Huelga general en Italia y Bélgica: Un éxito sin paliativos.Viernes, 19 Diciembre 2014 11:28
La 
reforma de Matteo Renzi —que preside un gobierno de coalición entre el 
Partido Democrático con sectores de la derecha italiana—, ha sido ideada
 por el ministro de Economía y Finanzas, Pier Carlo Padoan, director 
ejecutivo para Italia, Grecia y Portugal del Fondo Monetario 
Internacional entre 2001 y 2005. La reivindicación central que ha puesto
 en pie de guerra a los trabajadores es que no se elimine el artículo 18
 del Estatuto de los Trabajadores —que existe desde 1970 tras las luchas
 del conocido como “otoño caliente” del 69—, una conquista histórica que
 protege a los trabajadores de empresas con más de 15 empleados contra 
los despidos improcedentes, garantizando su derecho a obtener una 
indemnización o a ser reintegrados en su empleo si así lo deciden.
El 
rechazo sin paliativos a estas medidas quedó claro en las más de 50 
manifestaciones que sacaron a millón y medio de italianos a la calle 
bajo el lema: “Cosi non va” (Así no puede ser!). La huelga tuvo un 
fuerte seguimiento, de más del 70%, y en numerosas ciudades y sectores 
se extendió más allá de las 8 horas inicialmente convocadas. La 
incidencia de la huelga fue superior en sectores claves como la 
industria, la administración pública o el transporte, afectando a 
aeropuertos, al transporte urbano (el Metro de Roma permaneció cerrado a
 cal y canto), y a los ferrocarriles. En una muestra del poco apego a 
los derechos democráticos del gobierno, el ministro de Transportes 
intentó, aunque sin existo, prohibir la huelga en los ferrocarriles y 
poner los trenes bajo mando militar, como si fuera una situación de 
emergencia, con el cínico argumento de “proteger los derechos 
constitucionales de los ciudadanos”. Medidas represivas que reflejan el 
miedo a la movilización de los trabajadores.
Esta
 huelga se produce después de que el pasado 25 de octubre alrededor de 
un millón de trabajadores se manifestaran en Roma convocados por la 
CGIL, y de distintas protestas y huelgas sectoriales, que reflejan un 
descontento social tremendo y al alza, contra la política de austeridad,
 de privatización de la educación y demás servicios públicos y de 
profundos recortes del gasto público que están disparando la pobreza y 
la desigualdad, igual que ocurre en Grecia, Portugal o el Estado 
español. En los últimos seis años la renta media de los italianos se ha 
reducido en un 13%, siendo el poder adquisitivo medio similar al 
existente hace 25 años; diez millones de italianos son pobres, uno de 
cada tres niños vive bajo el umbral de pobreza, y el número de 
indigentes se ha incrementado en 1.206.000 personas en tan sólo un año. 
Mientras el paro, según cifras oficiales roza ya el 13%, pero alcanza el
 44% entre los jóvenes.
Esta
 huelga es también la confirmación de que las políticas del pacto social
 y los acuerdos con la patronal son completamente contraproducentes e 
inútiles para los intereses de los trabajadores. La situación a la que 
se ha llegado en Italia es fruto, como en el Estado español, de la 
política de inacción y claudicación por parte de la dirección sindical 
de la CGIL, que ha estado inmersa de lleno en una dinámica de pactos y 
consensos con la patronal y los gobiernos de turnos, desmovilizando y 
defendiendo abiertamente que la huelga general ya no es un instrumento 
útil (en su congreso nacional en mayo de este año). 
Ahora, reflejando la enorme presión que hay por abajo, el descontento y 
la rabia, ha tenido que dar un giro significativo convocando la huelga 
general. Esa empuje desde la base es la que le ha llevado a Susanna
 Camusso, secretaria general de CGIL, a señalar que “Si el mensaje de 
Renzi es que seguirá adelante [con las reformas] pase lo que pase, que 
sepa que nosotros también sabemos tirar para adelante”. Ese tiene que 
ser el camino, la lucha decidida, masiva, e intransigente frente a los 
ataques.
Bélgica: ‘Nunca hubo una huelga tan fuerte, del norte al sur y del este al oeste’
Mientras 
el gobierno hacía alarde de sus medidas y recibía el apoyo entusiasta 
del FMI, la parálisis en los centros industriales y en el transporte fue
 prácticamente total. En los aeropuertos no aterrizó ni despegó ningún 
avión, no hubo trenes ni nacionales ni internacionales funcionando 
(tampoco los de alta velocidad), ni autobuses, tranvías o metro en las 
ciudades importantes como Flandes o Bruselas y la actividad en los 
puertos quedó detenida; no hubo periódicos; en los colegios, en las 
prisiones, en los tribunales, en las administraciones públicas y en el 
sector sanitario (los hospitales sólo abrieron para urgencias), en 
Correos o en la recogida de basuras la huelga fue también masiva. 
Incluso el comercio secundó ampliamente el paro, en una huelga de la que
 los sindicatos señalaron que “Nunca hubo una tan fuerte, producto de un
 frente común sindical, del norte al sur y del este al oeste”.
Los 
testimonios de los trabajadores recogidos en los medios de comunicación 
indican el ambiente de crítica y rechazo a los ataques de los 
capitalistas. Uno de ellos denunciaba lo que es una realidad en toda 
Europa: "Es desolador: nos piden que nos apretemos el cinturón y ellos 
no lo hacen", por eso "esta huelga general no será la última hasta que 
se vaya el gobierno". Esta determinación que existe entre la clase 
obrera en luchar hasta el final es lo que ha obligado a los dirigentes 
sindicales ha advertir que“No excluimos una nueva huelga general".
 
 
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