El consumidor consumido. Por Sara Rosenberg
No aceptes lo habitual como cosa natural.
Porque en tiempos de desorden,
de confusión organizada,
de humanidad deshumanizada,
nada debe parecer natural.
Nada debe parecer imposible de cambiar.»
Bertolt Brecht, de su poema «No Aceptes»
1. Veneno.
Paracelso decía que todo lo que se consume puede ser un veneno, sólo depende de la dosis o de aceptarlo o no, como señala Brecht. En ese arco tenso entre el veneno y la aceptación aparece el sujeto-sujeto a la ideología del consumo.
La llamada “sociedad desarrollada” alimentada y formada en el colonialismo y el imperialismo, consume no solo el botín del gran saqueo sino y junto con el, el veneno ideológico capaz de naturalizar la barbarie y doblegar al ser humano hasta hacerlo actuar contra si mismo, casi sin darse cuenta.
La mentira, el terror constante y la miseria cultural son las vías por las que el veneno entra; se inocula de manera programática porque las grandes corporaciones financiero-militares -y sus gobiernos- necesitan la obediencia y la pasividad que les permita continuar con la guerra, que es su industria punta.
2. Crueldad
Los mecanismos para transformar al explotado en consumidor fueron muy estudiados y siglos de guerra cultural-ideológica lograron instalar valores y sentidos que hoy parecen naturales.
El consumidor vive en el miedo y evita cualquier duda que surja en el horizonte. La duda, esa maestra del conocimiento, podría aislarlo de los demás. Y ese es quizás su único resto humano: no desear el aislamiento. Una estructura frágil y trágica, construida sobre una idea de la vida limitada al consumo y la competencia donde sigue estando aislado a pesar de no dudar y de atosigarse con las ofertas. Consumir, acumular y competir es lo “natural” de la condición humana en el capitalismo, responde al mercado y a su estrategia social plenamente inhumana: hacer creer que se puede elegir, cuando elige más de lo mismo y dentro de un territorio acotado.
El diseño de la propaganda capitalista no dejó nada fuera de control y supo crear un gran aparato cultural para preservar privilegios y concentrar poder.
Despojar es también un arte. El arte de crear el consentimiento mientras sucede el despojo. El arte de expandir el miedo de los que previamente han sido reducidos a “masa”, una palabra nuclear en esta estrategia de control y de manejo de la percepción. El propio concepto de “masa” está totalmente ligado al desprecio por el ser humano que para la industria cultural del siglo XX y XXI es sólo material manipulable, pero todavía no prescindible, como ha llegado a ser en este momento, en el que la corporación imperialista señala que en el mundo hay demasiada gente y es necesario eliminarla. Malthus dixit.
La crueldad fue más que evidente durante las crisis de superproducción, cuando se podría haber reducido la jornada laboral, por ejemplo, lo que hubiera supuesto no sólo que el patrón perdiera algo de dinero sino darle a la gente tiempo para pensar y vivir, lo que podía significar tiempo de comprender y tiempo –ojalá- de rebelarse contra la explotación. La palabra trabajo, proviene de la palabra tripalio, esos tres palos que se ponían en el cuello de los bueyes y de los esclavos para que no pudieran escapar. El trabajo en la sociedad capitalista se transformó en tortura en vez de ser una actividad creadora y socialmente útil. Tampoco el desarrollo capitalista implica progreso humano.
Ya W. Lippman, un estratega ideológico al servicio de la gran empresa y los gobiernos de USA definió la metodología para transformar lo que llamaba “masa” en espectador, en un observador pasivo incapaz de participar o actuar. Era y debía ser la gran bestia o “rebaño desconcertado que se debate en el caos de la opinión”. Y esa masa puede ser engañada con sucedáneos.
La propaganda fue muy estudiada durante el siglo pasado y utilizada en las dos grandes guerras y en las que les siguieron; fue y es efectiva, modeló una sociedad violenta, capaz de devorarse hasta a si misma en defensa del dogma de la propiedad privada, el mercado y el consumo, ese dios cruel al que se adora por su “tolerancia”, su “democracia” y su “libertad”.
Los estrategas de esta propaganda estudiaron e hicieron muy buenas preguntas para planificar cómo dirigir el rebaño y abrir el camino al matadero. Tenían muy claro qué era lo que tenían que proteger y salvar (la gran empresa, ese 1%, que acumula poder y capital) y aquellos que tenían que morir necesariamente para que esa fuerza productiva cada vez menos necesaria a la producción de valor no se rebelara.
Estas preguntas están planteadas en un libro clásico, “La propaganda” de E. Bernays, sobrino de Freud, que utilizó muy bien los descubrimientos sobre la teoría del inconsciente y las pulsiones humanas elaboradas por su tío. Bernays
-y muchos otros- trabajó para las grandes corporaciones y para el gobierno de USA y tuvo mucho éxito. Supo transformar los deseos de la clase media norteamericana en deseo y satisfacción perversa: en consumo, racismo y clasismo.
Y digo satisfacción perversa porque para satisfacer el deseo humano con placebos previamente hay que deshumanizar.
Reducir el deseo a cosas consumibles y hacer del deseo humano un deseo mediocre, invertir los valores y sustituirlos por cosas capaces de saciar rápidamente aquello que lo humano tiene o debería de tener de insaciable: el conocimiento, la curiosidad, el amor, la hermandad, la verdad, la libertad, el sentido de la vida colectiva, la historia, la imaginación, etc. etc.
Un inmenso aparato de propaganda y de “cultura” se puso en marcha porque la clase burguesa sabía muy bien que sólo controlando el alma de las grandes masas podía proteger sus privilegios y beneficio. Para un buen ladrón la opacidad es importante, para la burguesía la cultura de masas y la propaganda fueron el humo y el espejo que domesticaron la rebeldía de los explotados.
Pero lo más importante es entender que todo este constructo se sustenta en un concepto clave: para el capital los seres humanos son basura manipulable, fuerza de trabajo o de choque, incapaz de reflexionar y necesitada de un guía en el laberinto que desemboca en el matadero.
La “masa” ha de ser controlada, distraída y eso se ha programado como estrategia y doctrina desde hace mucho tiempo. Lo hicieron en los años 20-30 los estrategas como Bernays, Lee, Goebbels y ahora lo hacen los “tanques pensantes” de las grandes empresas mediáticas y de marketing: “en las democracias occidentales y en las sociedades abiertas es donde más se necesita una propaganda sofisticada…”, la mentira y la censura: el totalitarismo del capital.
3. La gran inversión
Acostumbrado a elegir entre dos salsas de tomate que son la misma salsa, acallada la voz rebelde de la cultura o simplemente la voz capaz de decir algo fuera de la pauta marcada por el mercado, transformado en receptor pasivo de temas emotivos e irracionales que lo distraen de los hechos y de sus causas, despojado de su propia historia y de su memoria, el consumidor camina vestido de indiferencia por el laberinto y espera que le dicten la salida.
Obediente, participa en elecciones “democráticas” que son campañas de marketing donde supuestamente elige, apoya “guerras humanitarias” que dejan millones de muertos, justifica el expolio, los bloqueos y sus “daños colaterales” por la “necesidad de proteger” y hasta acepta el racismo del jefecillo de la corporación europea cuando dice “jardín o jungla” sin inmutarse. Repite la orden televisada y cree que es su opinión.
El lenguaje esta sembrado de minas, la ética es cosa del pasado y la propaganda sirve al travestismo, invierte el sentido de los valores humanos, los usa con impunidad y naturaliza el gran veneno para una “masa” que ya ha perdido la capacidad de decir NO.
Un aparato ideológico de muerte cuya efectividad se probó en el nazismo en los años 30, y enraizó y creció y sigue creciendo en todo el mundo. Mutó, cambió de rostro, se disfrazó de democracia, pero permaneció latente y activo destruyendo a la sociedad y su posibilidad de avanzar y de humanizarse.
La guerra contra el humanismo y el comunismo fue implacable, porque el sentido del comunismo es la humanización, la superación del reino de la necesidad y de la explotación del hombre por el hombre. Pero la propaganda sembró en occidente la idea de que el comunismo es una dictadura que oprime al pueblo, invirtió el sentido de la dictadura de las mayorías proletarias y demonizó a la URSS, mientras Hitler conducía a una “masa” amorfa al paroxismo de la barbarie con la complicidad del gran capital europeo y norteamericano. Despues de su derrota lo ocultaron y reciclaron el nazismo y su doctrina: esclavitud, racismo, clasismo.
La inversión del sentido del humanismo comunista y el intento de igualar y equiparar el nazismo con el comunismo en nombre de la “democracia occidental” fue un gran logro del aparato del crimen. Arendt y los Frankfurt dixit. Una operación ideológica brillante: ahora la democrática Europa ya puede apoyar abiertamente al nazismo en las sesiones de la ONU y terminar de quitarse la careta, mientras los consumidores desmemoriados callan y otorgan a la guerra permanente de la industria bélica imperialista que hoy sostiene (es el 80% de su inversión) al país más criminal del mundo y que desde 1945 ha hegemonizado y dirigido el crimen como política de estado.
4. Abismo
En la crisis estructural actual, el consumidor de Occidente bracea desesperado para mantenerse a flote, pero roza ya la masa de los desechos y además está programado para sentirse doblemente infeliz porque es su culpa haber fracasado en la vida que es esa cosa donde todo se compra y se vende y donde le prometieron paraísos de sexo-turismo-éxito-grandes superficies-alcohol-drogas…
Los que todavía pueden bracear dentro de esta ola cargada de basura, cuentan con una inmensa oferta para olvidar, una palabra de orden del sistema: el olvido de la historia de lucha de los pueblos y hasta de la propia historia personal o local que corre sobre los rieles de la complicidad y el consenso.
Recuerdo el cuadro del Bosco, la zona infernal del Jardín de las delicias, esa especie de animal azulado devorando y cagando seres humanos sobre el abismo. Los círculos infernales de la abominable crueldad del saqueo y su voracidad.
Es notable como en Europa la barbarie -la pérdida de soberanía y la destrucción de la conciencia histórica- se impuso.
Ese abismo ya ni siquiera es capaz de digerir a sus propias víctimas, que ojalá tengan tiempo para el nacimiento de alguna duda sana. Ojalá sea posible el necesario y urgente despertar de la pesadilla. Porque despertar empieza a ser inevitable, la lucha de clases se agudiza y crece el terror de esa “masa” que otra vez se va alineando con el fascismo, ya habituada a rechazar los hechos, la verdad y sobre todo la historia, borrada de su horizonte.
Hay una especie de atronador ruido que reemplaza el debate y al disenso se responde que “todo es propaganda”, para refugiarse en esa imposible neutralidad que tan bien utiliza el fascismo.
¿El consumidor aceptará la duda o acaso un pequeño ladrillo que se mueva de ese edificio de repetidas mentiras aceptadas lo dejará bajo sus propios escombros?
Las grietas se abren cada día más y acaso sea posible que entre los escombros y el derrumbe asome algo humano, algo con capacidad de imaginar otro mundo y de luchar por él.
5. Censura
Con la agudización de la lucha de clases internacional y la emergencia de un mundo multipolar cada día más amplio, la propaganda no es suficiente y se ha impuesto la censura. Censura y sanciones. Los medios ya no pueden sostener su discurso, incluso sus grabaciones para tv carecen de toda lógica y veracidad y apelan a equipos de ficción para crear noticias falsas y falsas banderas. Los “asesinados por los rusos” se mueven bajo plásticos negros, se confunden fechas y hechos, el discurso de los payasos no causa el mismo efecto que hace unos meses cuando el patetismo y el sensacionalismo alcanzó cotas altísimas. La mentira repetida convence, si, pero también tiene patas cortas y sobre todo gastadas. Se reprime cualquier disenso y hay una urgente necesidad de control de la “masa” que empieza a despertar y a movilizarse en contra de las consecuencias económicas de la política guerrerista de USA-Gran Bretaña y la UE, que profundiza el despojo de los trabajadores y triplica la ganancia de la corporación financiero militar hegemonizada por USA.
La criminalización, la fabricación del “enemigo” ha sido bastante burda, pero ha calado y resulta difícil oponerse en un país como España sin un solo medio de comunicación decente. Simplemente decente, digo, donde se puedan cotejar al menos dos o tres posiciones distintas al discurso contra el diablo euroasiático y contra todos aquellos que se aparten del american way of life, que ya huele a cadáver. El olor es intenso, pero la enfermedad social es grave y el olfato débil.
Sólo la censura férrea garantiza que su aparato de propaganda de guerra funcione y que los pueblos reciban un único mensaje que se fabrica en los laboratorios de guerra de la OTAN. La censura es una muestra más de su enorme debilidad, y como diría el enterrador ya no se puede tapar el mal olor del cadáver, pero si constatar el viejo desprecio de la élite por la capacidad y el derecho del pueblo a saber y a pensar con independencia.
Han censurado a todos los medios de información rusos y han desatado una campaña brutal contra la cultura rusa, una fobia que estaba latente desde hace mucho tiempo, desde 1917 cuando triunfó la Revolución de los soviets; en los 20 todas las potencias occidentales invadieron y promovieron una guerra civil, más tarde apoyaron el rearme alemán contra la URSS, organizaron la guerra fría y la guerra fue la constante para conquistar y destruir Rusia.
Hemos sido testigos de la implosión de la URSS y digo implosión porque la URSS fue minada también por dentro y hay que reconocerlo para poder empezar a construir a partir de esta experiencia trágica. Dieron por hecho que los oligarcas y toda la elite pro occidental había derrotado a Rusia, pero olvidaron que setenta años de una humanidad socialista no se borran fácilmente. Notablemente la fobia anti-rusa disminuyó cuando en 1991, la corporación de Occidente creyó que Rusia ya estaba sometida, empobrecida y robada, pero en cuanto volvió a levantarse como país soberano, el aparato propagandístico se puso en marcha para atacar y demonizar a Putin, a su gobierno y a todo lo que signifique cultura o vida rusa. Dentro del bloque imperialista y su ajada “democracia”, la soberanía no se permite.
Es el sentido último de la propaganda, tergiversada la historia es fácil construir un agresor, invasor y villano rápidamente y hacer olvidar que Rusia lleva años proponiendo la paz, el respeto de sus fronteras y su seguridad mientras los ejércitos de la OTAN siembran de bases militares Europa y usan el ariete ucraniano para conseguir una confrontación directa que solo le conviene al gran capital financiero-militar de Estados Unidos en su loca carrera hacia la catástrofe.
La historia de la humanidad se esta definiendo aquí una vez más y es la historia de un pueblo cuyas venas están abiertas, como decía Galeano. Desde el oriente llega el viento con propuestas económicas y políticas de paz para los pueblos, es imposible ocultarlo y hay que censurar y evitar que la “masa” despierte.
6. Impunidad
Pero la censura es un escudo frágil contra la evidencia, tal como sucede con el caso de Assange . Matar al mensajero para ocultar el crimen, mientras el mundo entero sabe que los asesinatos de civiles existieron y existen y que los ejércitos de la OTAN, tal como antes hicieron los ejércitos del Reichstag, siempre han asesinado a mansalva a la población civil.
El secuestro y encarcelamiento de Assange pone en evidencia la ilegalidad y el autoritarismo de este sistema. El símbolo de un parlamento ingles rodeado por miles de personas exigiendo que Assange sea puesto en libertad es elocuente, porque dentro de esas altas paredes húmedas sólo se cocina el crimen colonial e imperialista que atraviesa nuestro tiempo.
Lo cierto es que el caso Assange, muestra la brutal impunidad, se justifica como “proceso legal”, se pretende ejemplarizante (han asesinado y encarcelado a muchos periodistas honestos) y demuestra la absoluta falta de derechos sociales y humanos. No hay derecho civil ni lo ha habido nunca, salvo cuando el pueblo los ha conquistado y arrancado por la fuerza de su lucha. Por el momento se ha aceptado la impunidad, los medios anulan el tema, la cultura habla de otras libertades menos urgentes y todo este conjunto no es más que el resultado de esa lenta y constante preparación para la inconsciencia. Calla y consume.
Lo decía al comienzo, grandes especialistas prepararon a la “masa” para no reaccionar, para obedecer y creerse absolutamente “libre”, para defender a los nazis y enviar armas a Ucrania en nombre de la “democracia”, para pasar de costado frente a tanta iniquidad sin inmutarse, ese ex ciudadano hoy consumidor distraído por los poderosos “distractors” de la propaganda que lo han convencido de que la vida y la historia son una especie de partido de futbol que se ve desde las gradas.
Suprimido el pensamiento, alienada la dignidad, se suspende la acción.
Assange se atrevió a mostrar como asesinaban a civiles, lo grabó y lo publicó. Lo documentó. Osó romper el discurso de la propaganda del sistema y lo hizo con pruebas irrebatibles. En Irak y Afganistán, como en tantos otros lugares, la guerra imperialista siempre se ensañó con la población civil. Exactamente como está sucediendo ahora con la OTAN que dirige a las huestes nazis ucranianas y su doctrina de exterminio. No es nuevo, es la vieja técnica criminal, es Palestina, es Yugoeslavia, es Libia, Sudan, Siria, Irak, Yemen, Afganistán…
Es grotesco que la “democracia” que destila tanto veneno en su propaganda, encarcele impunemente a aquellos que muestran y documentan el crimen, que no se permita ni siquiera hablar del tema: millones de asesinados por la industria financiero militar de USA, la UE y sus socios, a quienes votan los maltratados habitantes del paraíso Disney, previamente transformados en consumidores, de cosas, cine o crímenes contra la humanidad, poco importa porque todo ha sido previamente homologado.
El límite está fijado y la bonita libertad bien acotada: puedes hablar de mujeres golpeadas, de velos, de naturaleza agónica, de todas las injusticias que quieras mientras estén fragmentadas y no exista un sujeto, una clase que las comete, no muestres quién es el asesino ni quienes son los mercenarios del imperio, que es lo que Assange hizo: mostró y documentó con toda claridad al sujeto criminal.
Acepta, dice la propaganda: los rusos se bombardean a si mismos en Donbass porque es su naturaleza perversa, la OTAN nunca asesina poblaciones enteras sino que protege la paz, Israel masacra Palestina pero es una víctima de los antisemitas, los dictadores latinoamericanos, africanos y orientales son machistas y mafiosos, la supremacía blanca es un don y la democracia es su maná…
No. No acepto, como dice el poema de Brecht.
Goya decía que el sueño de la razón engendra monstruos, lo escribió sobre un dibujo muy hermoso. No se equivocó, el sueño de la razón (digan lo que digan los posmodernos) engendra monstruos y es lo que estamos viviendo: ignorancia y obediencia en una sociedad que se siente “informada” cuando está absolutamente dogmatizada y lista para ser pasto del fascismo porque ha renegado de su capacidad de pensar y de decir NO.
Pero la historia no es un tema clausurado, como quiere hacernos creer la narrativa posmoderna, la historia es un campo de prueba, de lucha y de transformación. Por eso necesitamos conocerla, apropiarnos de ella, aprender de ella, no permitir que la clausuren y la usen –tergiversada- como propaganda en contra los pueblos. La historia de las luchas populares, las victorias de los pueblos, las que fueron y las actuales, las grandes revoluciones humanas, no pueden ser censuradas ni olvidadas, son el arma de resistencia a la barbarie imperialista, nuestro presente y nuestro futuro.
Surge una duda saludable y la comparto: ¿Tal vez el consenso logrado con la propaganda está haciendo aguas y ya se oyen en Europa, esa con las rodillas escoriadas por la obediencia, voces de los pueblos engañados que empiezan a movilizarse y a decir basta de guerra y explotación?
Ojalá, porque de los pueblos, de los trabajadores y de su acción depende poner fin a tanta impunidad y avanzar hacia una sociedad distinta, humanizada, soberana y en paz con justicia y equidad.
De los pueblos depende ahora decir NO: no acepto.
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