martes, 31 de octubre de 2017

Por una república socialista catalana del pueblo y los trabajadores! ¡Derrotar la ofensiva reaccionaria con la movilización de masas! Imprimir Izquierda Revolucionaria • Comisión Ejecutiva Catalunya 30 Octubre 2017




La proclamación de la república catalana por el Parlament de Catalunya ha desatado una reacción   inmediata y furiosa por parte del Estado, el gobierno del PP, Ciudadanos (Cs) y PSOE. Utilizando el artículo 155 de la Constitución, las medidas adoptadas suspenden la autonomía de Catalunya y atacan de forma brutal los derechos democráticos del pueblo. Pero esta agresión se cierne también contra todos los territorios del Estado. Las querellas presentadas desde la Fiscalía General del Estado, en la que se acusa a Puigdemont y otros miembros del Govern del delito de “rebelión” y “sedición”, representan el mayor ataque contra la democracia visto en cuarenta años. El intento de aplastar con medidas represivas salvajes lo que ha sido un movimiento popular masivo en defensa del derecho a decidir, cuestiona por completo al régimen del 78 y subraya sus taras autoritarias heredadas directamente de la dictadura franquista.
No pretendemos exagerar nada. Después del encarcelamiento de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart , dirigentes de ANC y OMNIUM, por el único delito de participar en una manifestación masiva y defender ideas independentistas, la escalada represiva ha dado un salto cualitativo. Rajoy ha sido investido de plenos poderes en Catalunya y su primera decisión ha sido emprender una auténtica "causa general", al estilo del franquismo, contra los millones que han salido a la calle defendiendo el derecho de autodeterminación y la República catalana. Basta analizar lo que propone el Fiscal General del Estado, José Manuel Maza, para hacerse una idea cabal de las pretensiones del Estado, del gobierno del PP y de sus aliados políticos. La querella considera que la jornada del 1 de octubre, y los días previos y posteriores “constituyeron una insurrección, un levantamiento violento, en el que el sector de la población partidario de la secesión, enardecida por sus dirigentes, desobedeció públicamente y mostró su resistencia colectiva a la autoridad legítima del Estado (…) Los momentos de violencia vividos en gran parte de los centros destinados a llevar a cabo la ilícita votación fueron el resultado de la pertinaz actitud de los querellados de celebrar a toda costa el inconstitucional referéndum imponiéndolo por la fuerza de los hechos consumados y de la multitud movilizada”.
Es decir, que millones de ciudadanos pacíficos tuvieran que hacer frente a una represión feroz para ejercer su legítimo derecho a votar, se considera por el máximo fiscal del Estado, puesto a dedo por el PP, como un “levantamiento violento”. ¡Y todos los políticos que respaldan esta querella, incluidos los dirigentes del PSOE, afirman que así se defiende la “democracia”!
La jornada de huelga del 3 de octubre también es calificada por el Fiscal General: “La huelga no fue convocada en defensa de los derechos de los trabajadores, sino como un acto más de fuerza”. La Fiscalía sostiene que “los hechos dirigidos a la proclamación de Cataluña como un estado independiente en forma de república, ponen en objetivo peligro los fundamentos del Estado de Derecho (…) que se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles…”.
El delito de rebelión, que en el código penal supone la utilización de la violencia, puede acarrear una condena de 30 años de cárcel. Para fundamentar su querella infumable, el Fiscal General señala ahora que tal delito “no exige que se esgriman armas, ni combate, ni violencias graves contra las personas”, y cita como jurisprudencia la sentencia del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, donde el Tribunal Supremo llegó a estimar que la rebelión se puede llevar a cabo “de modo incruento”.
Esta querella demuestra de manera fehaciente el propósito del bloque monárquico reaccionario. No sólo se trata de infringir una derrota severa al pueblo catalán que ha osado desafiar las leyes injustas de un Estado que les niega el derecho de autodeterminación. Es una advertencia clara a toda la clase trabajadora del Estado español de hasta dónde está dispuesta a llegar la burguesía, española, catalana y de cualquier nacionalidad, en la defensa de su sistema y sus intereses.
Un ejercicio extraordinario de soberanía popular y democracia
Lo ocurrido estos meses en Catalunya encierra grandes lecciones. Una lucha de clases tan abierta y descarnada, inducida en este caso por la opresión nacional, y donde todas las ideas y las organizaciones políticas están siendo puestas a prueba, no es algo habitual en la historia.
Dice el refrán que no hay más ciego que el que no quiere ver, y en la izquierda parlamentaria la ceguera ha llegado a un punto grotesco. Cuando hay un golpe autoritario en marcha y conquistas democráticas fundamentales del movimiento obrero están siendo socavadas, sólo se pueden distinguir dos posiciones: los que respaldan el 155 y se manifiestan de la mano de la derecha blandiendo la bandera rojigualda y apelando a la España una, grande y libre, como han hecho Pedro Sánchez, Iceta y los dirigentes del PSC; o aquellos que hablan de “dialogo” pero afirman que el 155 y la declaración de la república catalana son las dos caras de la misma moneda, equiparando la actuación del gobierno del PP y del Estado con la de un pueblo que lucha contra la opresión nacional y desnuda el carácter reaccionario del régimen del 78.
La idea de que el resultado del referéndum del 1-O no puede ser proclamado porque no es legítimo significa un desprecio absoluto a la voluntad popular. Más de 2.200.000 personas defendieron e impusieron su derecho a votar enfrentándose a las porras y pelotas de goma de decenas de miles de policías y guardias civiles. El porcentaje de participación de este referéndum fue mayor al de las elecciones europeas de 2014. El número de votantes a favor de la república catalana fue claramente superior al de votos afirmativos al Estatut de Autonomia, la norma que regula la relación de Catalunya con el Estado español. ¡Qué elección podría tener más legitimidad que ésta, conquistada mediante la lucha, la movilización y la resistencia frente a toda la maquinaria represiva del Estado!
Los capitalistas, ya sean catalanes, españoles o europeos, han comprendido mejor que los dirigentes de la izquierda reformista el significado político de estos acontecimientos. El pueblo catalán, con la juventud a la vanguardia, demostró con la movilización en la calle que sí se puede derrotar el poder represivo del Estado, y  al votar en el referéndum gracias a su acción directa y paralizar Catalunya con la impresionante huelga general del 3 de octubre, abrió una crisis revolucionaria. El objetivo de todos los sectores de la clase dominante es cerrar esta crisis cuanto antes, imponiendo una severa derrota al movimiento para que sirva de lección al resto de pueblos en lucha y a todos los explotados.
El bloque monárquico reaccionario
Conscientes de lo que hay en juego, y debido a la enorme fuerza del movimiento a favor de la república catalana, el gobierno de Rajoy, el aparato del Estado, la Corona, el Ejército y los partidos del régimen —destacando el PSOE de Pedro Sánchez—  han trazado una estrategia clara: mantener la represión en Catalunya y al mismo tiempo combinarla con la convocatoria de elecciones para el 21 de diciembre. Con esta decisión demuestran que temen una explosión revolucionaria, y que prefieren basarse en las incoherencias y los graves errores de los políticos burgueses del PDeCAT para resolver esta situación y ensanchar su base de apoyo en Catalunya y fuera de ella. Al mismo tiempo, y para reforzar su posición, endurecen la campaña del miedo y siembran la división y el enfrentamiento en el seno de los trabajadores y del pueblo de Catalunya.
Esta campaña ya lleva muchas semanas en marcha, y cuenta con el apoyo entusiasta de la burguesía y la oligarquía catalana. Alrededor de 1.700 empresas han anunciado desde el 3-O su salida de Catalunya, trasladando un mensaje muy concreto: la república catalana puede suponer la destrucción de miles o decenas de miles de puestos de trabajo. Y hay que reconocer que esta campaña está teniendo efectos porque desde la dirección del movimiento de liberación nacional catalán, en manos mayoritariamente de los políticos burgueses del PEDeCAT, pero también de ERC y de la CUP, no se ha contestado con hechos concretos, y la única manera de hacerlo era señalando que la república catalana significaría la toma de decisiones inmediatas contra los recortes, en defensa de la sanidad y la educación públicas, y contra el sabotaje de los capitalistas asegurando la nacionalización de la banca y de las grandes empresas para defender el empleo, los salarios y mejorar las condiciones de vida del pueblo y los trabajadores.
Pero nada de esto se ha hecho. Desde el 3 de octubre la iniciativa la ha tomado la reacción y el régimen del 78. Es más, ante la aplicación del 155, desde el Govern y los partidos que lo sustentan el espectáculo no ha podido ser más bochornoso. Una aceptación de todas las medidas represivas sin plantear ninguna respuesta seria basada en la movilización, lo que trasmite la venalidad y la cobardía de unos dirigentes que no sólo no están a la altura del pueblo catalán, sino que no creen en la causa de la república por que no quieren romper con el sistema capitalista.
La reacción ha concentrado toda su potencia de fuego en el terreno político y judicial, pero también en el intento de ganar un espacio en la calle que había perdido. En este sentido, la movilización del 29 de octubre en Barcelona en defensa de la unidad de España, y a la que asistieron más de 300.000 personas, es muy significativa. Fomentando el miedo a la pérdida de puestos de trabajo y diseminando la crítica al nacionalismo catalán como sí sólo fuera un movimiento de las élites explotadoras, racistas y contrarias a la población inmigrante de Catalunya, la clase dominante española está apoyándose en un sector de la izquierda, socialista y estalinista, para meter una cuña entre los trabajadores catalanes a favor de sus intereses.
La actuación de Borell, jaleando con su verbo encendido a miles de reaccionarios, o de Paco Frutos, ex dirigente del PCE y CCOO, atacando la huelga convocada por el Sindicat d’ Estudiants y a la juventud que se ha movilizado contra la represión franquista, no son ninguna casualidad. El papel de comparsa de todos ellos, entusiasmados con las medidas franquistas del PP y dispuestos a propagar el chovinismo españolista en los barrios obreros, es un crimen.
La izquierda equidistante
Si el bloque reaccionario está avanzando sembrando la confusión y los prejuicios españolistas en sectores de los trabajadores, no sólo es por la responsabilidad del PSOE o por el papel de los dirigentes de CCOO y UGT, que en la práctica colaboran con la burguesía española y catalana cuando justifican la aplicación del 155. Los dirigentes de organizaciones que cuentan con un gran apoyo parlamentario y en teoría están a la izquierda de la socialdemocracia, como Podemos o Izquierda Unida, también están aportando su grano de arena a esta confusión. Cuando defienden la equidistancia entre el régimen del 78 y el movimiento desatado en Catalunya, o cuando hablan de que la república catalana no es “legal” ni “legítima”, lejos de ayudar a la causa de los trabajadores y la juventud catalana, lejos de contribuir a la lucha contra todo tipo de opresión nacional y de clase, refuerzan muchos de los argumentos de la burguesía española.
En una coyuntura histórica como la actual todas las organizaciones se retratan. Seguir insistiendo en que el 155 y la proclamación de la república catalana son el resultado de la falta de “diálogo” y de “responsabilidad” política, es no querer ver el fondo del asunto. Es como si estos dirigentes nunca hubieran oído hablar de la lucha de clases, y no entendieran que si hemos llegado a este punto es por que el Estado centralista y el régimen del 78 jamás aceptará un referéndum pactado y legal en Catalunya sobre el derecho de autodeterminación. Y no lo aceptará por que la burguesía española no va a renunciar a un mercado como el catalán, que representa casi un tercio del PIB español, y por que la “voluntad popular” les trae al pairo. Jamás consentirán que la proclamación de la república se lleve a cabo “legalmente”, por que eso abriría las compuertas —como ya está sucediendo— a un movimiento de masas que más tarde o temprano se contagiaría al resto del Estado y podría acabar con su régimen.
De todos estos dirigentes, Alberto Garzón, coordinador de Izquierda Unida, es el que con más virulencia se ha posicionado contra las aspiraciones democrático-nacionales de millones de catalanes, despreciando un movimiento de masas que se ha enfrentado al PP y al Estado. Un dirigente que siempre ha hecho gala de republicanismo, se ha opuesto con toda vehemencia a la república catalana, y lo ha hecho esgrimiendo como argumento que rompe con la legalidad del Estado y de la burguesía española. Y lo peor es que pretende justificar su postura haciendo referencia a los grandes pensadores marxistas, cuando en realidad falsifica de forma grosera el marxismo y se acerca a las posturas del chovinismo españolista, facilitando al bloque reaccionario su objetivo de meter una cuña dentro del movimiento obrero y extender los prejuicios del españolismo.
Garzón dice que es marxista. Pero el principio de la dialéctica marxista señala que la verdad es siempre concreta. No han sido Puigdemont ni el PDeCAT quienes han desafiado al régimen del 78, sino el movimiento revolucionario de las masas catalanas. Por supuesto que las diferentes formaciones políticas de la burguesía catalana, Convergencia y sus sucesoras, han sostenido siempre la estabilidad capitalista, apoyando a los gobiernos de Felipe González y Aznar, defendiendo de manera clara los intereses de la oligarquía catalana. El viraje hacia el independentismo de Mas, Puigdemont y el PDeCAT representó, en su momento, una maniobra política para desviar la atención sobre sus políticas de recortes, y neutralizar la gran contestación social que se había desatado contra ellos en las calles de Catalunya. Está claro también que la posición de los compañeros de la CUP, dando apoyo parlamentario al PDeCAT para aplicar su agenda neoliberal a cambio de que se mantuviesen dentro del bloque independentista, ha sido un completo error.
Pero igual de erróneo, o más aún por lo que está en juego, es que cuando Puigdemont y el PDeCAT están completamente superados por un movimiento de masas que abre una crisis revolucionaria, Garzón y muchos otros nieguen apoyo a este movimiento, tachándolo de reaccionario, y se dediquen a implorar a Rajoy y Puigdemont que arreglen el problema negociando. Pero, ¿negociar el qué y con quién? ¿Un referéndum “pactado y legal” con el mismo Estado y el mismo gobierno que blande la porra y aplica medidas de excepción antidemocráticas al pueblo de Catalunya?
Alberto Garzón ha dicho que “sólo con que Rajoy y Puigdemont se sentaran a dialogar ya se solucionaría parte de la tensión” que se vive en Catalunya. ¿Qué tiene esto que ver con la posición de Marx y Lenin ante la opresión nacional y la revolución? Nada, no tiene nada que ver, pero sí mucho con la posición de Carrillo en 1976-1978, cuando la dirección del PCE —entonces el partido de masas de la clase obrera— llamaba al diálogo y al consenso con la burguesía española y los herederos de la dictadura para abortar una situación revolucionaria que se les escapaba de las manos.
Carrillo y el PCE, junto a Felipe González y el PSOE, fueron los principales artífices del régimen del 78. La dirección del PCE sacrificó la lucha heroica de millones en aras de “consolidar la democracia”, esto es, permitir a la burguesía retomar el control de la situación, apoyando la monarquía y oponiéndose al derecho de autodeterminación de Catalunya, Euskal Herria y Galiza. El resultado fue quedar reducido a la insignificancia política en estos territorios. ¿Por qué Garzón no saca las conclusiones de estos hechos?
Hace más de 100 años que Lenin escribió un magnífico texto, El derecho de las naciones a la autodeterminación, fijando la posición de los marxistas revolucionarios en este terreno. Lenin no era nacionalista, ni Marx, ni Engels. Eran internacionalistas, pero entendían que la defensa del derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas, como hoy es el caso de Catalunya, era algo prioritario en la batalla por el socialismo. Luchar contra la opresión nacional es igual de importante que luchar contra la opresión de clase. Por supuesto, en el movimiento de liberación nacional los marxistas nunca nos subordinamos a la burguesía de la nación oprimida, en este caso a la burguesía catalana, ni a su representación política hasta el momento, el PDeCAT, sino que, al mismo tiempo que abogamos por el derecho de autodeterminación — que significa obviamente el derecho a la independencia— lo ligamos a la lucha por un programa revolucionario y la transformación socialista de la sociedad.
La crisis actual en Catalunya, como en otras épocas de la historia, ha abierto la posibilidad de conquistar la república catalana por métodos revolucionarios, basados en la acción directa del pueblo, la juventud y los trabajadores. Eso es lo que aterroriza a la burguesía catalana, que rápidamente ha dictado un ultimátum a las masas: abandonad vuestras pretensiones revolucionarias o desataremos el caos económico y os hundiremos en la miseria. ¡Es lo mismo que hizo la burguesía griega y europea contra el pueblo griego!
¿Qué conclusión se puede sacar de la alianza entre la burguesía catalana y la española para evitar la proclamación de la república catalana? Garzón y otros dirigentes de Podemos como Pablo Iglesias, defienden como estrategia política “un proceso constituyente”, para alcanzar la “República Federal”. No aclaran qué orientación de clase, capitalista o socialista, debería tener ese proceso constituyente o esa república federal. Pero más allá de eso, ¿cómo pretenden imponer ese proceso constituyente o esa república? ¿Mediante el acuerdo con el Estado franquista y el PP? ¿Alcanzando un consenso con la burguesía española?
La proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931 fue el resultado de la acción revolucionaria de las masas, de la ciudad y del campo, que echaron abajo la dictadura de Primo de Rivera, y con sus huelgas y movilizaciones masivas a lo largo de 1930 y 1931 pusieron a Alfonso XIII rumbo al exilio. La proclamación de la república, que fue aceptada a regañadientes por los capitalistas y la burguesía como un mal menor, no pudo contener el movimiento de los trabajadores, los campesinos sin tierra y la juventud hacia la revolución socialista.
La analogía histórica tiene su importancia, pues una república catalana ganada mediante la acción revolucionaria implicaría necesariamente un combate frontal contra el PDeCAT y Puigdemont, contra toda esta oligarquía política y económica que ha gobernado Catalunya con las mismas recetas neoliberales que el PP, y abriría las puertas a un gobierno de la izquierda que cuestionaría los recortes y la austeridad.  Los capitalistas catalanes, españoles, franceses y europeos lo saben perfectamente, y por eso intentan aplastar el movimiento con todos los medios de que disponen. Juan Luis Cebrían lo sabe también, como señala en sus incendiarios artículos. Pero Garzón y otros dirigentes de la izquierda, lamentablemente, se limitan a decir que la osadía del pueblo catalán en su lucha por la república “solo” beneficia a la reacción. 
Las tareas del momento
Los políticos burgueses del PDeCAT fueron mucho más lejos de lo que querían tras ser empujados por la impresionante movilización del 1 y 3 de octubre (de ahí sus caras de funeral cuando el Parlament proclamó la república). Pero desde que la burguesía catalana comprendió que se había abierto una crisis revolucionaria y exigieron a Puigdemont y los suyos que recularan, todo lo vivido desde el 3 de octubre han sido maniobras constantes para retroceder y ceder ante el PP y el Estado español. Ahora hay una desbandada completa del Govern, y especulaciones de que Puigdemont y cinco consellers podrían pedir refugio en Bélgica ante las querellas de la Fiscalía.
Los dirigentes del PDeCAT están traicionando, una vez más, la causa de Catalunya y la república. En lugar de llamar a la movilización masiva contra el 155 y las querellas, y pasar por la misma experiencia que cientos y miles de luchadores cuando son víctimas de la represión del Estado, estos políticos burgueses se preparan para huir “heroicamente” y convertirse en figuras simbólicas en el exilio. ¡Esto no sirve a la lucha del pueblo, sólo quieren salvar su imagen y su prestigio personal!
La correlación de fuerzas en Catalunya todavía permitiría revertir los planes de la burguesía y su intento de cerrar la crisis revolucionaria dividiendo en líneas nacionales a la clase trabajadora. Pero para ello sería necesario que la izquierda catalana y estatal rompiera con su política actual, llamando a la movilización masiva con un programa de reivindicaciones económicas y sociales. Este programa debe tener ejes claros: poner fin a los desahucios y los recortes, defender la educación y sanidad públicas, y nacionalizar la banca y las grandes empresas bajo control democrático de la población para crear millones de puestos de trabajo con salarios dignos. La obligación de la izquierda que lucha es demostrar al conjunto de la clase trabajadora catalana, especialmente a los que emigraron en los duros años de la postguerra y cuyas familias sufrieron el desprecio clasista, racista y humillante de la burguesía catalana, que la república catalana que queremos no es la de la oligarquía sino la del pueblo y la de los oprimidos.
Las proclamaciones y declaraciones en abstracto de la república, como han pretendido hacer Puigdemont y Oriol Junqueras, sirven de poco frente a la actual ofensiva del bloque reaccionario monárquico y su Estado. Lo que falta no es fuerza, sino decisión por parte de los dirigentes de la izquierda para basarse en la inmensa capacidad de lucha mostrada por las masas y organizar la huelga general contra el 155, imponer un gobierno de izquierdas que haga realidad una república socialista, y desalojar a Puigdemont y a los políticos burgueses del PDeCAT de la dirección de un movimiento de liberación nacional al que están traicionando descaradamente. Esta es la tarea de las CUP, de Catalunya en Comú, y de Unidos Podemos.
Cientos de miles de luchadores consideran las elecciones del 21D como una estrategia para liquidar el movimiento que ha llevado a proclamar la república. Y no les falta razón: la burguesía española y los partidos del régimen quieren dar a su política represiva y españolista un barniz democrático. Pero es evidente que las elecciones se van a celebrar, como el PDeCAT y ERC se han apresurado a reconocer comprometiendo su participación. Por eso mismo, es necesario entender que la movilización de masas y la defensa de una política socialista es el mejor camino para derrotar a la derecha españolista y sus aliados, ahora y en las elecciones del 21 de diciembre, y asegurar que la perspectiva de una republica catalana se mantiene con fuerza como una alternativa viable.
En este proceso es absolutamente imprescindible dirigirse a los trabajadores catalanes, volcarse hacia las fábricas y empresas. La clase obrera debe ser la protagonista fundamental en el combate contra la represión, y para eso es necesario demostrar que una república socialista es una opción mejor que una monarquía capitalista que defiende los intereses de la oligarquía financiera, de los corruptos y los franquistas.
La única manera de acabar con la confusión, y neutralizar la campaña del nacionalismo españolista, es uniendo a los trabajadores y la juventud del resto del Estado con sus hermanos de clase en Catalunya a través de la movilización masiva contra el gobierno del PP. Desde Izquierda Revolucionaria lo decimos claro: esta es la tarea que tiene por delante la dirección de Unidos Podemos, que tienen Pablo Iglesias y Ada Colau.
Vivimos acontecimientos decisivos. La clase dominante española y catalana ve con terror y odio la consolidación de la república catalana. La razón no es sólo porque quebraría la idea de España, una, grande y libre. Saben que esta conquista sería el preludio a una lucha aún más intensa y trascendental a favor de los oprimidos, contra la dominación de los capitalistas, contra el orden social establecido y por una república socialista en Catalunya y una república socialista federal, basada en la unión libre y voluntaria de los pueblos y naciones que componen actualmente el Estado español. Una lucha que ya está ganando la solidaridad activa de las masas oprimidas de Europa y de todo el mundo.
¡Afíliate a Izquierda Revolucionaria para luchar por la república socialista!

Cristina Morales: "Los 'terroristas modernos' son los Estados". Xavier Vidal Infolibre

Entrevista
Cristina Morales: "Los 'terroristas modernos' son los Estados".   Xavier Vidal
Infolibre

- La escritora, una de las voces más arriesgadas de la narrativa española, escribe en su nueva novela, Terroristas modernos, sobre la Conspiración del triángulo contra Fernando VII.
- Xavier Vidal conversa con ella sobre el rechazo a la autoridad en sus obras, sobre el nacimiento del Estado burgués... y sobre cómo contarlo.
La escritora Cristina Morales.
Cristina Morales (Granada, 1985) es ya una de las voces más interesantes y arriesgadas de la narrativa española. En Los combatientes (Caballo de Troya) seguía a los integrantes de un ficticio (o no) grupo de teatro universitario, en cuyo encendido discurso político de izquierdas colaba fragmentos de uno de Ramiro Ledesma . En Malas palabras (Lumen), imaginaba el diario personal que hubiera escrito Santa Teresa (o Teresa de Cepeda y Ahumada, según quién) mientras componía su Libro de la vida bajo la atenta vigilancia de la Iglesia. En Terroristas modernos (Candaya) retrata a los participantes de la llamada Conspiración del triángulo, que en 1816 se propuso asesinar a Fernando VII para proclamar de nuevo la Constitución de 1812.
Con motivo de la presentación de este último en Barcelona, Xavier Vidal , de la librería Nollegiu, conversa con ella sobre el rechazo a la autoridad que trasminan sus novelas, sobre el nacimiento del Estado burgués en la Modernidad... y sobre cómo contarlo.
Pregunta. En Los combatientes , en Malas Palabras , en Terroristas modernos… hablas desde diferentes perspectivas sobre la autoridad y de la resistencia a la autoridad. ¿La autoridad es necesaria o no? 

Respuesta. Un buen amigo dice que el concepto de autoridad se había pervertido porque, para los clásicos, la autoritas era una cosa necesaria. Una persona con autoridad era aquella de la que se podía aprender. Algunas autoras, como Arendt y Sontag, recuperan y reivindican que la autoridad es algo más que aquello que se entiende en el lenguaje cotidiano. La autoridad es necesaria porque siempre habrá alguien que sabe más que tú y uno debe estar dispuesto a que ese otro le enseñe y estar dispuesto a aprender y no pensarse que uno lo sabe todo.

P. Esto es lo que dice la tesis doctoral, sí, pero…

R . Pero yo no hago una tesis doctoral, sino que estoy en ese otro lugar del lenguaje cotidiano, de cómo vivimos la autoridad hoy en día o cómo la vivo yo o mi entorno, que es sobre lo que puedo escribir. Esa autoridad que yo vivo no es la de Hannah Arendt , ni la que representa que la autoridad es alguien que sabe más que tú, y tú por lo tanto debes tener en esa autoridad un referente. El concepto, por lo tanto, que yo manejo es el concepto de autoridad de la calle, el cotidiano. O sea, autoridad es aquel que es capaz de ejercer dominio sobre ti, al que tú le debes obediencia.

P. ¿Por ejemplo?

R . Un ejemplo muy claro puede ser la policía: es una autoridad. Pero también puede ser autoridad alguien sin necesidad de que la ley lo denomine como tal, aunque me parece que recientemente hubo una modificación legal , para convertir a los profesores, a los maestros –de primaria, no tiene por qué ser los de la universidad— en autoridad.

P. Pero la autoridad a la que te refieres tú es la autoridad pública, y la autoridad pública tiene una connotación jurídica que si un señor policía me pone a mí una denuncia, contra su palabra yo solo puedo refutar hechos o pruebas, porque su palabra siempre valdrá más que la mía.

R . Claro, siempre. Yo me refiero a esa, claro, pero también a esa otra autoridad carismática, que no necesariamente tiene que venir dada por la ley. En los libros que tú has mencionado yo me concentro más en la autoridad pública, la que viene legitimada por la ley o por el estado o por el confesor de Santa Teresa, autoridad eclesiástica.

P. Entonces, esa autoridad que manejas en los tres libros es una autoridad pública que continuamente está discutida por tus personajes, porque se entiende que tu autoridad pública no está ejerciendo el papel de autoridad pública que le corresponde, lo está pervirtiendo.

R . Esto sería un punto de vista, pero para mí… Claro, yo no te diré que la autoridad no sea necesaria, te diré que si los personajes de la novela confrontan esta autoridad no es para decirle: “Autoridad, usted se está portando mal, ejerza su poder tal y como la ley se lo exige”, sino que contestará su propia existencia, dirá “¿En razón a qué usted me pone a mí una multa?” o “¿En razón a qué usted me chifla por la calle y tengo que bajar la cabeza?”. En razón a qué. Bueno, y se le dirá: “En razón a qué hay una ley promulgada en un parlamento que nos representa a todos, que lo hemos votado”, y yo diré que para mí ese parlamento no está legitimado, que para mí esto era como un lema del 15-M, “No nos representan”. Y dirán: “No nos representan estos, o no nos representan bien”, y yo digo: “¡No nos representan nunca!”. ¡Nunca! ¡No nos van a representar nunca! Quiero decir que en la mística de la representación, que haya un señor que en función de la ley electoral y esta historia sabe lo que es lo mejor para mí… esto para mí es una ficción. ¡Esto sí que es una ficción, y no las novelas que yo escribo!

P. Acabo con el tema de la autoridad. La autoridad no se da, la autoridad viene ejercida y se entiende que se gana, ¿no? ¿Estaríamos de acuerdo en eso?

R . No. Es evidente que la autoridad, que tú bien has dicho, viene determinada por la ley. O sea, yo consigo mi plaza de oposición de municipal, de policía, y soy una autoridad, y ya puedo ser un maltratador o un torturador que no me la tengo que ganar. Sí, pero esta es la autoridad que se da, por decirlo de alguna manera. Del modo que tú dices “No nos representan” y es porque entiendes que esa autoridad que se ha dado a una determinada gente para que nos representen nos parece mediocre. Es una autoridad dada, no es una autoridad ganada, y por lo tanto, no es respetada. Entonces, la crisis de representación que se expresa a través del 15-M, se manifiesta por los casos de corrupción, mediocridad, falta de preparación en la gente que nos debe representar, y por lo tanto el gap entre autoridad dada y autoridad respetada al final debe ser el origen de esta crisis.

P. Cuando lo describes en el caso de Santa Teresa en Malas palabras, ese monólogo, lo escribes porque entiendes que la autoridad eclesiástica dice “No, usted tiene que hacer esto”, pero Santa Teresa dice otra cosa. En Los combatientes… tienes unos personajes que entienden que el sistema no funciona. Y en este caso, un terrorista en el poder —como es el título de la novela—, un señor que se carga la Constitución de Cádiz e implanta un sistema absolutista de nuevo, volviendo al régimen anterior, cuando la Constitución de Cádiz era lo más democrático que se había hecho en España. La misma discusión en los tres libros: hay una autoridad pública pero no me gusta cómo se ejerce.

R . Entiendo lo que me dices, y puntualizo la primera reflexión que me has hecho. Dices que hay una autoridad pública pero no me gusta cómo se ejerce. Claro, yo no puedo compartir ese punto de vista, te hablo desde un lugar libertario, o sea, donde yo no pongo en cuestión cómo se ejerce la autoridad –si se puede ejercer mejor o peor, si se puede controlar mejor o peor, si se puede depurar la corrupción o no— sino que yo parto de la base de que esa autoridad no debe existir, y de que siempre va a ser corrupta, no va a haber mecanismos de control que la limpien. Va a ser ilegítima siempre, ya la apruebe el parlamento más limpio del mundo, que no existe. Un parlamento limpio no existe, porque el parlamento ya es una institución de dominio, no de representación.

Lo que tampoco creo es que la crisis actual venga provocada por una crisis de la representación, porque me parece que si fuera así, esa representación se habría visto resquebrajada y no, se ha visto reforzada. A la vista está que después del 15-M vuelve a ganar las elecciones Rajoy, y que hay nuevos partidos políticos que han entrado en el parlamento: está Ciudadanos, está Podemos… La crisis de representación no la veo. Creo que se han reforzado los mecanismos para que haya nuevos partidos políticos que vuelvan a arrogarse el derecho a representarnos. Que a mí, desde luego, considero que no me representa ninguno, pero ninguno que haya ahora ni que esté por inventar.

P. Discutámoslo a partir de las novelas.

R . En Terroristas modernos –voy a empezar por la última—pareciera que yo, por el hecho de que retrato a unos personajes que quieren matar al rey y reinstaurar la Constitución del 1812, pareciera que a mí me despierta simpatía la Constitución de 1812. No es así. Esto me lo preguntó una chica en la presentación, un miembro del público, me decía: “Parece, Cristina, que escribieras de algo que te desagrada, ¿no? Estos personajes, que eran unos románticos, que querían reinstaurar la Constitución de Cádiz…”. Y yo digo pues sí, efectivamente, me parece que escribir, que crear desde el desagrado es poderoso. Me parece que es el mejor lugar desde el que ejercer la crítica. ¿Por qué no voy a ponerme yo en la piel del desgraciadito de Diego Laso que se ha creído que la nación española es libre e independiente y no puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona? Me lo sé de memoria, el artículo 2 de la Pepa. Para mí es un ejercicio teatral, el de ponerme en esa voz con la que para nada me identifico –me puedo identificar en otras cosas de Diego Laso—, pero también porque me permite hablar de lo que me disgusta desde dentro. Es más, me permite hablar desde una perspectiva libertaria, que en ese momento no existía pero yo la poseo, sobre el año 1816. Del mismo modo que en Santa Teresa, que en Malas palabras, yo me puse a hablar desde un punto de vista feminista sobre el siglo XVI, el año 1540 y tantos. Ahí es donde yo encuentro mi motivación como escritora, no en hacer una obra enciclopédica y preciosista de traer a la actualidad una época del pasado.

P. Tú haces al revés, llevas la actualidad al pasado, para hacer una mirada desde hoy de lo que sucedía en ese pasado o para introducir en ese pasado –mejor dicho— una mirada que nadie ha hecho.

R . Claro, porque de hecho la historia que tenemos y cómo la hemos estudiado ya está escrita con un tipo de mirada, con una mirada hegemónica.

P. La historia la escriben los vencedores.

R . Claro, o sea, no estoy descubriendo nada nuevo.

P. Los vencedores, y no las vencedoras, además.

R . Además. Gracias por la puntualización. O sea que no me parece nada estrambótico el hecho de querer desmentir un punto de vista sobre las cosas, o por lo menos, confrontarlo porque no hay historia neutra. No la hay.

P. Pero en los manuales de historia…

R . Claro, nos quieren vender la historia como científica, se presume. Pero ya somos mayorcitos para darnos cuenta de que podemos revisar la historia. Además, da la casualidad de que curiosamente con Malas palabras nadie me dijo que era una novela histórica, nadie. Con Terroristas modernos sí.

P. Tal vez porque Malas palabras es un monólogo de Santa Teresa hablando de ella y de una perspectiva mucho más abstracta de la vida. Y en cambio, en Terroristas modernos, ¿no hay una intención de escribir de forma realista utilizando como excusa la Conspiración del triángulo y el Madrid de 1816? Es decir, ¿el tema no es una excusa para hacer una novela de 1816?

R . Claro, es una excusa.

P. ¿Y la intención? No hay novela sin intención. ¿La Conspiración es la chispa y la intención es lo que comentábamos antes?

R . Sí, arrojar un punto de vista crítico sobre estos hechos en concreto, y sobre todo sobre la formación del Estado español. Porque es precisamente en esta época cuando aquí, en España, hay una crisis –como si ahora no la tuviéramos—, pero en el tránsito del régimen feudal al Estado. Antes era un reino y ahora se está convirtiendo en la nación española, de súbditos a ciudadanos, y toda esta chufla de la Revolución francesa. Ha habido un cambio revolucionario en Francia y por extensión a los países del entorno, y antes en América. Mi intención es cuestionar la bondad de este tránsito de estado feudal al estado liberal burgués, porque –dime tú si me equivoco— a mí me han enseñado que la Revolución francesa fue una cosa estupenda.

P. Claro, es el cambio del Antiguo régimen al Estado moderno.

R . Claro, nos dicen que hemos pasado a ser ciudadanos, que ya se puede votar, en ese momento surge el sufragio censatario, que ya podía haber movilidad social, que no existían los gremios… Empieza a llegar el capitalismo, empieza a fraguarse en esta época. Entonces quería hacer una mirada crítica sobre este tránsito, y decir que no me parece para nada que haya habido progreso, una visión crítica de eso de que con el rey se estaba muy mal y con los diputados en las cortes se estaba muy bien, y eran los libertadores de la patria, ¿no? Para nada.

P. Esto a principios del siglo XX Lampedusa lo describió muy bien, en eso que alguien llama el gatopardismo: todo cambia para que no cambie nada.

R . Yo no estoy inventando nada nuevo. Lo que sí que echo en falta es una visión crítica en España al respecto. Yo no estoy al tanto de todo ni he leído todos los ensayos posibles, pero vi grandes fastos hacia la Pepa cuando fue el bicentenario en 2012, o el bicentenario del Levantamiento, de la guerra contra el francés en 2008. Esos fastos eran… “La nación en armas”, “El pueblo unido”… En ese momento era el Madrid de Esperanza Aguirre , Fernando VII hecho un monigote y los liberales abanderando la libertad. Yo en ese momento estaba empezando a escribir la novela y esto a mí me sobrecogió, y me decía “¿Cómo es posible que no haya una versión crítica de lo que hace el estado liberal burgués, que es en el que estamos todavía?”. Los cimientos ideológicos del sistema político no han variado desde entonces. Mi intención era ir a la raíz de donde estamos ahora.

P. Me gusta mucho el título de Terroristas modernos. Al final, la gente, esto del terrorismo lo tiene asociado a una palabra no moderna, sino contemporánea. Es una palabra que es como si la hubiéramos inventado hace 50 años en España en el caso de ETA, pero moderno es anterior que contemporáneo.

R . Muy anterior, y la palabra “terrorista” o “terrorismo” aparece por primera vez en 1793, en el diccionario de la Academia francesa, para referirse al que era afín al régimen del terror que en ese momento era la Convención y Robespierre . El 1793 la Convención ya había sido tumbada, habían llegado los girondinos, ya habían cortado la cabeza a Robespierre, si no me equivoco, y entonces claro, hablaban despectivamente de un terrorista como aquel sistema que era una purga sistemática, no sé cuánto asesinato hubo en Francia. Y la consigna que gritamos e las manifestaciones, “El único terrorista es el Estado capitalista”, no es una bravuconada de los antisistema. Igual toda esta gente, cuando nosotros lo gritamos en las manifestaciones, no tiene ni idea de la definición del Diccionario de la Academia francesa, pero es que tienen el diccionario de su parte. Y modernos, porque es entonces, en la Modernidad, cuando nace la palabra “terrorista”. Y finalmente, como colofón, “terroristas modernos”, que son los Estados. Los terroristas modernos son los Estados.

Obviamente, y ahora vuelvo a lo que te dije al principio, igual que con la autoridad me refiero a la autoridad de la calle, no me quiero yo poner aquí de erudita y decir que todo el mundo tiene que saber que en el año 1793… De modo que yo simplemente era consciente de que la lectura actual puede traer a la mente el yihadismo, o ETA, o mis colegas de aquí de Sants que los han acusado de terroristas por publicar un fanzine anarquista que se llama Contra la democracia. Igual yo aspiro a que sea una reflexión, ¿no?

P. A principios del siglo XX, Weber fue el que dijo que el Estado era el único legitimado para el uso legítimo de la violencia. Una cosa era cómo se definía en el 1793 el terror, y luego cómo el uso de las palabras se legitiman. Como ‘terror’ es una palabra que suena terrible, pues cambiémosle y hablemos de ‘uso legítimo de la violencia’. Y el uso ilegítimo es el que se transforma automáticamente en terrorismo.

R . Esa es una vuelta de tuerca estupenda. El terrorista es primero el Estado, pero un siglo después Weber escribe que vale, que el Estado es violento y lo sabemos, pero que es violento con razón, es violento porque necesita mantener el orden. La autoridad va siempre por delante, es la captadora de cualquier manifestación crítica. “Vale, en algún momento fuimos terroristas, pero es por algo”, y aquí se acabó el problema. “Ahora los terroristas sois vosotros.” Esto es impresionante ¿no? Cómo primero el terrorista es el Estado y después… Es el Estado que acusa de terroristas a aquellos que lo atacan a él. Se nos puede decir muy fácilmente que el régimen del terror era el de Robespierre y que hoy en día no vivimos en un régimen del terror, que no hay una guillotina aquí en la plaza Osca. Pero es que no la ponen porque no hace falta.

P. Porque hemos encontrado otros métodos…

R . Efectivamente. De aniquilamiento y, si no, de alienación, de convertirnos en productores, consumidores, capaces de mantener a flote el estado de las cosas.

P. Lo que se demuestra es lo que decíamos al principio, que la historia al final la escribe el poder. Y la concepción, o creación o adjudicación de determinadas palabras con connotaciones peyorativas la construye el poder.

R . Con terrorismo es muy evidente. Y ahora claro, como vivimos en la época del terrorismo, es muy fácil ser terrorista. La chica esta tuitera: apologeta del terrorismo. Vamos, es que… También esto demuestra nerviosismo por parte del Estado: cuando todos son terroristas, cuando todos están contra él… Podemos ver que algo se tambalea, hay inseguridad, cosa que a mí no me consuela, pero…

P. Hemos hablado mucho de Terroristas modernos pero yo no puedo evitar preguntarte por las cuestiones formales, que son las que a mí, más allá de las reflexiones que hacíamos ahora, son las que me han interesado más de la novela. Porque al final, la literatura no es explicar una historia, sino la manera como la explicas. Pero lo que tú has contado es una historia que no estaba novelada, entonces…

R . No había caído en que esta no la ha contado nadie.

P. Te planteas la Conspiración del triángulo a partir de una conversación entre militares y encuentras una tesis sobre el tema escrita en los setenta por María del Pilar Ramos Rodríguez. Tú construyes una novela, y para construir esta novela adoptas una intención formal, un determinado lenguaje y un determinado estilo que dista mucho de lo habitual...

R . El tema me apasionó tanto y, además, en ese momento yo estaba estudiando Ciencias Políticas, a Weber… Me apasionó tanto que me lancé a escribir sin una idea previa de cómo iba a ser el estilo. Y me lancé a escribir como me gusta a mí leer. Cuando yo empecé a escribirla hace 10 años, yo estaba leyendo La ciudad y los perros , El lobo estepario , terminaba de leer Cien años de soledad … estaba leyendo las obras maestras para mí, para un escritor.

P. Por lo tanto, tú no eres de esas que dicen “Cuando estoy escribiendo, no leo”, que a mí me parece una gilipollez…

R . No, para nada, yo leo siempre. Además, como me documento siempre, me pongo a leer libros de la época. Curiosamente, de esta, un tercio de la novela es una fiesta, y esta fiesta como la quería mantener durante 60 páginas, quería que fuera un fiestón y que el lector lo pasara bien. Me documenté con El lobo estepario, que no sé si recuerdas que hay un momento, en una parte de la novela, que es una fiesta clandestina muy surrealista y con imágenes muy psicodélicas. Entonces yo me lancé a escribir en un estado un poco virginal de diversión. Yo vengo aquí a divertirme, a ponerme cachonda, a que haya pelea… Venía a crear vida, un poco a lo doctor Frankenstein. La novela ya es larga, tiene 400 páginas, pero yo decía “En una semana ellos intentan cambiar el mundo, intentan cambiar de país”, y finalmente lo que ocurre es un cambio muy personal en los personajes. En Catalina Castillejo se ve el tránsito, se ve en Diego Laso, se ve quizá en los músicos que es la primera oportunidad que les dan de tocar en el teatro, en los poetas que en las fiestas de las capitales por primera vez podrán leer sus poemas, en el público porque fuera están censurados…

P. Y cuando tienes todo esto, me interesa mucho que utilices este diálogo indirecto, en el párrafo…

R . A veces no hay indirecto, a veces hablan…

P. Digámoslo de otra manera. Este diálogo desordenado, pero que cuando terminas de leer el párrafo tienes clarísimo quién ha dicho qué, cómo lo ha dicho, y esta sensación de Woody Allen, de escena donde está todo, las conversaciones interrumpidas, conversaciones seguidas, gente que se interpone, el ruido de fondo… Construir la escena debe ser muy complicado.

R . No era lo más complicado, para nada. Me alegra esto que me dices, que ves un trabajo y algo de pericia, pero para mí eso no era lo más complicado, porque esto estaba alimentado por mi deseo de fiesta, de bullicio, de gente… Para mí lo más difícil era dar a conocer la intriga, van haciendo aliados, poco a poco se van produciendo delaciones… El mantenimiento de la intriga, ir poco a poco, no chafarla. Esto que se ve poco en la novela, que es un hilo, como una corriente continua, pero que no es lo que más aflora, porque como tú bien dices la Conspiración es una excusa. Sin embargo, para mí sobre esta excusa se construía todo, y en este pequeño (o gran) juego de detectives que era la Conspiración, no la podía cagar. Yo pensaba que precisamente este secreto era lo que luego me permitía a mí ser una vocinglera con todo lo demás. Porque todo el mundo habla todo el tiempo de todo menos de la Conspiración. Luego sí, por supuesto, se habla también de la Conspiración, pero la mayoría de las cosas que le pasan a los conspiradores son de la cotidianidad, son ajenas a lo conspirativo, o tienen que ver con el dinero que cogen de la Conspiración, porque ellos no están hablando de cuándo se van a reunir y con qué secreto, y las decisiones que se tienen que tomar…

P. Todo va transcurriendo con una inmensa normalidad.

R . Exacto.

P. Y aparte con las relaciones personales de los unos con los otros…

R . Sí, sí. Mira, has dado en la clave. Para mí, lo más importante era qué tipo de relaciones personales fomentaba la conspiración.

P. Al final, esto de las conspiraciones… Es una palabra que depende de cómo se utilice, tiene cierta erótica. Pero —igual tiene relación con aquello que decías antes de que tú por la Pepa no sentías ninguna sintonía— los personajes que van saliendo al final me parecen de una extrema ingenuidad.

R . Ay, sí, pobrecitos. Bueno, que están ahí por la pasta, finalmente. Algunos son conspiradores porque se lo creen, pero otros son mercenarios. Aunque están hermanados, algunos de ellos son muy cínicos y otros son muy románticos. Y claro, están ahí porque va llegando pasta, que era mucha pasta. Y esto sí que es verdad, esto no me lo invento, había mucha pasta.


Fuente: https://www.infolibre.es/noticias/los_diablos_azules/2017/10/27/entrevista_cristina_morales_71153_1821.html