Ciudadanos contra la corrupción
La arquitecta Itziar González participó en la denuncia del caso Palau. FERNANDO SÁNCHEZ.  Daniel Ayllón⎮La Marea 
Reportaje publicado en el número de febrero de La Marea, que puedes adquirir en nuestra tienda virtual
Un asaltante entró por la fuerza en casa
 de Itziar González el 30 de abril 2009, la destrozó y robó sus 
ordenadores personales. El chico cumplió pena de cárcel, pero, por 
miedo, nunca llegó a reconocer quién le había contratado. Meses después,
 las amenazas de muerte llegaron al buzón de González. Antes de estos 
episodios, simplemente era una arquitecta de 39 años, reconocida por su 
mediación en conflictos entre vecinos y la administración barcelonesa 
por las polémicas obras de la Plaza Lesseps. Por su talante, el PSC la 
había incluido en la novena plaza, como independiente, de su lista en 
las municipales de 2007.
González cerró su estudio de 
arquitectura, indemnizó a los trabajadores y, tras las elecciones, fue 
nombrada concejala del distrito Ciutat Vella, donde prescindió de los 
altos cargos que los partidos tenían colocados y puso en su lugar a un 
equipo de técnicos. Sus denuncias contra las irregularidades y la 
corrupción que encontró –desde su cargo público participó activamente en
 la demanda del caso Palau, entre otras– le supusieron una seria factura
 personal: tuvo que pasar un año y medio con escolta y, tras dimitir en 
2010, cuatro años sin trabajo ni paro. “Todavía siguen sin contratarme 
las administraciones públicas porque temen que les pueda dar problemas”,
 reflexiona la arquitecta, a la que algunos implicados en la trama de 
corrupción hacían referencia –según las grabaciones policiales– como “la
 puta concejal que nos para todas”.
Como ella, detrás de decenas de 
escándalos de corrupción hay ciudadanos que, desde administraciones 
públicas estatales, autonómicas o municipales, decidieron dar el paso y 
denunciar. “Pero están totalmente desprotegidos”, critica el ex fiscal 
anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo, que recuerda que, aunque existe
 “un estatuto especial para las víctimas de los delitos, falta 
protección para los denunciantes de corrupción”.
González y Villarejo forman parte del elenco de ciudadanos y expertos que protagonizan el documental Corrupción: El organismo nocivo,
 que tiene como objetivo reconocer la labor de estos denunciantes. El 
filme narra las experiencias de diversos profesionales de la 
administración: desde interventores municipales como Fernando 
Urruticoechea o Maite Carol, hasta el inspector de cursos de formación 
Carlos Martínez o el ex director del Institut Municipal Promoció 
Econòmica Mataró Jaume Llansó. El director del documental, Albert 
Sanfeliu, destaca los puntos en común que tienen todos ellos: son 
personas con una “fortísima integridad moral” y que “conocen el sistema 
muy bien desde dentro”. Sin embargo, se sienten “solos” social y 
jurídicamente.
Incumplimientos del Gobierno
La Organización para la Cooperación y 
Desarrollo Económicos (OCDE) publicó en noviembre de 2012 un informe 
sobre anticorrupción, en el que recomendaba, entre otras medidas, 
“establecer una clara legislación y un eficaz marco institucional que 
proteja de actuación discriminatoria o disciplinaria a los empleados que
 revelan a las autoridades, de buena fe y sobre bases razonablemente 
ciertas, actos sospechosos de inmoralidad o corrupción”.
Tras su publicación, España se 
comprometió a adoptar medidas para proteger a los denunciantes en un 
plazo de dos años. Sin embargo, el Gobierno ha incumplido su promesa y 
todavía carecen de garantías. En Europa, apenas un puñado de países 
–Luxemburgo, Rumanía, Eslovenia y Reino Unido, a la cabeza– cuentan con 
estatutos de protección para denunciantes. A pesar de ello, los casos de
 corrupción judicializados tuvieron un repunte en España en 2014, que se
 cerró con más de 2.000 imputados, 150 casos abiertos y varias 
macrocausas a punto de llegar a juicio. Entre ellas destacan sobre todo 
parte de la trama Gürtel y los casos Nóos, Campeón y Pretoria.
En este último, las dos personas clave 
que advirtieron de las irregularidades del Ayuntamiento de Santa Coloma 
de Gramanet (Barcelona) fueron el ex director gerente de planificación 
Albert Gadea y la interventora Maite Carol. Tras la denuncia, ambos 
perdieron su puesto de trabajo. El primero aportó al juez importante 
documentación relacionada con la financiación ilegal de partidos, que 
implicaba a reconocidos cargos institucionales y políticos. Debido a las
 presiones posteriores que recibió, Gadea llegó a presentar una querella
 criminal por mobbing, pero fue sobreseída tres años después. 
Aun así, el Ayuntamiento terminó readmitiendo a Gadea en agosto de 2014,
 aunque no en el mismo puesto de trabajo. Carol ve difícil su 
reincorporación a la función pública.
Las demandas por corrupción están 
ligadas frecuentemente a tramas urbanísticas en medianos y pequeños 
municipios. Pero no todas terminan en grandes escándalos. Fernando 
Urruticoechea es uno de los interventores que más casos ha denunciado, 
en los siete ayuntamientos en los que ha trabajado (Galdakao, Sestao, 
Laredo, Ermua, Leganés, Castro Urdiales y Crevillent). En Crevillent, 
donde vive ahora, la gente ve a Urruticoechea como una amenaza, alguien 
que puede desmontar elchiringuito, en lugar de velar por el 
dinero público de los ciudadanos. “Las presiones son fortísimas, pero es
 mi trabajo”, explica el funcionario. Además, Urruticoechea denuncia 
que, cuando sus informes de fiscalización son críticos, pueden terminar 
en la papelera del despacho del alcalde sin que ninguna instancia 
superior los llegue a conocer, debido a la falta de un mecanismo de 
denuncia eficaz. En el gremio, “o estamos comprados o a nuestros 
informes no se les hace ningún caso”.
Al igual que la arquitecta González, él 
también ha sufrido graves amenazas. De hecho, sus estancias en los 
ayuntamientos suelen oscilar entre los dos y los cuatro años. 
Transcurrido ese tiempo, ha tenido que hacer las maletas varias veces 
para evitar la visita de “sicarios”.
Los informativos de televisión batieron 
en 2014 el récord de horas de emisión de noticias sobre corrupción, el 
tema estrella, impulsados por el tirón mediático de casos que afectaban a
 la infanta Cristina, el ex president de la Generalitat de Cataluña 
Jordi Pujol, la tonadillera Isabel Pantoja, los exministros Rodrigo Rato
 y Jaume Matas, los expresidentes de clubes de fútbol José María del 
Nido y Josep Lluís Núñez y el expresidente de la Diputación de Castellón
 Carlos Fabra, entre otros.
Lejos de poner el foco en los acusados, 
el director del documental, Albert Sanfeliu, reflexiona sobre cómo 
tratan los medios de comunicación la corrupción: “Echo en falta que se 
dé más voz a las personas que denuncian los casos”. Éste fue uno de los 
motivos que le llevó a rodar el filme: promover el ejemplo de quienes 
hacen posible la apertura de las investigaciones, a través de su 
narración. “Hablan de cara, para empatizar y que la ciudanía se sume. 
Queremos transmitir que sí puede”.
Por su osadía, Sanfeliu tiene asumido que no logrará ayudas públicas para su documental –el rodaje lo financiaron 451 mecenas a través de crowdfunding– y que, probablemente, encontrará problemas para proyectarlo en los cines. Por ello, busca ahora patrocinadores para los bolos y salas alternativas donde presentar el proyecto en todas las ciudades posibles.
Además de la falta de protección para 
los denunciantes, existen numerosos factores que lastran o bloquean los 
procesos contra la corrupción. El papel de los tribunales, por ejemplo, 
ha sido determinante para cubrir con el manto de la impunidad decenas de
 escándalos, desde el primer proceso que se abrió en España contra la 
delincuencia económica organizada –los llamados decuello blanco–:
 la quiebra de Banca Catalana. A mediados de los años 80, Jiménez 
Villarejo fue quien dirigió la querella presentada por la Fiscalía 
General del Estado en 1984 contra 18 exconsejeros de Banca Catalana. El 
caso tomó un tinte político porque uno de ellos era Jordi Pujol, 
directivo de la entidad en los años 70 y president de la Generalitat cuando se destapó el escándalo.
Los fiscales Villarejo y José María Mena
 pidieron el procesamiento de los 18 por presuntos delitos de 
apropiación indebida, falsedad en documento público y mercantil y 
maquinación para alterar precios. Sin embargo, a pesar de la solidez de 
la acusación, el pleno de la Audiencia de Barcelona lo cerró en falso y 
no se procesó a los acusados de quebrar la banca. “El tribunal procedió 
con criterios conservadores. Muchos eran simpatizantes de la dictadura, 
otros tenían connivencia con el pujolismo y el conservadurismo, y otros 
actuaron con cobardía y falta de civismo”, denuncia Villarejo, que 
asegura que estas prácticas continúan en la actualidad.
Una justicia sin recursos
Además de la responsabilidad del 
Gobierno de proteger a los denunciantes anónimos, el ex fiscal 
anticorrupción sigue señalando en la actualidad a jueces y magistrados: 
“Están formados para robos y pequeños delitos, no para tramas complejas 
en las que influyen elementos económicos o políticos. Hace falta 
formación, recursos y esfuerzo. Falta capacidad, fuerza y voluntad”.
Los problemas siguen a día de hoy. Otro 
protagonista del documental, Carlos Martínez, también ha vivido la 
frustración de que sus denuncias no trascendieran tras llegar al 
tribunal. Era inspector de cursos de formación ocupacional desde 1986 y,
 en 2007, presentó una demanda ante la Fiscalía porque 10 centros tenían
 irregularidades en la distribución del dinero, lo que habría 
perjudicado notablemente al salario de los formadores. En algunos casos,
 la entidad habría recibido subvenciones de 50 euros por hora de clase 
para cada formador, pero estos habrían aceptado cobrar apenas 10 euros, 
aunque en su contrato figurasen, formalmente, los 50 euros. Los 
restantes, se los quedaba la empresa.
La demanda de Martínez fue archivada y 
reducido el incumplimiento a simples “errores administrativos”. No 
obstante, él sigue denunciando la corruptela a través de varias 
plataformas, con el objetivo de que la Fiscalía acepte una demanda 
colectiva. Para lograrlo, anima a los profesores afectados a unirse a su
 causa. ¿Cuál es el problema? El miedo a ser incluidos en una lista 
negra y a que la ley cargue después contra ellos por haber firmado un 
documento falso que, en realidad, beneficiaba a terceros.
 
 
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