“Superar la crisis requiere que los ciudadanos vuelvan a tomar la palabra, para diseñar la acción política que nos saque del caos sistémico en el que estamos envueltos. Ese proceso debe nacer de los pueblos soberanos, los que tras un extenso debate colectivo pondrán las bases para un nuevo orden social”.
Después de 8 años de malos resultados, el centro capitalista no se recupera de la prolongada y profunda crisis económica; este año se anuncian nuevos problemas financieros, y ya las bolsas europeas están sufriendo fuertes oscilaciones a la baja. Pero lo que caracteriza a la actual coyuntura histórica, es que la antigua periferia del sistema mundial amenaza con convertirse en un nuevo centro.
Millones de seres humanos salen de la miseria en Asia, África y América Latina, mientras que en los países europeos se repite el diagnóstico que Marx y Engels formularon hace más de 150 años: los pobres cada vez más pobres, y los ricos cada vez más ricos. Asistimos al final de un modelo social entre los estertores agónicos de una ideología que ha dominado el mundo durante los últimos siglos.
La leve mejoría de los datos ofrecidos por los institutos oficiales de investigación económica en 2015, no pueden ocultar el caos sistémico del capitalismo liberal. Y esa incapacidad para resolver la crisis nos señala una verdad histórica: es necesario abandonar la teoría decimonónica del mercado, cuya refutación se produjo ya en el siglo pasado; su actual aceptación como teoría científica se basa en criterios ideológicos y no en los hechos comprobados.
Como puede comprobarse en el curso histórico de los últimos cien años, esa dinámica del libre mercado genera procesos destructivos fuera del control humano, cuando deja de estar regulada por criterios políticos de planificación productiva y redistribución de la riqueza. De este modo, vemos pasar ante nuestros ojos un ciclo que repite los acontecimientos del siglo pasado: depresión económica, aumento del paro y la pobreza de los trabajadores, profundización de las desigualdades sociales, incremento de la violencia estructural en la sociedad, desarrollo de ideologías fascistas e irracionales, intensificación de las tensiones bélicas,…
La tímida recuperación del último año, que nos llegó gracias a los bajos precios de las materias primas -¿no es verdad que creamos la guerra de Oriente Medio para obtener petróleo barato?-, a su vez ha provocado dificultades económicas en países exportadores de América Latina y también en Rusia. Pero no ha conseguido generar una dinámica para compensar el empobrecimiento de las capas sociales más vulnerables en las sociedades opulentas: cinco millones de parados, sueldos por debajo de la subsistencia, generalización de los contratos de trabajo precario, etc., son la expresión de una generalizada y extensa depreciación de la fuerza de trabajo, para mayor beneficio de los empresarios capitalistas.
Pues, en efecto, los capitales aumentan sus rendimientos en estos años de dificultades económicas.La causa más evidente del aumento de la desigualdad no es ningún misterio: la privatización de los bienes públicos que ha llevado a cabo el Estado español bajo el gobierno del PP ha sido un auténtico atraco a mano armada contra las clases populares. Si el gobierno de Zapatero inventó leyes para entregar el dinero a los bancos en quiebra –reconociendo la subordinación de los bienes públicos a los intereses privados en el sistema liberal-, la corrupción de los políticos en el régimen borbónico es una apropiación de lo público completamente ilegal y fraudulenta para los propios principios del sistema liberal, además de inmoral e injusta para las clases populares.
El anuncio de la crisis ha resultado ser el toque de corneta por el que una tropa de oportunistas de toda laya se ha lanzado a saquear el Estado y la riqueza colectiva, en nombre del orden clasista de la sociedad. Lo peor de todo es que esa operación ha sido justificada por procesos electorales, donde una mayoría del pueblo soberano ha abdicado su conciencia en favor de sus estafadores.
Todo esto no podría ser hecho sin un incremento de la violencia estructural en el orden social capitalista. En el estado español el gobierno del PP ha impuesto leyes cada vez más represoras para recortar las libertades básicas de la ciudadanía, a los que se añade el cierre ideológico alrededor del catolicismo, privilegiado en la escuela y las leyes; y por supuesto, el incremento de los presupuestos militares en el gasto público, la participación en guerras genocidas para abaratar los precios de las materias primas, etc.
De ese modo, el Estado español se adapta al contexto internacional en el que está integrado; en Europa proliferan gobiernos con componentes de extrema derecha: Ucrania, Hungría, Polonia, Dinamarca, etc. Marine Le Pen gana las elecciones francesas, mientras una así llamada ‘guerra de baja intensidad’ –‘baja’, porque ‘alta’ implicaría el uso de armas de destrucción masiva-, se extiende cada vez más por la periferia europea, por Asia y África, cobrándose millones de víctimas. En América Latina vuelven los golpes de Estado de militares fascistas en países que optan por vías alternativas –Honduras, Paraguay-; por todos lados estamos viendo el fracaso de las opciones reformistas.
Sin embargo, una importante diferencia entre lo que está pasando en el norte y el sur de Europa: la reacción de la ciudadanía ante la crisis. Mientras en el norte y en el este de la UE, se asienta el fascismo en la mentalidad defensiva de los ciudadanos, en el sur estamos viendo la emergencia de una rebelión social contra el capitalismo, tanto en el Estado español como en el portugués y el griego, a través del ascenso electoral de nuevas fuerzas políticas de carácter izquierdista que hace menos de un lustro eran impensables.
Esa coyuntura histórica genera una deriva hacia la ruptura de la UE, cada vez más sentida por los propios europeos –tanto en la derecha como en la izquierda-, como una necesidad económica y política. Es el fracaso rotundo del neoliberalismo, que está teniendo ya consecuencias monstruosas, como sucedió en el siglo pasado. En el caso del Estado español, la necesidad de la ruptura aparecerá claramente en cuanto la movilización popular supere las barreras de contención del sistema neoliberal. Y estamos ya muy cerca de superarlas: la intensificación de las luchas populares en los últimos años, se ha plasmado en numerosas victorias electorales de la izquierda, todavía provisionales, pero enormemente significativas.
La permanencia del Estado español en la UE solo puede sostenerse bajo políticas neoliberales, que profundizan la desigualdad social, las formas autoritarias en las relaciones sociales y el irracionalismo en la cultura. Para conseguir un mínimo de coherencia en la gestión de la crisis, el Estado español al servicio de la oligarquía financiera, ha comenzado una reforma a partir de la sucesión monárquica, que intentará regenerar una clase empresarial capaz de afrontar los retos del siglo XXI.
Parece que el bloque conservador intentará renovarse a partir de Ciudadanos, y depurando los viejos partidos del turnismo juancarlista. Las dificultades, e incluso la imposibilidad de ese proyecto, son evidentes a estas alturas de la historia; pero al menos necesitan salvar las apariencias. Lo intentarán, aunque lo tienen muy complicado. Y si esas apariencias no se sostienen, pronto nos encontraremos ante una nueva disyuntiva histórica, que ya fue enunciada por los pensadores marxistas hace ahora un siglo: socialismo o barbarie.
Ahora bien, los pueblos de la península ibérica solo podrán acceder a un nuevo orden social si existe suficiente claridad de ideas acerca de lo que nos espera para el futuro. Y esa claridad de ideas solo puede conseguirse mediante el debate público abierto entre todos los ciudadanos. En ese sentido el 15 M fue un movimiento ejemplar; urge darle continuidad comenzando un debate colectivo sobre el futuro de nuestros países peninsulares.
En Cataluña el proceso constituyente ya ha comenzado; es necesario desarrollar éste por toda la geografía peninsular. Superar la crisis requiere que los ciudadanos vuelvan a tomar la palabra, para diseñar la acción política que nos saque del caos sistémico en el que estamos envueltos. Ese proceso debe nacer de los pueblos soberanos, los que tras un extenso debate colectivo pondrán las bases para un nuevo orden social.
“Superar la crisis requiere que los ciudadanos vuelvan a tomar la palabra, para diseñar la acción política que nos saque del caos sistémico en el que estamos envueltos. Ese proceso debe nacer de los pueblos soberanos, los que tras un extenso debate colectivo pondrán las bases para un nuevo orden social”.
Después de 8 años de malos resultados, el centro capitalista no se recupera de la prolongada y profunda crisis económica; este año se anuncian nuevos problemas financieros, y ya las bolsas europeas están sufriendo fuertes oscilaciones a la baja. Pero lo que caracteriza a la actual coyuntura histórica, es que la antigua periferia del sistema mundial amenaza con convertirse en un nuevo centro.
Millones de seres humanos salen de la miseria en Asia, África y América Latina, mientras que en los países europeos se repite el diagnóstico que Marx y Engels formularon hace más de 150 años: los pobres cada vez más pobres, y los ricos cada vez más ricos. Asistimos al final de un modelo social entre los estertores agónicos de una ideología que ha dominado el mundo durante los últimos siglos.
La leve mejoría de los datos ofrecidos por los institutos oficiales de investigación económica en 2015, no pueden ocultar el caos sistémico del capitalismo liberal. Y esa incapacidad para resolver la crisis nos señala una verdad histórica: es necesario abandonar la teoría decimonónica del mercado, cuya refutación se produjo ya en el siglo pasado; su actual aceptación como teoría científica se basa en criterios ideológicos y no en los hechos comprobados.
Como puede comprobarse en el curso histórico de los últimos cien años, esa dinámica del libre mercado genera procesos destructivos fuera del control humano, cuando deja de estar regulada por criterios políticos de planificación productiva y redistribución de la riqueza. De este modo, vemos pasar ante nuestros ojos un ciclo que repite los acontecimientos del siglo pasado: depresión económica, aumento del paro y la pobreza de los trabajadores, profundización de las desigualdades sociales, incremento de la violencia estructural en la sociedad, desarrollo de ideologías fascistas e irracionales, intensificación de las tensiones bélicas,…
La tímida recuperación del último año, que nos llegó gracias a los bajos precios de las materias primas -¿no es verdad que creamos la guerra de Oriente Medio para obtener petróleo barato?-, a su vez ha provocado dificultades económicas en países exportadores de América Latina y también en Rusia. Pero no ha conseguido generar una dinámica para compensar el empobrecimiento de las capas sociales más vulnerables en las sociedades opulentas: cinco millones de parados, sueldos por debajo de la subsistencia, generalización de los contratos de trabajo precario, etc., son la expresión de una generalizada y extensa depreciación de la fuerza de trabajo, para mayor beneficio de los empresarios capitalistas.
Pues, en efecto, los capitales aumentan sus rendimientos en estos años de dificultades económicas.La causa más evidente del aumento de la desigualdad no es ningún misterio: la privatización de los bienes públicos que ha llevado a cabo el Estado español bajo el gobierno del PP ha sido un auténtico atraco a mano armada contra las clases populares. Si el gobierno de Zapatero inventó leyes para entregar el dinero a los bancos en quiebra –reconociendo la subordinación de los bienes públicos a los intereses privados en el sistema liberal-, la corrupción de los políticos en el régimen borbónico es una apropiación de lo público completamente ilegal y fraudulenta para los propios principios del sistema liberal, además de inmoral e injusta para las clases populares.
El anuncio de la crisis ha resultado ser el toque de corneta por el que una tropa de oportunistas de toda laya se ha lanzado a saquear el Estado y la riqueza colectiva, en nombre del orden clasista de la sociedad. Lo peor de todo es que esa operación ha sido justificada por procesos electorales, donde una mayoría del pueblo soberano ha abdicado su conciencia en favor de sus estafadores.
Todo esto no podría ser hecho sin un incremento de la violencia estructural en el orden social capitalista. En el estado español el gobierno del PP ha impuesto leyes cada vez más represoras para recortar las libertades básicas de la ciudadanía, a los que se añade el cierre ideológico alrededor del catolicismo, privilegiado en la escuela y las leyes; y por supuesto, el incremento de los presupuestos militares en el gasto público, la participación en guerras genocidas para abaratar los precios de las materias primas, etc.
De ese modo, el Estado español se adapta al contexto internacional en el que está integrado; en Europa proliferan gobiernos con componentes de extrema derecha: Ucrania, Hungría, Polonia, Dinamarca, etc. Marine Le Pen gana las elecciones francesas, mientras una así llamada ‘guerra de baja intensidad’ –‘baja’, porque ‘alta’ implicaría el uso de armas de destrucción masiva-, se extiende cada vez más por la periferia europea, por Asia y África, cobrándose millones de víctimas. En América Latina vuelven los golpes de Estado de militares fascistas en países que optan por vías alternativas –Honduras, Paraguay-; por todos lados estamos viendo el fracaso de las opciones reformistas.
Sin embargo, una importante diferencia entre lo que está pasando en el norte y el sur de Europa: la reacción de la ciudadanía ante la crisis. Mientras en el norte y en el este de la UE, se asienta el fascismo en la mentalidad defensiva de los ciudadanos, en el sur estamos viendo la emergencia de una rebelión social contra el capitalismo, tanto en el Estado español como en el portugués y el griego, a través del ascenso electoral de nuevas fuerzas políticas de carácter izquierdista que hace menos de un lustro eran impensables.
Esa coyuntura histórica genera una deriva hacia la ruptura de la UE, cada vez más sentida por los propios europeos –tanto en la derecha como en la izquierda-, como una necesidad económica y política. Es el fracaso rotundo del neoliberalismo, que está teniendo ya consecuencias monstruosas, como sucedió en el siglo pasado. En el caso del Estado español, la necesidad de la ruptura aparecerá claramente en cuanto la movilización popular supere las barreras de contención del sistema neoliberal. Y estamos ya muy cerca de superarlas: la intensificación de las luchas populares en los últimos años, se ha plasmado en numerosas victorias electorales de la izquierda, todavía provisionales, pero enormemente significativas.
La permanencia del Estado español en la UE solo puede sostenerse bajo políticas neoliberales, que profundizan la desigualdad social, las formas autoritarias en las relaciones sociales y el irracionalismo en la cultura. Para conseguir un mínimo de coherencia en la gestión de la crisis, el Estado español al servicio de la oligarquía financiera, ha comenzado una reforma a partir de la sucesión monárquica, que intentará regenerar una clase empresarial capaz de afrontar los retos del siglo XXI.
Parece que el bloque conservador intentará renovarse a partir de Ciudadanos, y depurando los viejos partidos del turnismo juancarlista. Las dificultades, e incluso la imposibilidad de ese proyecto, son evidentes a estas alturas de la historia; pero al menos necesitan salvar las apariencias. Lo intentarán, aunque lo tienen muy complicado. Y si esas apariencias no se sostienen, pronto nos encontraremos ante una nueva disyuntiva histórica, que ya fue enunciada por los pensadores marxistas hace ahora un siglo: socialismo o barbarie.
Ahora bien, los pueblos de la península ibérica solo podrán acceder a un nuevo orden social si existe suficiente claridad de ideas acerca de lo que nos espera para el futuro. Y esa claridad de ideas solo puede conseguirse mediante el debate público abierto entre todos los ciudadanos. En ese sentido el 15 M fue un movimiento ejemplar; urge darle continuidad comenzando un debate colectivo sobre el futuro de nuestros países peninsulares.
En Cataluña el proceso constituyente ya ha comenzado; es necesario desarrollar éste por toda la geografía peninsular. Superar la crisis requiere que los ciudadanos vuelvan a tomar la palabra, para diseñar la acción política que nos saque del caos sistémico en el que estamos envueltos. Ese proceso debe nacer de los pueblos soberanos, los que tras un extenso debate colectivo pondrán las bases para un nuevo orden social.
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