lunes, 29 de agosto de 2016

La guerra contra la historia III. Paseo por el supermercado de la cultura hegemónica. Por Sara Rosenberg



La guerra contra la historia III. Paseo por el supermercado de la cultura hegemónica. Por Sara Rosenberg


El objetivo de la cultura hegemónica es convertir cada hecho y cada espacio mínimo en mercancía. Todo puede comprarse, pregonan. El concepto se ha  naturalizado y es ya “sentido común”. Sus productos estrella se especializan en denigrar la voluntad y cualquier posibilidad de transformación humana. Cada producto es una bomba contra la historia, contra  el derecho mismo a reflexionar, relacionar e imaginar. Y sobre todo es un producto cultural que siempre alimenta el YO  y niega el NOSOTROS.
El Yo solitario y desesperado es un cliente perfecto. Cómo no recordar a Mersault, el alienado hasta de si mismo, pero que al final antes de morir dice que sólo desearía volver a vivir. El personaje de Camus es un retrato del sujeto que el fascismo necesita, un retrato que advierte de la falta de empatía y de las carencias del Yo.  El Yo, esa costra vital ya obesa, que deforma el sentido de la vida hasta anularlo.         
Cada clase social produce a sus intelectuales, decía Gramsci (1). ¿Pero qué clase de intelectual necesita la gran corporación supra nacional y el capital financiero-militar para controlar el alma -o el espíritu o el pensamiento- de sus esclavos?   Creo que la clase burguesa actual produce un tipo de intelectual especializado en el discurso de la pérdida, de la degradación humana, de la supuesta denuncia moral, de la queja, pero que sobre todo produce un discurso que ha de reforzar siempre la idea de que cualquier lucha carece de sentido y que la voluntad humana es un mito.  La pauta está fijada de una manera férrea, totalitaria:  ahogar toda comprensión histórica y política en fragmentos que jamás permitan acceder a la raíz del problema.  
Luchar, dicen, fue un asunto del pasado, no está de moda, no vende. El intelectual de la era del imperialismo en crisis terminal debe producir un discurso donde la especie humana sea tratada como una bazofia. Nada que hacer, sólo constatar que la maldad es inherente a esta especie. Los temas del YO se repiten: el desencanto, la desilusión, la falta de objetivos, las huidas a mundos paralelos, la melancolía, el horror, la irracionalidad, el todo vale, la aparente neutralidad, la falsa simetría, la violencia individual, el amor defraudado, el fraude. Si algún deseo  sobrevive o brinda alguna salida es el dinero. Lo inmediato. El consumo. Los modelos actuales desde las series a las novelas o el cine de masas cumplen esa norma. El YO es la única medida. Y el sin salida su espacio de actuación. El gusto contemporáneo por el olor de las cloacas del sistema –sujetos-victimas vulnerados e incapaces de luchar- dispara las ventas y tranquiliza la supuesta conciencia social que en algún lugar duerme.    
Analizar, iluminar la raíz de los problemas permitiría saber de qué manera y por donde se pueden solucionar, y la búsqueda de una solución –o cambio- implicaría tomar partido y por lo tanto no sólo denunciar las consecuencias inconexas sino tener un proyecto, ver una luz al fondo del túnel. Iluminar ese túnel.  
Una glosa: (Hay un texto espléndido de Pasolini, escrito poco antes de que lo asesinaran que  se llama “La desaparición de las luciérnagas”, donde analiza el fascismo y termina diciendo que daría su vida por la existencia de una sola luciérnaga. Lo pongo a pie de página porque vale la pena leerlo con atención.) (2)
Pero el discurso de los llamados intelectuales de este sistema debe mantener el túnel en la oscuridad, profundizar la oscuridad y conservar el espíritu del sin salida y la degradación de cualquier gesto colectivo, de cualquier palabra que nombre la  sociedad humana capaz de construirse por si misma. Hay que degradar a todos aquellos que dieron su vida para cambiar el mundo, hay que confundirlos y equipararlos con los boys del dinero fácil y el cinismo amplio, hay que atornillar bien la imposibilidad de cualquier cambio porque el sistema capitalista se cae a pedazos y esa fragilidad necesita discursos apocalípticos –a-históricos- de alta gama. Y si hay que mentir se miente sin ninguna vergüenza, para eso usaremos el relativismo y el sentimentalismo, metástasis del canceroso YO.   
Productos que tengan la velocidad de la sociedad post industrial, altamente fungibles y donde cada novedad ha de repetir el principio de que nada se puede cambiar, en todos los colores y formas, tal como las latas de los supermercados. Un mismo producto en miles de embalajes diferentes. Para eso se les paga, para eso tienen grandes espacios en todos los medios, con un guión aparentemente amplio que resalta siempre la “libertad individual” y la “democracia occidental” como si existiera o fuera posible tal cosa.
Pero me dejo llevar al túnel oscuro, entro al supermercado y hoy voy a ser libre. Individua libre. Seré libre como mujer porque me ofrecen diversas latas de feminismo, predomina el morado en varias tonalidades que van desde la contradicción sobre-determinada que pregonaba Althusser hasta la emulación  del grupo fascista Femen creado no casualmente en Ucrania. Puedo elegir en la medida que ninguna lata compromete mi elección con la raíz del problema succionado ya de la violencia social de un sistema depredador, del capitalismo de la desposesión.  Pero me dejo llevar, y estoy a punto de comprar la lata de la violencia de género, que me ofrece circunscribir el tema al interior del hogar y también me ofrece una fácil condena al macho de la especie mientras diluye el tema de qué valores colectivos han sido extirpados para seguir vendiendo teta-culo a toda hora y en todas sus variantes.
En el supermercado y como no, me encuentro con la lata –de un morado desvaído- con  textos de “escritoras” cubanas que se dedican a hablarme de la braga (blúmer, aclara la escritora ) de su mamá y de la falta de juguetes de los niños y de cómo las mujeres en Cuba no están a la misma altura que los hombres. Es una lata demasiado olorosa, diría que un producto bruto, aunque las escritoras se han especializado en hablar siempre de su sexo como reclamo publicitario y demostración del alto nivel de su liberación femenina. No arriesgan mucho, pero han de competir con cientos de bestsellers para mujeres “liberadas” que leen las sombras de grey y cosas parecidas. Y todo vale. Ellas le dan el toque tropical y están situadas en el escaparate. Siguen el guión perfectamente y cumplen con el enunciado fundamental: degradar a la revolución cubana gracias a la cual al menos deberían haber aprendido a escribir y a pensar, pero parece que les ha faltado tiempo para comprender cómo el peso colonial las empujó de rodillas a las mismas puertas del  éxito y el dinero que Prisa les ofrece, publicidad y columnas en El País para que puedan difamar cada semana. A moler y moler el chisme y la sensiblería, que con la Yoani no es suficiente y las de blanco ya están ahumadas. Es la ley del mercado, la única que conocen y adoran y están en su derecho. Primero hubo una de la que ya poco se habla, ahora hay otra todavía más liberada y posa desnuda para que leamos mejor sus libros y mañana aparecerá otra… ¿De que hablarán cuando sean un producto viejo, o por fin callarán y lamerán los premios recibidos en esos rincones vetustos en los que han colocado a las mujeres cubanas que se inventaron?  Ni Haydée, ni Vilma, ni Celia, ni  tantas mujeres revolucionarias cubanas están en ese escaparate y de verdad es mejor así para que ese rincón vetusto y lleno de polillas se olvide más rápido. 
Inspirada por ellas, -humana al fin y ávida de éxito y de dinero como debería ser en el guión dominante- imagino que podría escribir sobre las bragas de la mujer argentina y el tango, o sobre las penurias de las trabajadoras de las fábricas que usan bragas especiales porque no las dejan ir al baño a mear durante ocho horas, pero aquí me desvío y podrían acusarme de estar haciendo un panfleto social o sea que retorno mejor a temas más literarios y podría contar que mi madre no usaba bragas, (bombacha en argentino), porque ya en su tiempo era muy libre y no consentía que nada la sujetara.  Pero mi madre no vivió en Cuba, no me sirve para narrar el desencanto ni la melancolía necesaria al guión establecido para un buen producto y caería otra vez en el panfleto social porque en honor a la verdad debería decir que trabajó sin pensar en otra cosa ni en nadie, que fue un producto social del mezquino espíritu burgués empresarial, una yupi consecuente, a la que poco le importaba el destino del Nosotros. Una mujer libre, si, si a eso pudiera yo llamarle libertad.
Y si me detengo en estos comentarios es solamente porque a veces siento ganas de vomitar cuando el chisme y la inmoralidad destruyen hasta la palabra misma. Porque si tuviéramos los mismos derechos en esta libérrima sociedad occidental el debate sería posible. Pero, no, estimada “intelectual” cubana pagada por Prisa, usted puede insultar al Che Guevara y llenar de lodo la memoria de todos nuestros seres queridos, mezclar las churras con las merinas, el agua y el aceite y seguir ocupando el espacio mercenario, utilizando a la mujer, al niño, a escritoras que sí lo fueron, a su madre, a sus maridos, al arte, a mis muertos y lo que tenga usted ganas de usar porque usted es útil a sus amos, que jamás le permitirán decir una verdad, como por ejemplo: sí, el camino de todas las revoluciones y las transformaciones sociales es complicado, hay que seguir transformando muchas cosas y criticar muchas otras, pero vale la pena intentarlo, porque en el camino hay luz al final del túnel. Y esa luz se llama socialismo -y para susto de los que le pagan- se llama comunismo, el deseado, el que no conocemos todavía, por el que seguimos luchando y apostando, por el Hombre nuevo del que habló y por el que dio la vida Guevara. Nuestro Che. Qué suerte tuvo de poder saludarlo en el colegio, mientras nosotros en América Latina éramos asesinados por leer su diario que solíamos llevar escondido y que pasaba de mano en mano como una chispa y que nos ayudó a crecer y a sobrevivir a la crueldad atroz de aquellos años de plomo. Si. Las revoluciones no son fáciles, pero no hay otro camino: o socialismo o barbarie, y el fascismo camina hoy por estas calles con una “libertad” -esa que ustedes pregonan tanto- inusitada.   
Y para hacer la Mujer nueva hay que acabar de una buena vez con el chisme y la teta culo y la mercancía confundida con lo que jamás podrá ser literatura. La gran literatura respira amor por nuestros semejantes, humanidad en marcha. No es un producto de supermercado.     
Yo también daría mi vida por encontrar una luciérnaga, y como dice el tango una “luciérnaga furiosa”.  
Después de este paseo por el lúgubre supermercado de la derrota humana, me encuentro con miles de luciérnagas que brillan, son luciérnagas furiosas que celebran hoy en todas las plazas de mi país del sur NUESTRA LUZ.       
Hoy esa luz fuerte ilumina el túnel y ha conseguido después de cuatro años de juicio y de testimonios terribles, la condena a cadena perpetua de los genocidas del campo de concentración más grande de Córdoba, el campo de “La perla”, donde asesinaron a tantos y tantos compañeros…  
Los genocidas siguen y seguirán siendo juzgados y seguiremos exigiendo que no se les permita ninguna prisión domiciliaria.
Las luciérnagas vuelan e iluminan esta noche oscura, son las Madres y las Abuelas, somos  todos Nosotros -mujeres y hombres- que decimos otra vez MEMORIA-VERDAD- JUSTICIA  porque  las palabras verdaderas emiten luz, una luz furiosa y capaz de transformar el mundo.       
(Continuará…) 
(1)- “…Los intelectuales son los “empleados” del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y de gobierno político, a saber: 1) del “consenso” espontáneo que las grandes masas de la población dan a la dirección impuesta a la vida social por el grupo social dominante, consenso que históricamente nace del prestigio (y por tanto de la confianza) detentada por el grupo dominante, de su posición y de su función en el mundo de  la producción; 2) del aparato de coerción estatal que asegura “legalmente” la disciplina de aquellos grupos que no “consienten” ni activa ni pasivamente, pero que está preparado por toda la sociedad en previsión de los momentos de crisis en el comando y en la dirección, casos en que el consenso espontáneo viene a menos…” (Antonio Gramsci. “Los intelectuales y la organización de la cultura”. Juan Pablos Editor. México 1975)  

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