Nosotrxs, que no éramos nada y nos hemos convertido en todo, construiremos un mundo nuevo y mejor
Para Ernesto Cardenal (1925-2020), que se ha ido a entregar panfletos clandestinos en el cielo.
Estimados amigos y amigas,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
Cordialmente, Vijay
El 8 de marzo de 1917 (23 de febrero según el antiguo
calendario juliano), cien mujeres en las fábricas textiles de Petrogrado
decidieron irse a huelga; fueron a las otras fábricas y llamaron a sus
compañerxs trabajadorxs a que salieran a la calle. Muy pronto, alrededor de
200.000 trabajadorxs, lideradxs por las mujeres, marcharon por las calles.
“Abajo la guerra”, gritaron, y “sin pan no hay trabajo”. Esta huelga puso en marcha
una serie de protestas que finalmente quebraron el estado zarista e inauguraron
la Revolución rusa.
Siete años antes del comienzo de la Revolución rusa, la marxista
alemana Clara Zetkin propuso a la 2ª Conferencia Internacional de
Mujeres Socialistas en Copenhague (Dinamarca) que se conmemorara un Día
Internacional de la Mujer todos los años. Escogieron el 8 de marzo para
conmemorar la “Revolución de marzo” de 1848 en Europa, cuando las
monarquías fueron forzadas a aceptar nominalmente el sufragio universal.
A partir de 1911, fueron las mujeres socialistas quienes realizaron
encuentros y manifestaciones el 8 de marzo como parte de su campaña,
primero por el sufragio y luego —después de 1914— para terminar con la
guerra. Enfrentaron una represión terrible, quizás aún más fuerte en el
Imperio zarista. Pero eso no las detuvo.
Cuando todo el consejo editorial de Rabotnitsa (‘La mujer
trabajadora’) fue arrestado antes de la protesta del 8 de marzo de 1914,
Anna Elizarova —hermana de Lenin— reunió rápidamente a algunxs
compañerxs, produjeron el periódico y luego se encargaron de distribuir
doce mil copias ese día. Para esas mujeres socialistas, el Día
Internacional de la Mujer fue una demostración poderosa contra la
brutalidad de la guerra y la indignidad del patriarcado. En medio de los
acontecimientos de 1917, Ekaterina Pavlovna Tarasova, una dirigente
bolchevique, recuerda que una trabajadora le dijo: “Nosotrxs, que no
éramos nada y nos hemos convertido en todo, construiremos un mundo nuevo
y mejor”.
En 1920, la líder bolchevique Alexandra Kollontai escribió
que las mujeres en la República Soviética tenían derechos, incluyendo el
derecho al voto, pero que “la vida misma no ha cambiado en absoluto. Apenas
estamos en el proceso de luchar por el comunismo y estamos rodeadxs del mundo
que hemos heredado del pasado oscuro y represivo”. Lo que estaba por delante
era la lucha. El año siguiente, el 2º Congreso Internacional de Mujeres
Comunistas estableció el 8 de marzo como la fecha para el Día Internacional de
la Mujer. Finalmente fue adoptado —gracias al trabajo de la Federación
Democrática Internacional de Mujeres— por las Naciones Unidas en 1977.
Los orígenes de aquel día se encuentran en personas como
Nina Agadzhanova, la bolchevique miembro del consejo editorial de Rabotnitsa,
quien más tarde escribió la maravillosa película El acorazado Potemkin. Ella
saltó frente a un tranvía el 8 de marzo de 1917, le quitó las llaves al
conductor y declaró que la ciudad de Petrogrado estaba en huelga.
Para desarrollar la trama del pensamiento feminista socialista,
nuestro equipo del Instituto Tricontinental de Investigación Social
publicará una serie de estudios sobre la historia de las mujeres en
nuestras luchas. El estudio inicial, publicado esta semana para
conmemorar el 8 de marzo, establece las bases de esta serie de textos.
Ofrece un análisis de las condiciones que enfrentan las mujeres en
nuestros tiempos y de las luchas que lideran contra los regímenes de
austeridad y la guerra.
Hay análisis detallados de Latinoamérica, India y Sudáfrica, no solo
sobre la peligrosa situación social, sino también sobre las formas
organizativas de lucha que se han desarrollado en respuesta a estas
condiciones adversas.
Como dice nuestro equipo: “nos interesa particularmente señalar los
procesos de resistencia de carácter popular, feminista y progresista de
los países de los tres continentes del sur global, para identificar las
características de las luchas libradas en nuestro tiempo, inspiradas en
el legado combativo dejado por las mujeres a lo largo del siglo XX”.
Lean este texto atentamente y compártanlo en sus movimientos y redes.
Durante los próximos meses irán saliendo los siguientes números de esta
serie.
Hace cuatro años, el 2 de marzo de 2016, sicarios a sueldo asesinaron
a Berta Cáceres, quien era una de las líderes del Consejo Cívico de
Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH). Cáceres y el
COPINH lucharon contra la construcción de una represa en el río
Gualcarque en la zona occidental de Honduras. La empresa que estaba
construyendo la represa —Desarrollos Energéticos Sociedad Anónima
(DESA)— la atacó usando todo lo poder del Estado hondureño.
La policía y los militares del país hicieron guardia en el sitio, y
fueron ex miembros de las fuerzas armadas de Honduras quienes asesinaron
a Cáceres. La evidencia en el juicio contra estos tres hombres mostró
la profunda complicidad del Estado de Honduras en su conjunto,
incluyendo al actual gobierno dirigido por Juan Orlando Hernández. El
2009, el gobierno estadounidense —junto con la oligarquía hondureña—
derrocó al gobierno de izquierda de Manuel Zelaya; en su lugar pusieron a
los instrumentos preferidos de la oligarquía y EE.UU.: el
ultraderechista Partido Nacional, al que pertenecen personas como
Hernández. Berta Cáceres no fue solo asesinada por esos sicarios, sino
por los efectos de un golpe de Estado que estableció un gobierno de
impunidad.
Hace poco conversé con la hija de Berta Cáceres, Bertha Zúñiga
Cáceres, quien me dijo que los últimos cuatro años han sido difíciles
para ella personalmente y para el COPINH, que ahora coordina. Los
sicarios fueron condenados a prisión, pero los autores del asesinato
—los dueños de DESA y otras personas en el aparato estatal— no han sido
investigados ni acusados.
Pero no es ahí donde ella está poniendo su atención. Con el peso de
la tradición feminista socialista sobre sus hombros, Zúñiga Cáceres está
enfocada en la alfombra de bienvenida que el gobierno de ultraderecha
ha desplegado para las empresas transnacionales que extraen recursos y
vulneran los derechos del pueblo hondureño. Tiene que haber “una
refundación de Honduras”, me dijo.
El asesinato de Berta Cáceres vino dos años después de que matones
irrumpieran en el hogar de Thuli Ndlovu, líder de Abahlali baseMjondolo
de Sudáfrica. Los líderes políticos locales en KwaNdengezi tenían
intereses en el desarrollo de proyectos de vivienda; Ndlovu y Abahlali
tuvieron la audacia de crear una organización política de trabajadoras
para confrontar su poder económico y político.
Por esta razón Ndlovu fue asesinada. El día siguiente, Abahlali
publicó una declaración potente sobre el asesinato. “Nuestro movimiento
está en shock, pero no sorprendido”, escribieron. “Hemos aceptado que
algunxs de nosotrxs morirán en esta lucha… Estamos enfrentando una
guerra. La lucha por la tierra y la dignidad continúa”.
Hay tantos otros nombres que agregar a la lista que incluye
a Cáceres y Ndlovu.
El presidente de Honduras, Hernádez, comenzó su segundo mandato en
2018 tras acusaciones de fraude electoral que provocaron protestas
masivas en todo el país; Hernández respondió con gas lacrimógeno y
disparos. Nadie en la oficina de la Organización de Estados Americanos
(OEA) levantó una ceja. Hernández, a pesar de todas las investigaciones
en su contra sobre narcotráfico, es favorecido por el gobierno de
Estados Unidos.
Todo este asunto del fraude electoral es ahora profundamente
político, con organizaciones como la OEA transformadas en armas para
debilitar a los gobiernos de izquierda. Un nuevo estudio de dos
académicos del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por su
sigla en inglés) demuestra que no hubo fraude en las elecciones
bolivianas de 2019.
El informe “preliminar” de la OEA sobre las elecciones acusaba
fraude, lo que fue utilizado tanto por el gobierno estadounidense como
por la oligarquía boliviana para derrocar al gobierno del Evo Morales
Ayma. Morales está exiliado en Argentina, la extrema derecha controla
Bolivia y Washington ha enviado sus equipos de USAID para “monitorear”
las elecciones.
Las condiciones para las elecciones del 3 de mayo son terribles, con
mucha violencia contra el partido de Morales, el Movimiento Hacia el
Socialismo (MAS), estructurada en el comportamiento del aparato estatal.
Un funcionario financiado por el gobierno de EE.UU., Salvador Romero,
ahora está a cargo de las elecciones en Bolivia.
El 23 de febrero de 2020, grupos de ultraderecha, incitados por
funcionarios electos del Partido Bharatiya Janata (BJP), se lanzaron en
contra de lxs residentes musulmanxs del noreste de Delhi. Hasta ahora,
casi cincuenta personas han sido asesinadas y miles han sido heridas y
desplazadas. Los hombres marcharon por las calles gritando consignas
violentas con el objetivo de intimidar a lxs musulmanxs golpeándolxs,
matándolxs y quemando sus casas. La policía de Delhi, controlada por el
primer ministro Narendra Modi, se mantuvo al margen, cómplice de esta
terrible violencia provocada por la discriminadora ley de ciudadanía del
BJP.
Mientras tanto, en Kerala, donde el Frente Democrático de Izquierda
está en el poder, el gobierno —a través de la misión LIFE— acaba de
inaugurar 200.000 casas para las personas en situación de calle. El jefe
de gobierno de Kerala y líder comunista, Pinarayi Vijayan, dijo que su
gobierno entregó las casas a la gente sin preguntar su casta, religión o
ciudadanía. Solo preguntaron, dijo, “si tenían una casa propia”.
Un lado de la historia quema casas, otro las construye.
Entre el 5 y el 9 de marzo, tres mil militantes asistirán al Primer
Encuentro Nacional de Mujeres Sin Tierra del Movimiento de los
Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) en Brasília. Se reunirán ahí para
reafirmar que son mujeres en lucha y que están “sembrando la
resistencia”. El último día de su encuentro, las mujeres en México se
irán a huelga. Su hashtag es #UnDíaSinNosotras.
Hay una línea clara entre la bolchevique Nina Agadzhanova y
las mujeres mexicanas que detendrán sus propios tranvías y marcharán por sus
calles.
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