miércoles, 1 de julio de 2020

¿Con cuáles fundaciones y con qué dinero los estadounidenses están reinventando la política latinoamericana? Por Lee Fang por La pupila insomne

¿Con cuáles fundaciones y con qué dinero los estadounidenses están reinventando la política latinoamericana? Por Lee Fang

por La pupila insomne
Para Alejandro Chafuen, la reunión celebrada esta primavera en The Brick Hotel de Buenos Aires fue una mezcla de regreso a casa y festejo triunfal. Chafuen, un argentino-estadounidense alto y flaco, había dedicado su vida adulta a desacreditar los movimientos sociales y los gobiernos de izquierda en América del Sur y América Central, y a impulsar, en su lugar, una versión business-friendly del libertarismo.
Por décadas, fue un trabajo solitario, pero ya no. Chafuen estaba rodeado de amigos durante el Foro Para la Libertad en Latinoamérica 2017. El encuentro internacional de activistas del libertarismo tenía el apoyo de la Atlas Economic Research Foundation (Fundación Atlas para la Investigación Económica), una organización sin fines de lucro dedicada a formar liderazgos, que ahora se conoce simplemente como Atlas Network, o Red Atlas, y que desde 1991 es dirigida por Chafuen. En el hotel Brick, Chafuen se deleitaba al recordar triunfos recientes; su trabajo de años había empezado a dar frutos, gracias a la coyuntura política y económica, pero también gracias a la red de activistas que él venía cultivando desde hacía mucho tiempo.
Durante la última década, los gobiernos de izquierda usaron dinero para “comprar votos, para redistribuir”, aseguró al ser entrevistado Chafuen, cómodamente instalado en el lobby. Pero la caída de los precios de las commodities, sumado a los escándalos por corrupción, fueron la oportunidad para que los grupos de la Red Atlas entraran en acción. “Hubo una apertura, una crisis, una demanda de cambio, y nosotros teníamos personas preparadas para impulsar ciertas políticas”, observó Chafuen, parafraseando a Milton Friedman. “Y en nuestro caso, lo que buscamos son soluciones privadas a los problemas públicos”.
Chafuen señaló la cantidad de dirigentes asociados a Altas que ahora están en el candelero: ministros del gobierno conservador de Mauricio Macri en Argentina, senadores en Bolivia y los líderes del Movimiento Brasil Libre, que terminó con la presidencia de Dilma Rousseff. Allí, la red sembrada por Chafuen cobró vida ante sus propios ojos.
“Estuve en las manifestaciones callejeras de Brasil. De pronto, me doy cuenta de que un muchacho que había conocido de adolescente ahora estaba en la caja de un camión dirigiendo las protestas. ¡Una locura!”, dijo Chafuen, emocionado. No menos emocionados parecían los simpatizantes de Atlas que se cruzaban con Chafuen en Buenos Aires. Intermitentemente lo paraban activistas de diversos países para felicitarlo mientras se desplazaba por el hotel. Para muchos, Chafuen, desde su posición en Atlas, ha sido un mentor, un patrocinador financiero y un faro que los guió hacia nuevos modelos políticos.
 
Hay un giro a la derecha en la política latinoamericana. Durante gran parte del siglo XXI, los gobiernos de izquierda se impusieron en casi toda la región —desde los Kirchner en Argentina hasta el reformista agrario Manuel Zelaya en Honduras— e impulsaron programas de abatimiento de la pobreza y nacionalización de las empresas, al tiempo que desafiaban la hegemonía estadounidense en el hemisferio.
En los últimos años, sin embargo, muchos líderes de izquierda cayeron, a veces de manera espectacular. A Zelaya los militares golpistas se lo llevaron en piyama de la residencia presidencial. En Argentina, un megaempresario se hizo con el poder y Cristina Fernández de Kirchner es acusada por corrupción. Y en Brasil, el Partido de los Trabajadores, tras un creciente escándalo por corrupción y protestas masivas, fue barrido del gobierno por medio de un impeachment por cargos de malversación presupuestal.
Este cambio podría parecer consecuencia de un reequilibrio regional en el que se imponen las fuerzas económicas. Y sin embargo, la Atlas Network es omnipresente, como el hilo que conecta todos los acontecimientos políticos clave.
Todavía no se ha contado toda la historia de la Red Atlas y su profundo impacto en la ideología y el poder político. Pero con archivos de sus negocios y registros de tres continentes, sumados a entrevistas con líderes libertaristas de todo el hemisferio, se puede mostrar el alcance de su influencia a lo largo del tiempo.
Esta red de libertaristas, que ha reformulado los equilibrios de poder en país tras país, también ha funcionado como un apéndice discreto de la política exterior estadounidense. Los think tanks asociados a Atlas reciben un financiamiento, también discreto, del Departamento de Estado y de la National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la Democracia, NED por su sigla en inglés), un brazo esencial del “poder blando” estadounidense.
Aunque hay investigaciones recientes sobre el rol de ciertos multimillonarios conservadores, como los hermanos Koch, en la difusión de una versión business-friendly del pensamiento libertarista, la Atlas Network, que recibe fondos de fundaciones de los Koch, se ha dedicado a replicar en los países en desarrollo los métodos creados en el hemisferio norte. La red de Atlas es expansiva y hoy tiene vínculos con 450 think tanks de todo el mundo. Según Atlas, sólo en 2016 los apoyos económicos a sus asociados fueron de cinco millones de dólares.
A lo largo de los años, Atlas y las fundaciones asociadas a ella han otorgado cientos de subvenciones a think tanks conservadores y partidarios del libre mercado en Latinoamérica, incluyendo la red de libertaristas que apoyó al Movimiento Brasil Libre y organizaciones detrás de una embestida libertarista en Argentina, como la Fundación Pensar, el think tank de Atlas que se fusionó con el PRO, el partido político creado por Mauricio Macri. Los líderes del Movimiento Brasil Libre y el fundador de la Fundación Eléutera, un influyente think tank neoliberal que surgió luego del golpe en Honduras, recibieron financiamiento de Atlas y son parte de la generación de dirigentes políticos formados en los seminarios de Atlas.
La Atlas Network abarca decenas de think tanks en toda la región, incluyendo destacados grupos que apoyan a las fuerzas de derecha en Venezuela y en la campaña de Sebastián Piñera, el candidato de centroderecha que lidera las encuestas para las presidenciales chilenas de este año.
En ningún lugar el método de Atlas se desarrolló mejor que en una nueva red brasileña de think tanks pro libre mercado. Son institutos que trabajaron juntos para fomentar el descontento con las políticas socialistas, y mientras algunos se concentraban en los centros académicos, otros se dedicaron a entrenar activistas y a alimentar una guerra constante en los medios contra las ideas de izquierda.
El año pasado, el esfuerzo por dirigir el descontento únicamente hacia la izquierda le dio sus frutos a la derecha. Los millenials del Movimiento Brasil Libre, muchos de ellos con formación en organización política adquirida en Estados Unidos, dirigieron un movimiento masivo para enfocar la indignación popular en un vasto escándalo de corrupción contra Dilma Rousseff. La Operación Lava Jato todavía está en proceso y su sistema de sobornos implica a dirigentes de todos los partidos políticos grandes, incluyendo a los de derecha y centroderecha. Sin embargo, con mucha habilidad en el manejo de los medios, el Movimiento Brasil Libre se las arregló para dirigir la indignación principalmente hacia la presidenta, y así exigir su salida y el fin de las políticas de justicia social del Partido de los Trabajadores.
Las protestas —que para algunos son comparables las del Tea Party estadounidense, especialmente si se tiene en cuenta el discreto apoyo que les dieron los conglomerados industriales locales y una novedosa red de simpatizantes de la conspiración compuesta por voceros de extrema derecha— terminaron con 13 años de gobierno del Partido de los Trabajadores y sacaron a Dilma del poder vía impeachment en 2016.
El escenario en el que surgió el Movimiento Brasil Libre es nuevo en el país. Hace diez años, los think tanks libertaristas serían a lo sumo tres, dice Helio Beltrão, un ex ejecutivo de fondos de inversión que ahora dirige el Instituto Mises, una organización sin fines de lucro bautizada en homenaje al filósofo libertarista Ludwig von Mises. Hoy, con el apoyo de Atlas, los institutos libertaristas son más de 30 y todos cooperan entre sí y con grupos como Estudiantes por la Libertad y el Movimiento Brasil Libre.
“Es como un cuadro de fútbol. La defensa son los académicos. Los delanteros son los políticos. Ya hicimos varios goles”, apunta en referencia al impeachment contra Dilma. El mediocampo, agrega, son los “muchachos de la cultura” que forman la opinión pública. Beltrão explica que la red de think tanks quiere privatizar el correo de Brasil, que para él es la “presa fácil” que podría iniciar una gran ola de reformas pro libre mercado. Varios de los partidos conservadores de Brasil se acercaron a los militantes libertaristas cuando estos demostraron que podían movilizar a cientos de miles de personas en las protestas contra Dilma, aunque todavía no hayan adoptado los presupuestos de la “economía de la oferta” (la teoría que sostiene que se debe promover la provisión de bienes).
Fernando Schüler, académico y columnista asociado al Instituto Millenium, otro think tank brasileño, lo explica desde otro ángulo. “Brasil tiene 17.000 sindicatos pagados con dineros públicos. Un día de salario va para los sindicatos, completamente controlados por la izquierda”, dice. La única manera de revertir la tendencia socialista fue ser más hábil que ellos. “Con la tecnología la gente podía participar por sí misma, organizar manifestaciones públicas con bajos costos, usando redes, WhatsApp, Facebook, YouTube”, agrega para explicar cómo los libertaristas dirigieron las protestas contra los líderes de la izquierda.
Estos grupos anti Dilma habían creado un torrente diario de videos de YouTube en los que parodiaban al gobierno del Partido de los Trabajadores, junto a un tablero interactivo en el que alentaban a los ciudadanos a que presionaran a los parlamentarios a votar el impeachment. Schüler deja claro que tanto el Movimiento Brasil Libre como su propio think tank reciben apoyo financiero de industriales y comerciantes locales, pero el movimiento ha tenido éxito en parte porque no se lo identifica con los partidos políticos existentes, a los que la opinión pública ve con recelo. Para él, la única manera de reformar radicalmente la sociedad y dar vuelta el sentimiento popular sobre el Estado de bienestar era librar una guerra cultural permanente contra los intelectuales y los medios de izquierda.
A Constantino se le atribuye haber popularizado la idea de que los que apoyan al Partido de los Trabajadores son “liberales de limusina”, hipócritas pudientes que acuden al socialismo para demostrar su superioridad moral al mismo tiempo que desprecian a la clase trabajadora que dicen representar.
La “breitbarización” del discurso público es una de las tantas formas en que la Red Atlas ha venido influyendo sutilmente en el debate político.
“Es un Estado muy paternalista. Es una locura. Hay mucho control estatal y ese es el desafío a largo plazo”, dice Schüler, y agrega que, a pesar de las recientes victorias, los libertaristas tienen mucho camino para recorrer. Su modelo a seguir es el de Margaret Thatcher, que tuvo el apoyo de una red de think tanks libertaristas para impulsar reformas impopulares. “El sistema de pensiones es absurdo. Hay que privatizar toda la educación”, recita Schüler como parte de una letanía de cambios que realizaría, desde desfinanciar a los sindicatos hasta abolir el voto obligatorio.
La única manera de hacerlo posible, agrega, sería crear una red de organizaciones sin fines de lucro que libraran batallas separadas pero con los mismos objetivos libertaristas. El modelo existente —la constelación de think tanks de derecha en Washington DC, que recibe poderosos apoyos— es el único camino posible para Brasil, afirma Schüler.
Atlas está haciendo exactamente eso. Financia nuevos think tanks, brinda cursos de organización política y relaciones públicas, apoya eventos de trabajo en red en todo el mundo y, en los últimos años, ha dirigido recursos extra a incitar a los libertaristas a que influencien a la opinión pública por medio de redes sociales y videos online.
Con una competencia anual, la Red Atlas premia la producción de videos virales que promuevan la economía de libre mercado y ridiculicen las propuestas asociadas al Estado de bienestar. Entre quienes dan conferencias para Atlas, está James O’Keefe, el provocador famoso por haber aguijoneado a varios integrantes del Partido Demócrata estadounidense con sus cámaras ocultas. También fueron parte de las sesiones de entrenamiento de Atlas los productores de un grupo de Wisconsin que trabajó en videos que desacreditaban las protestas de los maestros contra la ley antisindical del gobernador Scott Walker.
Entre otras hazañas recientes, Atlas ha estado presente en la nación latinoamericana actualmente más afectada por una crisis política y humanitaria: Venezuela. Los registros de la escritora y activista Eva Golinger (obtenidos por medio del Freedom of Information Act, la ley estadounidense de libre acceso a la información) y las filtraciones de la ex soldado Chelsea Manning revelan los sofisticados esfuerzos realizados por el gobierno estadounidense para utilizar los think tanks de Atlas en una larga campaña de desestabilización contra el líder venezolano Hugo Chávez.
Ya en 1998, Cedice Libertad, el principal think tank de Atlas en Caracas, recibía financiamiento continuo del Center for International Private Enterprise (Centro para la Empresa Privada Internacional). En una carta de otorgamiento de fondos, la NED lista que la ayuda a Cedice está dirigida a “un cambio de gobierno”. El director de Cedice estaba entre los firmantes del “decreto Carmona”, que apoyaba al breve golpe militar contra Hugo Chávez en 2002. Un cable de 2006 revela la estrategia del embajador de Estados Unidos, William Brownfield, para financiar organizaciones políticas en Venezuela: “1) Fortalecer las instituciones democráticas, 2) Infiltrar la base política de Chávez, 3) Dividir al chavismo, 4) Proteger los negocios estadounidenses y 5) Aislar internacionalmente a Chávez”.
En la actual crisis venezolana, Cedice promueve las protestas contra el presidente Nicolás Maduro, sucesor de Chávez. Cedice tiene vínculos estrechos con la opositora María Corina Machado, una de las cabezas de las masivas marchas antigubernamentales que han tenido lugar en los últimos meses. Machado le ha reconocido públicamente el trabajo de Atlas; en un video enviado al grupo en 2014 aparece diciendo: “Gracias a la Atlas Network, a todos los luchadores por la libertad”.La líder opositora venezolana María Corina Machado reconoció el trabajo de Atlas: “Gracias a la Atlas Network, a todos los luchadores por la libertad”, dijo en 2014.En el Foro de la Libertad en Latinoamericana de Buenos Aires, los jóvenes líderes zumbaban por todas partes mientras compartían ideas sobre cómo derrotar al socialismo en cada frente, desde debates en los campus universitarios hasta movilizar un país entero en favor del impeachment.
“Emprendedores” de think tanks peruanos, dominicanos y hondureños competían en un formato basado en el reality show Shark Tank, en el que los encargados de start-ups deben convencer a un panel de inversores despiadados. En lugar de buscar inversiones, estos líderes presentaban ideas de marketing político, en un concurso que premiaba al ganador con 5.000 dólares. En otra sesión, se debatían estrategias para conseguir que la industria apoye reformas económicas. En una tercera habitación, operadores políticos debatían sobre qué argumentos podrían emplear los “amantes de la libertad” para responder al crecimiento mundial del populismo, y para “redirigir el sentimiento de injusticia de muchos” hacia fines de libre mercado.
Un joven dirigente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL), un think tank de Buenos Aires, presentó un proyecto para rankear a cada provincia argentina en un “índice de libertad económica”, elaborado con base en el nivel de impuestos y trabas legales como criterio para generar entusiasmo hacia reformas pro libre mercado. Su idea se basa en estrategias similares utilizadas en Estados Unidos, como el “Índice de Libertad Económica” de la Heritage Foundation, que compara a los países tomando en cuenta las políticas impositivas y las barreras regulatorias a la creación de negocios.
Tradicionalmente, los think tanks se conciben como institutos independientes que se crean para desarrollar soluciones no convencionales. En cambio, el modelo de Atlas se enfoca menos en producir propuestas genuinamente innovadoras que en establecer organizaciones políticas que tengan la credibilidad de instituciones académicas, para que así sean una herramienta efectiva en la batalla por mentes y almas.
Las propuestas libremercadistas —como quitarles impuestos a los ricos, achicar el Estado, privatizar empresas públicas, liberalizar el comercio y limitar el poder de los sindicatos— siempre se enfrentaron con un problema de percepción. Sus defensores se dieron cuenta de que los votantes tienden a verlas como un vehículo para favorecer a la clase alta. Por eso, reetiquetar el libertarismo económico como una ideología del bien común requirió complejas estrategias de persuasión pública.
El modelo de Atlas que ahora se disemina por toda América Latina se basa en un método perfeccionado durante décadas de lucha en Estados Unidos y Reino Unido, en la que los libertaristas se esforzaron por contener la marea favorable al Estado de bienestar que se dio tras las Segunda Guerra Mundial.

Antony Fisher, emprendedor británico y fundador de la Atlas Network, fue pionero en esa tarea de vender la economía libertarista al gran público. La dirección era clara: su misión era “tapizar el mundo con think tanks pro libre mercado”.
Fisher tomó sus ideas de Friedrich Hayek, el padre del pensamiento moderno sobre el gobierno mínimo. En 1946, después de leer la versión de Camino de servidumbre, la obra seminal de Hayek,publicada en Selecciones del Reader’s Digest, Fisher procuró conocer al economista austríaco en persona. Según su colaborador cercano John Blundell, Fisher le sugirió a Hayek que ingresara a la política. Hayek rechazó la propuesta, porque consideraba que la mejor forma de cambiar la sociedad era de abajo hacia arriba.
Al mismo tiempo, en Estados Unidos, otro ideólogo del libre mercado, Leonard Read, consideraba ideas similares tras haber liderado a la Cámara de Comercio de Los Ángeles en su enfrentamiento con organizaciones de trabajadores. Para contrarrestar el crecimiento del Estado de bienestar, era necesaria una respuesta más elaborada para compartir los debates populares sobre la dirección a la que debía apuntar la sociedad sin exponer los vínculos con los intereses empresariales. Fue muy estimulante para Fisher la visita a la organización sin fines de lucro que había montado Read en Nueva York, la Foundation for Economic Education (Fundación para la Educación Económica, FEE), creada para apoyar y promover las ideas de los intelectuales pro libre mercado. Allí, el economista libertarista FA Harper aconsejó a Fisher sobre cómo crear su propia organización en Reino Unido.
Durante el viaje, Fisher también viajó con Harper a la Universidad de Cornell para conocer los últimos avances en la industria de cría de animales, y se maravilló ante la visión de 15.000 pollos alojados en un solo edificio. Fisher tomó nota de la innovación y la puso en práctica en Reino Unido. Su fábrica, Buxted Chickens, prosperó rápidamente y Fisher amasó una buena fortuna.  Parte de las ganancias fueron a parar al otro objetivo que había nacido durante su visita a Nueva York: en 1955, Fisher fundó el Institute of Economic Affairs (Instituto de Asuntos Económicos).
El Instituto ayudó a dar a conocer a un conjunto de economistas asociados con las ideas de Hayek. Fue un lugar donde expresarse contra el creciente Estado de bienestar británico, vinculando a periodistas con académicos pro libre mercado y diseminando sus opiniones regularmente en columnas de opinión, entrevistas radiales y conferencias. El grueso del financiamiento provenía del mundo de los negocios; entre sus contribuyentes anuales estaban grandes industriales y gigantes bancarios, como British Petroleum y Barclays. De acuerdo a Making Thatcher’s Britain, de los historiadores Ben Jackson y Robert Saunders, un magnate naviero observó que, dado que las universidades daban munición a los sindicatos, el Instituto era el armero de los empresarios.
La recesión e inflación de la década de 1970 sacudió los cimientos de la sociedad británica y los políticos conservadores se vieron cada vez más atraídos por el Institute of Economic Affairs para que los proveyera de un proyecto alternativo. El Instituto los satisfizo con resúmenes temáticos accesibles y temas de debate que los políticos podían emplear para llevar los conceptos de libre mercado al gran público. La Atlas Network proclama orgullosamente que el Instituto “sentó las bases intelectuales para lo que luego fue la revolución de Thatcher en los años 80”. Personal del Instituto hizo discursos para Thatcher, alimentó su campaña con artículos sobre políticas en temas tan variados como los sindicatos de trabajadores y el control de precios, y elaboró respuestas para sus críticos en los medios masivos. En una carta dirigida a Fisher tras su triunfo en 1979, Thatcher escribió que el Instituto había creado “el clima de opinión que hizo la victoria posible”.
“No hay duda de que ha habido un enorme avance en Gran Bretaña. El Institute of Economic Affairs, que Antony Fisher estableció, hizo una enorme diferencia”, dijo Milton Friedman. “Hizo posible a Margaret Thatcher. No su elección como primera ministra, sino que hizo posibles las políticas que ella pudo implementar. Y lo mismo en este país: el pensamiento que se desarrolló en este sentido hizo posible a Ronald Reagan y las políticas que logró imponer”.
El Instituto había cerrado el círculo. Hayek montó un exclusivo grupo de economistas pro libre mercado llamado Mont Pelerin Society. Uno de sus miembros, Ed Feulner, ayudó a fundar la Heritage Foundation, el think tank conservador de Washington, tomando como inspiración el trabajo del Instituto. Otro miembro de Mont Pelerin, Ed Crane, fundó el Cato Institute, el más destacado grupo de reflexión libertarista de Estados Unidos.
En 1981, Fisher, que se había mudado a San Francisco, se dispuso a desarrollar la Atlas Economic Research Foundation a instancias de Hayek. Fisher utilizó su éxito del Instituto para llegar a donantes corporativos que podrían ayudarlo a establecer una serie de grupos de reflexión más pequeños, a veces regionales, en Nueva York, Canadá, California y Texas, entre otros lugares. Sin embargo, con Atlas, la escala de su proyecto de think tanks de libre mercado ahora sería global: una organización sin fines de lucro dedicada a continuar la tarea de tender cabezas de playa libertaristas en todos los países del mundo. “Cuantos más institutos se establezcan en todo el mundo”, declaró Fisher, “mayor será la oportunidad de abordar diversos problemas que reclaman solución”.
Fisher comenzó a recaudar fondos, exponiendo sus ideas ante donantes corporativos con la ayuda de cartas de recomendación de Hayek, Thatcher y Friedman, que incluían una llamada urgente a ayudar en la reproducción del éxito del Institute of Economic Affairs a través de Atlas. Hayek decía que su modelo “debería ser usado para crear institutos similares en todo el mundo” y que “sería dinero bien gastado si se pudieran reunir grandes sumas para financiar un esfuerzo coordinado”.
La propuesta se envió a una lista de ejecutivos de alto nivel y pronto el dinero de arcas corporativas empezó a llegar a Atlas. Grandes donantes del Partido Republicano, como Richard Mellon Scaife, y de compañías como Pfizer, Procter & Gamble y Shell, aportaron a la causa. Su influencia, sin embargo, tendría que permanecer encubierta para que el proyecto funcionara, sostenía Fisher. “Para influir en la opinión pública, es necesario evitar cualquier sugerencia de interés particular o intención de adoctrinar”, señaló en una propuesta que delineaba el propósito de Atlas. Fisher agregó que el éxito del Institute of Economic Affairs se había basado en la percepción de que era académico e imparcial.
Atlas creció rápidamente. Hacia 1985, la Red contaba con 27 instituciones en 17 países, incluyendo organizaciones sin fines de lucro en Italia, México, Australia y Perú.
El momento no podría haber sido mejor: la expansión internacional de Atlas se produjo exactamente cuando la administración Reagan redoblaba su apuesta a una política exterior agresiva para vencer a los gobiernos extranjeros de izquierda.
Mientras que en público Atlas declaraba que no recibía fondos del gobierno (Fisher desestimaba la ayuda externa por considerarla sólo otro “soborno” utilizado para distorsionar las fuerzas del mercado), los registros muestran que la Red trabajó discretamente para sumar al gobierno estadounidense a su creciente lista de socios internacionales.
En una carta de 1982 de la Agencia Internacional de Comunicación, una pequeña oficina del gobierno federal dedicada a promover los intereses estadounidenses en el extranjero, un burócrata de la Oficina de Programas del Sector Privado le respondió a Fisher, que había hecho una consulta sobre la forma de obtener subvenciones federales. El burócrata escribió que se le prohibía dar “directamente a organizaciones extranjeras”, pero que podría ser copatrocinador de “conferencias o intercambios con organizaciones”, realizadas por grupos como Atlas, y alentó a Fisher a mandar una propuesta. La carta, enviada un año después de que se fundara Atlas, fue la primera señal de que la Red se convertiría en un socio secreto de los intereses de la política exterior de Estados Unidos.
Memos y otros registros de Fisher muestran que, para 1986, Atlas había ayudado a programar reuniones con ejecutivos de negocios para dirigir fondos estadounidenses hacia su red de think tanks. En un caso, un funcionario de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por su sigla en inglés), la principal herramienta de ayuda en el extranjero del gobierno federal, recomendó que el gerente de la filial de Coca-Cola en Panamá trabajara con Atlas para crear un grupo de reflexión basado en el Institute of Economic Affairs británico. Los socios de Atlas también obtuvieron fondos de las arcas de la NED, una organización sin ánimo de lucro fundada en 1983, financiada en gran parte por el Departamento de Estado y por la USAID para crear instituciones políticas favorables a Estados Unidos en el mundo en vías de desarrollo.
Mientras llovían los fondos de corporaciones y del gobierno de Estados Unidos derramándose, Atlas tuvo otro golpe de suerte en 1985 con la llegada de Alejandro Chafuen. Linda Whetstone, hija de Fisher, recordó en un homenaje cómo, en 1985, un joven Chafuen, que entonces vivía en Oakland, se había presentado a la oficina de Atlas en San Francisco “dispuesto a trabajar por nada”.
Chafuen, nacido en Buenos Aires, se había criado en la que describía como “una familia antiperonista”. Eran ricos y, aunque creció en una época turbulenta, Chafuen vivió una vida de relativo privilegio. Pasó su adolescencia jugando al tenis y soñaba con convertirse en un deportista profesional.
Chafuen atribuye su trayectoria ideológica juvenil a su apetito por devorar textos libertaristas, desde Ayn Rand hasta los folletos publicados por el FEE, el grupo de Leonard Read que originalmente había inspirado a Fisher. Tras sus estudios en el Grove City College, una universidad de humanidades cristiana y profundamente conservadora situada en Pensilvania, en la que fue presidente del club estudiantil libertarista, Chafuen regresó a su país de origen. Los militares habían tomado el poder, con la excusa de responder a la amenaza de los revolucionarios comunistas. Miles de estudiantes y activistas serían torturados y asesinados por la represión contra los militantes de izquierda tras el golpe de Estado.
Chafuen recuerda esos tiempos bajo una luz bastante positiva. Luego escribiría que el ejército había sido obligado a actuar para evitar que el comunismo “tomara el país”. En el ambiente académico, mientras seguía una carrera docente, Chafuen se encontró con “totalitarios de todos los estilos”. Después del golpe militar, escribió que notaba cómo sus profesores se volvían “más suaves”, a pesar de sus diferencias con él.
El libertarismo también encontró buena recepción en otros países latinoamericanos bajo dictaduras militares. A Chile, después de que los militares barrieron al gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende, acudieron velozmente los economistas de la Sociedad Mont Pelerin y prepararon el escenario para realizar grandes reformas neoliberales, como la privatización de la industria y del sistema de pensiones del país. En toda la región, bajo la mirada vigilante de los líderes militares de derecha que habían tomado el poder, se fueron arraigando las políticas económicas libertaristas.
Por su parte, el fervor ideológico de Chafuen era evidente ya en 1979, cuando publicó un ensayo para la FEE titulado “Guerra sin Fin”. Allí comparaba al terror de izquierda con el clan Manson y a su fuerza con la de “las guerrillas de Medio Oriente, África y Sudamérica”. Se precisaba, escribió, que las “fuerzas de la libertad individual y la propiedad privada” respondieran a los ataques.
Su entusiasmo no pasó desapercibido. En 1980, cuando tenía 26 años, Chafuen fue invitado a convertirse en el miembro más joven de la Sociedad Mont Pelerin. Viajó a Stanford, lo que le brindó la oportunidad de contactar directamente a Read, Hayek y otros libertaristas importantes. En cinco años, Chafuen se casó con una estadounidense y pasó a residir en Oakland. Comenzó a vincularse con miembros de Mont Pelerin de la zona de San Francisco, como Fisher.En toda la región, bajo la mirada vigilante de los líderes militares de derecha que habían tomado el poder, se fueron arraigando las políticas económicas libertaristas.
Según las actas de la junta directiva de Atlas, ese año Fisher dijo a sus colegas que había hecho un pago de 500 dólares como obsequio de Navidad para Chafuen, y que esperaba contratar a tiempo completo al joven economista para que desarrollara think tanks de Atlas en América Latina. Al año siguiente, Chafuen organizó la primera cumbre de think tanks latinoamericanos de Atlas en Jamaica.
Chafuen comprendió bien el modelo Atlas y trabajó con esmero para expandir la red. Ayudó a montar think tanks en África y Europa, pero sobre todo concentró sus esfuerzos en América Latina. Mientras que describía cómo atraer donantes, Chafuen señaló en una conferencia que estos no pueden aparecer como quienes pagan por las encuestas de opinión pública, porque les quitarían credibilidad. “Pfizer Inc. no patrocinaría encuestas sobre temas de salud ni Exxon pagaría por encuestas sobre temas ambientales”, dijo. En cambio, think tanks libertaristas, como los de la Red Atlas, no sólo podían presentar las mismas encuestas con mayor credibilidad sino hacerlo de manera que obtuvieran cobertura en los medios locales.
“A los periodistas los atrae lo novedoso y fácil de transmitir”, dijo Chafuen. A la prensa no le interesa mucho citar a los filósofos libertaristas, sostuvo, pero si un grupo de expertos elabora una encuesta, prestan atención. “Y los donantes también lo ven”, agregó.
En 1991, tres años después de la muerte de Fisher, Chafuen tomó el timón de Atlas y tuvo la oportunidad de hablar con autoridad a los donantes sobre el trabajo de la organización. Rápidamente comenzó a sumar patrocinadores empresariales para impulsar objetivos orientados a las grandes compañías a través de la red. Philip Morris contribuyó regularmente con Atlas, incluyendo una donación de 50.000 dólares en 1994, que salió a la luz años más tarde durante un juicio. Los registros muestran que el gigante del tabaco vio a Atlas como un aliado para trabajar en pleitos internacionales.
En Chile, sin embargo, un grupo de periodistas descubrió que los think tanks respaldados por Atlas discretamente habían hecho lobby contra la regulación del tabaco sin revelar su financiamiento por parte de compañías tabacaleras, en una estrategia calcada de la de think tanks de todo el mundo..

Gigantes corporativos, como ExxonMobil y MasterCard, eran donantes de Atlas. Pero el grupo también atrajo a figuras destacadas en el libertarismo, como las fundaciones asociadas al inversor John Templeton y los millonarios hermanos Charles y David Koch, que prodigaron regularmente con contribuciones a Atlas y sus afiliados.
Las proezas recaudatorias de Chafuen se extendieron al creciente número de fundaciones conservadoras adineradas que comenzaban a florecer en Estados Unidos. Fue miembro fundador de Donors Trust, un fondo hermético y orientado por donantes que ha repartido más de 400 millones de dólares entre organizaciones libertaristas, incluidos miembros de la Red Atlas. También es administrador de la Fundación Chase, de Virginia, que fue fundada por un miembro de la Sociedad Mont Pelerin y que igualmente envía dinero en efectivo a los think tanks de Atlas.
El gobierno estadounidense también fue otro manantial de dinero. Inicialmente, la NED encontró obstáculos para establecer en el exterior organizaciones sin fines de lucro amigables con Estados Unidos. Durante una conferencia conjunta con Chafuen, Gerardo Bongiovanni, presidente de la Fundación Libertad, un think tank de Atlas en Rosario, Argentina, señaló que entre 1985 y 1987 el Centro para la Empresa Privada Internacional (asociado a la NED) distribuyó un millón de dólares como capital inicial para crear varios think tanks. Sin embargo, quienes recibieron estas subvenciones fracasaron rápidamente por falta de formación de gestión, dijo Bongiovanni.
Atlas, en cambio, logró convertir el dinero de los contribuyentes estadounidenses que le llegaba mediante la NED y el Centro para la Empresa Privada Internacional en una importante fuente de financiación para su creciente red. Las herramientas de financiación proporcionaron dinero para impulsar think tanks de Atlas en Europa del Este, tras la caída de la Unión Soviética y, más tarde, para promover los intereses estadounidenses en Medio Oriente. Entre los beneficiarios del efectivo del Centro para la Empresa Privada Internacional se encuentra Cedice Libertad, el think tank al que agradeció la dirigente opositora venezolana María Corina Machado.
En The Brick Hotel de Buenos Aires, Chafuen reflexionó sobre las últimas tres décadas. Dijo que Fisher “estaría complacido y no creería cuánto creció nuestra red” y señaló que tal vez el fundador de Atlas no hubiera esperado un nivel de compromiso político tan alto como el que tiene el grupo.
Chafuen se encendió con la asunción de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y elogió sus elecciones para el gabinete. ¿Y por qué no? La administración de Trump está repleta de ex alumnos de grupos vinculados a Atlas y de amigos de la Red. Sebastian Gorka, el islamófobo asesor de contraterrorismo de Trump, dirigió un think tank de Atlas en Hungría. El vicepresidente Mike Pence ha asistido a un evento de Atlas y habló muy bien del grupo. La secretaria de Educación Betsy DeVos y Chafuen fueron muy cercanos cuando eran dirigentes del Acton Institute, un think tank de Michigan que elabora argumentos religiosos a favor de las políticas libertaristas, y que ahora tiene una filial en Brasil, el Centro Interdisciplinario de Ética y Economía Personalista.
Tal vez la figura más apreciada de Chafuen en la administración Trump, sin embargo, sea Judy Shelton, economista y miembro destacada de la Atlas Network. Después de la victoria de Trump, Shelton pasó a dirigir la NED.  Había sido consejera de la campaña Trump y del grupo de transición. Chafuen sonrió al hablar del asunto: “Ahí tienes a la gente de Atlas presidiendo la Fundación Nacional para la Democracia”, dijo.
Antes de finalizar la entrevista, Chafuen indicó que hay más por venir: más think tanks, más esfuerzos para derrocar gobiernos de izquierda y más acólitos y egresados de Atlas en los más altos niveles de gobierno en todo el mundo. “El trabajo está en marcha”, dijo.
Más tarde, Chafuen apareció en la gala del Foro de la Libertad en América Latina. Junto con un panel de expertos de Atlas, discutió la necesidad de acelerar los movimientos de oposición libertarista en Ecuador y Venezuela.

Tomado de The intercept. Traducido por la revista Lento.

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