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Si en la Portugal del 74 fue una canción en la radio –Grândola Vila Morena– la señal que precipitaba la Revolución de los Claveles, en la España de 2019 todo se ha precipitado después de un tuit de Rosalía –Fuck vox–. ¿Casualidad? Tra-trá. En la sede del partido ultraderechista, Ortega Smith no había acabado aún su larguísimo brindis bajo la interminable y pomposa fórmula de los Tercios de Flandes cuando la noticia de la coalición de izquierdas le agriaba el vino. De pronto, cambia, todo cambia. Lo que le quitaba el sueño a Sánchez ya no se lo quita o –cosas que pasan cuando la necesidad aprieta– tampoco pasa nada por dormir un poco menos si hay cosas importantes que hacer. Los meses de parón tras las anteriores elecciones son ahora unas horas de negociación que cristaliza en acuerdo a la primera. Como la seda. Ya no hay vetos, ni pulsos a puerta abierta por una cuota más de poder, sino entendimiento y discreción. A las 14:27 del 12 de noviembre de 2019, los líderes de la izquierda se estrechan la mano ante las cámaras e incluso se abrazan después de firmar un compromiso de Gobierno que es histórico si se lleva a cabo. Lo es porque en España no gobierna una coalición de izquierdas desde la Segunda República. Para ponernos en contexto: a Rosalía le quedaban seis décadas para nacer. Tra-trá. Es histórico porque, mientras la política mundial gira hacia la ultraderecha y el nacionalismo, España y la Península Ibérica resistirán creando fórmulas de izquierdas.
Si el pacto de hoy acaba en Gobierno, será observado con lupa desde fuera y sufrirá grandes presiones desde dentro. La primera noticia tras el abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias ha sido la caída de la bolsa. La robustez del mercado de valores, que no tiembla ante la desigualdad social o el auge de la extrema derecha, muestra señales de queja. La CEOE y los dueños de los grandes medios de comunicación tampoco están precisamente entusiasmados con la idea de un Gobierno de izquierdas y esto se empezará a notar desde el minuto uno. En una legislatura con la derecha extrema y la extrema derecha gritando que España se rompe –y si no, la rompo yo– no tardaremos en ver a economistas de prestigio asegurar que se irán las empresas, los inversores y el espíritu de la Navidad y que España será un descampado por el que solo pasarán bolas de paja silbando la Internacional. Tranquilos: serán los mismos economistas de prestigio que no vieron los peligros de la burbuja inmobiliaria o que auguraron el caos en Madrid o Barcelona cuando hace años llegaron gobiernos de cambio. Las empresas no se irán. Tampoco se acabará el papel higiénico en los supermercados ni Carlos Herrera, con el pico fino que tiene, pedirá asilo en Somalia. En un país que funciona como un cortijo, que los señoritos se pongan nerviosos no es mala noticia, sino un síntoma de que las promesas con las que llega el pacto de coalición podrían ir en serio.
Si las promesas van en serio, o no, es la principal duda que nos trae un posible Gobierno formado por quienes boicotearon la coalición hace unos meses por preferir la compañía de Ciudadanos. Más dudas: quienes se negaron a entrar en “ministerios florero” hace unos meses, firman lo que parece un cheque en blanco ahora. El Gobierno que llegará, aseguran Sánchez e Iglesias, será un gobierno para cuatro años que lo tendrá difícil cada uno de sus días. Un Gobierno que teóricamente llega para meterle mano a problemas estructurales como la desigualdad, la vivienda o el cambio climático y que no recibirá la alfombra roja de quienes generan desigualdad, burbuja del alquiler o contaminación. Además de grandes presiones, el Gobierno que podría llegar tendrá una gran responsabilidad. La de no fallar. No habrá otra oportunidad como esta para lavarle la cara a España y ganar la batalla cultural. Nadie, tampoco el votante de izquierdas, perdonará que el experimento acabe mal por cobardía o por falta de inteligencia. Frente a la extrema derecha, el futuro gobierno deberá demostrar que el problema de España no son los niños inmigrantes ni los manteros, sino un sistema económico injusto para la gran mayoría. Frente a la extrema derecha, el futuro gobierno deberá demostrar que lo de Cataluña no se soluciona a palos y rejas, sino con diálogo y política. Frente a la extrema derecha, este Gobierno tendrá que crear nuevas lógicas políticas que suponen arriesgar en vez de replicar las fallidas, que suponen no complicarse. Frente a la extrema derecha y con todos los poderes en contra, este gobierno deberá demostrar que aquellas plazas de 2011 llenas de gente tenían razón cuando señalaban los errores del sistema. El nuevo Gobierno tendrá que demostrar que cometieron un grave error quienes recriminaban aquellas acampadas dándoles un consejo a los perroflautas: “Que se dejen de acampadas y se metan en política”. Tra-trá.
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