Elecciones de medio término en Estados Unidos y un poco más al fondo. Por José Ramón Cabañas
Amanece una semana después de las elecciones de medio término en Estados Unidos y aún no se conoce quién tendrá la mayoría en la Cámara de Representantes, ni los datos definitivos sobre el Senado, donde si habrá dominio demócrata será mínimo, y los datos han caído a cuentagotas durante la última semana. Tardaremos meses en acceder a cifras reales y definitivas sobre cantidades de votantes en cada nivel y por cada puesto, todo lo que consumimos por ahora serán encuestas a pie de urna.
Sin pretender tropicalizar el asunto, si este escenario hubiera sucedido al Sur del río Grande, ya se hubieran amontonado las denuncias por fraude, los pedidos de intervención extranjera y la Secretaría de la OEA estaría en vigilia permanente. Pero no es el caso, se trata de la “democracia estadounidense” y las salpicaduras nos llegarán a todos de una u otra manera.
Se impone hurgar en lo “que no se ve” (Martí siempre presente) que es en definitiva la verdad. La primera pregunta que debemos intentar responder es por qué en esta oportunidad se ha roto la tendencia histórica, que reza que estas elecciones siempre significan un costo para el partido que ocupa la Casa Blanca. El cuestionamiento adquiere otro significado, si a ello le agregamos que las condiciones económicas no eran del todo satisfactorias para los demócratas.
Por el volumen de información que nos abruma y por la intensidad con que aparecen por estos días, quedamos con la impresión de que tod@s l@s estadounidenses votaron y que más o menos tod@s participan por las mismas razones. Y esta es una primera imprecisión.
Los encuestadores más serios nos están diciendo que fueron a ejercer su derecho al voto alrededor del 47% de los ciudadanos con capacidad a hacerlo. Es decir, todas las proyecciones que hagamos tendrán en cuenta los criterios de menos de la mitad de los que podían haber incidido en el resultado final. Esto de por sí deja un margen de error muy abierto de cara al 2024.
Cuando se accede a cuáles temas (siempre según los encuestadores) llevaron a la gente ese día y los anteriores (con el voto adelantado) a salir a la calle y llenar la boleta, nos percataremos que se trata de ciudadanos de dos países, o más. Los registrados como demócratas o republicanos tienen prioridades totalmente distintas, que van desde el aborto hasta los impuestos, y cuando se suman los llamados independientes, todo se hace más complejo.
Es decir, una mujer afrodescendiente de Maine no tiene para nada la visión de país de un granjero adulto en Iowa. Y esto vale tanto para la política interna, como para la exterior. En realidad las diferencias son mucho más complejas y, sobre todo, clasistas.
Pero hay otros temas de los que hablan muy pocas fuentes. Son los que los votantes de cada estado inscriben en la boleta previamente por consulta popular. Si revisamos estos, nos percatamos de que hay estados de la unión votando sobre propuestas que la prensa corporativa (que es solo de derecha) podría catalogar de “socialistas”: establecer nuevo salario mínimo, terminar con el trabajo forzado en prisiones, derecho a negociaciones colectivas, y prohibir los pagos de miseria y fuera de nómina. Si a esto unimos el hecho de que se calcula que el 63% de los votantes (de todos los grupos) entre 19 y 30 años votaron por los demócratas y que dentro de estos hay fuertes tendencia hacia el progresismo (como quiera que se entienda el término), entonces llegaremos a la conclusión que se están manifestando fenómenos en la base social de aquel país, de los que no nos han hablado mucho.
Casi todos nos asomamos a la ventana de estas elecciones esperando ver una embestida entre un sector (no el único) recalcitrante entre los republicanos, reunido bajo la sombrilla imprecisa del llamada trumpismo, contra una presa fácil que parecían ser los demócratas desorientados y en desbandada. Pero ambas construcciones que nos han puesto ante los ojos son imprecisas.
Quizás la primera distorsión provenga de las propias encuestas, que en esta oportunidad, tanto como en el 2016, no fueron del todo acertadas. ¿Se equivocaron masivamente?, ¿habrá que cambiar la metodología?
Aquí parecen estar pesando dos factores. El primero es que aumenta exponencialmente la cantidad de “encuestas” prepagadas (como las tarjetas magnéticas) por cada partido, con el único objetivo de influir en los indecisos y sobre los promedios de encuestas que publican ciertas instituciones y estudiosos.
Lo segundo, es una realidad irremediable de los últimos seis años. El elector común, y sobre todo el pobre, esconde sus preferencias reales ante los encuestadores. En una sociedad cada vez más polarizada, en la que la exposición pública de tus preferencias (sean políticas, o sexuales) te puede costar el trabajo, la estabilidad familiar, o literalmente la vida, los que responden tienen cada vez más la necesidad de ser “discretos”. Esto sin contar aquellos que cuelgan la llamada (la mayoría de estas consultas son telefónicas) y que el encuestador no califica ni a favor, ni en contra. Sencillamente no se registran.
Entonces, volvamos a los titulares y a las ideas que más se han reiterado. Dos de ellas se han concentrado en el vecino estado de la Florida. Se habla con elogios de la victoria arrolladora del actual gobernador, de la reelección de uno de los senadores republicanos y del cambio abrumador del condado Miami-Dade.
Parece una verdad de perogrullo que para que alguien gane otro debe perder. Pero en la política a veces sucede a la inversa: hay uno que pierde por adelantado para que otro resulte ganador. Y esto es exactamente lo que ha sucedido en la contienda para el cargo de gobernador.
¿Habría alguien realmente esperando una victoria demócrata, cuando el candidato de ese partido era un ex gobernador que cambió antes de preferencia partidista, que ya había perdido una contienda anterior, que no tenía un mensaje claro para los grupos fundamentales del estado y que en el tema de Cuba su posición había variado desde visitar oficialmente el país, hasta hacer el coro alrededor de los hechos del 11 de julio del 2021?
Pero la explicación va mucho más allá de políticos aislados. En el 2020 el estado de la Florida en su conjunto votó a favor del llamado tema 4. Según el resultado del referendo se le restituirían los derechos de votación a exreclusos que los habían perdido, según la legislación vigente entonces. Lo que fue una victoria popular, resultó desdibujado a puerta cerrada por una asamblea estadual de menos 200 miembros de mayoría republicana, que aprobó nuevas regulaciones que hicieron casi imposible restablecer los derechos a alrededor de 1,1 millón de personas, que en su inmensa mayoría apoyaría a los demócratas. La misma asamblea que redibujó los distritos electorales según las concentraciones geográficas republicanas.
En resumen, no puedes nadar si además de no saber te cuelgan una piedra en el cuello.
A esto agreguemos la estadística que casi siempre se guarda a buen recaudo. ¿Cuánto financiamiento invirtió el partido demócrata en cada uno de sus candidatos en ese estado?. Sin conocer aún más detalles, ya salieron declaraciones del responsable de ese frente diciendo algo así como: “algunos de nuestros candidatos perdieron porque los dejamos solos (que en inglés es abajo-down)”
Todos estos factores y otros influyeron del mismo modo en la reelección, y noticia de primera plana, del senador republicano que ha sido anti-Trump, después trumpista y ahora mismo no se ubica claramente. En este caso, habría también que sumar los errores reiterados de los asesores de su contrincante mujer, joven y afrodescendiente, con una carrera de mérito en la fuerza policial, que apostó a creer más en Dios que el propio Jesús. Después de esta contienda, en el manual electoral demócrata debería aparecer una cláusula que diga: “usted no puede aspirar a obtener respaldo de votantes cubanoamericanos simulando que está más a la derecha que su contrincante”.
Hubiera sido más fácil ganarle a su oponente explicando que se enfrentaba al senador que tiene el más bajo nivel de asistencia a las sesiones de su cámara federal y que ha presentado al pleno menos proyectos de ley exitosos que los sus 99 iguales. Es decir, se batía con el que peor ha representado el estado que lo eligió y aun así equivocó el mensaje.
Estas dos “victorias” republicanas han alimentado la narrativa (y usamos el anglisismo a propósito) para sustentar la conclusión de que la “Florida se consolida como definitivamente republicana” y que ya le han aparecido rivales a Trump de cara al 2024. Esto último ha sido reforzado por el análisis académico de un sitio de apuestas (dinero puro y duro) que ya ha comenzado a hacer sus primeras proyecciones.
El hecho que se cite el nombre de Ron DeSantis como contendiente para el 2024, a 24 meses de distancia, le ha permitido a los republicanos algo muy importante, casi prohibido hasta ahora: disentir. Esta noción de que puede existir otro polo dentro del partido ha abierto el paso a severas críticas contra el expresidente, cuestionamientos a su legado, fatalidad de su mensaje y menos demanda para que ofrezca padrinazgo. La disidencia va más allá de lo presidenciable, pues ya se asoman nuevos candidatos para el liderazgo del partido en ambas cámaras del Congreso, que es un ambiente aún más oscuro e impredecible.
El fin de la Florida como estado pendular podría ser una gran victoria para algunos, pero también podría pasar página respecto a un tema que ha sido la punta de lanza y principal condimento de chantaje: la conducta del llamado voto cubano. Se acaba entonces la “necesidad” de cortejar a un mínimo por ciento de votantes que en teoría se dice que ha venido definiendo el resultado final floridano desde 1980, tanto para elecciones presidenciales, como de medio término.
¿Qué pasó en Miami Dade? Pues la suma de todo lo dicho hasta aquí, más los mismos factores que cambiaron el color a Arizona o Colorado: los flujos demográficos. Y son diversos: van desde la llegada masiva de jubilados adinerados, hasta el acceso al voto de inmigrantes recientes colombianos y venezolanos (más los tradicionales cubanos).
Lo que no cambiará, de momento, por cierto poco comentado por los apostadores a la ola roja, es que el Congreso con cualquier mayoría que se certifique, seguirá siendo cada vez menos productivo y conservará el escaso respeto que le otorgan los electores a lo largo de toda la Unión: respaldo solo del 9%. Este sin dudas es un factor que retarda cambios en una nación donde se enfrentan a la vez tantos proyectos distintos de país.
Queda aún mucho sobre lo cual meditar, pero el llamado es que lo hagamos a contracorriente y más allá de los titulares que nos pongan en las pantallas de nuestros celulares.
De hecho, todo parece indicar que las expectativas construidas sobre la “marea roja” y un trumpismo monolítico han tenido que ver más con algoritmos que con lo que se discutía en cada esquina, perdón, quise decir en cada club selecto y privado con vajilla refinada, ese lugar a donde no acceden los encuestadores.
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