domingo, 26 de noviembre de 2017

Delphy y Romito: La violencia masculina contra las mujeres en Occidente Christine Delphy


Delphy y Romito: La violencia masculina contra las mujeres en Occidente

En Esta­dos Unidos durante el año 1999, unas 1.200 mujeres murieron a manos de la pare­ja o de un ex; entre 60 y 100 murieron en España, en Italia, en Fran­cia, en el Reino Unido y en Sue­cia. En los país­es indus­tri­al­iza­dos, entre el 20 y el 30% de las mujeres han sufri­do, a lo largo de su vida, vio­len­cias físi­cas y sex­u­ales de la parte de una pare­ja o mari­do; y entre el 5 y el 15% lo sufren en el mis­mo momen­to de la encues­ta. Los abu­sos psi­cológi­cos –insul­tos, den­i­gración, con­trol de la vida cotid­i­ana– son mucho más fre­cuentes. Según numerosos estu­dios lle­va­dos a cabo en Améri­ca del Norte, de 15 a 25% de las mujeres han sufri­do una vio­lación o una ten­ta­ti­va de vio­lación durante su edad adul­ta. Pero si se tiene en cuen­ta la vida entera de una mujer, hay que ten­er pre­sente que la mitad de las vio­la­ciones sufridas lo han sido durante le niñez o la ado­les­cen­cia. Uno de los des­cubrim­ien­tos más intere­santes de estos diez últi­mos años –dado que la cuestión ya no se con­sid­era sin impor­tan­cia– es que los agre­sores son en su may­or parte per­sonas cono­ci­das de las víc­ti­mas. Se sabe actual­mente que su propia casa es el lugar más peli­groso para una mujer o un/una niña. Pero a este des­cubrim­ien­to de la fre­cuen­cia de la vio­len­cia en la «vida pri­va­da» se añade la toma de con­cien­cia de que, como las fem­i­nistas lo habían dicho siem­pre, la noción de una fron­tera estanca entre espa­cio –y por lo tan­to acto– pri­va­do y espa­cio –y por lo tan­to acto– públi­co es arti­fi­cial: ¿en dónde clasi­ficar las agre­siones cometi­das en los coches o en la calle (ámbito públi­co) por los ligues o novios, véase los mari­dos rec­haz­a­dos (ámbito pri­va­do)? En un estu­dio suizo, el 20% de las ado­les­centes entre­vis­tadas habían sufri­do agre­siones sex­u­ales, de las cuales un cuar­to eran vio­la­ciones. Según diver­sos estu­dios amer­i­canos, alrede­dor del 10% de las niñas han sido agre­di­das sex­ual­mente por un hom­bre de la famil­ia, esta tasa se sitúa en un 5% en una inves­ti­gación suiza. En Fran­cia, la Enquête nationale sur la vio­lence envers les femmes en France (ENVEFF), plantea una ten­den­cia pare­ci­da.
No se puede pon­er las vio­len­cias con­tra las mujeres en sec­ciones sep­a­radas y her­méti­cas: muy a menudo una vio­len­cia lle­va a otra. Así, lo que se lla­ma «vio­len­cia conyu­gal» no se limi­ta a golpes, sino que incluye muchas veces la vio­lación de la mujer. En Esta­dos Unidos, y se sabe porque las inves­ti­ga­ciones se están real­izan­do des­de hace más de veinte años, son cer­ca del 80% de los casos, las mujeres asesinadas por su pare­ja han sido al cabo de años de vio­len­cia conyu­gal ordi­nar­ia y gen­eral­mente en el momen­to en el que ellas han deci­di­do dejar este hom­bre. Estos asesinatos no son resul­ta­do de un «rap­tus», todavía menos de un «exce­so de amor», como a los medios de comu­ni­cación les gus­ta rep­re­sen­tar el «crimen pasion­al»; el asesina­to es más bien la últi­ma expre­sión de la vol­un­tad de con­trol de un hom­bre que ve que la mujer se le escapa. Exis­ten tam­bién vín­cu­los entre vio­len­cia con­tra las mujeres y vio­len­cia con­tra los/las niñas; la mitad de los mari­dos que pegan a su mujer pegan tam­bién a sus hijos e hijas; más pre­cisa­mente, la vio­len­cia conyu­gal ejer­ci­da sobre la madre es rela­ciona­da con –y por lo tan­to pre­dic­ti­va de– el inces­to padre-hija.
Ante el espec­tácu­lo de las vio­len­cias mas­culi­nas, el sufrim­ien­to y los estra­gos que cau­san en las víc­ti­mas, pero tam­bién en la sociedad en su con­jun­to, las orga­ni­za­ciones inter­na­cionales las han con­de­na­do con fuerza en los últi­mos años. Según las con­clu­siones de la Con­fer­en­cia Mundi­al de las Mujeres de las Naciones Undias en Bejing, en 1995, «la vio­len­cia con­tra las mujeres rep­re­sen­ta un obstácu­lo para alcan­zar la igual­dad, el desar­rol­lo y la paz. Vio­la, debili­ta o anu­la el ejer­ci­cio por parte de las mujeres de sus dere­chos humanos y lib­er­tades fun­da­men­tales». En 1997, la Orga­ni­zación Mundi­al de la Salud definió la vio­len­cia con­tra las mujeres como un medio para man­ten­er o reforzar su sub­or­di­nación, cuyas con­se­cuen­cias con­sti­tuyen por aña­didu­ra un gran prob­le­ma de salud y por lo tan­to es una pri­or­i­dad de salud públi­ca. En 2004, Amnistía Inter­na­cional se inspiró en la Con­ven­ción con­tra las Tor­turas de las Naciones Unidas para pro­pon­er que la vio­len­cia domés­ti­ca y la vio­lación, inclu­so real­iza­da por una pareja/marido, sean con­sid­er­adas como una for­ma de tor­tu­ra. En efec­to, todos los ele­men­tos de la tor­tu­ra están pre­sentes en estas vio­len­cias denom­i­nadas «pri­vadas», inclu­so un ele­men­to esen­cial, a saber «el con­sen­timien­to o la aceptación de un rep­re­sen­tante de la autori­dad públi­ca o de otra per­sona inter­vinien­do en nom­bre de ella». Según Amnistía, puesto que el Esta­do es cóm­plice de la vio­len­cia domés­ti­ca: no toma las medi­das de pro­tec­ción nece­sarias, no ase­gu­ra la igual­dad ante la ley de las mujeres y no san­ciona los hechos, tiene una respon­s­abil­i­dad pro­por­cional a estos incumplim­ien­tos en este caso en estas vio­len­cias.
El análi­sis de Amnistía toca un pun­to cru­cial. Pre­cisa­mente porque el Esta­do ha legit­i­ma­do tradi­cional­mente la vio­len­cia mas­culi­na con­tra mujeres y los niños y las niñas, que esta vio­len­cia ha per­maneci­do tan invis­i­ble durante tan­to tiem­po. Fue solo por los movimien­tos de mujeres, primero en Améri­ca del Norte y en el Reino Unido, luego en otros país­es, que primero se hizo vis­i­ble y luego cada vez menos acept­able. Des­de la déca­da de 1970, las prác­ti­cas fem­i­nistas, como los gru­pos de mujeres no-mix­tos de auto­con­cien­cia y autoayu­da, per­mi­tieron a muchas de ellas romper el silen­cio y hablar sobre la vio­len­cia sufri­da, y así des­cubran que su situación no era excep­cional. Fue a par­tir de estas expe­ri­en­cias que se crearon las primera líneas tele­fóni­cas para víc­ti­mas de vio­lación, cen­tros con­tra la vio­len­cia, alber­gues para mujeres mal­tratadas. Mucho antes de obten­er el per­miso para lle­var a cabo inves­ti­ga­ciones uni­ver­si­tarias, fue a par­tir de la prác­ti­ca de estas insti­tu­ciones alter­na­ti­vas que las fem­i­nistas pudieron dar las primeras cifras sobre la fre­cuen­cia de la vio­len­cia y per­mi­tieron cap­tar la escala del fenó­meno. Hoy en día, estas cifras siguen sien­do impre­sio­n­antes: solo en el Reino Unido, en un año, no menos de 32.017 mujeres acom­pañadas por 22.500 niños tuvieron que bus­car su seguri­dad en uno de estos refu­gios. En Italia, en un solo año y en la región de Emil­ia-Romagna, 1.422 mujeres se dirigieron por las mis­mas razones a un cen­tro con­tra la vio­len­cia.
Parte de lo que aho­ra se con­sid­era, y con razón, como vio­len­cia, antes se con­sid­er­a­ba como algo legí­ti­mo o inclu­so legal. De este modo, el crimen de hon­or –la posi­bil­i­dad de que los hom­bres mataran a una esposa, hija, her­mana, para ser absuel­tos por con­sid­er­ar que esta­ban defen­di­en­do su hon­or– todavía existe en el códi­go penal de muchos país­es (entre ellos los de Ori­ente Medio, Turquía y Koso­vo). Según UNICEF, durante 1997, cer­ca de 300 mujeres fueron asesinadas en una provin­cia de Pak­istán por «causa de hon­or», 400 en Yemen y 100 en Egip­to. Que estas mujeres y niñas a veces fueron asesinadas porque fueron vio­ladas pre­vi­a­mente hace que su asesina­to sea aún más cru­el. Si la iden­ti­fi­cación entre la «casti­dad» de las mujeres y el hon­or de los hom­bres (« de la famil­ia») tiene sus raíces en muchas cul­turas tradi­cionales, es al Códi­go de Napoleón al que le debe­mos el haber­lo intro­duci­do en un Códi­go europeo. En Fran­cia, el crimen de hon­or solo fue dero­ga­do en 1975 (en Italia en 1981). La redac­ción del Códi­go Penal ital­iano es casi idén­ti­ca a la que todavía existe en el Códi­go Penal sirio. Otro ejem­p­lo de la legit­i­mación de la vio­len­cia mas­culi­na se refiere a «la excep­ción conyu­gal»: la vio­lación por parte de un mari­do de su esposa no se con­sid­era un deli­to, sigu­ien­do el prin­ci­pio de que la esposa no tiene dere­cho a «rec­haz­ar» –ya no se pertenece a ella mis­ma. La excep­ción del cónyuge estu­vo en vig­or en el Códi­go Penal en Fran­cia has­ta 1980, en los País­es Bajos has­ta 1991, en el Reino Unido has­ta 1994, Ale­ma­nia has­ta 1997 y todavía existe en 33 esta­dos de los 50 de Esta­dos Unidos.
Otra poderosa estrate­gia para hac­er que la vio­len­cia sea invis­i­ble es la de la negación: cuan­do la vio­len­cia mas­culi­na ya no puede con­sid­er­arse legí­ti­ma, se la nie­ga, por ejem­p­lo, acu­san­do a las víc­ti­mas de men­tir. Esto siem­pre ha suce­di­do con mujeres y niños/niñas vio­ladas. En país­es de tradi­ción anglosajona, la regla legal de cor­rob­o­ra­tion warn­ing requería que los jue­ces en juicios por vio­lación recuer­den a los jura­dos el ries­go de con­denar a un hom­bre por «la mera pal­abra de una mujer». Dero­ga­do en los años 90, todavía se prac­ti­ca común­mente. La psiquia­tría y el psi­coanáli­sis tam­bién han pro­por­ciona­do instru­men­tos efec­tivos para negar la vio­len­cia. Así, a los niños y niñas que denun­cian la vio­lación pater­na a menudo no se les cree, inclu­so hoy: no han sido vio­la­dos, pero han fan­tasea­do, porque es, según la doxa psi­coanalíti­ca, su deseo incon­sciente. Este «deseo del niño/niña» está en el corazón de la con­struc­ción teóri­ca cono­ci­da como el «com­ple­jo de Edipo», que Freud desar­rol­ló después de aban­donar su teoría orig­i­nal, o más bien su con­stat­ación de que sus pacientes habían sido muy a menudo someti­dos a trau­ma sex­u­al, a menudo inces­tu­oso. Este des­cubrim­ien­to, que fue recibido con fri­al­dad por sus cole­gas, hizo que lo aban­donara y que lo reem­plazara por la fan­tasía infan­til. Más recien­te­mente, la teoría de que las denun­cias de abu­so sex­u­al pater­no se definirían errónea­mente cuan­do es una madre sep­a­ra­da quien las emite, aunque no esté respal­da­da por ningu­na evi­den­cia, con­tribuye a con­denar a los niños y las niñas a silen­ciar y ocul­tar la vio­len­cia y sus autores.
Rev­e­lar y denun­ciar la vio­len­cia mas­culi­na no solo sig­nifi­ca iden­ti­ficar a los hom­bres que la infli­gen, sino tam­bién cues­tionar el sis­tema patri­ar­cal del que esta vio­len­cia es un medio. Des­de el pun­to de vista de la inves­ti­gación, este es un cam­po rel­a­ti­va­mente nue­vo, espe­cial­mente en país­es del sur como Fran­cia e Italia. Por lo tan­to, no es sor­pren­dente que este cam­po esté atrav­es­a­do por con­tro­ver­sias a menudo apa­sion­adas, que inevitable­mente son a la vez cien­tí­fi­cas y políti­cas. Una de estas con­tro­ver­sias se refiere a la fre­cuen­cia de la vio­len­cia, par­tic­u­lar­mente la vio­lación, que los críti­cos dicen que está «infla­da» por defini­ciones demasi­a­do amplias o por el lla­ma­do «vic­tim­is­mo» de las mujeres. De hecho, el ver­dadero prob­le­ma es más bien la subes­ti­mación y no la sobrees­ti­mación de la vio­len­cia. Todos los estu­dios mues­tran que algu­nas de las mujeres que respondieron afir­ma­ti­va­mente a las pre­gun­tas que describen obje­ti­va­mente una situación vio­len­ta (definido por el Códi­go Penal) con­tes­tan neg­a­ti­va­mente cuan­do los actos se describen explíci­ta­mente como vio­len­cia sex­u­al. Están aver­gon­za­dos o tratan de con­cep­tu­alizar lo que les sucedió de una man­era menos peli­grosa para su ima­gen de sí mis­mas. Además, en Esta­dos Unidos, los hom­bres jóvenes entre­vis­ta­dos admiten haber cometi­do agre­siones sex­u­ales con una fre­cuen­cia que cor­re­sponde a las altas tasas encon­tradas en los estu­dios sobre las mujeres. Lo que nos lle­va a otra pre­gun­ta: ¿Podemos gen­er­alizar en «nue­stro país» los datos recopi­la­dos en otros país­es? Mien­tras que en Améri­ca y el norte de Europa la inves­ti­gación sobre la vio­len­cia comen­zó en la déca­da de 1970 y hoy rep­re­sen­ta un cam­po muy rico y diver­so, en Fran­cia e Italia, este tra­ba­jo se empezó a realizar solo trein­ta años más tarde. Este retra­so requiere el uso de datos de estos país­es. Sin embar­go, los resul­ta­dos de las dos encues­tas nacionales france­sas e ital­ianas mues­tran que las tasas de vio­len­cia son más bajas que las encon­tradas en Améri­ca del Norte. Por ejem­p­lo, según datos de Enveff, el 11% de las mujeres han sufri­do al menos una agre­sión sex­u­al en su vida, mien­tras que en la encues­ta nacional cana­di­ense el 24% de las cana­di­ens­es habían sido víc­ti­mas des­de los 16 años. ¿Cómo explicar esta difer­en­cia? Podría deberse a difer­en­cias metodológ­i­cas (for­mu­lación de pre­gun­tas, estruc­tura del cues­tionario, modal­i­dades de admin­is­tración), o plantear las difer­en­cias reales en las tasas de vio­len­cia de los dos país­es; o inclu­so la may­or ret­i­cen­cia de las mujeres france­sas a admi­tir haber sido víc­ti­mas de la vio­len­cia; ningu­na de estas expli­ca­ciones es exclu­si­va de las otras dos.
Cuan­tas más inves­ti­ga­ciones en el cam­po de la vio­len­cia se desar­rollen en nue­stros país­es, mejor sabre­mos si exis­ten o no difer­en­cias reales de un país a otro. De todos mod­os, estos estu­dios ya han resalta­do dos con­clu­siones: la vio­len­cia con­tra las mujeres y los niños y niñas, tan­to físi­ca como sex­u­al, desafía los límites entre lo pri­va­do y lo públi­co; y con­sti­tuye una de las for­mas de vio­len­cia más fre­cuentes y menos vis­i­bles, así como la menos denun­ci­a­da y la menos san­ciona­da por la jus­ti­cia; que las mujeres y los niños y niñas son los menos pro­te­gi­dos de las víc­ti­mas de la vio­len­cia y los más numerosos (uno expli­ca prob­a­ble­mente al otro) en nue­stros país­es, que sin embar­go se enorgul­le­cen de pon­er el respeto de los dere­chos humanos al frente de sus pri­or­i­dades.
Patrizia Romi­to y Chris­tine Del­phy
13 de diciem­bre de 2015

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