepciones políticas dominantes).
Los medios masivos buscan reducir al mínimo el espacio de circulación
 de ideas contestatarias, por más que estas continúen manifestándose y 
resistiendo. La meta es neutralizar análisis críticos y expresiones de 
disenso. Un ejemplo de lo que acabo de decir son los enfoques 
tendenciosos sobre las reivindicaciones de movimientos sociales y 
comunitarios. Son frecuentemente subestimadas, cuando no ignoradas, en 
los principales periódicos y telediarios, bajo el argumento falaz de que
 son iniciativas ‘radicales’, ‘populistas’, etc. La vida de las 
comunidades subalternas y pobres está disminuida o ausente en los 
noticieros.
Cinco. El sistema mediático rechaza cualquier 
modificación legal que ponga en riesgo su autonomía y sus ganancias. A 
cualquier movimiento para la regulación de la radiodifusión bajo 
concesión pública, reacciona con violentos editoriales y artículos que 
presentan los gobernantes que se solidarizan con la causa de la 
democratización de la comunicación como ‘dictadores’ que quieren sufocar
 la ‘libertad de expresión’. Es una grosera mistificación. Lo que hay, 
en verdad, es el bloqueo del debate sobre la función y los límites de la
 actuación social de los medios. Las grandes empresas del sector no 
tienen ninguna autoridad moral y ética para hablar de ‘libertad de 
expresión’, pues niegan diariamente la diversidad informativa y cultural
 con el control selectivo de la información y la opinión. Se confunden 
intereses empresariales y políticos con lo que sería, supuestamente, la 
función de informar y entretener. Todo eso acentúa la ilegítima 
pretensión de los medios hegemónicos de definir reglas unilateralmente, 
inclusive las de naturaleza deontológica, para colocarse por encima de 
las instituciones y los poderes constituidos, ejerciendo no la libertad 
de expresión, sino la libertad de empresa.
Seis. Los conglomerados detentan la propiedad de la 
mayoría de los medios de difusión, la infraestructura tecnológica y las 
bases logísticas, lo que les confiere dominio de los procesos de 
producción material e inmaterial. La digitalización favoreció la 
multiplicación de bienes y servicios de infoentretenimiento, atrajo 
players internacionales para negocios en todos los continentes, 
intensificó transmisiones y flujos en tiempo real, y agravó la 
concentración en sectores complementarios (prensa, radio, televisión, 
internet, audiovisual, editorial, telecomunicaciones, publicidad, 
marketing, cine, juegos electrónicos, móviles, plataformas digitales, 
etc.).
Todo eso hace sobresalir nuevas formas de plusvalía en la economía 
digital: la tecnología que posibilita sinergias y convergencias, el 
reparto y la distribución de contenidos generados en las mismas matrices
 productivas y plataformas, la racionalidad de costes y la planificación
 de inversiones.
Se origina de ahí un sistema multimediático con flexibilidad 
operacional y productiva, que incluye amplia variedad de iniciativas y 
servicios digitales, flujos veloces, espacios de visibilidad, esquemas 
globales de distribución, campañas publicitarias mundializadas y 
técnicas sofisticadas de conocimiento de los mercados. La finalidad es 
garantizar el mayor dominio posible sobre las cadenas de fabricación, 
procesamiento, comercialización y distribución de los productos y 
servicios, incrementando la rentabilidad y los dividendos monopólicos.
[Dênis de Moraes es investigador del Consejo 
Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico y de la Fundación Carlos
 Chagas Filho de Amparo a la Investigación del Estado de Río de Janeiro,
 Brasil. Autor, entre otros libros, de ‘Medios, poder y contrapoder’, 
con Ignacio Ramonet y Pascual Serrano (Biblos, 2013), ‘La cruzada de los
 medios en América Latina’, (Paidós, 2011), y ‘Mutaciones de lo visible:
 comunicación y procesos culturales en la era digital’ (Paidós, 2010)]
 
 
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