miércoles, 29 de enero de 2020

“Nuestra América” y la “Segunda Declaración de La Habana”: dos discursos ejemplares. Por Patricia Pérez Pérez

“Nuestra América”  y la “Segunda Declaración de La Habana”: dos discursos ejemplares. Por Patricia Pérez Pérez


En 1826, en el suplemento agregado a la edición de su Ensayo político sobre la isla de Cuba, Alexander Von Humboldt expresaba la necesidad de encontrar una nomenclatura “a la vez cómoda, armoniosa y precisa”1 para designar a las naciones independientes del Nuevo Continente. Más de sesenta años después, José Martí resolverá semejante escollo, con simples pero profundas enunciaciones. Nos referimos al acontecimiento discursivo que constituyó el discurso « Madre América » en el fecundo año de 1889 y a su ensayo de mayor calibre histórico y sociopolítico « Nuestra América », donde Martí conferirá a la idea de una América indivisible de Simón Bolívar la estatura de un concepto, que la alejará definitivamente de la ‘América Unida’ reivindicada por los estadounidenses desde la época de George Washington2.

La marcha de la Humanidad. David Alfaro Siqueiros
A la ilegitimidad de la « Declaración de San José », firmada en agosto de 1960 en la VII reunión de Cancilleres de la OEA en Costa Rica, se opuso singularmente la « Primera Declaración de La Habana », pronunciada por el líder de la Revolución cubana Fidel Castro el 2 de septiembre de 1960. Dos años después, luego de la Octava reunión de cancilleres de la misma organización en Uruguay, donde la Administración Kennedy lanzara la mal llamada Alianza para el Progreso, otro discurso mucho más extenso de escritura plural, pronunciado igualmente por Fidel y conocido como la « Segunda Declaración de la Habana », retoma el concepto de América del ideario martiano, actualizándolo en medio de un contexto de intervencionismo manifiesto de Estados Unidos en contra de Cuba y del resto del continente, reflejado en la llamada « Declaración a los pueblos de América » de Punta del Este3.
Por su trascendencia y su naturaleza ejemplar, « Nuestra América » y la « Segunda Declaración de La Habana » son las piezas principales de un archivo4 fundador que, a nuestro juicio, prefigura las realidades actuales del continente en su marcha contra el neoliberalismo y es a ello a lo que queremos referirnos poniendo de relieve los mecanismos que construyen la idea de una América nueva e independiente, que en el presente ha contribuido a impedir la creación del ALCA5 y ha hecho posible el surgimiento de asociaciones regionales como ALBA6, UNASUR7 y la CELAC8. Las tesis promovidas por Martí y Fidel intervinieron en el cambio del centro de gravedad de la política de algunos países latinoamericanos hacia la izquierda y siguen participando en la toma de conciencia de que la única vía para mantener la soberanía del conjunto de los pueblos, es la de enfrentar juntos la supremacía política y económica de los Estados Unidos de América.
En las líneas siguientes nos referiremos a la situación contextual en que se desarrollaron ambos discursos antes de poner en evidencia algunas estrategias a las que podemos atribuir su carácter eficaz. Analizaremos luego la visión que ambos proponen de América como una entidad conceptualizada y en movimiento.
Contextos en que se originan “Nuestra América” y “La Segunda Declaración de La Habana”.
El ensayo « Nuestra América », que se integra en la modalidad del discurso escrito, se compone de once densos párrafos, publicados por primera vez en la conocida Revista Ilustrada de Nueva York, el 1 de enero de 1891. En este final de siglo, la ciudad estadounidense era, como lo señala Víctor Fuentes, una ciudad letrada en español, la cual respondía a la existencia de una considerable comunidad de habla hispana, formada por profesionales, obreros y representantes diplomáticos de los diferentes países hispanoamericanos y de España9. La Revista Ilustrada, publicada entre 1886 y (probablemente) hasta 1898, aglutinaba a los escritores más notables de dichos países en pro de la difusión de la cultura y la literatura hispanoamericana, entre los cuales se encontraban el propio José Martí, Rubén Darío, Salvador Díaz Mirón, Manuel Gutiérrez Nájera y los españoles Emilio Castelar, Juan Valera y Emilia Pardo Bazán, por sólo citar a algunos.
Es posible reconstruir la hipótesis concebida por Martí acerca del lector a quien destinaba dicho ensayo. Con el uso de un lenguaje intrincado y en el empleo de referencias indirectas a otros escritos cruciales para la comprensión de la realidad americana, “Nuestra América” se dirige a un público restringido pero bien definido, potencialmente integrado por intelectuales y letrados de muchos quilates y por los políticos del continente, capaces de reconocer el verbo empleado y de reconstruir la dimensión de un discurso que a todas luces les está destinado. El treinta de enero de 1891, y con similares propósitos, se publica nuevamente “Nuestra América” en el diario de política, literatura y comercio mexicano El Partido Liberal.
Con el breve sintagma incluyente que sirve de título, creado en vísperas de la preparación y fundación del Partido Revolucionario Cubano (1892), Martí resume el enrevesado curso de la historia de las naciones americanas, marcadas por siglos de colonialismo español. El posesivo “Nuestra”, a la vez que engloba al locutor y al lector virtual en el contenido de su discurso, permite de entrada trazar la frontera lingüística definitiva y definitoria que en lo adelante separará la cultura y los intereses de los países situados entre el Río Bravo y el Estrecho de Magallanes de cualquier forma declarada o solapada de colonialismo, metaforizado como “el tigre de afuera”. De esta manera, el referente impreciso del conjunto de naciones de la América de Martí nace como concepto, se construye por y con la Palabra, con signo propio y con contornos mejor definidos, en la medida en que se opone a la América anglosajona excluida desde el título, cuya voluntad expansionista no se limita al mero hecho de apropiarse el mismo nombre, sino que ya empieza a ser el peligro mayor para la soberanía del resto de los países del continente. Así se apartarán dos territorios de ideologías e idiosincrasias opuestas, dos Américas que no podrán imbricarse a lo James Monroe ni congregarse como lo pretendiera la Conferencia Interamericana de Washington de 1889 (precursora de la Organización de Estados Americanos), en la cual advierte ya el cubano las pretensiones del naciente imperialismo.
La « Segunda Declaración de la Habana » es igualmente un discurso previamente escrito de manera conjunta, convertido en discurso oral por el líder de la reciente Revolución cubana, cuyo liderazgo alcanzado desde la epopeya del Moncada, de la Sierra Maestra y en los primeros años del gobierno revolucionario, le permite expresarse (en primera persona del plural) en nombre de la llamada Asamblea Nacional del Pueblo de Cuba, pueblo al cual también dirige su alocución durante cuatro horas, en un juego de preguntas y amplias repuestas de alto valor informativo e histórico. Como se afirma desde el exordio, sus palabras se destinan a ese pueblo al que en su mayoría representa y que lo escucha en el espacio de la emblemática Plaza de la Revolución, por las ondas de radio o en diferido. En su condición de portador de la voz de los excluidos, dedica la Declaración a Cuba y a los pueblos de la América Latina10, ante cuyos representantes que concurren al acto somete a aprobación el texto leído, confiriéndoles de tal suerte la legitimidad jurídica de votar públicamente, escogiendo así la vía opuesta a la que impusieran sus gobiernos con la firma de la Carta de Punta del Este.
En esta misma ciudad uruguaya, el 31 de enero de 1962 y bajo la presión estadounidense, fue separada Cuba de la OEA, en un contexto de hostilidad manifiesta y de amenaza permanente contra el país caribeño. La réplica ante el hecho no se hizo esperar. El 4 de febrero de 1962 y al día siguiente de que por orden ejecutivo presidencial de Estados Unidos se iniciara formalmente el embargo total hacia la isla, el pueblo de Cuba y los representantes de los pueblos de América ratificaron la integralidad del texto de la “Segunda Declaración de La Habana”. Fue así como la conocida intervención de Fidel, a la vez que anuló democráticamente la validez de la Declaración de Punta del Este, se convirtió en un acontecimiento discursivo que participará, a lo largo de varias décadas, en la transformación del destino del continente.
Estrategias que construyen una idéntica función argumentativa.
La semejanza de « Nuestra América » con la « Segunda Declaración de La Habana » se fundamenta en el valor de ambos textos en la creación de una conciencia americana, en su carácter reunificador y pluralista y en la medida en que se asocian a una ética y a un saber histórico-social cargado de afectividad, de corte pedagógico. Otro denominador común es la definición del peligro que representa la política estadounidense para los pueblos de América, así como la visión nueva del hombre del continente como principal protagonista de los necesarios cambios que ocurrirán en él. Las estrategias discursivas presentes en los dos discursos, destinadas a asegurar su funcionamiento pragmático, son igualmente similares en el tratamiento de las distintas temáticas.
En « Nuestra América », emerge desde sus primeras líneas y como ya se ha señalado11, la inminencia de una cohesión entre las desmembradas repúblicas de América, que tenga la virtud de dejar a un lado intereses personales y veleidades locales para frenar la avanzada de un mal que no les viene de adentro, sino de un peligroso y cercano enemigo exterior común. De ahí que aparezcan en este ensayo, con permanente insistencia, variadas formas de obligación (“Lo que quede de aldea en América ha de despertar”; “debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país”, “Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele”), que al tiempo que trazan el camino a seguir y confieren a Martí el papel de sabio, buscan orientar al interlocutor (en este caso al lector), quien podrá rectificar a posteriori la idea que se hace del tema América.
Más de treinta formas de obligación se unen así a otros giros sintácticos recurrentes (oposiciones con “no…, sino…”, negaciones, infinitivos con función de imperativo) para estructurar la totalidad de un discurso que, yendo en contra de la doxa y rectificando ideas preconcebidas, impone su propia visión de la situación del continente e invita explícitamente a tomar posición ante ella.
Con un tono directo y tajante, que se traduce en el escrito por el empleo frases breves, acentuadas por el valor absoluto del verbo ser (“Conocer es resolver”; “Estrategia es política”; “Pensar es servir”) y por medio de preguntas que dan a “Nuestra América” su dimensión dialógica, el discurso martiano expone un caso en el que aparentemente sus lectores no estaban interesados y de los que implícitamente espera una respuesta. Por lo tanto, su escritura advierte, aconseja, instruye, da fórmulas para acabar con los consuetudinarios diferendos fratricidas (“el tigre de adentro”), anunciando además la urgencia de actuar (“urgente”; “urge”) ante un peligro mayor, cuyas dimensiones para el futuro de América recoge el término “gigante” que, como lo afirma Gonzalo de Quesada y Miranda, no es otro que “la política norteamericana en la cual ya él [Martí] ve perfilarse – casi medio siglo antes que muchos otros – la guerra imperialista” en tierras de América12.
El plano léxico.
El discurso martiano otorga un papel a cada cual en la construcción de la patria americana, gracias a un léxico preciso y cargado de valores. Con el uso de modalidades lingüísticas de alto contenido estético y moral ensalza al hombre natural dándole, con el simple hecho de enunciarlo, el lugar que hasta entonces le ha sido negado, invitándolo además a ser genuino defensor de su identidad. En el polo opuesto se sitúan aquéllos que no abrazan la posibilidad de una independencia cultural y política (“los sietemesinos”) y se avergüenzan de sus orígenes en suelo extranjero socavando los cimientos de sus naciones, señalados con insistencia en el discurso13. Algunos deícticos espaciales (“Madrid”, “París”, “América del Norte”) sitúan los intereses de esos “criollos exóticos” (p.482) fuera de las fronteras de la América construida por y con el discurso, acentuando así su distanciamiento a la vez espacial e ideológico de las consideraciones del autor.
El ethos orientador de Martí deja así al lector la posibilidad de crear sus propias conclusiones, de asumir una u otra posición e insiste en la imposibilidad de continuar copiando en América formas de gobierno nacidas en Europa o en los Estados Unidos, en total desajuste con la vida de los hombres del continente. Para ello, utilizando la repetición pedagógica de campos léxicos (gobernar14 y crear) propone adecuar los proyectos a las realidades locales, pero no a través de una lógica extranjera que obligue a América a corresponder con ella, como ya han hecho tantos en el pasado, sino lo inverso. Con esta figura de insistencia, el discurso señala además la urgencia de la creación de un sistema de enseñanza propio que tome en cuenta la diversidad de los factores del país, que adapte sus contenidos a la realidad del continente (“La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo […]”, p. 483) y en cuyos claustros deberán formarse los futuros dirigentes. Luego de hacer el balance de las luchas por la independencia en América, Martí formula una solución determinante que irradia, por su gran magnitud histórica, el porvenir de los países hispanoamericanos en sus múltiples esferas, tanto sociopolítica, como económica o cultural:
Gobernante, de un pueblo nuevo, quiere decir creador […]. La salvación está en crear. Crear, es la palabra de pase de esta generación”. p.485.
Y esta clave del devenir americano definida por Martí, honrada por tantos artistas e intelectuales en la expresión de la realidad del continente, no significa sin embargo que deba encerrarse en sí mismo, ignorando la marcha del mundo. Lo debe hacer (nótese el uso del imperativo “injértese”15), pero conservando un eje vertical único, que es el alma misma de sus repúblicas.
La negación y lo implícito.
Apoyándose en la premisa irrefutable de la existencia de cuerpos diversos con identidad universal y a través de la estrategia discursiva de la negación, Martí desmonta el mito de la existencia de las razas. Además de oponerse a tal concepto divisor y discriminador, tan manejado por el cientificismo positivista de su época, el autor cubano ataca a través de lo implícito16 y en la medida en que el lector sea capaz de identificarlo, al pensamiento de Domingo Faustino Sarmiento (Conflictos y armonías de las razas en América, 1833), izándose por encima de sus tradicionales fórmulas para ubicarse en un plano enunciativo superior, dando una nueva perspectiva en forma de sentencia, como el fabulista al decir la última palabra17:
No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”. p.482.
Por medio de este mecanismo, y a contrapelo, el discurso martiano deconstruye, sin que sea menester mencionar al autor, el conocido binomio de Sarmiento18, rompiendo así con estereotipos añejos que pretendían imponerse como una verdad absoluta y poniendo punto final a una visión errada en la construcción y co-construcción de la imagen de América. Como lo precisa Jean Lamore en su José Martí et l’Amérique, “alertar a los hispanoamericanos, informarlos, hacerles ver los peligros y exhortarlos a ser dignos de su historia y de su patria, fue una tarea permanente de Martí”19.
La interdiscursividad en la “Segunda Declaración de La Habana”.
El discurso del líder cubano, al referir desde el inicio de su intervención las últimas palabras de José Martí a su amigo Manuel Mercado, anuncia de entrada la dirección que tomará su intervención, propuesta en nombre de las Organizaciones Revolucionarias Integradas y del Gobierno Revolucionario. En lo adelante, sitúa la Historia de Cuba en paralelo con la de otros pueblos de América y del mundo20 y realiza un elaborado análisis que intenta dar visibilidad a fenómenos poco explicados o, para algunos, ignorados de la biografía de la Humanidad. Destaca entonces el reducido prestigio del sistema interamericano de la OEA, calificado como “mafia de gobiernos dictatoriales”, entidad discursiva a la que se opondrá el “pueblo” (vocablo repetido más de cien veces en la alocución), principal actor e interlocutor del discurso pronunciado en su nombre y aprobado por él (“el pueblo de Cuba suscribe”), en respuesta a las decisiones urdidas a espaldas del país caribeño en la Conferencia de Punta del Este.
Este pueblo de Cuba y de América, igualmente denotado con pluralidad de significantes (“masas”, “gran humanidad”, “masa anónima”,…), no sólo puede ver reflejados sus propios intereses en lo expresado, sino que puede analizar la autenticidad de los principios que sustentan la argumentación del discurso. Podríamos considerar que el mismo se dirige a un auditorio universal, por la validez de los valores expuestos para la razón de cualquier ser humano, sea cual fuere su posición política. Sin embargo, una minoría aliada de los Estados Unidos, se ve inmediatamente excluida desde el inicio de tal declaración, en la cual vislumbrará una amenaza evidente para sus propósitos.
Por la presencia de los principios martianos y a otras referencias que se insertan en la “Segunda Declaración de La Habana”, podemos descubrir la relación intrínseca entre el carácter eficaz de este discurso y el saber. Al conocimiento preciso de las realidades del continente en el devenir de la humanidad, analizadas a la luz de la Historia y de las principales ideas de filósofos de los siglos XIX y XX, se une además al prestigio previo del locutor, alcanzado durante la gesta revolucionaria, que en gran medida contribuye a su credibilidad y a la adhesión a los postulados que expone. Su cultura enciclopédica, que asegura el éxito de su empresa discursiva, refiere la evolución de las diferentes sociedades desde la época feudal hasta la fase superior del capitalismo y pasa en revista los momentos claves de la historiografía universal, como el llamado Descubrimiento de América, el consiguiente reparto del mundo por unas pocas potencias, la Revolución burguesa nacida de las ideas filosóficas de la Ilustración y el surgimiento de nuevas relaciones productivas por la existencia de nuevas relaciones de producción.
Al saber histórico del orador, se agrega además su imponente figura de guerrillero y su calidad de hombre de pueblo, que a la vez que derriba públicamente un sólido aparato hegemónico, se atribuye el derecho y deber de defender ante el mundo la soberanía de Cuba y de América. Utilizando el recurso de la ironía, censura la economía de la sociedad capitalista basada en la libre competencia, así como el papel de los monopolios y de los grandes accionistas a los que define, como “poderosos caballeros21 de la industria”, cuyo modelo social es incompatible con el necesario desarrollo socioeconómico de los países latinoamericanos. Una vez más, encontramos un eco de las ideas de Martí y su visión del monopolio como “gigante implacable a la puerta de todos los pobres”22.
La inversión de perspectivas.
La “Segunda Declaración de la Habana” invierte el valor de la noción de progreso (a la manera de Claude Lévi-Strauss23) exhibida por el capitalismo, al recordar el papel de las instituciones bancarias y al caracterizar la expansión mundial del sistema como “abismal obstáculo al progreso de la humanidad”. En el análisis de la transición de unas sociedades a otras y en el uso de términos inspirados del Socialismo Científico, resulta evidente el legado marxista-leninista para la concepción de un discurso de alto carácter filosófico e informativo, que invita a la creación de una América nueva, sobre la base de un sistema económico diferente de aquel que describe como “voraz y cavernícola sistema”, denunciado desde el comienzo de la alocución.
A la imagen positiva del pueblo de Cuba y de los pueblos de América se opone la del Capitalismo, del que refiere sus dramáticos desenlaces en Europa (Primera y Segunda Guerra Mundial), reciente escenario de las secuelas de su Mal, antes de situar en el mapa de tales realidades pasadas, donde abundan los tiempos pretéritos, la realidad presente de Cuba y de la América denotada por Martí. El discurso universaliza así, de forma lógica y consciente, el destino de la isla caribeña y de la América toda en el porvenir del mundo, en el momento de mayor desarrollo del imperialismo que se inició, como lo precisa Lenin en su obra clásica de 1917, con la intervención de Estados Unidos en la llamada guerra hispanoamericana24.
En el empleo reiterado de oposiciones dialécticas y de juicios axiológicos, obtenidos por medio de modalidades cargadas de valores positivos en el caso de Cuba y en el polo opuesto para los Estados Unidos y sus aliados, el discurso del líder cubano no sólo enumera las causas que motivaron su intervención, que expresa la indignación del pueblo de Cuba, sino que presenta un catálogo de hechos irrefutables, incitando al interlocutor a adherir a su tesis que podríamos formular así: “el imperialismo estadounidense es la causa fundamental de los males de América Latina y hay que luchar contra él”. Y es en esa estrategia argumentativa y en el uso constante de antagonismos binarios donde se concentra el mayor peso de sus acusaciones.
En Punta del Este se libró una gran batalla ideológica entre la Revolución Cubana y el
imperialismo yanki.
¿Qué representaba allí, por quién habló cada uno de ellos?
Cuba representó los pueblos;
Estados Unidos representó los monopolios.
Cuba habló por las masas explotadas de América;
Estados Unidos por los intereses oligárquicos explotadores e imperialistas.
Cuba por la soberanía;
Estados Unidos por la intervención.
Cuba por la nacionalización de las empresas extranjeras;
Estados Unidos por nuevas inversiones de capital foráneo.
Cuba por la cultura;
Estados Unidos por la ignorancia.
Cuba por la reforma agraria;
Estados Unidos por el latifundio.
Cuba por la industrialización de América;
Estados Unidos por el subdesarrollo […]”.
La denuncia.
Al atribuir a cada cual un papel el panorama histórico-social del continente, exponiendo la desigualdad de sus valores y posicionamientos, la “Segunda Declaración de La Habana” establece una diferenciación epistemológica cuyo impacto es tanto mayor cuanto que los hechos, ampliamente pormenorizados, sin ser lo que llamara Roland Barthes (1968) el “efecto de realidad” sino lo real mismo, hablan por sí solos. Cuba y los pueblos de América aparecen en condición de víctimas de un poder hegemónico, cuyo cuerpo monstruoso y grotesco (“boca insaciable”, “mano insaciable”) se construye con la descripción detallada, minuciosa y reiterada de su política exterior, caracterizada por el saqueo sistemático de los recursos naturales del continente, por el intercambio desigual, por la firma de pactos que, lejos de perseguir el bienestar de las naciones americanas no son más que tratados en contra de ellas (“pactos contra los pueblos”), por las persecuciones de indígenas, las matanzas, las condenas, la multiplicación de las muertes por falta de asistencia médica, los sistemas de enseñanza casi inexistentes, la reducción al silencio que se traduce en su propio territorio por el racismo, las batidas de negros, y que en el caso de Cuba se define por el hostigamiento permanente a la nación cubana y la organización de sabotajes, de planes de agresión, de asesinatos y la promoción del terrorismo, pruebas fehacientes de una política intervencionista de la que paradójicamente la OEA no parece tener noticia (véase la repetición de “Y la OEA no se entera”). De esta forma Cuba, representación discursiva de los valores humanistas, pasa de ser el “culpable” inverosímil de Punta del Este a convertirse en el acusador público de Estados Unidos y de su “aparato de represión”25:
Se reúnen los cancilleres y expulsan a Cuba, que no tiene pactos militares con ningún país. Así, el gobierno que organiza la subversión en todo el mundo, y forja alianzas militares en cuatro continentes, hace expulsar a Cuba, acusándola nada menos que de subversión de vinculaciones extracontinentales […] ¿Cómo podrán justificar su conducta ante los pueblos de América y del mundo? ¿Cómo podrán negar que en su concepto la política de tierra, de pan, de trabajo, de salud, de libertad, de igualdad y de cultura, de desarrollo acelerado de la economía, de dignidad nacional, de plena autodeterminación y soberanía, es incompatible con el hemisferio?”.
Más de cincuenta preguntas formuladas en estilo directo establecen un pseudodiálogo que cuestiona lo que hasta entonces parecía incuestionable, construyendo un segundo interlocutor (los políticos de los Estados Unidos) integrado al discurso para excluirlo mejor de las disposiciones de un oponente colectivo, que son los pueblos de América. Al mismo tiempo, y de manera exhaustiva, se explica la situación que atraviesa el continente, facilitándole informaciones al receptor y más tarde al lector. El pormenorizado retrato discursivo del pueblo cubano borra la imagen que otros han construido en su contra y legitima y autoriza el ataque directo a quienes no tienen respuesta ante tales alegaciones. Así, por medio de un lenguaje nítido, liberado de eufemismos y al alcance de cualquier hombre o mujer de América, se revela la verdad que los pueblos deben conocer, incitando a la reflexión y, de la misma forma, a la acción.
A la vez que denuncia y acusa frontalmente el unilateralismo estadounidense, la “Segunda Declaración de La Habana” formula, con repetidas formas de obligación (“El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”; Lo que esto significa no debe escapar a los pueblos”…) la responsabilidad de los latinoamericanos en la obtención de su real independencia. Critica a aquéllos que, como los sietemesinos martianos, fomentan el divisionismo (“vicios de crecimiento, enfermedades de la infancia del movimiento revolucionario”) y enuncia una advertencia que previene de algo que prepara el enemigo exterior para el futuro del continente, tal y como lo hiciera unas décadas antes José Martí:
Los pueblos saben que en Punta del Este, los cancilleres que expulsaron a Cuba se reunieron para renunciar a la soberanía nacional […]. Que Estados Unidos prepara a la América Latina un drama sangriento; que las oligarquías explotadoras, lo mismo que ahora renuncian al principio de la soberanía, no vacilarán en solicitar la intervención de las tropas yankis contra sus propios pueblos […]”.
Con tales revelaciones, el líder de la Revolución cubana alerta sobre el escenario en que se desenvolverán las naciones americanas en lo adelante, teatro de extrema tensión que el vecino del norte ha plantado para ellas en el continente. Y la evaluación del contexto extraverbal integrada al discurso, será la marca de su certera apreciación del recrudecimiento de una política exterior, que no vaciló en brindar su sostén a las dictaduras militares y apoyó económica y militarmente los golpes de estado de la derecha. Esta tragedia que se vislumbra aparece en el discurso como una realidad próxima e ineluctable. Sin embargo, en igual plano enunciativo se sitúa el despertar de una América despojada de la ingenuidad de siglos anteriores, que como entidad humanizada va saliendo de su letargo y su silencio.
En medio de circunstancias históricas ya anunciadas por Martí en “Nuestra América”, “La Segunda Declaración de La Habana” alerta a los pueblos, les revela lo que urge saber, no sin prevenir a sus enemigos de que esos mismos pueblos, escaldados por siglos de dominación, ya son conscientes (“Los pueblos saben”) de sus reales intenciones.
América como entidad en movimiento.
Nuestra América” y la “Segunda Declaración de La Habana” nacen de un mismo posicionamiento, fundador de la idea del inevitable ocaso de una hegemonía. Siguiendo esta línea directriz, su fuerza perlocutoria hace de la América una entidad nueva, en marcha hacia la independencia socioeconómica, cultural y política que prepara la decadencia previsible de un sistema y de un imperio. Y esta mirada ungida de optimismo, que poetiza al hombre y al espacio americanos, es la que perciben y moldean con sus palabras los hombres nacidos en el continente26.
Una ruptura en los dos textos, introducida por el conector argumentativo “pero”, produce el cambio de temática, de tonalidad y de ritmo que traducirá la idea del avance inevitable y progresivo de la América nueva, tomando el valor performativo de una promesa.
1-N.América: “Pero « estos países se salvarán », como anunció Rivadavia el argentino […]. Estos países se salvarán […]”27. p.484.
2-S. Declaración: “Pero el desarrollo de la historia, la marcha ascendente de la humanidad, no se detiene ni puede detenerse”.
Con dicha aserción (1) y con el uso reiterado del presente y del presente progresivo, Martí desarrolla la idea de la evolución imparable de los pueblos del continente hacia el cambio necesario de sus realidades sociales, atribuyéndoles a cada uno de los elementos que la componen, la responsabilidad de la acción que ya está llevándose adelante en el proceso forjador del destino de la América independiente.
Se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. « ¿Cómo somos?» Se preguntan, y unos a otros se van diciendo cómo son. […] Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. […] Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de ideas. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio.
De todos sus peligros se va salvando América […]”.
El uso reiterado de la forma en “se” permite que el objeto descrito (en este caso América) aparezca como un dato objetivo, que no emana ya del sujeto consciente que la enuncia sino de una entidad con existencia propia, una realidad objetiva, visible. Algo similar advertimos en la “Segunda Declaración de La Habana”:
Ahora esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en el continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir. Porque ahora, por los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad, o en el tráfico de las ciudades, o en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de corazones, con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos, casi 500 años burlados por unos y por otros. Ahora, sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia. […] Ya se les ve, armados de piedras, de palos, de machetes, de un lado y otro, cada día, ocupando las tierras, fincando sus garfios en la tierra que les pertenece y defendiéndola con su vida. Se les ve llevando sus cartelones, sus banderas, sus consignas, haciéndolas correr en el viento por entre las montañas o a lo largo de los llanos”.
En ambos discursos, a través de verbos de acción y de percepción, se ofrece un testimonio de los procesos que ya están ocurriendo en el presente de América, por obra de la diversidad de los hombres que la conforman, en la variedad de su extensión territorial y que le conferirán su definitiva y real independencia. Si para Martí “Es la hora del recuento y de la marcha unida”, el deíctico temporal “Ahora”, repetido en la cita anterior del discurso del líder cubano y apoyado por un enfático “sí”, marca el punto de partida trazado por una toma de decisión a la que atribuye el poder de un elemento, de una fuerza mayor, anunciadora del inicio de un largo proceso histórico de cambio:
Y esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. […] Porque esta gran humanidad ha dicho “¡Basta!” y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia por la que ya han muerto más de una vez inútilmente”.
La “marcha de gigantes”, que invierte singularmente la perspectiva del “gigante de siete leguas” de Martí, reforzada por la voz imperativa “¡Basta!”, marcan verbalmente un término a la aceptación sin condiciones de la maniobras colonialistas y neocolonialistas en América, pero también el fin de la subestimación histórica a la que han sido reducidos tanto campesinos, como obreros, intelectuales, negros o indios, futuros garantes del destino del continente y del cambio que se producirá en él. De la semilla regada por el padre Amalivaca (El Gran Semí), que Humboldt calificara de “personaje mitológico de la América bárbara”28, han retoñado estos hombres nuevos.
A la imagen primera de una América dormida, dolorosa, anquilosada, muda, espectadora por siglos de su propio sometimiento, se opondrá definitivamente la representación afectiva y objetiva de una América nueva, enérgica, en movimiento ascendente hacia una liberación próxima. Podemos entonces afirmar que la “Segunda Declaración de La Habana” es, como lo afirma Jean Lamore, “una continuidad de Nuestra América de José Martí”29, de similar dimensión descolonizadora, en la que en igual medida interviene el peso de lo emocional y de lo racional en la descripción de un referente nuevo.
A modo de conclusión.
Si “Nuestra América” es un “texto de combate”30 moldeado por las circunstancias históricas y discursivamente por las contingencias del lenguaje escrito, la “Segunda Declaración de La Habana” se presenta como un grito de independencia de la América Latina y una acusación pública del recrudecimiento de una política imperial que nada parece poder ofrecer al futuro de los pueblos. Podemos resumir su alcance, diciendo que los dos discursos responden a una doble e idéntica función social: informar sobre la necesidad de la unión como única vía para lograr la emancipación y, por otra parte, la denuncia de un sistema que resulta incompatible con las esperanzas de los hombres y mujeres de la patria americana.
La Asamblea General N° 39 de la OEA en Honduras, celebrada en junio de 2009, abrió la posibilidad de un diálogo entre Cuba y dicha organización, dejando sin efecto la resolución aprobada en 1962. Sin embargo, el presidente cubano Raúl Castro, y el líder histórico de la revolución, rechazaron tajantemente un retorno de Cuba a la OEA, a la que Fidel calificó nada menos que como “un cadáver insepulto”31.
A pesar de que los problemas que denunciaron Martí y Fidel en sus discursos llegan hasta nuestra época con mayor gravedad, otras organizaciones regionales le han nacido a América, como la justa compensación de los esfuerzos que han sido necesarios para hacer realidad la promesa formulada en “Nuestra América” y en la “Segunda Declaración de la Habana”. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, asumida por México en este 2020, es el mayor intento de integración que se haya concebido en la región luego de más de 500 años de colonialismo y neocolonialismo. Formada por 32 países miembros (tras el reciente abandono del Brasil de Jair Bolsonaro), la CELAC agrupa así a más de 600 millones de latinoamericanos en una extensión de más de 39 millones de kilómetros cuadrados. Este logro de la unidad latinoamericana, que concretiza la idea de Bolívar, el concepto de América de Martí y la Revolución latinoamericana inevitable expuesta por Fidel y la Revolución cubana, deben mucho a la abnegación y al poder de la palabra de estos grandes hombres, cuya visión sigue guiando el presente de la América, que ya no es sólo una construcción semántica sino una materialización y un ejemplo para los pueblos del mundo.
A 167 años del natalicio del apóstol de la patria cubana, el “continente descoyuntado”32 ha tomado una forma muy distinta a la que intentaran definir la Conferencia Interamericana de 1889, la Reunión de Punta el Este del 1962 o el llamado Consenso de Washington de los años 1990. Si en algunas repúblicas sigue “durmiendo el pulpo”33, otras han empezado a “recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos”34, trazando con su “nueva primavera latinoamericana contra el neoliberalismo”35 el camino hacia una definitiva liberación posible. 

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