¿Cómo aborda Donald Trump la cuestión israelo-palestina?
El presidente estadounidense Donald Trump no hace nada como sus predecesores –exceptuando a su modelo, el presidente Andrew Jackson– y eso tiene desconcertados a sus socios. El «Trato del Siglo» que Trump ha concebido para Palestina ha suscitado la cólera del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, quien la interpreta a la luz de las anteriores propuestas de Estados Unidos. Pero, ¿no podría estar cometiendo un error?
RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA)
- El presidente estadounidense Donald Trump puso en la Oficina Oval un retrato de su predecesor Andrew Jackson, séptimo presidente de Estados Unidos (de 1829 a 1837).
El presidente estadounidense Donald Trump ha declarado varias veces que su método de gobierno es capaz de resolver muchos conflictos, lo cual él espera lograr durante su (o sus) mandato(s), incluyendo la posibilidad de lograr la paz entre palestinos e israelíes.
Según la prensa internacional, Donald Trump ha cambiado de actitud, únicamente por razones que tienen que ver con las elecciones estadounidenses. El presidente, que antes mostraba poco interés por las cuestiones religiosas, ahora parece haberse acercado a los cristianos sionistas y se hallaría bajo la influencia de su vicepresidente, el cristiano evangélico Mike Pence, y de uno de sus donantes de fondos, el propietario de casinos judío Sheldon Adelson.
Las decisiones de Donald Trump de trasladar la embajada de Estados Unidos a Tel Aviv a Jerusalén, de interrumpir el financiamiento estadounidense a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Medio Oriente (UNRWA, siglas en inglés) y de reconocer la soberanía israelí sobre el Golán sirio ocupado han sido interpretadas como actos que confirman su rumbo proisraelí.
Todo eso es cierto pero no permite entender la particular visión de Trump sobre el conflicto israelo-palestino y puede dar lugar a graves errores de interpretación. Para entender el pensamiento de Trump hay que estudiar a su modelo, el presidente Andrew Jackson, y ponerlo en el particular contexto de Estados Unidos antes de la Guerra de Secesión.
Dos colonias británicas:
Estados Unidos e Israel
Al igual que Israel y Rhodesia, Estados Unidos es una colonia occidental que se separó del Imperio británico. Pero las situaciones son muy diferentes.
Israel es una colonia que responde a un proyecto político formulado por Lord Cromwell en el siglo XVII. Ese proyecto es utilizar a la diáspora judía como instrumento del Imperio. La realización de dicho proyecto, incluso a través de la autoproclamación de la independencia de Israel por sus fuerzas armadas, corresponde precisamente al plan trazado. Estados Unidos, por el contrario, es resultado del proyecto puritano e igualitarista del mismo Lord Protector para la población británica. En ambos casos, se trata de crear un nuevo modelo de sociedad definido por los principios religiosos de una única secta cristiana –no judía [1].
Colonización, ocupación y exterminio de los pobladores originarios
En América, más de la mitad de inmigrantes británicos que habían llegado antes de la independencia eran sólo pobre gente que abrigaba la esperanza de poder disponer de su propio pedazo de tierra como recompensa por haber servido al rey. Aceptaban ser indentured servant (siervo a título temporal) por un plazo de entre 4 y 7 años, tiempo durante el cual se sometían a un duro trato. Para complementar el trabajo de los esclavos británicos temporales, el rey recurrió a esclavos africanos permanentes. Después de la independencia, la inmigración voluntaria se aceleró y se diversificó con la llegada de alemanes, franceses, holandeses y judíos mientras que los indentured servants acabaron siendo reemplazados por los esclavos africanos, que eran tratados aún peor. Poco a poco, los europeos fueron instalándose en tierras de las poblaciones autóctonas, los «pieles rojas». La extensión de aquellos territorios eran tan enorme que la llegada de algunos cientos de miles de extranjeros no planteaba un gran problema. Pero seguían llegando más y más.
A principios del siglo XIX, el humanista Thomas Jefferson concibió un plan para “compartir” el continente por la fuerza: dejar a los indios las tierras situadas al oeste del Mississippi y reservar las tierras del este a los europeos. Después de haber deportado tribus enteras a Luisiana, Jefferson recomendó que se permitiera a los individuos «civilizados» trasladarse al este si se integraban a la cultura de los colonos. Thomas Jefferson pensaba que poco a poco se haría posible negociar con ellos según las normas de la cultura en la que él mismo creía.
En efecto, el principal problema no era el espacio. A pesar de la presencia de los inmigrantes, libres o esclavos, aquellos extensos territorios seguían estando poco poblados. El problema era la diferencia cultural. Los indios no creían que alguien pudiera ser dueño de la tierra sino que una tribu podía ejercer su soberanía sobre cierto espacio. Para ellos, al no existir la propiedad sobre la tierra… la tierra no podía comprarse ni venderse.
Si proseguimos con la comparación, en Palestina, los sirios [2] ya habían sido colonizados antes por los otomanos, a cuya presencia se habían adaptado. Se habían vuelto en gran parte sedentarios y aceptaban la propiedad individual sobre la tierra, pero –al igual que aquel colonizador otomano– consideraban que una tierra musulmana no podía ser gobernada por no musulmanes.
En Estados Unidos, cuando el general Andrew Jackson se convirtió en presidente (de 1829 a 1837), la presión demográfica de los europeos –que seguían llegando al este en cantidades cada vez mayores– ya era tan grande que Jackson decidió revisar los tratados ya existentes para trasladar nuevamente las tribus indias a «reservas» situadas cada vez más al oeste, lo cual fue rechazado por la mayor parte de las tribus. Por supuesto, todo eso volvió a ser violado después por las siguientes oleadas de inmigrantes y por los propietarios de grandes extensiones de tierras.
En Palestina está sucediendo lo contrario. La población judía es estable, la cantidad de inmigrantes ya ni siquiera compensa la cantidad de emigrantes, pero la población árabe sigue creciendo. A pesar de ello, la expansión territorial israelí continúa de manera totalmente innecesaria.
El nombre de Andrew Jackson quedó inscrito en la historia como organizador de masacres de indios, como el hombre que planificó el genocidio del «Sendero de Lágrimas» [3]. Lo cierto es que Jackson rechazó el exterminio sistemático, que tendrá lugar –después de su mandato– con el tristemente célebre general Custer, y trató de resolver un problema que no tenía solución posible. Los colonos estadounidenses, al igual que los israelíes de hoy, no podían volver a sus tierras natales. En definitiva, las tribus indias que sobrevivieron a las masacres fueron las que firmaron la paz con Jackson. La única salida verdaderamente pacífica habría sido la fusión de los dos comunidades, pero eso era imposible debido al abismo cultural que las separaba, obstáculo que ya no existe en Palestina [4].
El «Trato del Siglo»
Cuando Donald Trump propone desarrollar la economía de Gaza y Cisjordania, sin interés por obtener algo a cambio, está aplicando la política que Thomas Jefferson proponía para los «indios civilizados». Tratar de integrarlos utilizando «el mercado» para lograr la paz. Piensa que esa integración a través del mercado conducirá a la paz. Y ofrece esa integración con la generosidad que le permite desplegar la garantía de que no será Estados Unidos sino las monarquías árabes quienes aportarán el financiamiento para ese desarrollo. Pero con ello se opone a la estrategia israelí, que cuenta con el respaldo del magnate judío estadounidense Sheldon Adelson, estrategia que consiste en sabotear la economía palestina para empujar a los palestinos al éxodo.
Cuando Donald Trump se niega a apoyar la solución de los dos Estados y remite esa cuestión a negociaciones entre palestinos e israelíes, actúa como lo hizo Andrew Jackson durante las negociaciones de los tratados con las tribus indias. Y con ello se opone a lo que ha sido la política de Israel desde los Acuerdos de Oslo.
La Autoridad Palestina considera que ya aceptó un compromiso al respaldar las resoluciones de la ONU y ahora exige la aplicación de esas resoluciones, mientras que Israel lleva 70 años negándose a plegarse a esas mismas resoluciones. Así que la Autoridad Palestina rechaza a priori el «Trato del Siglo» porque Donald Trump ignora esa exigencia.
Esta actitud de la Autoridad Palestina es legítima y honorable. Todos los gobiernos del mundo saben que si el conflicto israelo-palestino acabara resolviéndose según las reglas del derecho anglosajón, en contradicción con las normas del Derecho Internacional, el resultado sería una “paz” que abriría las puertas a otras guerras en otras partes del mundo.
El problema es que el derecho anglosajón difiere de todas las demás formas de justicia del mundo porque prevé que dos partes que se oponen entre sí en relación con un delito penal pueden resolver su disputa mediante una simple transacción que pasa por alto las reglas del derecho local. A escala nacional, es una justicia clasista. En el plano internacional, es simplemente la ley del más fuerte.
Sin embargo, la Autoridad Palestina comete un error cuando acusa a Donald Trump de ser aún más favorable a Israel que George Bush hijo. La actitud de la Autoridad Palestina en ese sentido se explica porque la Autoridad misma debe su propia existencia a los Acuerdos de Oslo. Sería más práctico considerar que, a pesar de su arrogancia, Donald Trump actúa de buena fe; que su plan es para los israelíes menos favorable que el statu quoy que no es hostil al Derecho Internacional. En pocas palabras, no es imposible que ciertos aspectos de su mediación puedas ser positivos para la causa palestina.
Es posible que mi análisis esté viciado por el hecho que yo mismo no he vivido 70 años bajo una ocupación militar y por haber recibido la educación de una potencia colonial. Pero no creo que la disyuntiva actual se limite a tener que optar por la colaboración con el ocupante o por la resistencia, como en el momento de la Nakba [5]. Así que no soy quien para dar consejos, pero me parece importante señalar que no hay que repetir los errores del pasado e insultar a quien quizás trata de abrir una puerta de buena fe.
Parece que el presidente Mahmud Abbas se plantea la posibilidad de adoptar una posición menos inflexible. Ha ordenado la liberación del empresario que –según él– traicionó la causa palestina al asistir a la reunión de presentación del «Trato del Siglo» en Bahrein y también parece que está preparando una delegación para enviarla a la Casa Blanca en misión de exploración.
[1] «¿Quién es el enemigo?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de agosto de 2014.
[2] No debemos olvidar que, antes de la colonización británica, Palestina no era un Estado independiente sino una región de la Gran Siria en el Imperio Otomano.
[3] Durante su desplazamiento forzoso miles de cherokees murieron de hambre y de cansancio en el llamado «Sendero de Lágrimas»
[4] Durante los 3 siglos de ocupación otomana, las poblaciones árabes se vieron privadas de acceso a la enseñanza. Sólo las familias ricas podían pagar una educación para sus hijos, lo cual provocó un derrumbe de la civilización árabe –que ya estaba en decadencia. Hoy en día, la UNRWA proporciona una educación universitaria de alto nivel. Esa agencia de la ONU ha sido estimulada a ello por el propio Estado de Israel, que espera convertir esa enseñanza en un estímulo más al éxodo de los palestinos que, luego de recibir acceder a ese nivel de educación, optan por abandonar su tierra para irse a hacer fortuna en el extranjero.
[5] En 1948, David Ben-Gurion proclamó unilateralmente el Estado hebreo en nombre de las fuerzas armadas judías. Simultáneamente, entre 700 000 y 900 000 palestinos fueron expulsados de sus casas y de sus tierras. Eso fue lo que los palestinos llaman la Nakba, palabra árabe que significa “catástrofe”
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