lunes, 10 de diciembre de 2018

Entrevista a Noam Chomsky Destruyendo la democracia Chistopher Lydon El Viejo Topo



Nota de edición: Noam Chomsky cumplió el pasado viernes (7-12) noventa años. En esta entrevista, el gran lingüista y activista vincula la laminación de los valores democráticos con la caída de la tasa de beneficios y la alternativa fabricada por los amos del poder: el neoliberalismo.
Incluimos aquí un fragmento de una conversación entre Chomsky y Lydon, extraída de Comments Off on Destroying Democracy, en la que el veterano activista vincula la laminación de los valores democráticos con la caída de la tasa de beneficios y la solución dada por los poderes políticos y económicos a esa caída: el neoliberalismo.—Todo lo que te pedimos es que nos expliques dónde estamos en este mundo, cuando…
—Eso es fácil.
—…cuando tanta gente está al borde de algo, de algo histórico. ¿Puede hacernos un sumario?
—Bueno, un breve sumario, creo que si se le echa un vistazo a la historia después de la Segunda Guerra Mundial, algo extraordinario ha sucedido. En primer lugar, la inteligencia humana ha creado dos bombas capaces de acabar con nuestra existencia –o como mínimo con nuestra existencia organizada–, ambas después de la Segunda Guerra Mundial. Una de ellas nos es familiar. De hecho, las dos lo son. La Segunda Guerra Mundial terminó con el uso de las armas nucleares. Fue inmediatamente obvio el 6 de agosto de 1945, un día que recuerdo muy bien. Fue obvio que la tecnología se iba a desarrollar hasta el punto de un definitivo desastre. 
En 1945, el Bulletin of Atomic Scientists inauguró su famoso Reloj del Apocalipsis. Se puso en marcha cuando faltaban siete minutos para la medianoche. En 1953 ya se había movido dos minutos hacia la medianoche. Ese fue el año en que los Estados Unidos y la Unión Soviética hicieron explotar sus bombas de hidrógeno. Pero resulta que ahora comprendemos que al término de la Segunda Guerra Mundial entramos en una nueva era geológica. La llamamos Antropoceno, la era en que los humanos producen un impacto severo, de hecho casi desastroso, sobre el medio ambiente. El reloj volvió a cambiar en 2015 y, de nuevo, en 2016. Inmediatamente después de la elección de Trump, a finales de enero del año pasado, el reloj se volvió a adelantar, faltando solo dos minutos y medio para la medianoche, lo más cerca que ha estado desde 1954. Así que hay dos amenazas existenciales –que pueden, en el caso de que haya una guerra nuclear, exterminarnos; y, en el caso de catástrofe medioambiental, crear un impacto severo sobre nuestra forma de vida– y quizás más.
Ocurrió un tercer acontecimiento. Empezando alrededor de los años setenta, la inteligencia humana se dedicó a eliminar, o por lo menos a debilitar, a las principales barreras contra estas amenazas. Lo llaman neoliberalismo. Hubo una transición en la época que algunos denominaron estado de bienestar, los cincuenta y los sesenta, con un gran periodo de crecimiento, de crecimiento igualitario, progreso en la justicia social y así…
La socialdemocracia…
La social democracia, sí. A veces se le llama “la edad de oro del capitalismo moderno”. Esto cambió en los setenta, cuando se estableció la era del neoliberalismo en la que vivimos desde entonces. Si te preguntas qué clase de era es, pues su principio fundamental es desactivar los mecanismos de solidaridad social y soporte mutuo, y el compromiso popular en la determinación de las políticas.
No se llama así. Se le llama “libertad”, pero “libertad” implica subordinación a las decisiones de un poder concentrado, no responsable, privado. Eso es lo que significa. Las instituciones gubernamentales –u otros tipos de asociaciones que posibilitan la participación de la gente en la toma de decisiones– son sistemáticamente debilitadas. Margaret Thatcher lo dijo muy educadamente: “la sociedad no existe, solo existen individuos”.
De hecho, estaba parafraseando, seguramente de forma inconsciente, a Marx quien, en su condena de la represión en Francia, dijo “la represión está transformando a la sociedad en un saco de patatas, solo individuos, una masa amorfa que no puede actuar conjuntamente”. Era una condena. Para Thatcher, es un ideal –y eso es el neoliberalismo. Destruimos, o como mínimo desacreditamos los mecanismos de gobierno a través de los cuales la gente, al menos en principio, puede participar en la medida en que esa sociedad sea democrática. Así que debilitadlos, desacreditad a los sindicatos, a otras formas de asociaciones, dejadlos como un saco de patatas y, mientras tanto, transferid la toma de decisiones a poderes privados y no responsables; todo con la retórica de la libertad.
¿Qué conlleva esto? La única barrera que nos protege de estas destructivas amenazas es una sociedad comprometida, una sociedad informada y comprometida que actúe conjuntamente para desarrollar los medios que permitan hacer frente a estas amenazas y responder a ellas. Esta ha sido sistemáticamente debilitada, deliberadamente. Quiero decir, en los setenta hablábamos de esto. Hubo un gran debate entre la élite sobre el peligro de que hubiera demasiada democracia y la necesidad de lo que llamaron “moderación” en la democracia, para que la gente fuera más pasiva y apática, para que no moleste demasiado; eso es lo que hacen los programas neoliberales. Lo mezclas todo y ¿qué sale? Una tormenta perfecta.
—Todo el mundo ve los titulares, con el Brexit, Donald Trump y el nacionalismo hindú y el nacionalismo en todas partes y Le Pen; se ponen más o menos juntos y sugieren un fenómeno mundial real.
—Está claro y era predecible. No se puede saber en qué momento pero, cuando se imponen políticas socioeconómicas que conducen al estancamiento o al declive para la mayoría de la población, a deslegitimar la democracia, a que las decisiones políticas no estén en manos del pueblo, el resultado es gente descontenta, enfurecida y atemorizada. Y este es el fenómeno que, de forma engañosa, se conoce como “populismo”.
—No sé qué piensas de Pankaj Mishra pero a mí me gusta su libro “La edad de la ira”, que empieza con una carta anónima a un periódico de alguien que dice “Deberíamos admitir que no solo estamos aterrorizados sino que también estamos desconcertados. Desde el triunfo de los vándalos en Roma y el norte de África, nada ha sido tan incomprensible y difícil de revertir”.
—Ahí está el fallo del sistema informativo, porque es muy comprensible y muy obvio y muy simple. Fíjate, por ejemplo, en los Estados Unidos, que ha sufrido mucho menos por estas políticas que otros países. Toma el año 2007, un año crucial justo antes del derrumbe. ¿Cómo era aquella magnífica economía que era tan elogiada en aquél momento? Era una en la que los salarios de los trabajadores americanos, de hecho, eran más bajos que en 1979, cuando empezó el periodo neoliberal.
Este hecho no tiene precedentes históricos, exceptuando situaciones tras catástrofes, guerras o cosas parecidas. Fue un periodo largo en el que los salarios reales habían decrecido, aunque se amasaron riquezas en algunos bolsillos. También fue una época en la que se crearon nuevas instituciones, instituciones financieras. Si nos fijamos en los años cincuenta y sesenta –la llamada época dorada– los bancos estaban conectados con la economía real. Esa era su función. No había caídas en la banca porque había regulaciones de los mercados financieros.
A principios de los años setenta hubo un cambio drástico. En primer lugar, las entidades financieras se inflaron a gran escala. En 2007 obtuvieron un 40% de beneficios. Por lo tanto, dejaron de estar conectadas a la economía real.
En Europa, la forma en que se desacredita a la democracia es muy directa. Las decisiones están en las manos de una troika que no ha sido elegida: la Comisión Europea, que no se vota; el FMI, por supuesto no votado; y el Banco Central Europeo. Ellos son los que toman las decisiones. Así que la gente está enfadada, está perdiendo el control de sus vidas. Ellos son los que sufren las consecuencias de las políticas económicas, y el resultado es ira, desilusión, descontento, etcétera.
Hemos visto en las pasadas elecciones francesas que los dos candidatos eran ajenos al establishment. Los partidos centrales se han hundido. Lo vimos en las elecciones americanas. Dos candidatos fueron capaces de movilizar a las masas: uno de ellos era un multimillonario odiado por el sistema, el candidato republicano que ganó las elecciones –pero fijaros en que una vez toma posesión es el antiguo sistema el que dirige el país. Puedes manifestarte en contra de Goldman Sachs durante el periodo de campaña, pero asegúrate de que se encarguen de la economía cuando seas presidente.
—Así que la cuestión es, en un momento en que la gente está casi lista para actuar y casi lista para reconocer que este juego no funciona, ¿tenemos la capacidad, como especie, de actuar en consecuencia, de adentrarnos en ese estado de perplejidad y, más adelante, pasar a la acción?
—Pienso que el destino de nuestra especie depende de ello; recuerda, no es solo desigualdad, estancamiento, estamos ante un desastre terminal. Hemos creado la tormenta perfecta. Estos deberían ser los titulares de cada día. Desde la Segunda Guerra Mundial hemos creado dos medios de destrucción. Desde la era neoliberal hemos desmantelado la forma en que los manejamos. Esas son nuestras tenazas, eso es a lo que nos enfrentamos y, si no resolvemos ese problema, estamos acabados.
Quiero volver al libro de Pankaj Mishra “La edad de la ira” por un momento. No es la edad de la ira, es la edad del resentimiento contra las políticas socioeconómicas que han dañado a la mayor parte de la población durante las últimas generaciones que, conscientemente y como principio, han desvirtuado la participación democrática. ¿Por qué no debería haber ira?
—Pankaj Mishra lo llama –es una palabra nietzscheana– “resentimiento”, que hace referencia a un cierto tipo de ira explosiva. Pero él dice que “es la característica distintiva de un mundo en el que la promesa moderna de igualdad colisiona con una masiva disparidad de poder, educación, estatus, y….”
—Esto ha sido diseñado así. Mira los años setenta: en el panorama, el panorama de la élite, había una gran preocupación con el activismo de los años sesenta, un período tumultuoso. Hizo que el país se convirtiera en civilizado, lo que para ellos puede ser peligroso. Lo que pasó es que grandes sectores de la población –que habían sido pasivos, apáticos, obedientes– intentaron entrar en la escena política de una u otra forma para presentar sus intereses y preocupaciones. Los llaman de “especial interés”. Eso significa minorías: la gente joven, los ancianos, los agricultores, los obreros, las mujeres… En otras palabras: la población. La población es un “especial interés” y su función es observar en silencio; esto está claro.
A mediados de los setenta se publicaron dos documentos bastante importantes. Venían de lugares opuestos en el espectro político, ambos influyentes y ambos alcanzaron las mismas conclusiones. Uno de ellos, relativamente más a la izquierda, fue escrito por la Comisión Trilateral –los liberales internacionalistas, tres de los grandes países industrializados, la administración del presidente Carter, beben de esa fuente-. Es el más interesante, “La crisis de la democracia”, un informe de la Comisión Trilateral. Samuel Huntington, de Harvard, miraba con nostalgia los días en los que, como él dice, Truman era capaz de dirigir el país con la ayuda de unos cuantos ejecutivos y abogados de Wall Street; en ese momento todo estaba bien, la democracia era perfecta. Pero en los años sesenta todos concluyen que se complicaron las cosas porque los de “especial interés” empezaron a intentar entrar en la política y eso causa demasiada presión, que el estado no puede soportar.
—Recuerdo bien ese libro.
—Necesitamos moderar la democracia.
—No solo eso, le dio la vuelta a la frase de Al Smith. Al Smith dijo que “la cura para la democracia es más democracia.” Huntington dijo, “no, la cura para esta democracia es menos democracia”.
—No fue él. Fue el régimen liberal, hablaba en su nombre. Es el punto de vista consensuado de los liberales internacionalistas y las tres grandes democracias industriales. Ellos –en su consenso– concluyeron que la mayor parte del problema es, en sus propias palabras, que “las instituciones son las responsables del adoctrinamiento de los jóvenes”. Las escuelas, las universidades, las iglesias, no están haciendo bien su trabajo. No están adoctrinando a los jóvenes adecuadamente. Los jóvenes tienen que volver a ser pasivos y obedientes, entonces se arreglará la democracia. Eso sería el lado izquierdo.
Pero, ¿qué hay en el lado derecho? Un documento muy influyente: “El memorando Powell”, que se publicó al mismo tiempo. Lewis Powell, un abogado de empresa y, más tarde, juez del Tribunal Supremo; escribió un memorando confidencial para la Cámara de Comercio de EEUU que fue muy influyente y que, más o menos, desencadenó el moderno “movimiento conservador”. La retórica es bastante disparatada. La visión general es que una izquierda alborotadora se ha apoderado de todo. Tenemos que utilizar los recursos de los que disponemos para vencer a esta izquierda desbocada que está dañando la libertad y la democracia.
Pero hay algo más. Como resultado del activismo de los años sesenta y la militancia laboral, hubo una caída de la tasa de beneficio. Esto no es aceptable, así que había que revertir esta caída, había que debilitar la participación democrática. ¿Qué llega? El neoliberalismo, que tiene exactamente esos efectos.
Entrevista realizada por Christopher Lydon y publicada en el nº 361 de El Viejo Topo, febrero de 2018
Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/destruyendo-la-democracia/

No hay comentarios:

Publicar un comentario