En 1826, en el suplemento agregado a la edición de su Ensayo político sobre la isla de Cuba, Alexander Von Humboldt expresaba la necesidad de encontrar una nomenclatura “a la vez cómoda, armoniosa y precisa”
para designar a las naciones independientes del Nuevo Continente. Más
de sesenta años después, José Martí resolverá semejante escollo, con
simples pero profundas enunciaciones. Nos referimos al acontecimiento
discursivo que constituyó el
discurso « Madre América » en el fecundo año de 1889 y a su ensayo de
mayor calibre histórico y sociopolítico « Nuestra América », donde Martí
conferirá a la idea de una América indivisible de Simón Bolívar la
estatura de un concepto, que la alejará definitivamente de la ‘América
Unida’ reivindicada por los estadounidenses desde la época de George
Washington.
La marcha de la Humanidad. David Alfaro Siqueiros
A
la ilegitimidad de la « Declaración de San José », firmada en agosto de
1960 en la VII reunión de Cancilleres de la OEA en Costa Rica, se opuso
singularmente la « Primera Declaración de La Habana », pronunciada por
el líder de la Revolución cubana Fidel Castro el 2 de septiembre de
1960. Dos años después, luego de la Octava reunión de cancilleres de la
misma organización en Uruguay, donde la Administración Kennedy lanzara
la mal llamada Alianza para el Progreso, otro discurso mucho más extenso
de escritura plural, pronunciado igualmente por Fidel y conocido como
la « Segunda Declaración de la Habana », retoma el concepto de América
del ideario martiano, actualizándolo en medio de un contexto de
intervencionismo manifiesto de Estados Unidos en contra de Cuba y del
resto del continente, reflejado en la llamada « Declaración a los
pueblos de América » de Punta del Este.
Por
su trascendencia y su naturaleza ejemplar, « Nuestra América » y la «
Segunda Declaración de La Habana » son las piezas principales de un
archivo
fundador que, a nuestro juicio, prefigura las realidades actuales del
continente en su marcha contra el neoliberalismo y es a ello a lo que
queremos referirnos poniendo de relieve los mecanismos que construyen la
idea de una América nueva e independiente, que en el presente ha
contribuido a impedir la creación del ALCA y ha hecho posible el surgimiento de asociaciones regionales como ALBA, UNASUR y la CELAC.
Las tesis promovidas por Martí y Fidel intervinieron en el cambio del
centro de gravedad de la política de algunos países latinoamericanos
hacia la izquierda y siguen participando en la toma de conciencia de que
la única vía para mantener la soberanía del conjunto de los pueblos, es
la de enfrentar juntos la supremacía política y económica de los
Estados Unidos de América.
En
las líneas siguientes nos referiremos a la situación contextual en que
se desarrollaron ambos discursos antes de poner en evidencia algunas
estrategias a las que podemos atribuir su carácter eficaz. Analizaremos
luego la visión que ambos proponen de América como una entidad
conceptualizada y en movimiento.
Contextos en que se originan “Nuestra América” y “La Segunda Declaración de La Habana”.
El
ensayo « Nuestra América », que se integra en la modalidad del discurso
escrito, se compone de once densos párrafos, publicados por primera vez
en la conocida Revista Ilustrada
de Nueva York, el 1 de enero de 1891. En este final de siglo, la ciudad
estadounidense era, como lo señala Víctor Fuentes, una ciudad letrada
en español, la cual respondía a la existencia de una considerable
comunidad de habla hispana, formada por profesionales, obreros y
representantes diplomáticos de los diferentes países hispanoamericanos y
de España. La Revista Ilustrada,
publicada entre 1886 y (probablemente) hasta 1898, aglutinaba a los
escritores más notables de dichos países en pro de la difusión de la
cultura y la literatura hispanoamericana, entre los cuales se
encontraban el propio José Martí, Rubén Darío, Salvador Díaz Mirón,
Manuel Gutiérrez Nájera y los españoles Emilio Castelar, Juan Valera y
Emilia Pardo Bazán, por sólo citar a algunos.
Es
posible reconstruir la hipótesis concebida por Martí acerca del lector a
quien destinaba dicho ensayo. Con el uso de un lenguaje intrincado y en
el empleo de referencias indirectas a otros escritos cruciales para la
comprensión de la realidad americana, “Nuestra América” se dirige a un
público restringido pero bien definido, potencialmente integrado por
intelectuales y letrados de muchos quilates y por los políticos del
continente, capaces
de reconocer el verbo empleado y de reconstruir la dimensión de un
discurso que a todas luces les está destinado. El treinta de enero de
1891, y con similares propósitos, se publica nuevamente “Nuestra
América” en el diario de política, literatura y comercio mexicano El Partido Liberal.
Con
el breve sintagma incluyente que sirve de título, creado en vísperas de
la preparación y fundación del Partido Revolucionario Cubano (1892),
Martí resume el enrevesado curso de la historia de las naciones
americanas, marcadas por siglos de colonialismo español. El posesivo
“Nuestra”, a la vez que engloba al locutor y al lector virtual en el
contenido de su discurso, permite de entrada trazar la frontera
lingüística definitiva y definitoria que en lo adelante separará la
cultura y los intereses de los países situados entre el Río Bravo y el
Estrecho de Magallanes de cualquier forma declarada o solapada de
colonialismo, metaforizado como “el tigre de afuera”. De esta manera, el
referente impreciso del conjunto de naciones de la América de Martí
nace como concepto, se construye por y con la Palabra, con signo propio y
con contornos mejor definidos, en la medida en que se opone a la
América anglosajona excluida desde el título, cuya voluntad
expansionista no se limita al mero hecho de apropiarse el mismo nombre,
sino que ya empieza a ser el peligro mayor para la soberanía del resto
de los países del continente. Así se apartarán dos territorios de
ideologías e idiosincrasias opuestas, dos Américas que no podrán
imbricarse a lo James Monroe ni congregarse como lo pretendiera la
Conferencia Interamericana de Washington de 1889 (precursora de la
Organización de Estados Americanos), en la cual advierte ya el cubano
las pretensiones del naciente imperialismo.
La « Segunda Declaración de la Habana » es
igualmente un discurso previamente escrito de manera conjunta,
convertido en discurso oral por el líder de la reciente Revolución
cubana, cuyo liderazgo alcanzado desde la epopeya del Moncada, de la
Sierra Maestra y en los primeros años del gobierno revolucionario, le
permite expresarse (en primera persona del plural) en nombre de la
llamada Asamblea Nacional del Pueblo de Cuba, pueblo al cual también
dirige su alocución durante cuatro horas, en un juego de preguntas y
amplias repuestas de alto valor informativo e histórico. Como se afirma
desde el exordio, sus palabras se destinan a ese pueblo al que en su
mayoría representa y que lo escucha en el espacio de la emblemática
Plaza de la Revolución, por las ondas de radio o en diferido. En su
condición de portador de la voz de los excluidos, dedica la Declaración a
Cuba y a los pueblos de la América Latina,
ante cuyos representantes que concurren al acto somete a aprobación el
texto leído, confiriéndoles de tal suerte la legitimidad jurídica de
votar públicamente, escogiendo así la vía opuesta a la que impusieran
sus gobiernos con la firma de la Carta de Punta del Este.
En
esta misma ciudad uruguaya, el 31 de enero de 1962 y bajo la presión
estadounidense, fue separada Cuba de la OEA, en un contexto de
hostilidad manifiesta y de amenaza permanente contra el país caribeño.
La réplica ante el hecho no se hizo esperar. El 4 de febrero de 1962 y
al día siguiente de que por orden ejecutivo presidencial de Estados
Unidos se iniciara formalmente el embargo total hacia la isla, el pueblo
de Cuba y los representantes de los pueblos de América ratificaron la
integralidad del texto de la “Segunda Declaración de La Habana”. Fue así
como la conocida intervención de Fidel, a la vez que anuló
democráticamente la validez de la Declaración de Punta del Este, se
convirtió en un acontecimiento discursivo que participará, a lo largo de
varias décadas, en la transformación del destino del continente.
Estrategias que construyen una idéntica función argumentativa.
La
semejanza de « Nuestra América » con la « Segunda Declaración de La
Habana » se fundamenta en el valor de ambos textos en la creación de una
conciencia americana, en su carácter reunificador y pluralista y en la
medida en que se asocian a una ética y a un saber histórico-social
cargado de afectividad, de corte pedagógico. Otro denominador común es
la definición del peligro que representa la política estadounidense para
los pueblos de América, así como la visión nueva del hombre del
continente como principal protagonista de los necesarios cambios que
ocurrirán en él. Las estrategias discursivas presentes en los dos
discursos, destinadas a asegurar su funcionamiento pragmático, son
igualmente similares en el tratamiento de las distintas temáticas.
En « Nuestra América », emerge desde sus primeras líneas y como ya se ha señalado,
la inminencia de una cohesión entre las desmembradas repúblicas de
América, que tenga la virtud de dejar a un lado intereses personales y
veleidades locales para frenar la avanzada de un mal que no les viene de
adentro, sino de un peligroso y cercano enemigo exterior común. De ahí
que aparezcan en este ensayo, con permanente insistencia, variadas
formas de obligación (“Lo que quede de aldea en América ha de
despertar”; “debe llevarse adelante el estudio de los factores reales
del país”, “Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele”), que al
tiempo que trazan el camino a seguir y confieren a Martí el papel de
sabio, buscan orientar al interlocutor (en este caso al lector), quien
podrá rectificar a posteriori la idea que se hace del tema América.
Más
de treinta formas de obligación se unen así a otros giros sintácticos
recurrentes (oposiciones con “no…, sino…”, negaciones, infinitivos con
función de imperativo) para estructurar la totalidad de un discurso que,
yendo en contra de la doxa
y rectificando ideas preconcebidas, impone su propia visión de la
situación del continente e invita explícitamente a tomar posición ante
ella.
Con
un tono directo y tajante, que se traduce en el escrito por el empleo
frases breves, acentuadas por el valor absoluto del verbo ser (“Conocer
es resolver”; “Estrategia es política”; “Pensar es servir”) y por medio
de preguntas que dan a “Nuestra América” su dimensión dialógica, el
discurso martiano expone un caso en el que aparentemente sus lectores no
estaban interesados y de los que implícitamente espera una respuesta.
Por lo tanto, su escritura advierte, aconseja, instruye, da fórmulas
para acabar con los consuetudinarios diferendos fratricidas (“el tigre
de adentro”), anunciando además la urgencia de actuar (“urgente”;
“urge”) ante un peligro mayor, cuyas dimensiones para el futuro de
América recoge el término “gigante” que, como lo afirma Gonzalo de
Quesada y Miranda, no es otro que “la política norteamericana en la cual
ya él [Martí] ve perfilarse – casi medio siglo antes que muchos otros –
la guerra imperialista” en tierras de América.
El plano léxico.
El
discurso martiano otorga un papel a cada cual en la construcción de la
patria americana, gracias a un léxico preciso y cargado de valores. Con
el uso de modalidades lingüísticas de alto contenido estético y moral
ensalza al hombre natural dándole, con el simple hecho de enunciarlo, el
lugar que hasta entonces le ha sido negado, invitándolo además a ser
genuino defensor de su identidad. En el polo opuesto se sitúan aquéllos
que no abrazan la posibilidad de una independencia cultural y política
(“los sietemesinos”) y se avergüenzan de sus orígenes en suelo
extranjero socavando los cimientos de sus naciones, señalados con
insistencia en el discurso.
Algunos deícticos espaciales (“Madrid”, “París”, “América del Norte”)
sitúan los intereses de esos “criollos exóticos” (p.482) fuera de las
fronteras de la América construida por y con el discurso, acentuando así
su distanciamiento a la vez espacial e ideológico de las
consideraciones del autor.
El ethos
orientador de Martí deja así al lector la posibilidad de crear sus
propias conclusiones, de asumir una u otra posición e insiste en la
imposibilidad de continuar copiando en América formas de gobierno
nacidas en Europa o en los Estados Unidos, en total desajuste con la
vida de los hombres del continente. Para ello, utilizando la repetición
pedagógica de campos léxicos (gobernar
y crear) propone adecuar los proyectos a las realidades locales, pero
no a través de una lógica extranjera que obligue a América a
corresponder con ella, como ya han hecho tantos en el pasado, sino lo
inverso. Con esta figura de insistencia, el discurso señala además la
urgencia de la creación de un sistema de enseñanza propio que tome en
cuenta la diversidad de los factores del país, que adapte sus contenidos
a la realidad del continente (“La historia de América, de los incas a
acá, ha de enseñarse al dedillo […]”, p. 483) y en cuyos claustros
deberán formarse los futuros dirigentes. Luego de hacer el balance de
las luchas por la independencia en América, Martí formula una solución
determinante que irradia, por su gran magnitud histórica, el porvenir de
los países hispanoamericanos en sus múltiples esferas, tanto
sociopolítica, como económica o cultural:
“Gobernante,
de un pueblo nuevo, quiere decir creador […]. La salvación está en
crear. Crear, es la palabra de pase de esta generación”. p.485.
Y
esta clave del devenir americano definida por Martí, honrada por tantos
artistas e intelectuales en la expresión de la realidad del continente,
no significa sin embargo que deba encerrarse en sí mismo, ignorando la
marcha del mundo. Lo debe hacer (nótese el uso del imperativo
“injértese”), pero conservando un eje vertical único, que es el alma misma de sus repúblicas.
La negación y lo implícito.
Apoyándose
en la premisa irrefutable de la existencia de cuerpos diversos con
identidad universal y a través de la estrategia discursiva de la
negación, Martí desmonta el mito de la existencia de las razas. Además
de oponerse a tal concepto divisor y discriminador, tan manejado por el
cientificismo positivista de su época, el autor cubano ataca a través de
lo implícito y en la medida en que el lector sea capaz de identificarlo, al pensamiento de Domingo Faustino Sarmiento (Conflictos y armonías de las razas en América, 1833),
izándose por encima de sus tradicionales fórmulas para ubicarse en un
plano enunciativo superior, dando una nueva perspectiva en forma de
sentencia, como el fabulista al decir la última palabra:
“No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”. p.482.
Por
medio de este mecanismo, y a contrapelo, el discurso martiano
deconstruye, sin que sea menester mencionar al autor, el conocido
binomio de Sarmiento,
rompiendo así con estereotipos añejos que pretendían imponerse como una
verdad absoluta y poniendo punto final a una visión errada en la
construcción y co-construcción de la imagen de América. Como lo precisa
Jean Lamore en su José Martí et l’Amérique,
“alertar a los hispanoamericanos, informarlos, hacerles ver los
peligros y exhortarlos a ser dignos de su historia y de su patria, fue
una tarea permanente de Martí”.
La interdiscursividad en la “Segunda Declaración de La Habana”.
El
discurso del líder cubano, al referir desde el inicio de su
intervención las últimas palabras de José Martí a su amigo Manuel
Mercado, anuncia de entrada la dirección que tomará su intervención,
propuesta en nombre de las Organizaciones Revolucionarias Integradas y
del Gobierno Revolucionario. En lo adelante, sitúa la Historia de Cuba
en paralelo con la de otros pueblos de América y del mundo
y realiza un elaborado análisis que intenta dar visibilidad a fenómenos
poco explicados o, para algunos, ignorados de la biografía de la
Humanidad. Destaca entonces el reducido prestigio del sistema
interamericano de la OEA, calificado como “mafia de gobiernos
dictatoriales”, entidad discursiva a la que se opondrá el “pueblo”
(vocablo repetido más de cien veces en la alocución), principal actor e
interlocutor del discurso pronunciado en su nombre y aprobado por él
(“el pueblo de Cuba suscribe”), en respuesta a las decisiones urdidas a
espaldas del país caribeño en la Conferencia de Punta del Este.
Este
pueblo de Cuba y de América, igualmente denotado con pluralidad de
significantes (“masas”, “gran humanidad”, “masa anónima”,…), no sólo
puede ver reflejados sus propios intereses en lo expresado, sino que
puede analizar la autenticidad de los principios que sustentan la
argumentación del discurso. Podríamos considerar que el mismo se dirige a
un auditorio universal, por la validez de los valores expuestos para la
razón de cualquier ser humano, sea cual fuere su posición política. Sin
embargo, una minoría aliada de los Estados Unidos, se ve inmediatamente
excluida desde el inicio de tal declaración, en la cual vislumbrará una
amenaza evidente para sus propósitos.
Por
la presencia de los principios martianos y a otras referencias que se
insertan en la “Segunda Declaración de La Habana”, podemos descubrir la
relación intrínseca entre el carácter eficaz de este discurso y el saber. Al conocimiento preciso
de las realidades del continente en el devenir de la humanidad,
analizadas a la luz de la Historia y de las principales ideas de
filósofos de los siglos XIX y XX, se une además al prestigio previo del
locutor, alcanzado durante la gesta revolucionaria, que en gran medida
contribuye a su credibilidad y a la adhesión a los postulados que
expone. Su cultura enciclopédica, que asegura el éxito de su empresa
discursiva, refiere la evolución de las diferentes sociedades desde la
época feudal hasta la fase superior del capitalismo y pasa en revista
los momentos claves de la historiografía universal, como
el llamado Descubrimiento de América, el consiguiente reparto del mundo
por unas pocas potencias, la Revolución burguesa nacida de las ideas
filosóficas de la Ilustración y el surgimiento de nuevas relaciones
productivas por la existencia de nuevas relaciones de producción.
Al
saber histórico del orador, se agrega además su imponente figura de
guerrillero y su calidad de hombre de pueblo, que a la vez que derriba
públicamente un sólido aparato hegemónico, se atribuye el derecho y
deber de defender ante el mundo la soberanía de Cuba y de América.
Utilizando el recurso de la ironía, censura la economía de la sociedad
capitalista basada en la libre competencia, así como el papel de los
monopolios y de los grandes accionistas a los que define, como
“poderosos caballeros
de la industria”, cuyo modelo social es incompatible con el necesario
desarrollo socioeconómico de los países latinoamericanos. Una vez más,
encontramos un eco de las ideas de Martí y su visión del monopolio como
“gigante implacable a la puerta de todos los pobres”.
La inversión de perspectivas.
La “Segunda Declaración de la Habana” invierte el valor de la noción de progreso (a la manera de Claude Lévi-Strauss)
exhibida por el capitalismo, al recordar el papel de las instituciones
bancarias y al caracterizar la expansión mundial del sistema como
“abismal obstáculo al progreso de la humanidad”. En el análisis de la
transición de unas sociedades a otras y en el uso de términos inspirados
del Socialismo Científico, resulta
evidente el legado marxista-leninista para la concepción de un discurso
de alto carácter filosófico e informativo, que invita a la creación de
una América nueva, sobre la base de un sistema económico diferente de
aquel que describe como “voraz y cavernícola sistema”, denunciado desde
el comienzo de la alocución.
A
la imagen positiva del pueblo de Cuba y de los pueblos de América se
opone la del Capitalismo, del que refiere sus dramáticos desenlaces en
Europa (Primera y Segunda Guerra Mundial), reciente escenario de las
secuelas de su Mal, antes de situar en el mapa de tales realidades
pasadas, donde abundan los tiempos pretéritos, la realidad presente de
Cuba y de la América denotada por Martí. El discurso universaliza así,
de forma lógica y consciente, el destino de la isla caribeña y de la
América toda en el porvenir del mundo, en el momento de mayor desarrollo
del imperialismo que se inició, como lo precisa Lenin en su obra
clásica de 1917, con la intervención de Estados Unidos en la llamada
guerra hispanoamericana.
En
el empleo reiterado de oposiciones dialécticas y de juicios
axiológicos, obtenidos por medio de modalidades cargadas de valores
positivos en el caso de Cuba y en el polo opuesto para los Estados
Unidos y sus aliados, el discurso del líder cubano no sólo enumera las
causas que motivaron su intervención, que expresa la indignación del
pueblo de Cuba, sino que presenta un catálogo de hechos irrefutables,
incitando al interlocutor a adherir a su tesis que podríamos formular
así: “el imperialismo estadounidense es la causa fundamental de los
males de América Latina y hay que luchar contra él”. Y es en esa
estrategia argumentativa y en el uso constante de antagonismos binarios
donde se concentra el mayor peso de sus acusaciones.
“En Punta del Este se libró una gran batalla ideológica entre la Revolución Cubana y el
imperialismo yanki.
¿Qué representaba allí, por quién habló cada uno de ellos?
Cuba representó los pueblos;
Estados Unidos representó los monopolios.
Cuba habló por las masas explotadas de América;
Estados Unidos por los intereses oligárquicos explotadores e imperialistas.
Cuba por la soberanía;
Estados Unidos por la intervención.
Cuba por la nacionalización de las empresas extranjeras;
Estados Unidos por nuevas inversiones de capital foráneo.
Cuba por la cultura;
Estados Unidos por la ignorancia.
Cuba por la reforma agraria;
Estados Unidos por el latifundio.
Cuba por la industrialización de América;
Estados Unidos por el subdesarrollo […]”.
La denuncia.
Al
atribuir a cada cual un papel el panorama histórico-social del
continente, exponiendo la desigualdad de sus valores y posicionamientos,
la “Segunda Declaración de La Habana” establece una diferenciación
epistemológica cuyo impacto es tanto mayor cuanto que los hechos,
ampliamente pormenorizados, sin ser lo que llamara Roland Barthes (1968)
el “efecto de realidad” sino lo real mismo, hablan por sí solos. Cuba y
los pueblos de América aparecen en condición de víctimas de un poder
hegemónico, cuyo cuerpo monstruoso y grotesco (“boca insaciable”, “mano
insaciable”) se construye con la descripción detallada, minuciosa y
reiterada de su política exterior, caracterizada por el saqueo
sistemático de los recursos naturales del continente, por el intercambio
desigual, por la firma de pactos que, lejos de perseguir el bienestar
de las naciones americanas no son más que tratados en contra de ellas
(“pactos contra los pueblos”), por las persecuciones de indígenas, las
matanzas, las condenas, la multiplicación de las muertes por falta de
asistencia médica, los sistemas de enseñanza casi inexistentes, la
reducción al silencio que se traduce en su propio territorio por el
racismo, las batidas de negros, y que en el caso de Cuba se define por
el hostigamiento permanente a la nación cubana y la organización de
sabotajes, de planes de agresión, de asesinatos y la promoción del
terrorismo, pruebas fehacientes de una política intervencionista de la
que paradójicamente la OEA no parece tener noticia (véase la repetición
de “Y la OEA no se entera”). De esta forma Cuba, representación
discursiva de los valores humanistas, pasa de ser el “culpable”
inverosímil de Punta del Este a convertirse en el acusador público de
Estados Unidos y de su “aparato de represión”:
“Se
reúnen los cancilleres y expulsan a Cuba, que no tiene pactos militares
con ningún país. Así, el gobierno que organiza la subversión en todo el
mundo, y forja alianzas militares en cuatro continentes, hace expulsar a
Cuba, acusándola nada menos que de subversión de vinculaciones
extracontinentales […] ¿Cómo
podrán justificar su conducta ante los pueblos de América y del mundo?
¿Cómo podrán negar que en su concepto la política de tierra, de pan, de
trabajo, de salud, de libertad, de igualdad y de cultura, de desarrollo
acelerado de la economía, de dignidad nacional, de plena
autodeterminación y soberanía, es incompatible con el hemisferio?”.
Más
de cincuenta preguntas formuladas en estilo directo establecen un
pseudodiálogo que cuestiona lo que hasta entonces parecía
incuestionable, construyendo un segundo interlocutor (los políticos de
los Estados Unidos) integrado al discurso para excluirlo mejor de las
disposiciones de un oponente colectivo, que son los pueblos de América.
Al mismo tiempo, y de manera exhaustiva, se explica la situación que
atraviesa el continente, facilitándole informaciones al receptor y más
tarde al lector. El pormenorizado retrato discursivo del pueblo cubano
borra la imagen que otros han construido en su contra y legitima y
autoriza el ataque directo a quienes no tienen respuesta ante tales
alegaciones. Así, por medio de un lenguaje nítido, liberado de
eufemismos y al alcance de cualquier hombre o mujer de América, se
revela la verdad que los pueblos deben conocer, incitando a la reflexión
y, de la misma forma, a la acción.
A
la vez que denuncia y acusa frontalmente el unilateralismo
estadounidense, la “Segunda Declaración de La Habana” formula, con
repetidas formas de obligación (“El deber de todo revolucionario es
hacer la revolución”; “Lo
que esto significa no debe escapar a los pueblos”…) la responsabilidad
de los latinoamericanos en la obtención de su real independencia.
Critica a aquéllos que, como los sietemesinos martianos, fomentan el
divisionismo (“vicios de crecimiento, enfermedades de la infancia del
movimiento revolucionario”) y enuncia una advertencia que previene de
algo que prepara el enemigo exterior para el futuro del continente, tal y
como lo hiciera unas décadas antes José Martí:
“Los
pueblos saben que en Punta del Este, los cancilleres que expulsaron a
Cuba se reunieron para renunciar a la soberanía nacional […]. Que
Estados Unidos prepara a la América Latina un drama sangriento; que las
oligarquías explotadoras, lo mismo que ahora renuncian al principio de
la soberanía, no vacilarán en solicitar la intervención de las tropas
yankis contra sus propios pueblos […]”.
Con
tales revelaciones, el líder de la Revolución cubana alerta sobre el
escenario en que se desenvolverán las naciones americanas en lo
adelante, teatro de extrema tensión que el vecino del norte ha plantado
para ellas en el continente. Y la evaluación del contexto extraverbal
integrada al discurso, será la marca de su certera apreciación del
recrudecimiento de una política exterior, que no vaciló en brindar su
sostén a las dictaduras militares y apoyó económica y militarmente los
golpes de estado de la derecha.
Esta tragedia que se vislumbra aparece en el discurso como una realidad
próxima e ineluctable. Sin embargo, en igual plano enunciativo se sitúa
el despertar de una América despojada de la ingenuidad de siglos
anteriores, que como entidad humanizada va saliendo de su letargo y su
silencio.
En
medio de circunstancias históricas ya anunciadas por Martí en “Nuestra
América”, “La Segunda Declaración de La Habana” alerta a los pueblos,
les revela lo que urge saber, no sin prevenir a sus enemigos de que esos
mismos pueblos, escaldados por siglos de dominación, ya son conscientes
(“Los pueblos saben”) de sus reales intenciones.
América como entidad en movimiento.
“Nuestra
América” y la “Segunda Declaración de La Habana” nacen de un mismo
posicionamiento, fundador de la idea del inevitable ocaso de una
hegemonía. Siguiendo esta línea directriz, su fuerza perlocutoria hace
de la América una entidad nueva, en marcha hacia la independencia
socioeconómica, cultural y política que prepara la decadencia previsible
de un sistema y de un imperio. Y esta mirada ungida de optimismo, que
poetiza al hombre y al espacio americanos, es la que perciben y moldean
con sus palabras los hombres nacidos en el continente.
Una
ruptura en los dos textos, introducida por el conector argumentativo
“pero”, produce el cambio de temática, de tonalidad y de ritmo que
traducirá la idea del avance inevitable y progresivo de la América
nueva, tomando el valor performativo de una promesa.
1-N.América: “Pero « estos países se salvarán », como anunció Rivadavia el argentino […]. Estos países se salvarán […]”. p.484.
2-S. Declaración: “Pero el desarrollo de la historia, la marcha ascendente de la humanidad, no se detiene ni puede detenerse”.
Con
dicha aserción (1) y con el uso reiterado del presente y del presente
progresivo, Martí desarrolla la idea de la evolución imparable de los
pueblos del continente hacia el cambio necesario de sus realidades
sociales, atribuyéndoles a cada uno de los elementos que la componen, la
responsabilidad de la acción que ya está llevándose adelante en el
proceso forjador del destino de la América independiente.
“Se
empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los
pueblos, y se saludan. « ¿Cómo somos?» Se preguntan, y unos a otros se
van diciendo cómo son. […] Los jóvenes de América se ponen la camisa al
codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su
sudor. […] Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la
naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas
estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser
sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las
academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena
zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa,
centelleante y cernida, va cargada de ideas. Los gobernadores, en las
repúblicas de indios, aprenden indio.
De todos sus peligros se va salvando América […]”.
El
uso reiterado de la forma en “se” permite que el objeto descrito (en
este caso América) aparezca como un dato objetivo, que no emana ya del
sujeto consciente que la enuncia sino de una entidad con existencia
propia, una realidad objetiva, visible. Algo similar advertimos en la
“Segunda Declaración de La Habana”:
“Ahora
esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta
en el continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es
la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la
empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir. Porque
ahora, por los campos y las montañas de América, por las faldas de sus
sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad, o en el
tráfico de las ciudades, o en las costas de los grandes océanos y ríos,
se empieza a estremecer este mundo lleno de corazones, con los puños
calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos,
casi 500 años burlados por unos y por otros. Ahora, sí, la historia
tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y
vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir
ellos mismos, para siempre, su historia. […] Ya se les ve, armados de
piedras, de palos, de machetes, de un lado y otro, cada día, ocupando
las tierras, fincando sus garfios en la tierra que les pertenece y
defendiéndola con su vida. Se les ve llevando sus cartelones, sus
banderas, sus consignas, haciéndolas correr en el viento por entre las
montañas o a lo largo de los llanos”.
En ambos discursos, a través de verbos de acción y de percepción, se ofrece un testimonio de los procesos
que ya están ocurriendo en el presente de América, por obra de la
diversidad de los hombres que la conforman, en la variedad de su
extensión territorial y que le conferirán su definitiva y real
independencia. Si para Martí “Es la hora del recuento y de la marcha
unida”, el deíctico temporal “Ahora”, repetido en la cita anterior del
discurso del líder cubano y apoyado por un enfático “sí”, marca el punto
de partida trazado por una toma de decisión a la que atribuye el poder
de un elemento, de una fuerza mayor, anunciadora del inicio de un largo
proceso histórico de cambio:
“Y
esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho
pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de
Latinoamérica, esa ola ya no parará más. […] Porque esta gran humanidad
ha dicho “¡Basta!” y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se
detendrá hasta conquistar la verdadera independencia por la que ya han
muerto más de una vez inútilmente”.
La “marcha de gigantes”, que invierte singularmente la perspectiva del “gigante de siete leguas” de Martí, reforzada
por la voz imperativa “¡Basta!”, marcan verbalmente un término a la
aceptación sin condiciones de la maniobras colonialistas y
neocolonialistas en América, pero también el fin de la subestimación
histórica a la que han sido reducidos tanto campesinos, como obreros,
intelectuales, negros o indios, futuros garantes del destino del
continente y del cambio que se producirá en él. De la semilla regada por
el padre Amalivaca (El Gran Semí), que Humboldt calificara de
“personaje mitológico de la América bárbara”, han retoñado estos hombres nuevos.
A
la imagen primera de una América dormida, dolorosa, anquilosada, muda,
espectadora por siglos de su propio sometimiento, se opondrá
definitivamente la representación afectiva y objetiva de una América
nueva, enérgica, en movimiento ascendente hacia una liberación próxima.
Podemos entonces afirmar que la “Segunda Declaración de La Habana” es, como lo afirma Jean Lamore, “una continuidad de Nuestra América de José Martí”,
de similar dimensión descolonizadora, en la que en igual medida
interviene el peso de lo emocional y de lo racional en la descripción de
un referente nuevo.
A modo de conclusión.
Si “Nuestra América” es un “texto de combate”
moldeado por las circunstancias históricas y discursivamente por las
contingencias del lenguaje escrito, la “Segunda Declaración de La
Habana” se presenta como un grito de independencia de la América Latina y
una acusación pública del recrudecimiento de una política imperial que
nada parece poder ofrecer al futuro de los pueblos. Podemos resumir su
alcance, diciendo que los dos discursos responden a una doble e idéntica
función social: informar sobre la necesidad de la unión como única vía
para lograr la emancipación y, por otra parte, la denuncia de un sistema
que resulta incompatible con las esperanzas de los hombres y mujeres de la patria americana.
La
Asamblea General N° 39 de la OEA en Honduras, celebrada en junio de
2009, abrió la posibilidad de un diálogo entre Cuba y dicha
organización, dejando sin efecto la resolución aprobada en 1962. Sin
embargo, el presidente cubano Raúl Castro, y el líder histórico de la
revolución, rechazaron tajantemente un retorno de Cuba a la OEA, a la
que Fidel calificó nada menos que como “un cadáver insepulto”.
A
pesar de que los problemas que denunciaron Martí y Fidel en sus
discursos llegan hasta nuestra época con mayor gravedad, otras
organizaciones regionales le han nacido a América, como la justa
compensación de los esfuerzos que han sido necesarios para hacer
realidad la promesa formulada en “Nuestra América” y en la “Segunda
Declaración de la Habana”. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños, asumida por México en este 2020, es el mayor intento de
integración que se haya concebido en la región luego de más de 500 años
de colonialismo y neocolonialismo. Formada por 32 países miembros (tras
el reciente abandono del Brasil de Jair Bolsonaro), la CELAC agrupa así a
más de 600 millones de latinoamericanos en una extensión de más de 39
millones de kilómetros cuadrados. Este logro de la unidad
latinoamericana, que concretiza la idea de Bolívar, el concepto de
América de Martí y la Revolución latinoamericana inevitable expuesta por
Fidel y la Revolución cubana, deben mucho a la abnegación y al poder de
la palabra de estos grandes hombres, cuya visión sigue guiando el
presente de la América, que ya no es sólo una construcción semántica
sino una materialización y un ejemplo para los pueblos del mundo.
A 167 años del natalicio del apóstol de la patria cubana, el “continente descoyuntado”
ha tomado una forma muy distinta a la que intentaran definir la
Conferencia Interamericana de 1889, la Reunión de Punta el Este del 1962
o el llamado Consenso de Washington de los años 1990. Si en algunas
repúblicas sigue “durmiendo el pulpo”, otras han empezado a “recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos”, trazando con su “nueva primavera latinoamericana contra el neoliberalismo” el camino hacia una definitiva liberación posible.