Y quizás amanezca, pero deberá ser en otro mundo. Por Sara Rosenbergpor La pupila insomne |
En
la tragedia griega el hombre (el héroe) se enfrenta con su destino
previamente fijado y lo desvía. Lo eclosiona. Podría quedarse quieto y
vivir o sobrevivir sin desafiar lo que le ha sido otorgado. Sin embargo,
por deseo, por voluntad de justicia, por necesidad, porque es lo que
siente que debe hacer, por amor o por odio, por principios, se enfrenta a
su destino.
Quizás
simplemente sea porque estar vivo implica en algún momento de la vida
desafiar al destino. Enfrentarse con lo dado para crear algo nuevo. Todo
lo demás es conformismo, obediencia, muerte de la vida. Esclavitud.
Y
la historia nos demuestra que los grandes saltos son también modos de
detenerse para saltar después al abismo. Todo por crear, nada por
guardar. Todo por ganar y nada por perder salvo las cadenas, diría
repitiendo nuestra vieja consigna.
Este
virus extraño y tan desconocido como previsible podría entenderse como
una metáfora –o un avatar- cruel de la quietud, de la pérdida de la
capacidad de enfrentarnos con nuestro destino otorgado y aceptado como
el único posible. Es el virus de la quietud, es la pasividad lo que nos
aterra, la imposibilidad de mantener los vínculos sociales de donde nace
toda fuerza y todo pensamiento humano.
Sin
embargo recién ahora empieza a romperse por todos los costados y la
humanidad entera vuelve a moverse y a pronunciarse a partir de un hecho
detonante, pero que ha sido la norma en el mundo de la explotación del
hombre por el hombre porque la esclavitud de los pueblos americanos y la
caza de esclavos en África para conquistar capital y territorios funda
un modo de producción y de vida hasta nuestros días. El modo de
producción capitalista.
El
asesinato de un hombre negro a manos de la policía en Estados Unidos,
un hecho que se ha repetido miles de veces con total impunidad, en esta
coyuntura es la gota que colma el vaso. Un balcón al abismo. Y al mismo
tiempo un puente en construcción entre la historia y el futuro. Es
notable y celebro que las estatuas de colonizadores, esclavistas y
asesinos sean derribadas, pintadas y señaladas. Han permanecido
demasiado tiempo insultando la memoria de millones de víctimas, -como en
el caso de Leopoldo el Belga-genocida del Congo- entre otros tantos
piratas, esclavistas y colonizadores.
Como
dice Benjamin, “La tradición de los oprimidos nos enseña entretanto que
el “estado de emergencia” en que vivimos es la regla. Debemos llegar a
un concepto de historia que resulte coherente con ello. …” (1)
En
Madrid, que es una zona de alto riesgo estuvimos casi cien días
encerrados y aterrados por no saber qué estaba pasando y qué pasa. Algo
se movió en los talones. Algo nos hizo desconfiar de todos los que
decían saber y algo nos hizo buscar razones o causas o explicaciones un
poco menos paranoicas.
Algo
empezó a humanizarnos, tal vez, porque aunque fuera en medio de una
tragedia que como toda tragedia es incontrolable, nos hizo estar juntos y
compartir destino; aunque está claro que no todo destino es el mismo:
no es lo mismo estar en la cola del hambre que estar en un chalet y en
la seguridad médica privada. No es lo mismo, pero al mismo tiempo el
calibre del desconocimiento nos igualó por algunos instantes. Y los que
sólo tenemos seguridad publica -salud pública, educación pública,
vivienda y trabajos precarios- comprendimos rápidamente que el estado y
lo público habían sido golpeados de muerte y que las privatizaciones que
pagamos con nuestro trabajo nos condenaban a tener una salud pública
incapaz de hacer frente a la catástrofe. (1)
Aquí
en España, en Italia, en Estados Unidos, en Francia, Bélgica, Suecia,
etc etc… la salud y todo los llamados “derechos humanos y sociales”
fueron privatizados mientras nos dedicábamos a endeudarnos y a
divertirnos y a pensar que existía eso que llamaron el estado del
bienestar y que el capitalismo “bueno” era posible.
Trabajar
fue la ley y cobrar poco y aceptar siempre porque no hay otro curro,
fue la consigna. La súper-explotación se cebó con todos y las ganancias
de las grandes corporaciones se triplicaron. (Ver estadísticas, hay
muchas y no es lo mío)
Es
curioso, la vida es curiosa y trágica siempre. Por primera vez después
del confinamiento y hace solo dos semanas fuimos a la Puerta del Sol a
protestar, con mascarilla y sólo cincuenta personas guardando distancia
de seguridad de metro y medio. Siempre obedientes, siempre correctos.
Pedimos con carteles y con palabras que hubiera un fondo de emergencia y
que no se recortaran más derechos ni sociales ni laborales. Lo mínimo.
Antes
de este gesto en Puerta del sol, los fascistas habían salido a la calle
a golpear cacerolas gritando “libertad” en el barrio de Salamanca y en
otros barrios ricos del país. Una palabra para analizar a la luz de qué
libertad es la que piden y porqué la piden. Sobre todo cuando son los
que siempre han condenado la libertad y desde siempre la han
perseguido. Pensé entonces que invertían el sentido de la palabra, tal
como los nazis invirtieron el sentido del socialismo, -el
nazional-socialismo- refiriéndose a la libertad de seguir explotando la
fuerza de trabajo, de la limpiadora, de sus obreros, o camareros, o
dependientes de tienda, o de sus inquilinos, ya que son dueños de la
mayoría de los edificios-burbuja inmobiliaria, de la libertad para
traficar, mercar y ganar. Todo un tema el tema de la palabra
“Libertad”. También en USA los grupos fascistas- suprematistas
salieron a la calle a gritar “libertad”, y en Argentina y en Brasil
hicieron lo mismo, gritaron “libertad” al son de sus cacerolas en contra
de la ayuda médica solidaria de Cuba y en contra de las medidas de
protección.
¿Libertad
para qué, qué libertad, libertad para explotar o libertad para hacer
justicia? ¿Libertad para que nada cambie, libertad en si, o libertad
para si? ¿Libertad para ser solidarios, humanos, internacionalistas?
En
un momento, durante el mes de abril –en el pico de la pandemia y los
muertos in crescendo -pensé que no era solo un virus de laboratorio sino
un programa de eugenesia muy bien controlado; o dirigido, al menos. Me
permito, como todos un cierto grado de paranoia. Los viejos sobran, no
producen y mueren. No hay que pagar largas jubilaciones y hay más de
veinte mil viejos muertos en residencias privadas administradas como
granjas y negocio…que dejarán en las arcas del estado sus jubilaciones.
Bueno,
realmente quería justificar con este texto solo un deseo y una especie
de constatación: lo dicho, no es científico mi planteamiento, solo
empírico, pero creo que el virus se asusta cuando nos humanizamos,
luchamos y tomamos el destino en nuestras manos y que pulula y se
incrementa con la pasividad y con la aceptación y el miedo, tal como el
dicho popular que nos contagiaron previamente “es lo que hay…y hay que
aceptarlo” porque esa derrota asumida es el núcleo de una cultura
agónica, y claro, enferma.
El
destino –y su hija la obediencia ciega- esa entelequia que niega la
historia y cualquier transformación se ha colado en nosotros para
debilitarnos y para hacer que el pensamiento débil nos cuente siempre
historias de sin salida (en películas, novelas, series…) donde la
condena de la rebeldía es constante y la historia como bucle es
inevitable. Nada más alejado del espíritu trágico y del héroe.
Y
por eso el dolor –el “yo” en sus aisladas desgracias- se coloca en el
centro de la historia y tergiversa la palabra “libertad”. Una
sensibilidad burguesa que huele a podrido y que tal vez, eso es lo que
más deseo -si el virus no se aposenta en mis pulmones a modo de
venganza- podamos vencer entre todos.
Lo
cierto es que el planeta entero se mueve y depende de nosotros romper
las cadenas que no supimos ver a tiempo. El virus es solo eso, una
especie de ceguera que empieza a despejarse. Y ha desnudado los
resultados del neoliberalismo que no sólo debilitó y corrompió los
estados y lo público sino el espíritu colectivo y propiamente humano.
Y
en este desnudo integral hemos visto con toda claridad dos modelos: o
capitalismo salvaje (en el que vivimos y morimos a mansalva) o
socialismo (aquellos países que como Cuba, Venezuela, Nicaragua, China,
Corea, Viet –Nam y con todos los matices y problemáticas que conocemos –
Rusia, Irán y Siria) han enfrentado la pandemia reforzando el estado y
lo público, haciendo que prevalezca la salud sobre el negocio/ganancia y
con otro concepto, donde la “humanidad” tiene sentido. Porque como
dicen los cubanos, “Patria es humanidad” y treinta y cuatro brigadas
médicas, -dos mil quinientos cooperantes en veintiséis naciones, que se
suman a otros que estaban en cincuenta y seis países más- lo han
demostrado ampliamente.
Si,
son dos modelos, la máxima ganancia acumulada por un 1% y que
necesariamente cuenta con estados destruidos y débiles en nombre del
derecho absoluto de las corporaciones y el globalismo, o estados fuertes
y participativos desde la base que defienden lo público, la
distribución equitativa de la riqueza y la preservación y desarrollo de
la humanidad y el planeta.
Insisto,
no me guardo ningún claroscuro, porque las tonalidades de grises son
parte de todo proceso de cambio. La tragedia traerá una transformación,
habrá que pensar, aprender e inventar el modo para salir del
congelamiento y su virus: el miedo a cambiar y a perder o ganar,
inoculado a través de un aparato ideológico y cultural implacable e
inmenso que ha sido capaz de torcer el sentido mismo de la palabra
libertad, porque la libertad humana solo es posible construyendo el
“Nosotros”, socialista y soberano.
NOTAS:
- Tesis de filosofía de la historia. Walter Benjamin. (tesis nº VIII) – (Premia editora, La nave de los locos, Mexico 1977)
- Todo mi agradecimiento a los trabajadores sanitarios que pusieron el cuerpo a pesar de la falta de medios y la precariedad a la que nos condena el sistema neoliberal.
- No puedo en este corto espacio hablar de las corporaciones militares y la tremenda ofensiva sobre Venezuela, Cuba y Siria, el desplazamiento de tropas a las fronteras del este de Europa, la macabra propaganda contra China y toda la agónica ofensiva imperialista. Pero la solidaridad se extiende y vencerá, ni bloqueos ni sanciones pueden detener el curso de la historia.
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