Si
Florida, el estado sureño de Estados Unidos, fuera un país ocuparía el
cuarto lugar mundial por el número de fallecidos a consecuencia de la
covid-19. Pero muy cerca de allí, en Cuba -bloqueada inmisericordemente-
el 94 por ciento de los pacientes diagnosticados ya están recuperados y
32 brigadas médicas de la isla con más de 3 mil miembros combaten la
enfermedad en el mundo. Florida, con 221 629 casos y 4 409 fallecidos,
en medio de un aumento diario espectacular del número de enfermos. Cuba,
con 2438 casos y 87 fallecidos; excepto La Habana, la gran mayoría de
las provincias no reportan contagios hace semanas. Florida tiene cerca
de cuatro veces la población de Cuba, de modo que si hiciéramos una
hipotética proyección proporcional de las cifras, la isla no llegaría a
400 fallecidos, 10 veces menos que los de la península floridana.
La
situación de Florida es fruto de la desastrosa gestión de la epidemia
en Estados Unidos, en lo que Donald Trump tiene una alta cuota de
responsabilidad. Un epidemiólogo estadounidense lo ha calificado de
“genocidio por default”. Pero hay una pregunta obligada: ¿por qué un
personaje de su pésima catadura moral (llamado gánster por Chomsky y
fascista por el filósofo Cornel West y otros, acusado de “peligro para
la democracia” por generales, almirantes y políticos de ambos partidos)
pudo llegar a la máxima responsabilidad gubernamental de la potencia del
norte? Por cierto, no estoy seguro de que pierda la elección del 3 de
noviembre.
Otra
pregunta importante es cuán distinta habría sido la gerencia de la
pandemia por otro presidente. No creo que habría habido una diferencia
sustantiva, pues al margen del desajuste conductual de Trump, de su
obsesión enfermiza por la reelección, su desprecio por la ciencia y
subestimación de la enfermedad, lo que se observa en Estados Unidos hoy
es una situación de caos, al parecer originada en una grave fractura en
la cúpula como la que precede a las guerras civiles. Mucho antes de esto
W. Bush fue incapaz de enfrentar el paso del huracán Katrina por Nueva
Orleans, que terminó en una gran tragedia. Pero, además, en la mayoría
de los países capitalistas los gobiernos hacen grandes concesiones a las
presiones del capital para que no se confine a la población y se
proteja su salud. Los rebrotes de envergadura que vemos en las últimas
semanas en América Latina y Estados Unidos se deben a la flexibilización
prematura de las medidas preventivas debido a esas presiones del
capital.
El
problema principal de Estados Unidos es que no existe en rigor un
sistema de salud pública, agravado por el avance cada vez mayor de la
privatización de los servicios médicos, con crecientes ganancias de las
compañías de seguros y una población enferma, víctima de la obesidad, la
diabetes y las cardiopatías. No es casual que la mayoría de los
fallecidos por covid sean latinos o afros. La industria farmacéutica
estadounidense es emblemática del negocio a costa de la vida humana. En
este campo Washington lleva de lejos la delantera entre los países
capitalistas ricos, con los más caros e ineficientes servicios de salud
en ese grupo de estados.
No
obstante, lo mismo en Europa, que en naciones de América del sur como
Chile, Brasil, Colombia, Perú y Ecuador, es evidente que no estaban
preparados para enfrentar la pandemia por la enorme disminución en los
presupuestos de salud y la progresiva degradación de su infraestructura
hospitalaria ocasionados por las política neoliberales. Brasil, segundo
país en el mundo por número de muertos y contagiados sufre precisamente
el desmantelamiento del sistema de salud pública edificado por los
gobiernos del PT, la expulsión de los médicos cubanos, el negacionismo
de Bolsonaro y su guerra contra los intentos de gobernadores y alcaldes
de proteger a la población. Pero el caso de Chile es particularmente
escandaloso y revelador de cuanto se ha mentido sobre las maravillas de
su modelo económico. Con unos 20 millones de habitantes, el país andino
tiene 319 mil casos y 7019 muertes. Con la mitad de la población que el
estado de Florida, lo supera en ambas categorías y exhibe una de las
más altas tasas de muertes en el mundo por 100 000 habitantes. El
presidente Piñera se ha caracterizado por obstaculizar todas las
iniciativas dirigidas a atenuar el sufrimiento de los grandes sectores
chilenos en pobreza y carentes de atención médica.
Pero
mientras el nuevo coronavirus avanzaba a paso de carga en Estados
Unidos, Trump visitó Florida y ni mencionó la pandemia. Todo su tiempo
estuvo dedicado a proferir teatralmente amenazas contra Cuba y Venezuela
desde el Comando Sur y a recoger donaciones para su campaña electoral.
Allí se reunió con un grupo de mercenarios de origen cubano y
venezolano, verdaderos payasos que entre carantoñas e increíbles
elogios, le aseguraron que él será el presidente que libere a “nuestro
hemisferio” del socialismo. Tampoco veo seguro que el magnate gane en
Florida. Como le advirtió el canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla,
el presidente está mal asesorado.
Twitter: @aguerraguerra
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