La utopía
republicana catalana
La revolución
catalana funciona según los principios de lo que Gramsci, prudentemente,
llamaba "la filosofía de la praxis", o sea, el marxismo, para
entendernos. En el sentido de que es un fenómeno que camina por dos vías
paralelas en contacto continuo: la lucha social, en la calle, la movilización
para implantar la República y la construcción teórica de esta. La teoría y la
práctica, también para entendernos. Entre medias, las instituciones que
funcionan como articulación del diálogo entre ellas.
La movilización en
las calles tiene rasgos prerrevolcionarios, aunque pacíficos. La querella de
Vox contra Torra es un ataque directo a Catalunya que solamente va a enconar
más los ánimos, razón por la cual se presenta. Como también se enconarán en la
segunda semana de huelga de hambre, cuando empiecen las consideraciones médicas
y se incremente la tensión social. Todo ello está en marcha y su curso
subsiguente es incierto.
En la otra vía, la
teórica y, en cierto modo, ideológica, el Consell per la República ha aportado
en su presentación pruebas de un trabajo serio que se especifica en una buena
presenación de VilaWeb, sobre el sentido, alcance, condición, medios y fines de este órgano.
Sobresalen algunos
puntos dignos de comentario entre otros muchos. Ese Consell es un órgano polivalente,
muy flexible, de naturaleza jurídica y política compleja pero que, en todo
caso, funciona como órgano de máxima legitimidad y escudo de las instituciones
de autogobierno de la Generalitat. Si estas se vieran atacadas, el escudo, el
paladio republicano exterior, tomaría la representación de la República y
actuaría también como gobierno de esta. Es decir, es un órgano fuera de la
jurisdicción del Estado español.
Su naturaleza es
de asociación privada según la legislación belga. Pero eso no resta nada a la
eficacia de su acción política. Todos los partidos son asociaciones privadas,
algunas hasta delictivas, para más perfección.
El Consell se
configura como una especie de asamblea permanente online. Todos los
trámites, desde la afiliación a la participación, se hará a través del móvil.
Dicho en términos más técnicos, se trata de una República en la nube. La
ciberpolítica a pleno rendimiento en donde la competencia viene en apoyo de la
convicción para hacerla eficaz.
La palabra
"nube" se presta a interpretación errónea, en el sentido de que se
tratara de algo etéreo, inconsistente, utópico. Y, sí, es verdad, el Consell
tiene una clara proyección utópica, pero en el sentido de ser más creativo e
innovador, de moverse con la fuerza de atracción y movilización de la utopía.
Así, por ejemplo, establece una ciudadanía republicana (a través de un censo)
con mayoría de edad a los dieciséis años. Con un periodo de carencia en cuota
hasta los dieciocho. En cuanto a la procedencia, puede ser miembro del Consell
cualquier ciudadano de cualquier parte del mundo con la sola condición de
profesar los valores de la República catalana.
Es un ideal de
ciudadanía universal, típicamente vinculado a las tradiciones utópicas pero muy
altamente valoradas. Dice Puigdemont en una entrevista que no simpatiza con la
concepción religiosa de la política. Pero sí lo hace con la utópica, como buen
líder.
En cuanto a la
representatividad numérica pone el Consell la cifra en mi opinión
innecesariamente amplia, esperando una afiliación de un millón o incluso de los
dos que votaron el 21-D. Cabe temer que la gestión puramente online no
alcance a todos los posibles afiliados y ese objetivo tan elevado desmerezca
luego el resultado.
En todo caso, la
República viene bien pertrechada en las dos vías: la acción directa de
resistencia pacífica y la construcción teórica de República inclusiva y
cosmopolita.
Frente a eso, del
otro lado, solo se oyen voces y amenazas.
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