Una victoria de la Revolución Cubana que no cabe en ningún silencio. Por Fabián Escalante Fontpor La pupila insomne |
Cualquier
análisis que se realice de las relaciones Estados Unidos-Cuba en los
años 70 del siglo XX, debe tener en cuenta importantes acontecimientos
ocurridos tanto en Cuba como en los Estados Unidos y en el Mundo: el
derrocamiento del presidente Allende en Chile, por un golpe gestado por
la CIA, el escándalo de Watergate y la renuncia del presidente Nixon,
las revelaciones de la comisión Church que develó al Mundo los planes de
la CIA, para intentar asesinar a líderes políticos extranjeros,
especialmente a Fidel Castro; la derrota de Estados Unidos en Vietnam,
etc.; mientras que en Cuba se realizaba el Primer congreso de Partido,
se estrenaba una Asamblea Legislativa de nuevo tipo en el Mundo, se
fortalecían política y económicamente las relaciones con la URSS;
comenzaba la guerra de liberación en Angola, con el decidido apoyo
cubano, triunfaba la Revolución Popular Sandinista, por solo citar
algunos.
Una década victoriosa.
Fue
aquel escenario, en el cual Cuba decidió modificar las relaciones con
su comunidad en Estados Unidos, para entre otros objetivos, neutralizar a
los grupos terroristas y normalizar las relaciones con los emigrados
que no habían tenido un pasado agresivo.
A
finales de 1978 líderes de aquella comunidad fueron convocados a la
Habana para sostener conversaciones y analizar demandas mutuas, en las
que se llegaron a importantes acuerdos, entre otros, el incumplido
compromiso del gobierno de Estados Unidos, de conceder asilo inmediato a
sus liberados agentes y representantes, condenados en Cuba por
actividades terroristas. La Sección de Intereses de aquel país debía
conceder visas también a los familiares de los beneficiados por el
indulto realizado.
Cuba
cumplió su palabra: liberar a los reclusos, y posibilitar los viajes
familiares; mientras que el Imperio comenzó a larvar un siniestro
proyecto subversivo, no solo para desvirtuar el convenio, sino también
para desestabilizar la sociedad cubana. Miles de horas radiales,
distorsionando los acuerdos, denigrando la Revolución e incitando a la
contrarrevolución interna a realizar acciones violentas, iniciaron la
preparación artillera.
Cuba
seguía viviendo bajo un férreo bloqueo multilateral que impedía y
saboteaba nuestro comercio y desarrollo productivo, y las acciones
agresivas se habían incrementado, a niveles insospechados destacándose
entre ellas la campaña de guerra biológica desatada. Recuerdo cómo en
aquella década la CIA diseminó en la Isla 13 plagas en nuestra
agricultura y ganadería, que solo por señalar una: la peste porcina
africana, obligó a sacrificar en dos ocasiones a toda la masa porcina
del país.
En
1979 viajaron a la Isla unos 100,000 cubanos residentes en el
extranjero, mayormente de Estados Unidos. El impacto de aquel encuentro
en la sociedad cubana tuvo importantes consecuencias, como resultado de
las escaseces en unos y las abundancias que otros pregonaban y exhibían.
No podía compararse una sociedad bloqueada y asfixiada con las
“bondades” que no pocos de los visitantes pregonaban.
Mientras,
la CIA por medio de agentes y colaboradores utilizaba aquel canal de la
emigración para con una hábil campaña diversionista intentar denigrar
la Revolución y particularmente sus principales realizaciones. Los
comunitarios venían del “Mundo desarrollado”, del “american dream” y
aunque algunas de las joyas que exhibían eran alquiladas y los autos y
residencias que decían propias, no eran tales, lograron deslumbrar a un
sector de la población golpeado por las penurias y dificultades.
Alentados
por las campañas subversivas, que incitaban a acciones violentas para
acumular méritos y ser recibidos como “héroes” se precipitaron los
hechos de la embajada del Perú y la Sección de Intereses de Estados
Unidos, donde en una se asiló un grupo contrarrevolucionario, provocando
la muerte de un policía que cuidaba la entidad y en la otra, cientos de
presos liberados se amotinaron para reclamar las visas prometidas, a lo
cual se sumaba los continuos intentos de penetración por la fuerza en
otras representaciones diplomáticas, entre ellas la Santa Sede, donde
por cierto, fue asesinado el mayordomo.
La
incitación permanente a abandonar el país por un lado, mientras que por
otro, no se materializaba la acogida prometida en Estados Unidos,
provocó el asalto de miles de personas a la Embajada de Perú. El
gobierno cubano brindó durante semanas, desayuno, almuerzo, comida y
servicios médicos, a los “asilados”, ante la inacción de las autoridades
de aquel país.
Esos
fueron los antecedentes del Mariel. Ignorarlos es de alguna manera
manipular nuestra historia. No soy un experto en las relaciones
Cuba-Estados Unidos, como muy bien conocen mis compañeros, pero tengo
buena memoria y además, conservo la brújula política aprendida de Fidel.
Silenciar
esto, como si las relaciones actuales y futuras de Cuba con Estados
Unidos y su emigración allí, estuvieran al margen de la lucha de clases y
de la agresividad imperialista, es un grave error, más en el contexto
de una escalada de la agresión norteamericana, que no ha cesado en su
intención histórica de exterminar la Nación cubana.
Tenemos
la obligación de analizar en su profundidad algunos de los variados
sucesos políticos de finales del siglo XX en las relaciones entre
nuestros países e impedir la manipulación de una correcta estrategia
utilizada entonces, con otros fines políticos.
Aspiramos
a la mejor comunicación con nuestra emigración en Estados Unidos y a
una relación civilizada con ese país, pero abrir incondicionalmente las
puertas, –políticas, jurídicas, científicas, culturales o de otro tipo-
en la creencia de que ello sólo reportaría “beneficios mutuos” no sería
justo ni adecuado en las actuales circunstancias, cuando el
enfrentamiento con el Imperio ha llegado a su cenit, o al menos así
parece y todas las puertas se han cerrado allí para nosotros.
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