El Imperio y el capital no cierran en domingo
Rafael Poch de Feliu, periodista catalán experto en asuntos internacionales
Sobre los dilemas e inercias de los gobernantes durante la pandemia
Ante una crisis de gran alcance histórico en la que hay millones de
vidas humanas potencialmente en juego como la que estamos entrando, el
sentido común le sugiere a la lógica imperante una pausa, un receso, una
jornada de descanso como la que el propio creador se concedió. Nada de
eso: el Imperio no cierra en domingo.
Felices eran los días en los que nos preocupaba el riesgo de que
Trump desencadenase una guerra contra Irán, la virulencia de las
artificiales tensiones con Rusia, la intensa guerra comercial y
propagandística contra China, o los incendios de California o Australia.
Se evitó el bombardeo americano de Irán, pero las sanciones de
Washington -el Secretario de Estado, Mike Pompeo, acaba de anunciar su
refuerzo- están incrementando allá los efectos de la pandemia.
Es imposible comprar medicinas y suministros esenciales cuando, según
la reputada Universidad Sharif de Tecnología de Teherán, ya se están
produciendo; una muerte cada diez minutos, 50 nuevos afectados por hora
(viernes,20 de marzo), y se barajan escenarios de 3,5 millones de
muertos. Eso sería más del triple de la mortandad causada por la guerra
con Irak de los ochenta. En la actual coyuntura -y eso vale igual para
Cuba, Venezuela, Corea del Norte, Siria y otros- las sanciones son puro
terrorismo.
Mientras en California se están abriendo las cárceles en previsión de
un contagio generalizado, en Gaza hay dos millones de palestinos -con
60 UCIs para todos y 1,2 camas por mil habitantes- encerrados y privados
por Israel de suministros fundamentales. La inercia es la de siempre.
UE: Había una vez un circo
En Europa el espectáculo es sobresaliente. El 4 de marzo Alemania
decretó una prohibición de exportación de artículos de protección médica
al resto de la UE. El ministro de sanidad alemán, Jens Spahn, respondió
dos días después a las críticas de Bruselas, diciendo que la UE debía
prohibir tal exportación al exterior de su espacio en lugar de criticar.
Ante el escándalo, Alemania introdujo el día 12 algunas excepciones en
su prohibición, entre indicios de que su principal agencia de control y
prevención de enfermedades, el Robert Koch Institut está embelleciendo a la baja las cifras de muertos y afectados en el país.
En esas circunstancias, Italia dirigió su petición de ayuda a China,
Cuba y Venezuela -países objeto de sanciones europeas- después de que
“ni un solo país de la UE” respondiera a sus peticiones, según el
embajador italiano ante la UE, Maurizio Massari. Instalada en una
“lógica nacional” hacia sus socios, Alemania, “se ha cargado las últimas
ilusiones” sobre la UE, se lee en un diario tan europeísta como La Repubblica.
Las prohibiciones exportadoras de la UE eran citadas por el
Presidente serbio Aleksandr Vucic en una carta a Xi Jingping en estos
términos: “la prohibición nos ha llegado de la misma gente que nos
aleccionaba diciendo que no debíamos comprar productos chinos”. En la
crónica europea se echan a faltar informes sobre Grecia, cuyo sistema de
salud fue particularmente devastado por la inflexibilidad europea.
El 12 de marzo Trump anunciaba su prohibición de viajar a Estados
Unidos para los ciudadanos de la zona Schengen. Bruselas denunció la
medida como una estupidez populista. Cuatro días después, el 17 de
marzo, Bruselas prohibía todos los viajes entre países no europeos y la
UE durante 30 días…
La pandemia retrata a cada uno. A Trump, por ejemplo, ofreciendo mil millones a la empresa alemana CureVacpara
hacerse con la exclusiva de un supuesto tratamiento contra el virus. En
esa foto de grupo, China es la que sale más favorecida, pese a la
masiva reeducación de los uigures, a la falta total de complejos a la
hora de instalar su sistema de vigilancia ciudadana por puntos y al
resto de la lista que la realidad -y también la propaganda- acumula
contra ella. Como lamenta un comentarista del Wall Street Journal: “hay indicios de que China espera usar la crisis para fortalecer su posición global”.
Otro observador de mayor calidad, Patrick Cockburn, resume así la
situación: “Al fracasar en una respuesta coherente ante la amenaza y
acusar a los extranjeros por su difusión, Trump ha arrinconado a Estados
Unidos y socavado el papel hegemónico que ha desempeñado desde la
Segunda Guerra Mundial. Incluso si Biden es el próximo presidente, en el
mundo post pandemia Estados Unidos habrá perdido su indiscutible
primacía”.
Dilemas y estrategias de los gobiernos
Con su estricta política de contención en el foco inicial e intenso
intercambio de información con el resto del mundo, China ayudó a
Occidente a prepararse. Brindó tiempo. El hecho de que esa política
exitosa fuera también practicada en lugares como Taiwán o Corea del Sur,
invalida el tontorrón argumento de la “ventaja de la dictadura”.
La diferencia que habrá que explorar apunta más bien a mentalidades
colectivas, prácticas de buen gobierno y prioridades gubernamentales. No
se trata de China, sino de lo que podríamos llamar “estrategia de Asia
Oriental”.
Sea como fuere, Occidente ha perdido un tiempo precioso al vacilar a
la hora de aplicar una política que al final no ha sido de estricto
confinamiento a la china, ni de control generalizado a base de test,
sino de relativa restricción de movimientos. Ahora ya, uno tras
otro, los gobiernos europeos, en Italia, España, Francia, Austria… , se
pronuncian por la ampliación temporal de sus medidas restrictivas que
los científicos califican de insuficientes y claman desesperadamente
como causa de futuros males mayores.
La vacilación de los gobiernos occidentales también tiene que ver con
el enorme dilema que esta crisis plantea: para contener la pandemia hay
que matar la economía. Si se trata de dos o cuatro semanas de quietud,
como pensaban inicialmente en la UE, el asunto era serio, pero si se
trata de seis semanas, o de algunos meses, entonces a lo que se
enfrentan los gobiernos es a un colapso económico con hundimiento del
sector servicios, depreciación bursátil, contracción del consumo y las
exportaciones, y, finalmente, millones de despidos laborales.
Tal es el dilema al que se enfrentan hoy los que mandan en Occidente: o se opta por una larga hibernación, con lo que la pandemia se contendrá pero la “economía” se hundirá, o se opta por la actual restricción soft con
la economía en apuros y una gran mortandad. Al día de hoy seguramente
nadie sabe cual de las dos opciones es más dañina, pero lo que está
claro es que lo primero no es computable para quienes representan
políticamente los intereses de los más ricos, porque el Capital tampoco
cierra los domingos.
Mientras en Francia, Italia y España, los gobernantes, aprueban
dineros y subsidios especiales, discursos y actitudes como las de Boris
Johnson, Angela Merkel, Donald Trump, Jair Bolsonaro y otros,
evidencian, la opción por el “abierto las 24 horas”: cualquier cosa
menos el colapso económico. Johnson, y al parecer también los holandeses
y suecos, ha dibujado un cierto “laissez faire” a la pandemia. Merkel ha añadido un cierto fatalismo.
Todo ello cosido por la sugerencia del darwinismo social: que
sobrevivan los más fuertes, confiémonos en la “inmunidad colectiva”,
etc. En su discurso del miércoles, la canciller alemana no propuso nada,
ninguna medida. Cero. “Estoy completamente segura de que superaremos
esta crisis, pero ¿cuantas víctimas habrá? ¿cuantos seres queridos
perderemos?” dijo, antes de apelar a la “disciplina de cada cual”. Y ahí
lo dejó.
Opciones como suprimir los planes de rearme de la OTAN (400.000
millones para los 29 estados miembros en los próximos cuatro años), o
subir un 20% los sueldos de los más expuestos, profesionales de la
sanidad, repartidores, dependientes de comercio, conductores, son
medidas de sentido común que deberían estar en los discursos de todos.
La crisis económica y social que se dibuja abrirá ciertamente algunas oportunidades, hemos dicho, desde
nuestra ligera ignorancia, que la pandemia contiene ciertas
oportunidades de cambio, , pero lo que va a abrir a corto plazo, y con
toda certeza, es un sufrimiento humano enorme, y muy especialmente entre
los más débiles, pobres y vulnerables.
De la misma forma en que no es lo mismo el confinamiento en un
piso-colmena del extrarradio que en una amplia villa con jardín, tampoco
es lo mismo vivir con la mitad para los que tienen mucho, o suficiente,
que para quienes no llegan a fin de mes o están en precario. Somos una
sociedad dividida en clases.
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