¿Con cuáles fundaciones y con qué dinero los estadounidenses están reinventando la política latinoamericana? Por Lee Fangpor La pupila insomne |
Para
Alejandro Chafuen, la reunión celebrada esta primavera en The Brick
Hotel de Buenos Aires fue una mezcla de regreso a casa y festejo
triunfal. Chafuen, un argentino-estadounidense alto y flaco, había
dedicado su vida adulta a desacreditar los movimientos sociales y los
gobiernos de izquierda en América del Sur y América Central, y a
impulsar, en su lugar, una versión business-friendly del libertarismo.
Por
décadas, fue un trabajo solitario, pero ya no. Chafuen estaba rodeado
de amigos durante el Foro Para la Libertad en Latinoamérica 2017. El
encuentro internacional de activistas del libertarismo tenía el apoyo de
la Atlas Economic Research Foundation (Fundación Atlas para la
Investigación Económica), una organización sin fines de lucro dedicada a
formar liderazgos, que ahora se conoce simplemente como Atlas Network, o
Red Atlas, y que desde 1991 es dirigida por Chafuen. En el hotel Brick,
Chafuen se deleitaba al recordar triunfos recientes; su trabajo de años
había empezado a dar frutos, gracias a la coyuntura política y
económica, pero también gracias a la red de activistas que él venía
cultivando desde hacía mucho tiempo.
Durante
la última década, los gobiernos de izquierda usaron dinero para
“comprar votos, para redistribuir”, aseguró al ser entrevistado Chafuen,
cómodamente instalado en el lobby. Pero la caída de los precios de las
commodities, sumado a los escándalos por corrupción, fueron la
oportunidad para que los grupos de la Red Atlas entraran en acción.
“Hubo una apertura, una crisis, una demanda de cambio, y nosotros
teníamos personas preparadas para impulsar ciertas políticas”, observó
Chafuen, parafraseando a Milton Friedman. “Y en nuestro caso, lo que
buscamos son soluciones privadas a los problemas públicos”.
Chafuen
señaló la cantidad de dirigentes asociados a Altas que ahora están en
el candelero: ministros del gobierno conservador de Mauricio Macri en
Argentina, senadores en Bolivia y los líderes del Movimiento Brasil
Libre, que terminó con la presidencia de Dilma Rousseff. Allí, la red
sembrada por Chafuen cobró vida ante sus propios ojos.
“Estuve
en las manifestaciones callejeras de Brasil. De pronto, me doy cuenta
de que un muchacho que había conocido de adolescente ahora estaba en la
caja de un camión dirigiendo las protestas. ¡Una locura!”, dijo Chafuen,
emocionado. No menos emocionados parecían los simpatizantes de Atlas
que se cruzaban con Chafuen en Buenos Aires. Intermitentemente lo
paraban activistas de diversos países para felicitarlo mientras se
desplazaba por el hotel. Para muchos, Chafuen, desde su posición en
Atlas, ha sido un mentor, un patrocinador financiero y un faro que los
guió hacia nuevos modelos políticos.
Hay
un giro a la derecha en la política latinoamericana. Durante gran parte
del siglo XXI, los gobiernos de izquierda se impusieron en casi toda la
región —desde los Kirchner en Argentina hasta el reformista agrario
Manuel Zelaya en Honduras— e impulsaron programas de abatimiento de la
pobreza y nacionalización de las empresas, al tiempo que desafiaban la
hegemonía estadounidense en el hemisferio.
En
los últimos años, sin embargo, muchos líderes de izquierda cayeron, a
veces de manera espectacular. A Zelaya los militares golpistas se lo
llevaron en piyama de la residencia presidencial. En Argentina, un
megaempresario se hizo con el poder y Cristina Fernández de Kirchner es
acusada por corrupción. Y en Brasil, el Partido de los Trabajadores,
tras un creciente escándalo por corrupción y protestas masivas, fue
barrido del gobierno por medio de un impeachment por cargos de
malversación presupuestal.
Este
cambio podría parecer consecuencia de un reequilibrio regional en el
que se imponen las fuerzas económicas. Y sin embargo, la Atlas Network
es omnipresente, como el hilo que conecta todos los acontecimientos
políticos clave.
Todavía
no se ha contado toda la historia de la Red Atlas y su profundo impacto
en la ideología y el poder político. Pero con archivos de sus negocios y
registros de tres continentes, sumados a entrevistas con líderes
libertaristas de todo el hemisferio, se puede mostrar el alcance de su
influencia a lo largo del tiempo.
Esta
red de libertaristas, que ha reformulado los equilibrios de poder en
país tras país, también ha funcionado como un apéndice discreto de la
política exterior estadounidense. Los think tanks asociados a Atlas
reciben un financiamiento, también discreto, del Departamento de Estado y
de la National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la
Democracia, NED por su sigla en inglés), un brazo esencial del “poder
blando” estadounidense.
Aunque
hay investigaciones recientes sobre el rol de ciertos multimillonarios
conservadores, como los hermanos Koch, en la difusión de una versión business-friendly
del pensamiento libertarista, la Atlas Network, que recibe fondos de
fundaciones de los Koch, se ha dedicado a replicar en los países en
desarrollo los métodos creados en el hemisferio norte. La red de Atlas
es expansiva y hoy tiene vínculos con 450 think tanks de todo el mundo.
Según Atlas, sólo en 2016 los apoyos económicos a sus asociados fueron
de cinco millones de dólares.
A
lo largo de los años, Atlas y las fundaciones asociadas a ella han
otorgado cientos de subvenciones a think tanks conservadores y
partidarios del libre mercado en Latinoamérica, incluyendo la red de
libertaristas que apoyó al Movimiento Brasil Libre y organizaciones
detrás de una embestida libertarista en Argentina, como la Fundación
Pensar, el think tank de Atlas que se fusionó con el PRO, el partido
político creado por Mauricio Macri. Los líderes del Movimiento Brasil
Libre y el fundador de la Fundación Eléutera, un influyente think tank
neoliberal que surgió luego del golpe en Honduras, recibieron
financiamiento de Atlas y son parte de la generación de dirigentes
políticos formados en los seminarios de Atlas.
La
Atlas Network abarca decenas de think tanks en toda la región,
incluyendo destacados grupos que apoyan a las fuerzas de derecha en
Venezuela y en la campaña de Sebastián Piñera, el candidato de
centroderecha que lidera las encuestas para las presidenciales chilenas
de este año.
En
ningún lugar el método de Atlas se desarrolló mejor que en una nueva
red brasileña de think tanks pro libre mercado. Son institutos que
trabajaron juntos para fomentar el descontento con las políticas
socialistas, y mientras algunos se concentraban en los centros
académicos, otros se dedicaron a entrenar activistas y a alimentar una
guerra constante en los medios contra las ideas de izquierda.
El
año pasado, el esfuerzo por dirigir el descontento únicamente hacia la
izquierda le dio sus frutos a la derecha. Los millenials del Movimiento
Brasil Libre, muchos de ellos con formación en organización política
adquirida en Estados Unidos, dirigieron un movimiento masivo para
enfocar la indignación popular en un vasto escándalo de corrupción
contra Dilma Rousseff. La Operación Lava Jato todavía está en proceso y
su sistema de sobornos implica a dirigentes de todos los partidos
políticos grandes, incluyendo a los de derecha y centroderecha. Sin
embargo, con mucha habilidad en el manejo de los medios, el Movimiento
Brasil Libre se las arregló para dirigir la indignación principalmente
hacia la presidenta, y así exigir su salida y el fin de las políticas de
justicia social del Partido de los Trabajadores.
Las
protestas —que para algunos son comparables las del Tea Party
estadounidense, especialmente si se tiene en cuenta el discreto apoyo
que les dieron los conglomerados industriales locales y una novedosa red
de simpatizantes de la conspiración compuesta por voceros de extrema
derecha— terminaron con 13 años de gobierno del Partido de los
Trabajadores y sacaron a Dilma del poder vía impeachment en 2016.
El
escenario en el que surgió el Movimiento Brasil Libre es nuevo en el
país. Hace diez años, los think tanks libertaristas serían a lo sumo
tres, dice Helio Beltrão, un ex ejecutivo de fondos de inversión que
ahora dirige el Instituto Mises, una organización sin fines de lucro
bautizada en homenaje al filósofo libertarista Ludwig von Mises. Hoy,
con el apoyo de Atlas, los institutos libertaristas son más de 30 y
todos cooperan entre sí y con grupos como Estudiantes por la Libertad y
el Movimiento Brasil Libre.
“Es
como un cuadro de fútbol. La defensa son los académicos. Los delanteros
son los políticos. Ya hicimos varios goles”, apunta en referencia al
impeachment contra Dilma. El mediocampo, agrega, son los “muchachos de
la cultura” que forman la opinión pública. Beltrão explica que la red de
think tanks quiere privatizar el correo de Brasil, que para él es la
“presa fácil” que podría iniciar una gran ola de reformas pro libre
mercado. Varios de los partidos conservadores de Brasil se acercaron a
los militantes libertaristas cuando estos demostraron que podían
movilizar a cientos de miles de personas en las protestas contra Dilma,
aunque todavía no hayan adoptado los presupuestos de la “economía de la
oferta” (la teoría que sostiene que se debe promover la provisión de
bienes).
Fernando
Schüler, académico y columnista asociado al Instituto Millenium, otro
think tank brasileño, lo explica desde otro ángulo. “Brasil tiene 17.000
sindicatos pagados con dineros públicos. Un día de salario va para los
sindicatos, completamente controlados por la izquierda”, dice. La única
manera de revertir la tendencia socialista fue ser más hábil que ellos.
“Con la tecnología la gente podía participar por sí misma, organizar
manifestaciones públicas con bajos costos, usando redes, WhatsApp,
Facebook, YouTube”, agrega para explicar cómo los libertaristas
dirigieron las protestas contra los líderes de la izquierda.
Estos
grupos anti Dilma habían creado un torrente diario de videos de YouTube
en los que parodiaban al gobierno del Partido de los Trabajadores,
junto a un tablero interactivo en el que alentaban a los ciudadanos a
que presionaran a los parlamentarios a votar el impeachment. Schüler
deja claro que tanto el Movimiento Brasil Libre como su propio think
tank reciben apoyo financiero de industriales y comerciantes locales,
pero el movimiento ha tenido éxito en parte porque no se lo identifica
con los partidos políticos existentes, a los que la opinión pública ve
con recelo. Para él, la única manera de reformar radicalmente la
sociedad y dar vuelta el sentimiento popular sobre el Estado de
bienestar era librar una guerra cultural permanente contra los
intelectuales y los medios de izquierda.
A
Constantino se le atribuye haber popularizado la idea de que los que
apoyan al Partido de los Trabajadores son “liberales de limusina”,
hipócritas pudientes que acuden al socialismo para demostrar su
superioridad moral al mismo tiempo que desprecian a la clase trabajadora
que dicen representar.
La
“breitbarización” del discurso público es una de las tantas formas en
que la Red Atlas ha venido influyendo sutilmente en el debate político.
“Es
un Estado muy paternalista. Es una locura. Hay mucho control estatal y
ese es el desafío a largo plazo”, dice Schüler, y agrega que, a pesar de
las recientes victorias, los libertaristas tienen mucho camino para
recorrer. Su modelo a seguir es el de Margaret Thatcher, que tuvo el
apoyo de una red de think tanks libertaristas para impulsar reformas
impopulares. “El sistema de pensiones es absurdo. Hay que privatizar
toda la educación”, recita Schüler como parte de una letanía de cambios
que realizaría, desde desfinanciar a los sindicatos hasta abolir el voto
obligatorio.
La
única manera de hacerlo posible, agrega, sería crear una red de
organizaciones sin fines de lucro que libraran batallas separadas pero
con los mismos objetivos libertaristas. El modelo existente —la
constelación de think tanks de derecha en Washington DC, que recibe
poderosos apoyos— es el único camino posible para Brasil, afirma
Schüler.
Atlas
está haciendo exactamente eso. Financia nuevos think tanks, brinda
cursos de organización política y relaciones públicas, apoya eventos de
trabajo en red en todo el mundo y, en los últimos años, ha dirigido
recursos extra a incitar a los libertaristas a que influencien a la
opinión pública por medio de redes sociales y videos online.
Con
una competencia anual, la Red Atlas premia la producción de videos
virales que promuevan la economía de libre mercado y ridiculicen las
propuestas asociadas al Estado de bienestar. Entre quienes dan
conferencias para Atlas, está James O’Keefe, el provocador famoso por
haber aguijoneado a varios integrantes del Partido Demócrata
estadounidense con sus cámaras ocultas. También fueron parte de las
sesiones de entrenamiento de Atlas los productores de un grupo de
Wisconsin que trabajó en videos que desacreditaban las protestas de los
maestros contra la ley antisindical del gobernador Scott Walker.
Entre
otras hazañas recientes, Atlas ha estado presente en la nación
latinoamericana actualmente más afectada por una crisis política y
humanitaria: Venezuela. Los registros de la escritora y activista Eva
Golinger (obtenidos por medio del Freedom of Information Act, la ley
estadounidense de libre acceso a la información) y las filtraciones de
la ex soldado Chelsea Manning revelan los sofisticados esfuerzos
realizados por el gobierno estadounidense para utilizar los think tanks
de Atlas en una larga campaña de desestabilización contra el líder
venezolano Hugo Chávez.
Ya
en 1998, Cedice Libertad, el principal think tank de Atlas en Caracas,
recibía financiamiento continuo del Center for International Private
Enterprise (Centro para la Empresa Privada Internacional). En una carta
de otorgamiento de fondos, la NED lista que la ayuda a Cedice está
dirigida a “un cambio de gobierno”. El director de Cedice estaba entre
los firmantes del “decreto Carmona”, que apoyaba al breve golpe militar
contra Hugo Chávez en 2002. Un cable de 2006 revela la estrategia del
embajador de Estados Unidos, William Brownfield, para financiar
organizaciones políticas en Venezuela: “1) Fortalecer las instituciones
democráticas, 2) Infiltrar la base política de Chávez, 3) Dividir al
chavismo, 4) Proteger los negocios estadounidenses y 5) Aislar
internacionalmente a Chávez”.
En
la actual crisis venezolana, Cedice promueve las protestas contra el
presidente Nicolás Maduro, sucesor de Chávez. Cedice tiene vínculos
estrechos con la opositora María Corina Machado, una de las cabezas de
las masivas marchas antigubernamentales que han tenido lugar en los
últimos meses. Machado le ha reconocido públicamente el trabajo de
Atlas; en un video enviado al grupo en 2014 aparece diciendo: “Gracias a
la Atlas Network, a todos los luchadores por la libertad”.La líder
opositora venezolana María Corina Machado reconoció el trabajo de Atlas:
“Gracias a la Atlas Network, a todos los luchadores por la libertad”,
dijo en 2014.En el Foro de la Libertad en Latinoamericana de Buenos
Aires, los jóvenes líderes zumbaban por todas partes mientras compartían
ideas sobre cómo derrotar al socialismo en cada frente, desde debates
en los campus universitarios hasta movilizar un país entero en favor del
impeachment.
“Emprendedores” de think tanks peruanos, dominicanos y hondureños competían en un formato basado en el reality show Shark Tank,
en el que los encargados de start-ups deben convencer a un panel de
inversores despiadados. En lugar de buscar inversiones, estos líderes
presentaban ideas de marketing político, en un concurso que premiaba al
ganador con 5.000 dólares. En otra sesión, se debatían estrategias para
conseguir que la industria apoye reformas económicas. En una tercera
habitación, operadores políticos debatían sobre qué argumentos podrían
emplear los “amantes de la libertad” para responder al crecimiento
mundial del populismo, y para “redirigir el sentimiento de injusticia de
muchos” hacia fines de libre mercado.
Un
joven dirigente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América
Latina (CADAL), un think tank de Buenos Aires, presentó un proyecto para
rankear a cada provincia argentina en un “índice de libertad
económica”, elaborado con base en el nivel de impuestos y trabas legales
como criterio para generar entusiasmo hacia reformas pro libre mercado.
Su idea se basa en estrategias similares utilizadas en Estados Unidos,
como el “Índice de Libertad Económica” de la Heritage Foundation, que
compara a los países tomando en cuenta las políticas impositivas y las
barreras regulatorias a la creación de negocios.
Tradicionalmente,
los think tanks se conciben como institutos independientes que se crean
para desarrollar soluciones no convencionales. En cambio, el modelo de
Atlas se enfoca menos en producir propuestas genuinamente innovadoras
que en establecer organizaciones políticas que tengan la credibilidad de
instituciones académicas, para que así sean una herramienta efectiva en
la batalla por mentes y almas.
Las
propuestas libremercadistas —como quitarles impuestos a los ricos,
achicar el Estado, privatizar empresas públicas, liberalizar el comercio
y limitar el poder de los sindicatos— siempre se enfrentaron con un
problema de percepción. Sus defensores se dieron cuenta de que los
votantes tienden a verlas como un vehículo para favorecer a la clase
alta. Por eso, reetiquetar el libertarismo económico como una ideología
del bien común requirió complejas estrategias de persuasión pública.
El
modelo de Atlas que ahora se disemina por toda América Latina se basa
en un método perfeccionado durante décadas de lucha en Estados Unidos y
Reino Unido, en la que los libertaristas se esforzaron por contener la
marea favorable al Estado de bienestar que se dio tras las Segunda
Guerra Mundial.
Antony
Fisher, emprendedor británico y fundador de la Atlas Network, fue
pionero en esa tarea de vender la economía libertarista al gran público.
La dirección era clara: su misión era “tapizar el mundo con think tanks
pro libre mercado”.
Fisher
tomó sus ideas de Friedrich Hayek, el padre del pensamiento moderno
sobre el gobierno mínimo. En 1946, después de leer la versión de Camino de servidumbre, la obra seminal de Hayek,publicada en Selecciones del Reader’s Digest,
Fisher procuró conocer al economista austríaco en persona. Según su
colaborador cercano John Blundell, Fisher le sugirió a Hayek que
ingresara a la política. Hayek rechazó la propuesta, porque consideraba
que la mejor forma de cambiar la sociedad era de abajo hacia arriba.
Al
mismo tiempo, en Estados Unidos, otro ideólogo del libre mercado,
Leonard Read, consideraba ideas similares tras haber liderado a la
Cámara de Comercio de Los Ángeles en su enfrentamiento con
organizaciones de trabajadores. Para contrarrestar el crecimiento del
Estado de bienestar, era necesaria una respuesta más elaborada para
compartir los debates populares sobre la dirección a la que debía
apuntar la sociedad sin exponer los vínculos con los intereses
empresariales. Fue muy estimulante para Fisher la visita a la
organización sin fines de lucro que había montado Read en Nueva York, la
Foundation for Economic Education (Fundación para la Educación
Económica, FEE), creada para apoyar y promover las ideas de los
intelectuales pro libre mercado. Allí, el economista libertarista FA
Harper aconsejó a Fisher sobre cómo crear su propia organización en
Reino Unido.
Durante
el viaje, Fisher también viajó con Harper a la Universidad de Cornell
para conocer los últimos avances en la industria de cría de animales, y
se maravilló ante la visión de 15.000 pollos alojados en un solo
edificio. Fisher tomó nota de la innovación y la puso en práctica en
Reino Unido. Su fábrica, Buxted Chickens, prosperó rápidamente y Fisher
amasó una buena fortuna. Parte de las ganancias fueron a parar al otro
objetivo que había nacido durante su visita a Nueva York: en 1955,
Fisher fundó el Institute of Economic Affairs (Instituto de Asuntos
Económicos).
El
Instituto ayudó a dar a conocer a un conjunto de economistas asociados
con las ideas de Hayek. Fue un lugar donde expresarse contra el
creciente Estado de bienestar británico, vinculando a periodistas con
académicos pro libre mercado y diseminando sus opiniones regularmente en
columnas de opinión, entrevistas radiales y conferencias. El grueso del
financiamiento provenía del mundo de los negocios; entre sus
contribuyentes anuales estaban grandes industriales y gigantes
bancarios, como British Petroleum y Barclays. De acuerdo a Making Thatcher’s Britain,
de los historiadores Ben Jackson y Robert Saunders, un magnate naviero
observó que, dado que las universidades daban munición a los sindicatos,
el Instituto era el armero de los empresarios.
La
recesión e inflación de la década de 1970 sacudió los cimientos de la
sociedad británica y los políticos conservadores se vieron cada vez más
atraídos por el Institute of Economic Affairs para que los proveyera de
un proyecto alternativo. El Instituto los satisfizo con resúmenes
temáticos accesibles y temas de debate que los políticos podían emplear
para llevar los conceptos de libre mercado al gran público. La Atlas
Network proclama orgullosamente que el Instituto “sentó las bases
intelectuales para lo que luego fue la revolución de Thatcher en los
años 80”. Personal del Instituto hizo discursos para Thatcher, alimentó
su campaña con artículos sobre políticas en temas tan variados como los
sindicatos de trabajadores y el control de precios, y elaboró respuestas
para sus críticos en los medios masivos. En una carta dirigida a Fisher
tras su triunfo en 1979, Thatcher escribió que el Instituto había
creado “el clima de opinión que hizo la victoria posible”.
“No
hay duda de que ha habido un enorme avance en Gran Bretaña. El
Institute of Economic Affairs, que Antony Fisher estableció, hizo una
enorme diferencia”, dijo Milton Friedman. “Hizo posible a Margaret
Thatcher. No su elección como primera ministra, sino que hizo posibles
las políticas que ella pudo implementar. Y lo mismo en este país: el
pensamiento que se desarrolló en este sentido hizo posible a Ronald
Reagan y las políticas que logró imponer”.
El
Instituto había cerrado el círculo. Hayek montó un exclusivo grupo de
economistas pro libre mercado llamado Mont Pelerin Society. Uno de sus
miembros, Ed Feulner, ayudó a fundar la Heritage Foundation, el think
tank conservador de Washington, tomando como inspiración el trabajo del
Instituto. Otro miembro de Mont Pelerin, Ed Crane, fundó el Cato
Institute, el más destacado grupo de reflexión libertarista de Estados
Unidos.
En
1981, Fisher, que se había mudado a San Francisco, se dispuso a
desarrollar la Atlas Economic Research Foundation a instancias de Hayek.
Fisher utilizó su éxito del Instituto para llegar a donantes
corporativos que podrían ayudarlo a establecer una serie de grupos de
reflexión más pequeños, a veces regionales, en Nueva York, Canadá,
California y Texas, entre otros lugares. Sin embargo, con Atlas, la
escala de su proyecto de think tanks de libre mercado ahora sería
global: una organización sin fines de lucro dedicada a continuar la
tarea de tender cabezas de playa libertaristas en todos los países del
mundo. “Cuantos más institutos se establezcan en todo el mundo”, declaró
Fisher, “mayor será la oportunidad de abordar diversos problemas que
reclaman solución”.
Fisher
comenzó a recaudar fondos, exponiendo sus ideas ante donantes
corporativos con la ayuda de cartas de recomendación de Hayek, Thatcher y
Friedman, que incluían una llamada urgente a ayudar en la reproducción
del éxito del Institute of Economic Affairs a través de Atlas. Hayek
decía que su modelo “debería ser usado para crear institutos similares
en todo el mundo” y que “sería dinero bien gastado si se pudieran reunir
grandes sumas para financiar un esfuerzo coordinado”.
La
propuesta se envió a una lista de ejecutivos de alto nivel y pronto el
dinero de arcas corporativas empezó a llegar a Atlas. Grandes donantes
del Partido Republicano, como Richard Mellon Scaife, y de compañías como
Pfizer, Procter & Gamble y Shell, aportaron a la causa. Su
influencia, sin embargo, tendría que permanecer encubierta para que el
proyecto funcionara, sostenía Fisher. “Para influir en la opinión
pública, es necesario evitar cualquier sugerencia de interés particular o
intención de adoctrinar”, señaló en una propuesta que delineaba el
propósito de Atlas. Fisher agregó que el éxito del Institute of Economic
Affairs se había basado en la percepción de que era académico e
imparcial.
Atlas
creció rápidamente. Hacia 1985, la Red contaba con 27 instituciones en
17 países, incluyendo organizaciones sin fines de lucro en Italia,
México, Australia y Perú.
El
momento no podría haber sido mejor: la expansión internacional de Atlas
se produjo exactamente cuando la administración Reagan redoblaba su
apuesta a una política exterior agresiva para vencer a los gobiernos
extranjeros de izquierda.
Mientras
que en público Atlas declaraba que no recibía fondos del gobierno
(Fisher desestimaba la ayuda externa por considerarla sólo otro
“soborno” utilizado para distorsionar las fuerzas del mercado), los
registros muestran que la Red trabajó discretamente para sumar al
gobierno estadounidense a su creciente lista de socios internacionales.
En
una carta de 1982 de la Agencia Internacional de Comunicación, una
pequeña oficina del gobierno federal dedicada a promover los intereses
estadounidenses en el extranjero, un burócrata de la Oficina de
Programas del Sector Privado le respondió a Fisher, que había hecho una
consulta sobre la forma de obtener subvenciones federales. El burócrata
escribió que se le prohibía dar “directamente a organizaciones
extranjeras”, pero que podría ser copatrocinador de “conferencias o
intercambios con organizaciones”, realizadas por grupos como Atlas, y
alentó a Fisher a mandar una propuesta. La carta, enviada un año después
de que se fundara Atlas, fue la primera señal de que la Red se
convertiría en un socio secreto de los intereses de la política exterior
de Estados Unidos.
Memos
y otros registros de Fisher muestran que, para 1986, Atlas había
ayudado a programar reuniones con ejecutivos de negocios para dirigir
fondos estadounidenses hacia su red de think tanks. En un caso, un
funcionario de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo
Internacional (USAID, por su sigla en inglés), la principal herramienta
de ayuda en el extranjero del gobierno federal, recomendó que el gerente
de la filial de Coca-Cola en Panamá trabajara con Atlas para crear un
grupo de reflexión basado en el Institute of Economic Affairs británico.
Los socios de Atlas también obtuvieron fondos de las arcas de la NED,
una organización sin ánimo de lucro fundada en 1983, financiada en gran
parte por el Departamento de Estado y por la USAID para crear
instituciones políticas favorables a Estados Unidos en el mundo en vías
de desarrollo.
Mientras
llovían los fondos de corporaciones y del gobierno de Estados Unidos
derramándose, Atlas tuvo otro golpe de suerte en 1985 con la llegada de
Alejandro Chafuen. Linda Whetstone, hija de Fisher, recordó en un
homenaje cómo, en 1985, un joven Chafuen, que entonces vivía en Oakland,
se había presentado a la oficina de Atlas en San Francisco “dispuesto a
trabajar por nada”.
Chafuen,
nacido en Buenos Aires, se había criado en la que describía como “una
familia antiperonista”. Eran ricos y, aunque creció en una época
turbulenta, Chafuen vivió una vida de relativo privilegio. Pasó su
adolescencia jugando al tenis y soñaba con convertirse en un deportista
profesional.
Chafuen
atribuye su trayectoria ideológica juvenil a su apetito por devorar
textos libertaristas, desde Ayn Rand hasta los folletos publicados por
el FEE, el grupo de Leonard Read que originalmente había inspirado a
Fisher. Tras sus estudios en el Grove City College, una universidad de
humanidades cristiana y profundamente conservadora situada en
Pensilvania, en la que fue presidente del club estudiantil libertarista,
Chafuen regresó a su país de origen. Los militares habían tomado el
poder, con la excusa de responder a la amenaza de los revolucionarios
comunistas. Miles de estudiantes y activistas serían torturados y
asesinados por la represión contra los militantes de izquierda tras el
golpe de Estado.
Chafuen
recuerda esos tiempos bajo una luz bastante positiva. Luego escribiría
que el ejército había sido obligado a actuar para evitar que el
comunismo “tomara el país”. En el ambiente académico, mientras seguía
una carrera docente, Chafuen se encontró con “totalitarios de todos los
estilos”. Después del golpe militar, escribió que notaba cómo sus
profesores se volvían “más suaves”, a pesar de sus diferencias con él.
El
libertarismo también encontró buena recepción en otros países
latinoamericanos bajo dictaduras militares. A Chile, después de que los
militares barrieron al gobierno democráticamente elegido de Salvador
Allende, acudieron velozmente los economistas de la Sociedad Mont
Pelerin y prepararon el escenario para realizar grandes reformas
neoliberales, como la privatización de la industria y del sistema de
pensiones del país. En toda la región, bajo la mirada vigilante de los
líderes militares de derecha que habían tomado el poder, se fueron
arraigando las políticas económicas libertaristas.
Por su parte, el fervor ideológico de Chafuen era evidente ya en 1979, cuando publicó un ensayo
para la FEE titulado “Guerra sin Fin”. Allí comparaba al terror de
izquierda con el clan Manson y a su fuerza con la de “las guerrillas de
Medio Oriente, África y Sudamérica”. Se precisaba, escribió, que las
“fuerzas de la libertad individual y la propiedad privada” respondieran a
los ataques.
Su
entusiasmo no pasó desapercibido. En 1980, cuando tenía 26 años,
Chafuen fue invitado a convertirse en el miembro más joven de la
Sociedad Mont Pelerin. Viajó a Stanford, lo que le brindó la oportunidad
de contactar directamente a Read, Hayek y otros libertaristas
importantes. En cinco años, Chafuen se casó con una estadounidense y
pasó a residir en Oakland. Comenzó a vincularse con miembros de Mont
Pelerin de la zona de San Francisco, como Fisher.En toda la región, bajo
la mirada vigilante de los líderes militares de derecha que habían
tomado el poder, se fueron arraigando las políticas económicas
libertaristas.
Según
las actas de la junta directiva de Atlas, ese año Fisher dijo a sus
colegas que había hecho un pago de 500 dólares como obsequio de Navidad
para Chafuen, y que esperaba contratar a tiempo completo al joven
economista para que desarrollara think tanks de Atlas en América Latina.
Al año siguiente, Chafuen organizó la primera cumbre de think tanks
latinoamericanos de Atlas en Jamaica.
Chafuen
comprendió bien el modelo Atlas y trabajó con esmero para expandir la
red. Ayudó a montar think tanks en África y Europa, pero sobre todo
concentró sus esfuerzos en América Latina. Mientras que describía cómo
atraer donantes, Chafuen señaló en una conferencia que estos no pueden
aparecer como quienes pagan por las encuestas de opinión pública, porque
les quitarían credibilidad. “Pfizer Inc. no patrocinaría encuestas
sobre temas de salud ni Exxon pagaría por encuestas sobre temas
ambientales”, dijo. En cambio, think tanks libertaristas, como los de la
Red Atlas, no sólo podían presentar las mismas encuestas con mayor
credibilidad sino hacerlo de manera que obtuvieran cobertura en los
medios locales.
“A
los periodistas los atrae lo novedoso y fácil de transmitir”, dijo
Chafuen. A la prensa no le interesa mucho citar a los filósofos
libertaristas, sostuvo, pero si un grupo de expertos elabora una
encuesta, prestan atención. “Y los donantes también lo ven”, agregó.
En
1991, tres años después de la muerte de Fisher, Chafuen tomó el timón
de Atlas y tuvo la oportunidad de hablar con autoridad a los donantes
sobre el trabajo de la organización. Rápidamente comenzó a sumar
patrocinadores empresariales para impulsar objetivos orientados a las
grandes compañías a través de la red. Philip Morris contribuyó
regularmente con Atlas, incluyendo una donación de 50.000 dólares en
1994, que salió a la luz años más tarde durante un juicio. Los registros
muestran que el gigante del tabaco vio a Atlas como un aliado para
trabajar en pleitos internacionales.
En
Chile, sin embargo, un grupo de periodistas descubrió que los think
tanks respaldados por Atlas discretamente habían hecho lobby contra la
regulación del tabaco sin revelar su financiamiento por parte de
compañías tabacaleras, en una estrategia calcada de la de think tanks de
todo el mundo..
Gigantes
corporativos, como ExxonMobil y MasterCard, eran donantes de Atlas.
Pero el grupo también atrajo a figuras destacadas en el libertarismo,
como las fundaciones asociadas al inversor John Templeton y los
millonarios hermanos Charles y David Koch, que prodigaron regularmente
con contribuciones a Atlas y sus afiliados.
Las
proezas recaudatorias de Chafuen se extendieron al creciente número de
fundaciones conservadoras adineradas que comenzaban a florecer en
Estados Unidos. Fue miembro fundador de Donors Trust, un fondo hermético
y orientado por donantes que ha repartido más de 400 millones de
dólares entre organizaciones libertaristas, incluidos miembros de la Red
Atlas. También es administrador de la Fundación Chase, de Virginia, que
fue fundada por un miembro de la Sociedad Mont Pelerin y que igualmente
envía dinero en efectivo a los think tanks de Atlas.
El
gobierno estadounidense también fue otro manantial de dinero.
Inicialmente, la NED encontró obstáculos para establecer en el exterior
organizaciones sin fines de lucro amigables con Estados Unidos. Durante
una conferencia conjunta con Chafuen, Gerardo Bongiovanni, presidente de
la Fundación Libertad, un think tank de Atlas en Rosario, Argentina,
señaló que entre 1985 y 1987 el Centro para la Empresa Privada
Internacional (asociado a la NED) distribuyó un millón de dólares como
capital inicial para crear varios think tanks. Sin embargo, quienes
recibieron estas subvenciones fracasaron rápidamente por falta de
formación de gestión, dijo Bongiovanni.
Atlas,
en cambio, logró convertir el dinero de los contribuyentes
estadounidenses que le llegaba mediante la NED y el Centro para la
Empresa Privada Internacional en una importante fuente de financiación
para su creciente red. Las herramientas de financiación proporcionaron
dinero para impulsar think tanks de Atlas en Europa del Este, tras la
caída de la Unión Soviética y, más tarde, para promover los intereses
estadounidenses en Medio Oriente. Entre los beneficiarios del efectivo
del Centro para la Empresa Privada Internacional se encuentra Cedice
Libertad, el think tank al que agradeció la dirigente opositora
venezolana María Corina Machado.
En
The Brick Hotel de Buenos Aires, Chafuen reflexionó sobre las últimas
tres décadas. Dijo que Fisher “estaría complacido y no creería cuánto
creció nuestra red” y señaló que tal vez el fundador de Atlas no hubiera
esperado un nivel de compromiso político tan alto como el que tiene el
grupo.
Chafuen
se encendió con la asunción de Donald Trump a la presidencia de Estados
Unidos y elogió sus elecciones para el gabinete. ¿Y por qué no? La
administración de Trump está repleta de ex alumnos de grupos vinculados a
Atlas y de amigos de la Red. Sebastian Gorka, el islamófobo asesor de
contraterrorismo de Trump, dirigió un think tank de Atlas en Hungría. El
vicepresidente Mike Pence ha asistido a un evento de Atlas y habló muy
bien del grupo. La secretaria de Educación Betsy DeVos y Chafuen fueron
muy cercanos cuando eran dirigentes del Acton Institute, un think tank
de Michigan que elabora argumentos religiosos a favor de las políticas
libertaristas, y que ahora tiene una filial en Brasil, el Centro
Interdisciplinario de Ética y Economía Personalista.
Tal
vez la figura más apreciada de Chafuen en la administración Trump, sin
embargo, sea Judy Shelton, economista y miembro destacada de la Atlas
Network. Después de la victoria de Trump, Shelton pasó a dirigir la
NED. Había sido consejera de la campaña Trump y del grupo de
transición. Chafuen sonrió al hablar del asunto: “Ahí tienes a la gente
de Atlas presidiendo la Fundación Nacional para la Democracia”, dijo.
Antes
de finalizar la entrevista, Chafuen indicó que hay más por venir: más
think tanks, más esfuerzos para derrocar gobiernos de izquierda y más
acólitos y egresados de Atlas en los más altos niveles de gobierno en
todo el mundo. “El trabajo está en marcha”, dijo.
Más
tarde, Chafuen apareció en la gala del Foro de la Libertad en América
Latina. Junto con un panel de expertos de Atlas, discutió la necesidad
de acelerar los movimientos de oposición libertarista en Ecuador y
Venezuela.
Tomado de The intercept. Traducido por la revista Lento.
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