Petro-Márquez, un gran triunfo electoral, pero aún falta controlar el poder. Por Roberto Montoya
La
victoria electoral de la fórmula presidencial Petro-Márquez en las
recientes elecciones presidenciales colombianas es un hito histórico,
sin lugar a dudas, inimaginable hasta hace poco tiempo… pero la batalla
aún no está ganada.
Ha sido un gran triunfo de las nadies y los nadies, de quienes tras el resultado de la primera vuelta comprendieron que una alianza en la segunda vuelta de las distintas corrientes de la derecha que se habían presentado inicialmente separadas podía impedir como en 2018 la llegada de un gobierno de izquierda a Colombia.
El hundimiento del uribismo, expresión máxima de la conjunción de los intereses de terratenientes y grandes empresarios sin escrúpulos, multinacionales, fuerzas armadas, poderosos grupos narcoparamilitares y grupos mediáticos, no garantizaba de por sí la derrota de la derecha.
Las matemáticas permitían prever un claro triunfo de la derecha si lograba unirse puntualmente alrededor de un candidato tan peculiar como Hernández, capaz de recoger también, gracias a su discurso simplón y populista y evitando la confrontación de programas, el voto de sectores populares prejuiciosos y temerosos con Petro. Hernández, bendecido por Biden -a pesar del parecido de este candidato con Trump- aparecía así como el candidato antiPetro ideal en unas elecciones tan polarizadas.
Al igual que sucedió en Chile en las elecciones de diciembre pasado, los desprestigiados partidos políticos tradicionales fueron quedando por el camino y a la recta final llegaron en cambio inesperados personajes ultraderechistas para enfrentar a las candidaturas de izquierda, José Antonio Kast en Chile y Rodolfo Hernández en Colombia. Aunque con perfiles muy diferentes, los dos presentaban ciertos rasgos importantes comunes: populistas en las formas, neoliberales en lo económico, ultraderechistas ideológicamente, como lo es también ahora en Argentina Javier Milei, el economista y diputado con quien la ultraderecha ha logrado entrar en el Parlamento por primera vez desde la última dictadura militar.
El esperpéntico magnate septuagenario Rodolfo Hernández es tan patético, tan poco creíble, como lo eran otros multimillonarios conocidos que saltaron al mundo de la política, como Silvio Berlusconi o Donald Trump. Sin embargo, ese patetismo no impidió ni a Berlusconi ni a Trump llegar al poder en Italia y EE UU respectivamente, como tampoco se lo impidió a Jair Bolsonaro en Brasil.
El fenómeno Hernández se fabricó en pocos meses y las distintas familias de la derecha se aferraron a él tras los resultados de la primera vuelta en un intento desesperado por conservar el orden establecido, el orden de siempre.
Una movilización de los de abajo que tiró abajo las previsiones
Los nadies y las nadies entendieron el peligro y se movilizaron desde los lugares más recónditos de Colombia. No es exagerado decir que muchos caminaron o montaron a caballo durante días, porque hay suficientes testimonios y vídeos de ello; atravesaron montañas y ríos para poder llegar a lejanos colegios electorales para emitir su voto. Comprendieron lo que estaba en juego.
El programa del Pacto Histórico no lo fue todo, ni el carisma y veteranía política de Petro, ex alcalde de la capital, alcalde de una ciudad de más de siete millones de habitantes como Bogotá.
La presencia a su lado de una combativa luchadora social negra de larga trayectoria como Francia Márquez, tan reconocida por su larga batalla a favor de las minorías sociales, fue de vital importancia para movilizar a campesinos e indígenas, a esas y esos activistas medioambientales que todos los días se juegan la vida luchando contra la deforestación, contra las macrominas a cielo abierto, defendiendo la tierra frente a los atropellos de los latifundistas y sus grupos armados. Márquez consiguió ilusionar y movilizar igualmente a la comunidad LGTBI, al movimiento feminista. Con su incuestionable valentía y su historial pudo transmitir ilusión a sectores sociales a los que aún no había logrado convencer el discurso de Petro.
El fantasma del genocidio de la Unión Patriótica
En primer lugar hay que llegar vivos al 7 de agosto, al día fijado para que Gustavo Petro y Francia Márquez asuman sus cargos como presidente y vicepresidenta respectivamente, y seguir vivos después de él.
Durante la última etapa de la campaña electoral, Petro se vio obligado a anular varios mítines públicos en lugares controlados por los narcos y los paracos, tradicionales aliados del uribismo. En otros actos tuvo que hablar protegido por cristales antibala. Las amenazas de muerte en Colombia no son para tomarlas a la ligera. Alquilar un sicario sale demasiado barato.
Colombia lleva el récord mundial de candidatos presidenciales asesinados a balazos: en 1987 Jaime Pardo Leal y en 1990 Bernardo Jaramillo Osa, los dos candidatos a la presidencia por la Unión Patriótica. En ese mismo año 1990 fueron asesinados también el candidato favorito, Luis Carlos Galán, y Carlos Pizarro Leongómez, uno de los principales dirigentes del M-19, la misma guerrilla a la que perteneció Gustavo Petro de joven. En 1995 fue asesinado también el candidato presidencial Álvarez Gómez Hurtado, del MSN (Movimiento de Salvación Nacional).
Para todos los militantes del Pacto Histórico está más presente que nunca el fantasma de la matanza de miembros de la Unión Patriótica (UP), a la que pertenecían Pardo Leal y Jaramillo Osa. Este último fue asesinado por un sicario de 16 años por orden de Pablo Escobar. La UP fue una coalición creada en 1984 por las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ejército del Pueblo (FARC-EP) tras los Acuerdos de Paz firmados por esos grupos armados con el Gobierno de Belisario Betancour.
Guerrilla y Gobierno firmaron entonces un armisticio, y la ilusión que este provocó en buena parte de la población hizo que muchos sectores partidarios de la paz se sumaran a la coalición y que en 1986 esta consiguiera muy buenos resultados electorales, entrando en el Congreso de los Diputados y en el Senado y obteniendo 335 concejales. Pardo Leal obtuvo el 10 por ciento de los votos. En el momento en que se realizaron aquellas elecciones ya habían sido asesinados casi 300 militantes de la UP. Había logrado romper con el bipartidismo por primera vez en el país, lo que había hecho saltar todas las alarmas en los poderosos de Colombia y Estados Unidos.
Después de esos resultados electorales los asesinatos arreciaron aún más, los militantes y simpatizantes de la Unión Patriótica se convirtieron en objetivos a abatir por parte de los grupos narcoparamilitares de ultraderecha, en complicidad con las fuerzas de seguridad y las fuerzas políticas conservadoras. La cabeza de cualquiera de sus miembros valía muchos dólares. Los asesinatos de alcaldes, concejales y las matanzas de decenas de activistas o de simples votantes de UP en aldeas rurales arreciaron aún más tras las elecciones municipales de 1988 cuando la UP se convirtió en la tercera fuerza política de Colombia.
Según un informe[1] de 2022 de la Jurisdicción Especial para la Paz, además de los dos candidatos presidenciales asesinados, la UP tuvo 5.733 víctimas; fueron 4.616 asesinatos y el resto desapariciones forzosas. El Estado terminó reconociendo muchos años después que la UP había sido objeto de un genocidio. La gran mayoría de los crímenes quedaron impunes.
Las FARC-EP dieron por rota la tregua y comenzaron una gran ofensiva contra los líderes de los clanes del narcotráfico y paramilitares protagonistas de esos miles de crímenes, y la guerra retomó toda su intensidad. La UP fue prohibida pero recuperó años más tarde su personería jurídica al reconocer el Estado que su militancia había sido objeto de un genocidio. Con una composición distinta a la original, hoy la Unión Patriótica forma parte de la coalición Pacto Histórico que dio el triunfo electoral a la fórmula Petro-Márquez.
Garantías de que no se impondrá el comunismo
La presión política, económica y mediática es tan brutal que Petro se ha visto obligado a dar garantías públicamente y ante notario -sí, ante notario- de que no pretende acabar con el capitalismo, que no quiere implantar el comunismo ni seguir el modelo cubano o el modelo venezolano, ni expropiar propiedades masivamente, ni acabar con la propiedad privada.
“No adoramos precisamente el capitalismo, pero primero tenemos que superar la premodernidad”, repite Petro. Es consciente de que la coalición progresista que lidera junto con Francia Márquez consiguió un 50,4% de los votos, un muy buen resultado, pero que Hernández obtuvo el 47,3%. Colombia está fracturada hoy mismo en dos grandes bloques y no le será nada fácil tejer alianzas y hacerse con una mayoría suficiente en el Congreso para poder sacar adelante importantes reformas económicas, sociales y políticas. Petro ya sufrió en carne propia la presión de los poderes fácticos cuando fue alcalde de Bogotá (2012-2015) y el Concejo de la ciudad le impidió sacar adelante varias de sus más importantes reformas.
En un país con un 39% de pobreza extrema, el mayor productor mundial de cocaína y uno de los más violentos del mundo, con multitud de grupos armados, de los narcos, los paracos, fracciones disidentes de las FARC y con el ELN aún sin desmovilizar -ha tendido ya la mano al nuevo Gobierno- nada resultará fácil.
Máxime cuando Colombia es desde hace décadas para EE UU una plataforma fundamental de operación regional en una amplia zona de América Latina y el Caribe. Sus poderosas fuerzas armadas han sido entrenadas y armadas por EE UU. Colombia alberga ocho importantes bases militares estadounidenses y es el único país de la región que consiguió el título de miembro observador de la OTAN.
Los mandos militares y policiales odian a Petro y Márquez y todo lo que ellos representan; son unas fuerzas armadas que han practicado durante décadas una brutal guerra sucia, que incluyó además de la corrupción, la tortura y las ejecuciones sumarias, prácticas como la de los falsos positivos, el asesinato de más de 6.000 jóvenes campesinos e indígenas a los que se mató solo para hacerlos pasar por guerrilleros muertos en combate y así engrosar estadísticamente los éxitos militares del uribismo y cobrar recompensas económicas y promociones por ello. No les será fácil a Petro y a Márquez renovar a las cúpulas militar y policial y cambiar radicalmente sus objetivos y forma de actuar, como tampoco será fácil nombrar a un nuevo ministro de Defensa y nuevos cargos policiales y militares para impulsar ese cambio.
La guerra sucia mediática que han tenido que soportar estos últimos meses Petro y Márquez, con bulos disparatados y montajes de audios y vídeos, ha contaminado tanto la campaña que los ha llevado a actuar a la defensiva, tratando de tranquilizar a unos y otros, intentando, como también hizo Boric en Chile, distanciarse también de los gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Apaciguar a los mercados parece ser uno de los objetivos a corto plazo de Petro, como lo es de Boric. Pero ¿cómo apaciguar a unos mercados, a unos poderosos empresarios agroexportadores y de la industria petrolera y minera con un programa de Gobierno que propone acabar con el extractivismo, descarbonizar el país, cambiar radicalmente la política fiscal y la distribución de la riqueza o contar con una Universidad gratuita?
Petro no propone abrir un proceso constituyente, como hicieron en la década del 2000 Chávez, Correa o Morales, ni nacionalizar los hidrocarburos como hizo Morales, ni expropiar millones de hectáreas improductivas, como hizo Chávez, pero aún así su programa es presentado por la derecha nacional e internacional como un peligro para la democracia y para el sistema.
Petro y Márquez heredarán una abultada deuda pública, de las mayores en la historia de Colombia, una aguda desigualdad social; una situación de emergencia social que requiere de rápidas medidas a corto plazo, pero también se requerirá a mediano y largo plazo emprender una gran reforma estructural, una reforma del sistema, un cambio de modelo que se presenta como una tarea titánica.
El Pacto Histórico es una coalición con muchas almas que necesitará consolidarse para poder enfrentar a una oposición hoy dividida pero aún así poderosa, y tendrá que mantener y ampliar su base social, ganarse a esa parte del electorado intoxicado y prejuicioso que le teme al cambio, que le teme al comunismo, sobre el cual seguirá intentando apoyarse la derecha, los poderes fácticos, para impedir que Gustavo Petro y Francia Márquez logren efectivamente controlar el poder real en Colombia.
Roberto Montoya, periodista y escritor, es miembro del Consejo Asesor de viento sur
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