Un año
Es lo que ha
pasado desde el referéndum del 1-O de 2017, que abrió una nueva etapa en la
lucha por la República Catalana. Hay una clara y universal conciencia de que,
en efecto, se trata de una nueva etapa; en concreto, la última. A su término
hemos de contar con una República Catalana independiente reconocida
internacionalmente. Un periodo decisivo. Clara y universal conciencia.
Catalunya entera está llenándose de plazas, calles, avenidas del Primer
d'Octubre. Ayer Palinuro participó en una de estas denominaciones en Vilagrassa
y reitera su agradecimiento a las autoridades y gentes del lugar por haber
contado con él.
Además de los
nombres de calles y lugares, el 1-O tiene méritos suficientes para ser la
futura fiesta nacional de la República. El gobierno catalán demostró que
controlaba soberanamente el territorio y, en cambio, el del Estado no. El
pueblo catalán se volcó en el acto convocado por las autoridades y, con peligro
de su integridad física (más de mil heridos) acudió a votar para decidir su
propio destino. Votó por mayoría impresionante la independencia y un
mandato explícito a los gobernantes para que la implementaran.
Mientras tanto, el
gobierno español de la época, comprobaba que no controlaba el territorio,
tampoco las instituciones y mucho menos al pueblo, al que trata de someter por
la fuerza bruta. El Estado español veía que era un Estado fallido, esto es, el
que no consigue hacer que su ordenamiento jurídico se acate y obedezca en todo
su territorio.
Desde entonces
hasta hoy, el proceso independentista se ha acelerado y consolidado tanto en el
interior como en el exterior a través de acontecimientos que permiten hablar de
la existencia de hecho (aunque aun no derecho) de la República Catalana. Estos
acontecimientos, que están en la memoria de todos, permiten visualizar la
marcha a la independencia en la interrelación de los actos de iniciativa
independetistas (tanto del gobierno por un lado como de la ciudadanía por el
otro) y los sucesivos fracasos de las respuestas del Estado, deslegitimado en
su acción interior y desprestigiado en la exterior.
A partir de la
última Diada, sin embargo y, muy especialmente de los hechos del sábado en
Barcelona, cunde la convicción de que estamos ante una nueva época, una época
de cambio decisivo. Hasta estos días, e independentismo ha ido cargándose de
razones frente a la inoperancia, la represión y la iniquidad del Estado
español. A partir de la última Diada y, sobre todo, de los hechos del 29 de
septiembre, a dos días del aniversario del 1-O, hay una conciencia de que se
requiere no un cambio de rumbo, sino de forma de navegar.
El sábado, el
independentismo obtuvo una resonante victoria, impidiendo que las habituales
bandas fascistas, financiadas y organizadas, según parece por la derecha de
C's, vinieran a Barcelona a provocar y humillar. Un triunfo que demuestra que
la gente defiende la República en la calle y está dispuesta a batirse por ella.
¿Lo están igualmente el gobierno y los partidos?
Sabido es: cada
vez cobra mayor fuerza una sospecha popular de que los "políticos",
la gente de partidos anda maniobrando, quizá recuperando viejas tácticas
entreguistas del nacionalismo caduco de la puta y la Ramoneta y el peix
al cove. Probablemente sea injusto. Los políticos independentistas han
pagado un alto precio en cárcelo exilio y confiscaciones y, hasta la fecha,
nadie, ninguno, ha fallado. No obstante, es bueno que se les critique y
advierta, en parte porque el espíritu humano es débil y en parte porque así se
les obliga a reaccionar. Pero reconozcamos que es una crítica quizá excesiva,
quizá ex abundantia cordis.
La idea de la
crítica de base es clara: los políticos deben ir al paso de la gente y
arrostrar las consecuencias de sus actos. Y, si no están a la altura, causar
baja, que otros más decididos ocuparán su lugar. O no... La opción electoral
comporta siempre incertidumbres.
No obstante, un
balance de los hechos del sábado dan una idea más aproximada de lo que sucedió
y su importancia frente a la propaganda colonial de la prensa franquista
madrileña. Pero algo ha de quedar claro desde el principio: lo sucedido en el
terreno de la anomalía fue prácticamente nada. En cualquier manifa de la chusma
fascista en Barcelona, por reducida que sea, hay más violencia que el sábado.
Por tanto, es esencial rechazar la manipulación de lo que sucedió y la
propaganda a la que sirve. La conclusión de la manifa del sábado, insisto, es
un triunfo del independentismo.
Lo dicho, el
pueblo demostró que está dispuesto a defender la República en la calle. El
gobierno cuenta con él para las movilizaciones en el logro de la República y la
independencia. Pero, ¿cuenta la gente con el gobierno para lo mismo? Aquí se
plantea una cuestión crucial. Hasta ahora parece que sí y por eso tenemos
presos y exiliados políticos. Pero, ¿y a partir de ahora? Esta muy bien
que el presidente Torra nos anime a la desobediencia civil, pero
eso reza también con ellos, con los gobernantes, los políticos; con el propio
Torra. ¿Está ellos también dispuestos a desobedecr y afrontar las
consecuencias?
La situación es
una de empate entre el Estado y la Generalitat. Alguien tiene que romperlo. No
parece vaya a ser el Estado, pues carece de iniciativa. Habrá de ser la
Generalitat y habrá de hacerlo recurriendo a alguna acción que sacuda el empate
y lleve a la ruptura real. Carece de sentido reiterar movilizaciones de todo
tipo si no van a compañadas de medidas gubernativas eficaces que pongan a la
Generalitat en confrontación directa con el Estado y obliguen a este a aceptar
la ruptura con las consecuencias que sean.
Ese es el punto
central en este momento. Los políticos deben probar que están a la altura de
las circunstancias rompiendo abiertamente con el régimen de 1978, pues no hay
otra forma de resolver este conflicto. Deben hacerlo al tiempo que muestran su
confianza en el pueblo, que no los abandonará, como no ha abandonado a los y las
que están dentro hace casi un año.
El movimiento
conseguirá su objetivo si mantiene su unidad de acción a toda costa y todas las
fuerzas, sectores y corrientes se orientan en el mismo sentido de consolidar la
República Catalana, haciendo cada cual frente a las consecuencias del
cumplimiento de su tarea.
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