Ni tantito así. Eduardo Montes de Oca
Dentro de unos días, apenas horas, este territorio caribeño mostrará su carácter empeñoso e irreductible, al presentar por vigésimosexto año consecutivo ante la Asamblea General de la ONU el proyecto de resolución sobre la “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos de América contra Cuba”.Tan realista como tenaz, la nación antillana no se forja ilusiones acerca de la actitud del gobierno de Donald Trump con respecto al asunto, pues, a más de la cacareada acusación, no probada, de ataques sónicos contra sus diplomáticos en La Habana, últimamente el magnate trocado en presidente no ha cejado en sus imputaciones de falta de libertades en el vecino del sur -¿estimará que hasta para portar armas con que matar a mansalva, como acaba de suceder en Las Vegas?-, alentado por la opinión y el voto electoral de la ultraderecha antipatriótica asentada en Miami.
No importa que, semanas atrás, en el preámbulo del gran encuentro mundial, varios mandatarios, primeros ministros y cancilleres de los cinco continentes coincidieran en condenar al Tío Sam por el quizás más dilatado asedio de la historia, calificado por muchos de la más flagrante y enconada violación de los fueros que sufriera país alguno en el último siglo. Tampoco le preocupa al inefable Donald que, en una espiral de apoyo a la mayor de las Antillas, el 26 de octubre de 2016, un documento similar al que pronto se someterá a la consideración de los 193 Estados que integran la ONU fuera aprobado por 191 de estos, que ninguno se declarara en contra, y se abstuvieran ¡EE.UU.! y su satélite Israel.
A todas luces, el principal inquilino de la Casa Blanca está obsesionado con borrar todo viso de cambio progresista realizado, con puro pragmatismo, por Barack Obama, quien llevó a cabo lo que diversos observadores conceptúan como tímidos avances en la política exterior hacia Cuba -incluidos los nexos a nivel de embajadas-, en respuesta a los anhelos y los intereses de los más entre sus conciudadanos, y deslindándose, muy discretamente, de una más severa conducta imperialista.
Por su parte, resulta público que, tras aludir a un acto de genocidio, el texto que se oreará ante el orbe el próximo 1ro de noviembre precisa que el tradicional ataque continúa vigente y se aplica con todo rigor, y que durante casi seis décadas ha causado daños a la economía criolla por un monto de 822 mil 280 millones de dólares, habida cuenta la depreciación del llamado billete verde frente al valor del oro. A precios corrientes, suman 130 mil 178,6 millones, y, en el período en que se enmarca el informe –abril de 2016 a junio de 2017-, ha provocado pérdidas en el orden de cuatro mil 305,4 millones.
¿La exigencia trumpiana de “libertades” y “derechos humanos” para suavizar el dogal aún más apretado y mejorar los lazos? Mera retórica, atenidos a hechos como el que esa estrategia continúa resultando –vaya paradoja- el principal freno no solo material, sino al pleno disfrute de lo que él pide.
En ese contexto, comulguemos con el criterio de que el incremento de la oratoria agresiva y las nuevas medidas restrictivas anunciadas generan más desconfianza e incertidumbre en las entidades financieras y los proveedores, merced al riesgo real de recibir sanciones por sus contactos con la “tierra prohibida”. Sí, porque se mantienen las dimensiones bancaria y extraterritorial de la legislación yanqui al efecto, con la imposición de multas a compañías e instituciones crediticias locales y foráneas comisoras del “pecado” de “lesa majestad” de sostener intercambio comercial u operaciones en dinero con la Isla.
Pero la demanda detallada en el informe cubano sobre la resolución 17/5 de la Asamblea General, a que nos referimos, está lejos de ser grito plañidero. No se lloran dádivas, menos cuando el planeta casi íntegro –por cierto, acompañado de variadas voces en los EUA- se ha pronunciado por el cese de la empecinada embestida en 25 ocasiones anteriores. Sobrada razón para que se le elimine de manera unilateral e incondicional.
Como reiteró el primer vicepresidente Miguel Díaz Canel Bermúdez, en presencia del presidente Raúl Castro, al intervenir en el homenaje al Guerrillero Heróico en el aniversario 50 de su caída en combate, “el pueblo de Cuba y su gobierno no realizarán concesiones inherentes a su soberanía e independencia; no negociarán sus principios ni aceptarán condicionamientos”. Porque “los cambios necesarios en Cuba lo decidimos nosotros”, inmersos en una lucha incansable contra una pretendida “reconquista política y económica que abra paso al capitalismo brutal”. En conjunto, remarcó el alto dirigente, las cont i nuas arremetidas devienen “clara muestra de lo que nos alertaba el Che: ´que no se puede confiar en el imperialismo, pero ni tantito así, ¡nada!´”.
Y con ese espíritu, nos aprestamos a librar una (otra) colosal batalla en la 72 Asamblea General de las Naciones Unidas.
No importa que, semanas atrás, en el preámbulo del gran encuentro mundial, varios mandatarios, primeros ministros y cancilleres de los cinco continentes coincidieran en condenar al Tío Sam por el quizás más dilatado asedio de la historia, calificado por muchos de la más flagrante y enconada violación de los fueros que sufriera país alguno en el último siglo. Tampoco le preocupa al inefable Donald que, en una espiral de apoyo a la mayor de las Antillas, el 26 de octubre de 2016, un documento similar al que pronto se someterá a la consideración de los 193 Estados que integran la ONU fuera aprobado por 191 de estos, que ninguno se declarara en contra, y se abstuvieran ¡EE.UU.! y su satélite Israel.
A todas luces, el principal inquilino de la Casa Blanca está obsesionado con borrar todo viso de cambio progresista realizado, con puro pragmatismo, por Barack Obama, quien llevó a cabo lo que diversos observadores conceptúan como tímidos avances en la política exterior hacia Cuba -incluidos los nexos a nivel de embajadas-, en respuesta a los anhelos y los intereses de los más entre sus conciudadanos, y deslindándose, muy discretamente, de una más severa conducta imperialista.
Por su parte, resulta público que, tras aludir a un acto de genocidio, el texto que se oreará ante el orbe el próximo 1ro de noviembre precisa que el tradicional ataque continúa vigente y se aplica con todo rigor, y que durante casi seis décadas ha causado daños a la economía criolla por un monto de 822 mil 280 millones de dólares, habida cuenta la depreciación del llamado billete verde frente al valor del oro. A precios corrientes, suman 130 mil 178,6 millones, y, en el período en que se enmarca el informe –abril de 2016 a junio de 2017-, ha provocado pérdidas en el orden de cuatro mil 305,4 millones.
¿La exigencia trumpiana de “libertades” y “derechos humanos” para suavizar el dogal aún más apretado y mejorar los lazos? Mera retórica, atenidos a hechos como el que esa estrategia continúa resultando –vaya paradoja- el principal freno no solo material, sino al pleno disfrute de lo que él pide.
En ese contexto, comulguemos con el criterio de que el incremento de la oratoria agresiva y las nuevas medidas restrictivas anunciadas generan más desconfianza e incertidumbre en las entidades financieras y los proveedores, merced al riesgo real de recibir sanciones por sus contactos con la “tierra prohibida”. Sí, porque se mantienen las dimensiones bancaria y extraterritorial de la legislación yanqui al efecto, con la imposición de multas a compañías e instituciones crediticias locales y foráneas comisoras del “pecado” de “lesa majestad” de sostener intercambio comercial u operaciones en dinero con la Isla.
Pero la demanda detallada en el informe cubano sobre la resolución 17/5 de la Asamblea General, a que nos referimos, está lejos de ser grito plañidero. No se lloran dádivas, menos cuando el planeta casi íntegro –por cierto, acompañado de variadas voces en los EUA- se ha pronunciado por el cese de la empecinada embestida en 25 ocasiones anteriores. Sobrada razón para que se le elimine de manera unilateral e incondicional.
Como reiteró el primer vicepresidente Miguel Díaz Canel Bermúdez, en presencia del presidente Raúl Castro, al intervenir en el homenaje al Guerrillero Heróico en el aniversario 50 de su caída en combate, “el pueblo de Cuba y su gobierno no realizarán concesiones inherentes a su soberanía e independencia; no negociarán sus principios ni aceptarán condicionamientos”. Porque “los cambios necesarios en Cuba lo decidimos nosotros”, inmersos en una lucha incansable contra una pretendida “reconquista política y económica que abra paso al capitalismo brutal”. En conjunto, remarcó el alto dirigente, las cont i nuas arremetidas devienen “clara muestra de lo que nos alertaba el Che: ´que no se puede confiar en el imperialismo, pero ni tantito así, ¡nada!´”.
Y con ese espíritu, nos aprestamos a librar una (otra) colosal batalla en la 72 Asamblea General de las Naciones Unidas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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