lunes, 10 de diciembre de 2018

La utopía republicana catalana


La utopía republicana catalana

 

La revolución catalana funciona según los principios de lo que Gramsci, prudentemente, llamaba "la filosofía de la praxis", o sea, el marxismo, para entendernos. En el sentido de que es un fenómeno que camina por dos vías paralelas en contacto continuo: la lucha social, en la calle, la movilización para implantar la República y la construcción teórica de esta. La teoría y la práctica, también para entendernos. Entre medias, las instituciones que funcionan como articulación del diálogo entre ellas.

La movilización en las calles tiene rasgos prerrevolcionarios, aunque pacíficos. La querella de Vox contra Torra es un ataque directo a Catalunya que solamente va a enconar más los ánimos, razón por la cual se presenta. Como también se enconarán en la segunda semana de huelga de hambre, cuando empiecen las consideraciones médicas y se incremente la tensión social. Todo ello está en marcha y su curso subsiguente es incierto.

En la otra vía, la teórica y, en cierto modo, ideológica, el Consell per la República ha aportado en su presentación pruebas de un trabajo serio que se especifica en una buena presenación de VilaWeb, sobre el sentido, alcance, condición, medios y fines de este órgano. 

Sobresalen algunos puntos dignos de comentario entre otros muchos. Ese Consell es un órgano polivalente, muy flexible, de naturaleza jurídica y política compleja pero que, en todo caso, funciona como órgano de máxima legitimidad y escudo de las instituciones de autogobierno de la Generalitat. Si estas se vieran atacadas, el escudo, el paladio republicano exterior, tomaría la representación de la República y actuaría también como gobierno de esta. Es decir, es un órgano fuera de la jurisdicción del Estado español.

Su naturaleza es de asociación privada según la legislación belga. Pero eso no resta nada a la eficacia de su acción política. Todos los partidos son asociaciones privadas, algunas hasta delictivas, para más perfección. 

El Consell se configura como una especie de asamblea permanente online. Todos los trámites, desde la afiliación a la participación, se hará a través del móvil. Dicho en términos más técnicos, se trata de una República en la nube. La ciberpolítica a pleno rendimiento en donde la competencia viene en apoyo de la convicción para hacerla eficaz.

La palabra "nube" se presta a interpretación errónea, en el sentido de que se tratara de algo etéreo, inconsistente, utópico. Y, sí, es verdad, el Consell tiene una clara proyección utópica, pero en el sentido de ser más creativo e innovador, de moverse con la fuerza de atracción y movilización de la utopía. Así, por ejemplo, establece una ciudadanía republicana (a través de un censo) con mayoría de edad a los dieciséis años. Con un periodo de carencia en cuota hasta los dieciocho. En cuanto a la procedencia, puede ser miembro del Consell cualquier ciudadano de cualquier parte del mundo con la sola condición de profesar los valores de la República catalana. 

Es un ideal de ciudadanía universal, típicamente vinculado a las tradiciones utópicas pero muy altamente valoradas. Dice Puigdemont en una entrevista que no simpatiza con la concepción religiosa de la política. Pero sí lo hace con la utópica, como buen líder. 

En cuanto a la representatividad numérica pone el Consell la cifra en mi opinión innecesariamente amplia, esperando una afiliación de un millón o incluso de los dos que votaron el 21-D. Cabe temer que la gestión puramente online no alcance a todos los posibles afiliados y ese objetivo tan elevado desmerezca luego el resultado.  

En todo caso, la República viene bien pertrechada en las dos vías: la acción directa de resistencia pacífica y la construcción teórica de República inclusiva y cosmopolita.

Frente a eso, del otro lado, solo se oyen voces y amenazas.

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