20 abril, 2020
La existencia de grupos, de personas o clases sociales con intereses
distintos no es algo de lo que se pueda presumir. Es cierto, por un
lado, son la muestra de que las sociedades son diversas y plurales como
consecuencia de la libertad de las personas que la conforman. Sin
embargo, por otro lado resulta que esos intereses contrapuestos suelen
ser el origen de conflictos, de guerras y de gran parte de las
desgracias que por doquier amenazan la paz y la vida en nuestro mundo.
Ese conflicto, llámese guerra, lucha de clases o como se quiera, es
tan antiguo como la humanidad. Sólo quienes han leído muy poco o los que
han leído mucho, pero quieren confundir a los demás pueden negar su
existencia o creer, como suele ocurrir con mucha frecuencia, que es un
invento de las izquierdas y más concretamente de los marxistas.
Es cierto que Marx dijo que la lucha de clases era el motor de la
historia, pero él mismo reconoció que esa idea venía de antes. Su
aportación se limita, en realidad, a creer que de ese conflicto nacería
una sociedad nueva, que la lucha de clases era "la partera de la
historia". Algo, sin embargo, que tampoco era completamente novedoso.
Más de tres siglos antes, en 1513, Maquiavelo había dejado escrito
que la división social era consustancial al orden político y que "en
toda república hay dos espíritus contrapuestos: el de los grandes y el
del pueblo, y todas las leyes que se hacen en pro de la libertad nacen
de la desunión entre ambos".
En su obra El Origen de la Desigualdad entre los Hombres,
Rousseau escribió: "El primer hombre a quien, cercando un terreno, se le
ocurrió decir "Esto es mío" y halló gentes bastante simples para
creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos
crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría
evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes,
arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso: "¡Guardaos de
escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son
de todos y la tierra de nadie!".
Los economistas clásicos, los liberales François Quesnay, Adam Smith,
David Ricardo, John Stuart Mill, y también los marxistas, fundaron la
Economía Política como una ciencia que trataba de descubrir las leyes
que regulan la distribución de la riqueza entre las clases sociales.
Y lo hacían porque eran inteligentes, había sido capaces de detectar
cómo funciona el capitalismo y trataban de explicarlo con rigor y
transparencia.
No puede ser de otra manera. En el capitalismo, el valor del
beneficio de las empresas es igual al valor de las ventas que realizan
menos el de las materias primas o maquinaria y menos los salarios que
pagan. Por tanto, salarios más elevados implican menos beneficios, salvo
que las empresas sean capaces de aumentar por otros procedimientos el
valor de las materias primas y maquinaria o vender más. Los intereses de
los propietarios de las empresas y de los asalariados son, por
definición contrapuestos. Una contradicción de intereses que puede
concluir en un conflicto permanente y destructivo o en equilibrios más o
menos armoniosos y mutuamente aceptables, un balance que depende de la
tecnología disponible, de las instituciones y leyes y, en suma, de la
capacidad de negociación que cada parte tenga.
Después de la segunda guerra mundial se produjo una situación social
de equilibrio de fuerzas que permitió lograr una distribución del
producto global muy favorable para las clases asalariadas. Eso llevó a
que muchos intelectuales y políticos proclamaran que la lucha de clases
ya había desaparecido. Lo que había ocurrido, en realidad, fue todo lo
contrario: el conflicto seguía produciéndose solo que con fuerzas mucho
más igualadas y ese equilibrio de poder fue lo que permitió alcanzar un
reparto de la tarta más balanceado. Tanto, que los propietarios del
capital vieron en peligro sus beneficios, con razón, y pusieron en
marcha una contraofensiva que culminó con las políticas neoliberales que
han producido el reparto de la riqueza más concentrado y desigualitario
de la historia moderna.
Las crisis económicas, como la que vivimos a partir de 2008 o la
actual, son los momentos en que mejor se puede comprobar la existencia
innegable de las diferencias de intereses en nuestras sociedades. No en
vano, la palabra "crisis" se empezó a utilizar en Grecia por los jueves
para referirse al momento en el que percibían mejor la naturaleza del
asunto que debían juzgar.
Hace unos días, los medios informaron de que la Xunta de Galicia se
había dirigido por carta al Gobierno central para manifestarle su queja
porque estimaba que "prohibir los desahucios durante la crisis del
coronavirus enfría el mercado inmobiliario y supone una desprotección
para los propietarios".
Es un ejemplo muy claro de la diferencia de intereses que existe en
nuestra sociedad y que puede llevar consigo efectos muy importantes para
unas personas u otras. Un conflicto que se puede resolver, como suele
ocurrir en España, en favor casi exclusivo de una parte (según quién sea
quien gobierne) o, como ocurre en otros países europeos, mediante un
tratamiento legal del problema más equilibrado que trata de salvaguardar
(bastante mejor que la norma española de un signo o de otro) los
intereses de las dos partes en conflicto.
Las medidas macroeconómicas que se toman contra las crisis también
suelen ser un reflejo muy fiel de los conflictos de grupos o clases
sociales. El incremento del ingreso de los más ricos ha sido
espectacular como consecuencia de las que adoptaron en la de 2008. En
Estados Unidos, por ejemplo, el 1% más rico de todas las familias se
quedó en 2010 con 93 de cada 100 dólares de incremento en el ingreso del
país y, en los demás años, ese porcentaje no ha sido inferior al 60%.
En España, la desigualdad también aumentó después de la crisis por la
misma razón, es decir, porque los grupos sociales más ricos lograron que
los gobiernos adoptaran medidas que les beneficiaban en mayor medida.
Ahora, a pesar de que nos encontramos todavía en los primeros
momentos de la crisis provocada por la propagación del Covid-19, ya se
puede observar que el conflicto entre clases o grupos sociales no deriva
en una lucha sino en una auténtica guerra.
En Estados Unidos, la administración Trump ha entregado un cheque de
1.200 dólares a todas las personas que ganen menos de 75.000 dólares
anuales y que hayan pagado impuestos en 2019. Quienes no pagaron
impuestos y ganen menos de 2.500 euros, o sea las más pobres, recibieron
sólo 600 dólares.
Sin embargo, esa ayuda, que ni siquiera es generosa con los más
pobres, esconde algunas condiciones que deja bien claro la diferencia de
trato que reciben los estadounidenses según su condición social. Así,
aunque en principio no es legal, muchos bancos han empezado a embargarla
a quienes tienen deudas. Y, lo que es peor, Trump ha aprovechado la
norma legal de ayudas para hacer frente al coronavirus para dar todavía
más beneficios a los ricos por medio de exenciones fiscales. Por
ejemplo, disminuyendo los tipos para las personas individuales del 39,6%
al 37% y el de las empresas del 35% al 21%, además de darles a éstas
últimas diversas facilidades para disminuir su carga fiscal por otras
vías.
Un comité del Congreso de Estados Unidos que evalúa la política
impositiva (el Joint Tax Committee) ha calculado que el 80% de la ayuda
total aprobada va a ir a parar a las 43.000 personas que ganan más de un
millón de dólares, las cuales van a disfrutar de una ayuda media de 1,6
millones frente a los 1.200 del resto. Trump se ha gastado más en
ayudarles con esa exención que lo que ha dedicado a todos los hospitales
de Estados Unidos en plena emergencia sanitaria (datos aquí).
Por otro lado, las compras masivas de títulos que viene haciendo la
Reserva Federal representan un beneficio inmediato para los grandes
tenedores y fondos de inversión que han visto cómo subían sobre la
marcha las cotizaciones de sus títulos o que han hecho grandes negocios
comprando y vendiendo rápidamente. Sólo Citibank ha ganado 100 millones
de dólares en una sola operación, comprando títulos de un fondo que
estaba cayendo para venderlos inmediatamente a la Reserva Federal.
En Estados Unidos, la encuestas muestran que el 77% de los votantes
demócratas y el 53% de los republicanos están a favor de que haya
impuestos más elevados para los ricos. Sin embargo, lo que allí se viene
haciendo, como en casi todo el mundo, es lo contrario: en 2018, la tasa
impositiva de las 400 personas más ricas fue del 28%, la más baja de
todos los grupos sociales y de todos los tiempos.
Naturalmente, los confictos de intereses no tienen que ver sólo con
la clase social sino también con la raza o el sexo. Las mujeres, por
ejemplo, trabajan mucho más que los hombres en épocas de crisis y
pierden más ingresos, como le ocurre a las personas de color o
inmigrantes.
¿Todo esto no es un conflicto se intereses? ¿de verdad creen ustedes que no hay una lucha de intereses en nuestras sociedades?
¿A quién beneficia y a quién no que desaparezca las sanidad
universal, que las pensiones sean privadas o que los impuestos a los
ricos bajen 15 puntos, como preconiza Voz aquí o aquí? ¿Quién pagaría al final la bajada de impuestos que propone el Partido Popular para luchar contra la crisis del Covid-19, aquí?
Las investigaciones que viene realizando el profesor Iago Santos
demuestran que menos de 1.500 personas controlan en España recursos por
valor del 80% del PIB.
¿De verdad que puede creerse que cuando esos promotores y
constructores, banqueros, grandes empresarios, rentistas... hablan de
hacer lo que conviene a España lo están haciendo en nombre de los
intereses generales?
Uno de los financieros más ricos y poderosos del mundo, Warren Buffet, dio claramente la respuesta a esa pregunta: "Hay luchas de clases y los ricos la estamos ganando".
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