¿Por qué no tenemos más mipymes estatales? Por Agustín Lage
En el Informe Político presentado al XI Congreso del Partido Comunista de Rusia en 1922, Vladímir Ilich Lenin escribió:
“La parte menos importante de la cuestión es que hagamos inofensivos a los explotadores y los despojemos. Esto es preciso hacerlo…..La segunda parte del triunfo es saber realizar en la práctica todo lo que hay que hacer en la cuestión económica….Hemos obtenido del pueblo una prórroga y el crédito gracias a nuestra política justa, pero no están indicados los plazos en ella….O salimos vencedores de esta prueba de emulación con el capital privado, o será un fracaso completo”.
Puede parecer una expresión muy dura, y quizás algunos de nosotros hubiésemos preferido escuchar la misma idea de manera más matizada, pero sucede que fue así como lo dijo él, el propio Lenin. Dijo que la política de justicia por sí sola no era suficiente y que el proyecto socialista podía fracasar si no salíamos vencedores de la batalla económica; dijo que eso implicaba pasar una prueba de emulación con el capital privado; y dijo que había plazos fijos para lograrlo.
En el momento que se escribe este comentario, y a partir de las nuevas regulaciones económicas, se han aprobado en Cuba 3 765 pequeñas y medianas empresas, pero de esas, solamente 53 son mipymes de propiedad estatal. El resto son privadas o cooperativas. Por primera vez en décadas tenemos en Cuba más empresas privadas que empresas estatales.
No se trata de satanizar las mipymes no estatales, ni de ponerle trabas a su surgimiento. Las necesitamos para el funcionamiento de la economía, y así lo reconoce la Constitución de la República del 2019, que define en su Artículo 22 la forma de propiedad privada, caracterizada como: “La que se ejerce sobre determinados medios de producción, por personas naturales o jurídicas cubanas o extranjeras; con un papel complementario en la economía”.
Como dice una vieja expresión popular campesina: “no hay que dar el machetazo donde no está el majá”.
El problema no está en que surjan dinámicamente nuevas empresas en el sector privado. El problema está en que no surjan con igual dinámica en el sector estatal.
Y el problema es incluso más importante ahora que cuando Lenin lo identificó en 1922 (¡Hace 100 años!), porque la economía del siglo XXI es una economía de alta tecnología, mucho más vinculada a la ciencia, la tecnología y la innovación.
Sin desestimar la importancia de las innovaciones en las empresas grandes y establecidas, es también cierto que las innovaciones tecnológicas entran muy frecuentemente en la economía a través de empresas nuevas, e inicialmente pequeñas. Empresas que deben aceptar una cuota importante de riesgo, pues los emprendimientos económicos basados en innovaciones, por definición, contienen una dosis de incertidumbre. Innovación quiere decir “algo nuevo”, lo que equivale a decir que es algo en lo que no hay experiencias ni muchos referentes.
Pero hay que hacerlo, y ahí, en ese campo de la innovación y la alta tecnología, es precisamente donde la empresa estatal socialista, que “es el sujeto principal de la economía nacional” (Constitución de la República, Artículo 27) puede expresar mejor las ventajas del socialismo.
Las pequeñas empresas innovadoras, especialmente aquellas vinculadas a la llamada “Cuarta Revolución Industrial”, son empresas “de carácter estratégico para el desarrollo económico y social del país” y como dice textualmente también la Constitución, deben ser propiedad socialista de todo el pueblo. Ello es independiente de su tamaño: una empresa pequeña, basada, por ejemplo, en la inteligencia artificial, los macrodatos, la robótica o las nanotecnologías, puede no tener un peso grande en el producto interno bruto de hoy, pero ser estratégica para el PIB de mañana.
Entonces deben ser “propiedad socialista de todo el pueblo”. El reto está en que no hemos encontrado todavía la forma de conciliar en la práctica esa propiedad concentrada en manos del pueblo, a través del Estado, con las formas diversas y dinámicas de gestión que demandan la alta tecnología y el imperativo de inserción internacional.
Cómo se logra esto desde el socialismo es algo que no sabemos bien todavía. Habrá que explorar con inteligencia y audacia. Pero ya sabemos, por experiencias buenas y malas, que el socialismo es un acto de construcción consciente. No es un acto de subordinación a las espontaneidades del mercado, ni tampoco un acto de implementación de recetas y manuales.
Son las mipymes estatales las que pueden explorar creativamente nuevas formas de conexión de la ciencia con la economía y nuevas formas de separación entre propiedad y gestión.
Son esas mipymes estatales las que pueden asumir visiones de mediano y largo plazo, y desplegar innovaciones que han madurado dentro del sector presupuestado.
Son esas mipymes estatales las que deben conectar la economía con el potencial científico e innovador que tenemos en las universidades y las entidades de ciencia y técnica, y lograr en la práctica que nuestras instituciones académicas sean también incubadoras de nuevas empresas del socialismo.
Son esas mipymes estatales las que deben conectar la innovación cubana con el mundo y cambiar el balance (hoy desfavorable) que tenemos entre las exportaciones de alta y de baja tecnología; y catalizar el despliegue de un sistema empresarial cubano en el exterior, es decir, una inserción en la economía mundial que ocurra a través de empresas cubanas, y no a través de emigraciones.
Ya la experiencia de estos últimos años nos va diciendo que ese proceso de surgimiento de empresas pequeñas y estatales no será un proceso espontáneo. Hay que inducirlo, incluso presionarlo, desde los organismos del Estado. Pesan mucho todavía los hábitos de inercia. Pesa mucho todavía el contexto regulatorio que prioriza el control por sobre el crecimiento, y que castiga más la iniciativa que falla (y es natural que muchas fallen), que la falta de iniciativa. Ese contexto hay que cambiarlo, y esa decisión forma parte del llamado de Fidel a “cambiar lo que debe ser cambiado”.
La dinámica de surgimiento de nuevas empresas de propiedad estatal y de base tecnológica no es una meta en sí misma, no es una cifra a cumplir, pero es un buen termómetro de la actitud de nuestros científicos, nuestros tecnólogos, nuestros empresarios y nuestros cuadros y funcionarios, a sumarse y militar, como una vez dijo Fidel hablando de sí mismo, “en el bando de los impacientes, en el bando de los apurados”.
Como vimos en el primer párrafo, también Lenin pidió lo mismo en 1922.
(Tomado de agustinlage.blogspot.com)
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