Juan Carlos I abdica |
Escrito por Editorial |
Martes, 03 de Junio de 2014 18:42 |
¡Cuatro años de luchas y el avance de la izquierda lo han hecho posible!
¡Cientos de miles llenan las calles de todo el Estado con la bandera tricolor! ¡Por un referéndum democrático para abolir la monarquía! ¡Por una República Socialista Federal!
Estamos viviendo momentos históricos. La
abdicación de Juan Carlos I el lunes 2 de junio supone el fin de toda
una época. El rey, representación de la institucionalidad capitalista,
se ha visto obligado a echarse a un lado en una maniobra calculada y que
persigue, como objetivo fundamental, preservar al conjunto del sistema.
Pero, por más que insistan los medios de comunicación en presentar este
“relevo” como un hecho que garantiza la estabilidad, a nadie con ojos
en la cara se le escapa que la monarquía se ha hundido en el descrédito y
es ampliamente cuestionada por la mayoría de la población.[1] La crisis
de la monarquía española simboliza la crisis del régimen capitalista
español y de los grandes partidos que han asegurado la dominación de la
burguesía en estos últimos cuarenta años.
Las claves de la abdicación están en la lucha de clases
En la misma tarde del 2 de junio, las
manifestaciones convocadas por Izquierda Unida, por organizaciones y
colectivos republicanos y de la izquierda que lucha (el Sindicato de
Estudiantes y El Militante hicimos un llamamiento a participar
activamente desde el primer momento), fueron respaldadas por cientos de
miles de personas que llenaron las ciudades de todo el Estado reclamando
la Tercera República y un referéndum inmediato para decidir sobre este
asunto. Una demostración de fuerza inmediata, amplia y contundente, que
pone de relieve la profundidad y extensión del rechazo a esta
institución heredada del franquismo. En la conciencia de millones, la
monarquía juancarlista está ligada a la política de recortes y sumisión
al gran capital financiero, a una vida de lujo y derroche al margen de
sufrimiento de la mayoría; a la implicación de sus miembros en la
corrupción, los sobornos y la obtención de favores y regalías de las
grandes empresas, gracias a las cuales el monarca se ha convertido en
uno de los hombres más ricos de Europa (según las cifras que ha
publicado The New York Times Juan Carlos I posee un patrimonio de 2.300 millones de dólares).
Pero la abdicación no sólo es el
producto de este desgaste tremendo, es el resultado visible del aumento
de la lucha de clases en estos últimos cuatro años, al calor de una
crisis económica y social devastadora. Una ascenso marcado a fuego por
la irrupción de las masas en la vida política y cuyos precedentes hay
que buscarlos en la lucha de los años setenta contra la dictadura
franquista, o en los años treinta bajo la Segunda República. La rebelión
social que ha estallado en este periodo se ha caracterizado por el
desbordamiento constante de los aparatos políticos y sindicales de la
socialdemocracia. Desde el estallido del 15-M en 2011, al surgimiento de
la PAH y la gran movilización contra los desahucios. Desde la Marea
Verde en defensa de la enseñanza pública hasta la victoria de la Marea
Blanca en Madrid contra la privatización de la sanidad pública. En las
grandes huelgas del 2012, impuestas a las cúpulas sindicales por el
movimiento desde abajo, a las marchas mineras, la ocupación de Canal
Nou, la lucha de Telemadrid, las huelgas indefinidas de la recogida de
basura viaria en Madrid, Panrico o Coca Cola, la victoria del barrio de
Gamonal, las grandes huelgas estudiantiles, las históricas marchas de
la dignidad del 22-M, o la explosión social en Barcelona tras el
violento desalojo del centro ocupado de Can Vies, por citar las más
sobresalientes.
Esta es la lucha de clases que ha
impulsado un brusco avance en la conciencia política de millones de
trabajadores y de jóvenes, y que ha creado, sostenido y alimentado un
clima favorable hacia las opciones de izquierdas más identificadas con
la rebelión social. Esta es la base objetiva del varapalo que se ha
llevado el PP y la dirección del PSOE en las elecciones europeas, de la
dimisión de Rubalcaba y la profunda crisis en la que está sumida la
socialdemocracia, y también de la caída del rey Juan Carlos.
La confianza en la victoria (¡Sí se
puede!), en las propias fuerzas del movimiento y en la capacidad para
superar los obstáculos que en su camino surgen, como la actitud
deplorable de las cúpulas sindicales de CCOO y UGT agarradas a la
desmovilización y al nefasto discurso del pacto social, se ha traducido
en el terreno electoral en una crisis sin precedentes del bipartidismo.
El importantísimo incremento del voto a Izquierda Unida y la irrupción
de Podemos, han encendido todas las luces de alarma de la clase
dominante. La burguesía sabe que en la próximas elecciones generales la
derecha y la socialdemocracia serán duramente castigados, y que
Izquierda Unida y Podemos podrían obtener unos resultados excelentes,
sin descartar que el avance les lleve incluso a ganar las elecciones En
todo caso ese es un escenario que barajan, y son muy conscientes de que
no hay ninguna garantía de que los parlamentarios del PP y del PSOE
sumen mayoría absoluta en la próxima legislatura. Por eso han decidido
precipitar el intento de lavado de cara de la monarquía y acelerar el
nombramiento de Felipe como nuevo rey.
Un plan de acción para barrer a la derecha y abolir la monarquía
Entre millones de personas hay una
convicción de que estamos ante momentos decisivos para impedir que
Felipe VI, al que nadie ha votado, sea el nuevo Jefe del Estado. De
hecho, el miedo y la incertidumbre en los círculos del poder es tan
evidente que hay una auténtica tromba de declaraciones, editoriales y
programas especiales en todas las televisiones, con el afán de
convencernos de que se abre una etapa de modernización de la monarquía,
más acorde con los tiempos que corren, pero salvaguardando el espíritu
de la Transición y la cohesión de la convivencia. Todos los señuelos han
sido activados para intentar desviar la atención de la población, pero
la experiencia de estos años no ha pasado en balde.
En 1978, después de la caída de una
dictadura criminal que duró cuarenta años, y que fue derrumbada por la
lucha de millones en las calles, en huelga tras huelga, donde los
encarcelamientos, las palizas y los asesinatos de militantes de la
izquierda eran la norma, fue posible que los dirigentes del PCE y del
PSOE convencieran a una mayoría de que había que abandonar la lucha por
el socialismo y pactar con la burguesía y los sectores que se desgajaban
de la dictadura. Colaborando en el sostenimiento de una democracia
parlamentaria burguesa se cerraba el paso a la “involución”, nos decían.
Y así fue como la constitución de 1978, apoyada con entusiasmo por los
dirigentes reformistas de la izquierda, tanto del PCE como del PSOE,
garantizó la propiedad capitalista y el libre mercado, la monarquía y
sus atribuciones, la impunidad del aparato del Estado franquista, que no
se juzgara a nadie por los crímenes de la dictadura, y la negativa a
reconocer el derecho de autodeterminación a Euskadi, Catalunya y
Galicia. A cambio de que el gran capital financiero e industrial
asegurara su poder, es decir, el único poder real que determina las
decisiones fundamentales que afectan la vida de millones y el destino de
la sociedad, se reconocieron las libertades políticas que la población
ya había arrancado en las calles. La contrarrevolución burguesa adoptó,
por así decirlo, una forma “democrática” para descarrilar al ascenso de
la lucha de clases y conjurar la amenaza de la revolución socialista.
Después de cuarenta años de régimen
heredado de aquella Transición, el sistema está en crisis. Y por eso la
clase dominante busca una nueva legitimidad, pero no será tan fácil,
entre otras cosas, porque los dirigentes reformistas de la izquierda
mantienen muy poco de la autoridad que tenían en los años setenta. Es
cierto que Rajoy, Rubalcaba, Felipe González, Rosa Díez, Botín, Alierta,
Aznar, El País, El Mundo, La Razón, el ABC,
la Cadena Ser, TVE, Antena 3, Telecinco o La Sexta… corean al unísono
las mil maravillas de Felipe VI, de la Corona, de Juan Carlos I (algunos
también señalan algunos tonos grises, por eso de mantener las
formas)…todos hacen votos por un nuevo aliento para prolongar la
situación. Pero detrás de las muecas de circunstancias, de los artículos
de rigor, incluso de las actitudes serviles más despreciables, hay
auténtico pavor. Y no es para menos.
La lucha contra la monarquía es la misma
lucha que llevamos a cabo contra las injusticias de un sistema cruel
que condena a la mayoría de la sociedad a la pobreza, la marginación y
el desempleo. Una y otra van de la mano: no puede haber justicia social
si se mantiene un sistema orgánicamente injusto, basado en la opresión
de una clase minoritaria, y parasitaria, sobre la gran mayoría de la
población. La corona, al fin y al cabo, sólo representa la cara externa
del sistema. Por eso, levantar hoy una alternativa contra la monarquía
es levantar una alternativa al capitalismo, al sistema. Defender la
república, como lo hacemos millones en las calles, implica luchar por
una republica que responda a los problemas de la mayoría. No queremos un
república como la francesa, la italiana o la americana que siguen
siendo, al fin y al cabo, países capitalistas en los que existen las
misma injusticia y la misma opresión, la misma crisis, los mismos
banqueros, los mismos explotadores que en el estado español. Hay que ir
más allá. ¡Queremos una república socialista!
Los jóvenes y los trabajadores
organizados en la Corriente Marxista El Militante, que participamos
activamente en los sindicatos de clase, en las Mareas, en el Sindicato
de Estudiantes y en Izquierda Unida, llamamos al compañero Cayo Lara y a
la dirección de IU, a la dirección de Podemos (que sorprendentemente ha
mostrado una gran tibieza en su comunicado sobre la abdicación del rey,
en el que no hay la mínima crítica a la monarquía y ningún
pronunciamiento sobre la republica), a todas las organizaciones de la
izquierda que lucha y a todos los activistas sociales, a reforzar y
extender el movimiento de masas contra la monarquía, y dotarlo de un
programa realmente alternativo. No queremos lavados de cara, queremos un
cambio de verdad:
· ¡Abolición de
la monarquía! Convocatoria de un referéndum democrático para acabar con
esta institución reaccionaria heredada del franquismo.
· ¡Por una República Socialista Federal!
· Ni recortes ni retrocesos de nuestros derechos democráticos. Derecho de autodeterminación
· ¡Elecciones
ya! Por un gobierno de izquierdas para llevar adelante una auténtica
política socialista y revolucionaria a favor de la mayoría.
· Organizar una
huelga general para lograr estos objetivos. Las direcciones de CCOO y
UGT no pueden mirar para otro lado. Es la hora de luchar.
[1] Según el CIS, la popularidad de la monarquía en marzo de 1994 estaba en el 7,46, para desplomarse en abril de 2014 al 3,72%
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