Comisiones Obreras y la Universitat de València rinden homenaje a Josefina Samper y Marcelino Camacho
“¡Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar!”. Enric Llopis
A los 12 años ya trabajaba de pantalonera en un taller y a los 14 se afilió al PCE, tras comenzar la militancia en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). El pasado 12 de febrero falleció, a los 90 años, la sindicalista Josefina Samper, quien fue enterrada en el Cementerio Civil de Madrid junto a su compañero de vida y lucha, Marcelino Camacho, a quien conoció en 1944 y con el que se casó cuatro años después. Nacida en 1927 en Fondón, un pequeño municipio de la Alpujarra almeriense, pasó la infancia en Orán (Argelia). Emigrante por razones económicas, colaboró como militante comunista en la distribución del periódico clandestino España Popular; organizando a niños para que alertaran de la llegada de la policía en busca de los republicanos escondidos o en una cooperativa para la producción de zapatillas, con la que ayudaba al mantenimiento de su familia y otros emigrados. También organizó junto a otras mujeres un grupo de apoyo a migrantes y refugiados de la guerra de España.
En 1957 Josefina Samper y Marcelino Camacho, que había recibido el indulto, volvieron del exilio y se trasladaron al barrio de Carabanchel, en Madrid, donde residieron durante décadas –en un piso de 60 metros cuadrados sin ascensor- y continuaron la lucha clandestina; en enero de ese año, una comisión obrera organizó la huelga de nueve días que paralizó la mina de La Camocha, en Gijón, y que acabó con un triunfo de los mineros; Comisiones Obreras resalta este conflicto como uno de los antecedentes del sindicato. En 1965 Josefina Samper fue una de las promotoras del Movimiento Democrático de Mujeres (MDM), que trabajaba en la solidaridad con los presos políticos; el MDM y los colectivos de mujeres no sólo utilizaron las estructuras franquistas para realizar sus acciones en pueblos y barrios, sino que contaban con un boletín y comisiones de formación, prensa y radio. Muerto el dictador, pudo abandonar la clandestinidad tras el indulto (general) de noviembre de 1975 (la dirección de Comisiones Obreras –de la que formaba parte Marcelino Camacho- había sido condenada a 162 años de prisión por el Tribunal de Orden Público, en el célebre Proceso 1001/72). Tras fallecer Marcelino -a los 92 años- en octubre de 2010, la sindicalista dedicó parte de su tiempo a impartir conferencias sobre su legado y las luchas obreras.
En una entrevista de Gema Delgado (Mundo Obrero, 2010), Josefina Samper revela que cosía pantalones en casa y que nunca aceptó el dinero del PCE. Sus palabras dan cuenta de una vida solidaria y austera: “¡Tú no sabes las cuentas que yo he hecho! Y, además, todos los que venían de fuera comían en mi casa. Para eso compré yo una olla grande. Carabanchel era una cárcel de paso, no de cumplimiento, así que había gente de toda España y todo el mundo venía a mi casa”. ¿Cómo cuadraba las cuentas? Primero recorría la planta baja del mercado espigando los precios, después hacía lo mismo en el primer piso, y compraba al final donde el género estaba 50 céntimos más barato; “así lo he hecho siempre”. En otro pasaje de la entrevista, afirma: “Mi padre y mi hermana, que estaban en Toulouse, venían cada seis meses y traían dinero; y yo con eso me apañaba para nosotros y para otros presos”. Recuerda además que, con su marido en el penal, “hicimos hasta una huelga por las condiciones de los locutorios”; y también el uso de limas para hacerle llegar, en la cárcel, ejemplares de Mundo Obrero y Nuestra Bandera. Cuando iba a la prisión con las compañeras, les decía: “Aquí de llantos nada. Aquí sólo cantos. Y haciendo palmas”.
El Fòrum de Debats de la Universitat de València y Comisiones Obreras del País Valencià organizaron en febrero una mesa redonda en homenaje a Josefina Samper y Marcelino Camacho –uno de los fundadores de CCOO y primer secretario general del sindicato-, con motivo del centenario de su nacimiento el 21 de enero de 1918 en Osma-La Rasa (Soria). En el acto participaron la escritora e hija de los dos sindicalistas, Yenia Camacho Samper; la historiadora Vicenta Verdugo; el secretario general de CCOO del País Valencià, Arturo León; el exsecretario general del sindicato en el País Valenciano, Antonio Montalbán; y el escritor y periodista, Alfons Cervera.
Entre los actos conmemorativos por el centenario, destaca la constitución de una cooperativa de cine –“Lo Posible y lo Necesario”- para producir un documental sobre la figura de Marcelino Camacho Abad, financiado mediante donaciones y con guión de su hijo Marcel. La película se estrenará en mayo. Promovidas por la familia, Comisiones Obreras, el PCE e IU, las actividades comenzaron el 21 de enero, con un acto público en el Auditorio Marcelino Camacho de Madrid. Asimismo está prevista para el otoño una exposición itinerante sobre el dirigente obrero, desde la perspectiva del arte y la cultura. El próximo 29 de octubre, fecha del fallecimiento –hace ocho años- del líder sindical, tendrá lugar un encuentro ciudadano en su memoria.
La biografía “Marcelino Camacho y Josefina. Coherencia y honradez de un líder” (Algaba, 2003), de Etsuko Asami y Alfredo Gómez Gil, recoge el testimonio de la expresidenta de la Asociación de Vecinos de Carabanchel Alto y militante del PCE, Rocío Fernández. Dos veces a la semana iba a la prisión con Josefina Samper, a la que conoció en las reuniones del Movimiento Democrático de Mujeres. En una de ellas, celebrada en un colegio de monjas, vio a Josefina agotada. Una compañera le contó el motivo: se acostaba a las cuatro y cinco de la madrugada cosiendo durante horas -sentada en el pavimento- grandes cortinas para los hoteles.
Por la coincidencia de los apellidos, Rocío Fernández se hizo pasar por sobrina de Horacio Fernández Inguanzo (“El Paisano”), maestro asturiano y miembro del Comité Central del PCE sin familia en Madrid, a quien la activista visitaba regularmente en la prisión. “Pasábamos nuestros días alrededor de la casa de Josefina, de la cárcel, yendo al mercado y guisando para los presos”, resume en el libro Rocío Fernández. Las dos mujeres se movilizaron el 20 de diciembre de 1973, día que comenzaba el juicio del Proceso 1001 (contra diez dirigentes de CCOO) en el Palacio de las Salesas, sede del Tribunal de Orden Público (TOP). El mismo día ETA asesinó al presidente del Gobierno franquista, Luis Carrero Blanco; “íbamos todos al juicio, la mayoría mujeres (…). Nos dieron palos y nos caíamos por las escaleras; vinieron los Guerrilleros de Cristo Rey”, cuenta la exdirigente vecinal.
Marcelino Camacho Abad fue secretario general de Comisiones Obreras durante once años, desde 1976; diputado del PCE por Madrid al estrenarse la democracia –entre 1977 y 1981-, “tenía la sensación de ser un espectro huido de las cárceles y refugiado en el Palacio de las Cortes”, afirma en su libro de memorias “Confieso que he luchado” (Temas de Hoy); en el texto también recuerda algunas de sus intervenciones parlamentarias: “El decreto que preparaba UCD para recortar las pensiones; cuatro millones de ancianos vivían en la soledad absoluta y la injusta miseria”. Además desempeñó la presidencia de CCOO desde 1987 hasta 1996, formó parte del comité ejecutivo del PCE y del Consejo Político Federal de Izquierda Unida.
Hijo de un trabajador ferroviario, en 1935 comenzó a militar –con 18 años- en el partido comunista y la UGT. Durante la guerra combatió en el bando republicano; al final de la contienda fue detenido en Madrid y condenado a 12 años de prisión por “auxilio a la rebelión”; asimismo pasó por el campo de concentración de Reus (Tarragona) y por batallones disciplinarios de trabajadores penados en las provincias de Guipúzcoa y Salamanca. Su biografía incluye la fuga en 1943 del campo de concentración de Cuesta Colorada, en Tánger, ciudad ocupada entonces por el ejército español; y el traslado a Orán por parte de soldados franceses para que, junto a otros compañeros, se incorporara a la Legión Extranjera.
Tras el indulto de 1957 y el retorno a España, trabajó como obrero metalúrgico en la factoría de motores Perkins, donde fue elegido enlace sindical; como obrero de esta multinacional -donde empezó de fresador y fue despedido en 1971-, contribuyó a impulsar las Comisiones Obreras clandestinas. En septiembre de 1964 Camacho formó parte de la Primera Comisión de Enlaces y Vocales Jurados de la Metalurgia Madrileña, antecedente directo de las Comisiones Obreras de Madrid; en 1966, fue votado en las elecciones sindicales por el 92% de los trabajadores de la Perkins, aunque el sindicato vertical invalidó la elección. Acusado de organizar las Comisiones Obreras y ser uno de los responsables de las manifestaciones en el sector del metal, acumuló una nueva detención en enero de 1967. Entre este año y 1972 permaneció encerrado en la cárcel de Carabanchel, donde “no se respetaban los más elementales derechos humanos y se imponía un reglamento durísimo”, resumía el líder obrero en las memorias; a los pocos meses resultó una vez más detenido, en un convento de Pozuelo de Alarcón (Madrid), junto a otros nueve dirigentes de Comisiones Obreras; la sentencia llegaría en diciembre de 1973: el TOP condenó a Marcelino Camacho por pertenencia a organización ilegal a 20 años de prisión, pena que el Tribunal Supremo rebajó a seis (Proceso 1001/72). Dos años después de las condenas, llegó el indulto.
En marzo de 1976 el dirigente comunista sumó una nueva detención, tras la presentación del organismo Coordinación Democrática (“Platajunta”). En total, 14 años en prisiones y campos de trabajo forzado por la defensa de la democracia y los derechos sindicales. En el verano de 1976 ocurrió un hecho de suma relevancia en las dos primeras décadas de las Comisiones Obreras; en la parroquia de Sant Medir, en el barrio barcelonés de Sants, tuvo lugar una Asamblea General que reunió a 650 delegados previamente elegidos por ramas, regiones y provincias. En la reunión se leyeron los diferentes informes –de Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius o Juan Muñiz Zapico- y se votaron las resoluciones. La Asamblea de Barcelona, que no pudo celebrarse antes en Madrid por la prohibición del entonces ministro del Interior, Fraga Iribarne, representó el paso de movimiento sociopolítico a organización sindical.
“¡Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar!” fue una de las proclamas más conocidas de Marcelino Camacho. “Si uno se cae, inmediatamente se levanta y sigue”, afirmó en otra ocasión. También se ha destacado el ejemplo de ética y coherencia personal. En la biografía de Etsuko Asami y Alfredo Gómez Gil, la sindicalista Josefina Samper subraya: “Marcelino siempre se ha dedicado a su profesión. Tenía turno de las cuatro hasta las doce. Y en tiempos libres, por la tarde, nos dedicábamos a actividades del partido o de CCOO. Siempre vivíamos de lo que ganaba de su profesión. Cuando era diputado, también el sueldo íntegro lo entregaba al partido. El partido le daba el salario de oficial primero, que no era mucho. En la fábrica cobraba más”.
Marcelino Camacho escribió que los sindicatos fueron “los parientes pobres de la Transición”. De hecho, CCOO, UGT y USO se legalizaron el 27 de abril de 1977 (en mayo la CNT), después que los partidos políticos. En sus memorias evoca el Primero de Mayo de ese año, cuya manifestación no autorizó el ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa; “lo llamaron ‘el del bote de humo’, por la cantidad de ellos que disparó la policía”. Valoró como positivos los Acuerdos de la Moncloa de 1977 entre partidos, patronal y sindicatos mayoritarios, “aunque tenían algunas sombras”; y apoyó la Constitución de 1978. Tampoco quedó en el olvido la distinción que el sindicalista realizó entre el cambio “posible” y el “necesario”, titular de la tribuna que publicó –en noviembre de 1982- en el diario El País. No hacía un mes que el PSOE había ganado las elecciones, y el secretario general de CCOO recordaba en el artículo la importancia del triunfo; pero advertía que el poder real continuaba “en las manos del aparato del Estado, de la gran banca y de la iglesia, y con estos sectores no hay alternancia”.
“No pondremos palos debajo de las ruedas del nuevo Gobierno”, añadía el texto del sindicalista; aunque el programa electoral del PSOE se le antojara “insuficiente” frente a la crisis y el paro. Publicado en 1990, el libro “Confieso que he luchado” revela otro tono: “Ellos (el Gobierno de Felipe González) andaban confiados en la locomotora americana (…); en realidad se estaban preparando para una política de ajuste duro y reconversión salvaje”. El 20 de junio de 1985 el ejecutivo socialista se enfrentó a una primera huelga general, convocada por CCOO, USO, CNT y ELA-STV, entre otros sindicatos, pero sin el apoyo de UGT. El motivo, los recortes en el sistema público de pensiones. Marcelino Camacho defendió la unidad de acción sindical, y señaló como uno de los grandes avances –tras años de tensiones- la negociación de los convenios de 1987. “La mayor unidad de acción CCOO-UGT de los últimos años, con más de 80 millones de horas de huelga, al romper los topes salariales, permitió alcanzar subidas medias de un 6,8% sin que se dispararan los precios”, escribió en diciembre de 1987 en El País.
Este obrero del metal, afiliado número uno de Comisiones Obreras, también mantuvo posiciones críticas con la organización que fundó. En el VI Congreso Confederal celebrado en enero de 1996, Marcelino Camacho Abad fue destituido en la presidencia del sindicato, mientras su adversario, Antonio Gutiérrez, renovaba como secretario general (años después, entre 2004 y 2011, Gutiérrez sería diputado del PSOE). Finalizado el VI Congreso de CCOO, que El País caracterizó como “el de la ruptura con el PCE”, Camacho escribió una carta a la afiliación en la que explicaba que el cese en la presidencia fue “promovido por la corriente oficialista de Antonio Gutiérrez”. Además denunciaba la burocratización del sindicato, la exclusión del sector crítico y la resignación ante las “agresiones” de la patronal y el Gobierno de Felipe González.
En una entrevista publicada en 2001 en la revista El Militante, mantenía su independencia de criterio: “Hay que recuperar el sindicalismo de masas y de clase que inspiró la creación de CCOO”. Entonces ocupaba la secretaría general del sindicato José María Fidalgo, quien una década después se acercaría a UPyD y al Partido Popular. En la entrevista, Camacho calificaba de “auténtico desastre” que Comisiones Obreras no apoyara, el 15 de junio de 2001, la huelga general convocada en Galicia por los sindicatos CIG y UGT. Además ponderó la lucha de los trabajadores de Sintel, antigua filial de telefónica que tras la privatización y sucesión de irregularidades, declaró la quiebra en 2001. Los obreros de Sintel acamparon durante 187 días en el Paseo de la Castellana. Según Marcelino Camacho, realizaron “una batalla de masas ejemplar, pero no es suficiente con sus fuerzas; el sindicato tendría que haber convocado ya una huelga”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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