Tener el Gobierno pero no el poder por Esther Palomera.
30-5-2020.
El Ejecutivo asume que se enfrenta a la resistencia de
sectores conservadores del Estado y que las cúpulas del poder judicial, las
fuerzas de seguridad y la patronal se han sumado "a la campaña de acoso y
derribo de las derechas"
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias guardan un minuto de
silencio por las víctimas de la COVID-19 en el Congreso.
Esto va de poder y no de gobierno.
De resistencia y no de cambio. De miedo a perder el poder. De mantener el
control. De ámbitos no demasiado evidentes del Estado. De sectores con una
enorme capacidad para hacer valer sus intereses gobierne quien gobierne. Y de
los riesgos de que todo impulso transformador acabe en un ejercicio de
melancolía.
Está pasando. Un Gobierno de
izquierdas que gobierna con sesgos heredados y que cuando intenta cambiar
algunas realidades se enfrenta al ruido. Mucho ruido. En las Fuerzas y Cuerpos
de Seguridad del Estado, en la Justicia, en los medios de comunicación, en las
organizaciones empresariales... Y entonces se producen los movimientos entre
aquellos sectores consolidados y mayoritariamente conservadores que se sienten
amenazados. Pasó cuando el 15M saltó de las plazas al Parlamento e irrumpió en
la escena política. El entonces presidente del Banco Sabadell, Josep Oliu,
propuso crear "una especie de Podemos de derechas" orientado a la
iniciativa privada y al desarrollo económico. "Empieza a ser el momento de
decir 'basta ya' de regulación", sentenció. Y así fue como se construyó el
fallido proyecto de Ciudadanos y se aupó a Albert Rivera, jubilado de la
primera línea política a los 40 años.
Hoy, con Unidas Podemos en el
Gobierno, la amenaza es incluso mayor para la derecha que conserva el poder en
algunos ámbitos del Estado. Y es en ese contexto en el que tanto Podemos como
los socialistas se consideran "víctimas de una campaña de acoso y derribo
desde distintos frentes (económico, judicial, policial y mediático)".
Todo, pese a que un Gobierno
progresista y de izquierdas como el que preside Sánchez gobierna aún hoy con un
marco laboral que aprobó la derecha, con una mayoría conservadora en el Poder
Judicial, caducado y sin renovar, que viene de la época de Mariano Rajoy, y con
unos presupuestos heredados del PP cuando todavía estaba al frente de Hacienda
Cristóbal Montoro. Aún así a cada intento por cambiar los marcos establecidos
"nos encontramos con una implacable resistencia al cambio", lamentan
fuentes socialistas. Ese es el fondo oculto. Lo que se escucha, sin embargo, es
el atronador ruido construido artificialmente en torno a un gobierno
"populista y bolivariano" que persigue a los empresarios, penaliza a
las rentas altas, quiere acabar con la separación de poderes y hasta con la
propiedad privada.
En la crisis de 2008 fueron los
"mercados" y su maléfica influencia los que marcaron la senda de
todas las decisiones hasta tomar la delantera a los gobiernos. Incluso el
hombre más poderoso del planeta entonces Barack Obama, llegó a decir en una
reunión del G-20 sobre ellos: "Éste es el mundo que hemos construido y que
hay que cambiar, pero hoy por hoy nuestro margen de maniobra es reducido".
Bajo esa tesis el ex presidente
del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero desarrolló 'El
dilema', un libro en el que tras su salida de La Moncloa explicó, justificó
y relató su vivencia de la debacle económica que se llevó por delante a su
Gobierno e inauguró toda una era de recortes que dejó el Estado del Bienestar
en una desarbolada tesitura, y al partido que había gobernado España más de dos
décadas en sus peores resultados.
Hoy el origen de la crisis no está
en los bancos ni en las hipotecas basura ni en un endeudamiento privado
desorbitado, sino en un virus. Y quienes mueven los hilos para salvaguardar los
intereses de unos pocos y mantener el statu quo no son los mercados, sino
"las cúpulas policiales, un sector de la judicatura y los directivos de
algunas empresas", añaden desde la formación morada.
Lo que ha pasado esta semana en la
cúpula de la Guardia Civil es sólo un ejemplo. Más allá de la torpeza o la
inoportunidad de las decisiones del ministro del Interior al abrir un cisma en
plena crisis sanitaria al destituir a buena parte de la cúpula de la
benemérita, desde La Moncloa creen que lo vivido es un pulso de algunos mandos,
vinculados a la derecha y la ultraderecha, que "han decidido sumarse, como
otros sectores como la justicia, el empresariado o la Policía, a la campaña de
acoso y derribo" contra el Ejecutivo. Tres ámbitos dominados claramente
por la derecha política y económica y en los que supuestamente habría prendido
el discurso más reaccionario de los de Santiago Abascal asumido ya como propio
también por algunos dirigentes del PP.
La reunión de Pablo Casado con las
principales asociaciones del cuerpo tras la crisis abierta por el cese del
coronel Diego Pérez de los Cobos –de cuya comandancia salió el informe a la
juez que investiga la celebración del 8M– se ha leído en Moncloa como un suma y
sigue a lo que entendieron en días pasados como un llamamiento de Teodoro
García Egea a la insumisión del cuerpo. El número
dos del PP había comparado la dimisión del director adjunto
operativo de la Guardia Civil con la actuación del Duque de Ahumada (el
fundador del cuerpo) cuando se negó a cumplir una "orden injusta" del
general Narváez. "Más de un siglo después, el señor Laurentino Ceña ha
hecho lo mismo con su Gobierno: ha preferido irse que tomar una orden
injusta", afirmó tras avisar al gabinete de Pedro Sánchez de que, si Luis
Roldán no logró "acabar con la Guardia Civil", tampoco lo hará su
Gobierno.
El cisma en la cúpula de la
Guardia Civil no es solo el resultado de una investigación, sino un glosario de
conclusiones políticas que sentencian que la manifestación del 8M nunca debió
permitirse. Y hay que contextualizarlo en la investigación abierta por la jueza
Carmen Rodríguez Medel, que instruye una causa por la que el delegado del
Gobierno en la Comunidad de Madrid, José
Manuel Franco, ha sido imputado por prevaricación al haber autorizado la
manifestación del 8-M, con un un informe en el que la Abogacía del Estado ve un
"claro sesgo acusatorio". El
documento, construido como adelantó eldiario.es, a base de errores, bulos y
mentiras, concluye que el Gobierno "conocía desde el mes de enero la
gravedad real de epidemia del coronavirus" y ampara la atribución de
delitos al Ejecutivo de Sánchez.
Esto, junto a la pasividad de
algunos mandos policiales ante las manifestaciones contra el Gobierno en el
barrio de Salamanca y los
escraches ante las viviendas de algunos ministros, además la agresividad
que desprenden algunos foros internos del cuerpo lleva a algunos dirigentes del
PSOE a concluir que hay "una mimetización" de las Fuerzas de Seguridad
del Estado con el discurso más extremista de Vox.
La imbricación de buena parte del
sistema judicial con la derecha española tampoco escapa del análisis del
Gobierno, que recuerda que el PP mantiene artificialmente la mayoría absoluta
que perdió en las urnas en el Poder Judicial y que, desde tiempos de Federico
Trillo, ha utilizado siempre para judicializar buena parte de la política.
Cuando ha sido oposición, para impulsar causas contra el Gobierno, y cuando ha
sido Gobierno, para entorpecer investigaciones que afectaban a sus
siglas.
El Consejo General del Poder
Judicial es un órgano que decide todos los cargos más relevantes en la
justicia. Nombra a todos los jueces del Supremo, a los de los Tribunales
Superiores de Justicia, a los presidentes de las audiencias provinciales y al
presidente de la Audiencia Nacional y todas sus salas. Los ascensos de la
carrera están entre sus atribuciones y es un poder donde el PP mantiene aún hoy
la mayoría absoluta que perdió en las elecciones, lo que no es baladí en un
momento en el que la derecha ha decidido judicializar buena parte de la gestión
del Gobierno sobre la crisis del COVID-19.
Y en el mismo contexto se
enmarca la
reacción de las organizaciones empresariales a la derogación de la reforma
laboral que aprobó el PP. Más allá de las formas en que el PSOE negoció el
acuerdo con Bildu, lo que subyace tras la reacción de los empresarios, a juicio
de un ministro, es el temor a que cambie un marco laboral "que antepuso
sus intereses a los de los trabajadores cuyos derechos fueron seriamente
lesionados" con la reforma impuesta por la popular Fátima Báñez en la
crisis del 2008. E ídem con la propuesta de Iglesias de crear un
impuesto a las rentas altas o la aprobación del Ingreso
Mínimo Vital, una vieja reivindicación de la izquierda que iba en el
programa del Gobierno de coalición y cuyos plazos ha decidido acelerar el
Ejecutivo ante las consecuencias sociales que ya se derivan de la pandemia y en
medio de la mofa, cuando no el ataque directo, de la derecha más radical.
Con estos
mimbres, un veterano socialista, que no pone paños calientes ni a la bisoñez
del Gabinete Sánchez ni a los errores cometidos durante la pandemia, concluye
que la derecha siempre creyó tener el monopolio del poder y que cuando lo ve
amenazado "incita al odio social y desata las pasiones más innobles"
hasta crear en el ambiente político, pero también en el social, "un clima
de crispación que fomenta el odio y la aversión". Y de todo ello la
consecuencia es el deterioro de las instituciones, pero también de la
convivencia. La causa: la diferencia entre tener el gobierno y el poder y una
derecha que se subleva ante cualquier cambio que suponga alterar el statu quo
en los estamentos menos visibles del Estado. Así está el terreno de juego.
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