Alberto Santamaría es Doctor en filosofía por la Universidad de Salamanca, profesor de Teoría del Arte en la facultad de Bellas Artes de la misma universidad, poeta y ensayista. Tiene en su haber decenas de publicaciones, en forma de artículos académicos, en prensa y obras literarias. El libro que aquí traemos, En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo (Akal, 2018), es una obra que consigue hacer una radiografía de la realidad en la que vivimos, viene a clarificar el reverso de la economía política, los cimientos en los que se asienta el consenso social. Santamaría ha sido capaz de armarse de material clínico y desentrañar la cotidianeidad del neoliberalismo, esa que tantas veces se escapa al ojo humano.
De esta forma, nos encontramos ante un texto que intenta mostrar cómo el neoliberalismo es capaz de conseguir adhesión, pero, ¿qué es el neoliberalismo? Como señala el autor en un momento del texto, definir lo qué es el neoliberalismo no es algo sencillo. Popularmente, el concepto se asocia al ámbito de la economía política, con cierto tono crítico (casi nadie se considera a sí mismo neoliberal, con el prefijo), para definir un periodo político-económico del capitalismo, concretamente el que se inició en la década de los ochenta y continúa hasta la actualidad. En este contexto, el neoliberalismo, como todo sistema de dominación, necesita legitimarse para sobrevivir, generar consenso entre la mayoría de la población naturalizando procesos necesarios para su propia reproducción y expansión. Pues bien, esto mismo es lo que visibiliza la obra que tenemos delante, los mecanismos y los relatos que legitiman el neoliberalismo: “la economía es el medio, el objetivo es cambiar el alma”.
Concretamente, este proceso de legitimación no se encuentra en el marco de una planificación conspiranoica de los poderes fácticos. Como afirma Santamaría, el neoliberalismo no es ni un dejar hacer ni un “sometimiento visible a unas normas represoras”, sino que impone “un límite dentro del cual las normas se interioricen como necesarias y justas” y que van cambiando y evolucionando según las necesidades del propio sistema. En efecto, resulta clave el concepto que utiliza el autor, “activismo cultural neoliberal”, pues “ha diseñado un escenario afectivo sobre el cual producir consenso (así como la sabia gestión de ese consenso) al tiempo que ha sido capaz de disolver el territorio conflictivo que siempre fue inherente a las emociones, a los afectos; a la cultura, en una palabra” marcando a su vez “los límites de los posible y de lo decible”.
Este activismo propio del neoliberalismo, señala el autor, tiene como objetivo la producción de sujetos que se inserten en el relato neoliberal. Individualizar problemas sociales dándole la vuelta al relato, pues sería “la vida personal” la que “afecta a la producción” y no al revés, dirigiendo el enfoque de tal modo que se ponga buena cara al mal tiempo y se produzca adaptación a las realidades del mercado. Así mismo, la educación sería clave para este proceso, pues tanto las escuelas como las universidades se despojan cada vez más del enfoque humanístico clásico e incorporan la lógica mercantil de forma que se crea “ciudadanía de baja intensidad” fácilmente adaptable a las necesidades del mercado, moldeando la educación a su merced, tal y como se ve en las últimas reformas educativas.
En este contexto, resulta fundamental el concepto de capital humano, desarrollado por Gary Becker en los años sesenta, anticipando las dinámicas del neoliberalismo. Como señala Santamaría, en esta teoría, en su “sentido educativo-corporal” la clave es “la facultad de reconducir cuerpos como de producir subjetividades”, es decir, “instaurar un modelo empresarial-educativo capaz de establecer un nuevo orden corporal y sentimental; cómo producir cultura, en definitiva”. Todo este proceso convierte a los sujetos en empresarios de sí mismos, llevando a mercantilizar cada vez más esferas de la vida a través de la lógica del beneficio.
En un contexto de inseguridad laboral, de precariedad y de altas tasas de paro propias de la etapa neoliberal, se impulsa el concepto de emprendedor, como sujeto creativo que debe individualizar un problema colectivo y afrontarlo como “un reto”, en un marco emocional que más que “motivar” ahora lleva a “movilizar”. Así, resulta curioso observar cómo el propio neoliberalismo es capaz de captar, despojar, despolitizar y posteriormente asumir conceptos, sentimientos o emociones que nacen de movimientos antisistémicos. De este modo, el capitalismo afectivo, como lo denomina Santamaría, es capaz de que el sujeto mire el dedo y no la luna, esto es, en vez “de cambiar el contexto (este es algo así como la pura realidad inamovible, nos dicen) sino en variar mi reacción emocional (que es donde está el problema) para amoldarme a esa realidad laboral que es producida para cada sujeto”. De esta forma, siguiendo al autor, el neoliberalismo desactiva las críticas, las emociones, los relatos que se producen en los márgenes, para luego asimilarlos despojándolos de su contenido original.
En consecuencia, “el eje emociones-felicidad sería eso que el capitalismo no puede ofrecer, pero sí producir o fabricar” por lo que “la felicidad ya no residirá en el tiempo libre, sino en la gestión de mis intereses privados y su vínculo con la productividad”. Ejemplos de ello serían términos como el de “trabacaciones”, una forma de ampliar el tiempo de trabajo, pero enfocado como un logro para el trabajador, como la posibilidad de estar en la playa y trabajar a la vez. De este modo, ya no se necesitaría desconectar del trabajo, pues tendríamos todo al mismo tiempo.
En definitiva, vemos cómo lo que antaño podría resultar cínico hoy es la regla, pasando de precarios a creativos o de asalariados/parados a emprendedores. Dinámicas, todas ellas, que se cuelan de forma sutil en nuestro día a día, mercantilizándose cada vez más sectores de la vida. Sin duda el detallado y original análisis que se encuentra dentro de esta obra no deja de ser tenebroso, pues nos enseña a ver cómo el neoliberalismo corre por nuestras venas, naturalizándose relatos profundamente ideológicos. Algo mucho más profundo de lo que nunca hubiésemos imaginado.
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