La infinita y rentable búsqueda del Maidán cubano. Por Iroel Sánchezpor La pupila insomne |
No es un déjà vu, es la obstinada búsqueda de un Maidán cubano, que no se cansa de fracasar.
El
30 de diciembre de 2014 la gran prensa internacional acudió a cubrir lo
que debería ser un «micrófono abierto» para que el censurado pueblo
cubano expresara en la Plaza de la Revolución lo que, según los
convocantes, en más de 50 años no había podido decir en voz alta. La
convocatoria –disfrazada de performance artístico– la habían lanzado
desde Miami, ese paraíso de la libertad de expresión donde alzar una voz
disidente sobre Cuba se puede pagar en el mejor de los casos con el
desempleo, y encontrar anunciantes para hacer comunicación al margen de
la clase política dominante es prácticamente imposible. El objetivo era
obvio: crear un incidente que descarrilara el proceso de normalización
de relaciones entre EE.UU. y Cuba anunciado apenas dos semanas entes.
Las
autoridades cubanas impidieron la llegada al lugar del pequeño grupo de
personas que, financiadas desde el extranjero, pretendían convertir el
centro político y administrativo de la capital cubana en el detonante de
un Maidán tropical, y el hecho de que la población de la Isla,
supuestamente ansiosa de al fin poder expresarse libremente, no acudiera
masivamente al lugar fue explicado por los grandes medios de
comunicación como consecuencia del «miedo a la represión» y el limitado
acceso a Internet existente en Cuba en aquellos momentos, aunque durante
días previos los usuarios cubanos de telefonía móvil fueron
bombardeados con mensajes de texto procedentes de EE.UU. que reproducían
la convocatoria.
Casi
seis años después, la alianza entre la ultraderecha miamense y la
administración Trump ha hundido en el recuerdo la esperanza de
normalización entre Estados Unidos y Cuba, el bloqueo económico que
Washington aplica a la Isla alcanza sus cuotas más altas y las mismas
fuerzas sueñan con que los efectos de un bloqueo recrudecido por las más
de 80 acciones anticubanas emprendidas por el actual Gobierno
estadounidense, combinados con el duro golpe económico propinado por la
pandemia de la COVID-19, le faciliten lo que en diciembre de 2014 no
pudieron alcanzar. Como el tornillo del bloqueo casi ha perdido la
rosca, hay que justificar con la «represión del régimen» la imposición
de nuevas sanciones económicas y presionar por el deterioro de las
relaciones con Europa y otras naciones occidentales.
Para
los fogoneros del odio cualquier cosa sirve, no hay escrúpulos en quien
pretende igualar un lamentable pero excepcional incidente en Cuba con
la violencia sistémica y cotidiana en EE.UU. Tal vez crean que un
pueblo, inconforme y crítico como el cubano, pero con elevada cultura
política, se va a dejar arrastrar por una burda manipulación financiada
desde el Norte.
Este
primero de julio, la popular esquina de 23 y L en el Vedado habanero y
otros céntricos sitios de La Habana y capitales de provincia debieron
ser escenario de una protesta contra la violencia policial en Cuba,
convocada por los mismos que fracasaron el 30 de diciembre de 2014. Ya
las «tropas del régimen» se adelantaban a la capital para reprimir las
protestas, según probaba la foto publicada por uno de los sitios de la
prensa libertaria… Pero oh, las chapas (matrículas) de los represivos
jeeps descapotados y sin armas ni nasobucos a la vista, que aparecían en
la publicación, caducaron hace años, el paisaje que los acompañaba era
el de Santiago de Cuba y no el de La Habana y las edificaciones visibles
en la imagen ya no existen en la realidad. Las tropas, sí, se
adelantaban, pero sólo en una máquina del tiempo y por las autopistas de
Internet.
«Otra
vez lo mismo, vincular a todo el que quiere protestar en Cuba con el
Gobierno de Estados Unidos», dirá alguien. Pero sólo hay que revisar las
cuentas en Twitter de la encargada de negocios de Washington en La
Habana, el Secretario General de la OEA y los congresistas
cubanoamericanos que impulsan nuevas sanciones contra la Isla, junto al
sitio de la gubernamental Radiotelevisión Martí y los medios de
comunicación «independientes», que financian el patrocinador de
revoluciones de colores y financista del Maidán ucraniano George Soros y
la National Endownment for Democracy –que hasta el New York Times
reconoce es pantalla de la CIA– para constatar quién está detrás de esta
convocatoria amplificada por medios como la BBC, que a pesar de ser un
órgano de prensa público británico supo callar el rescate humanitario
que hizo Cuba de cientos de ciudadanos de ese país a bordo de un
crucero, que amenazaba en convertirse en una morgue flotante. Es la
misma fuente que había aportado meses atrás a la historia universal del
amarillismo al contar al mundo que un custodio de la empresa de traslado
de valores Sepsa era un policía que «con armas largas» controlaba colas
en la Isla.
En
Cuba, sin dudas, hay vías de comunicación que ampliar,
representatividades y espacios de participación política que
perfeccionar, y mecanismos de transparencia y rendición de cuentas y
control popular que se deben mejorar. No digo nada nuevo, lo ha
reconocido el Gobierno cubano y está en el espíritu de la nueva
Constitución aprobada de modo contundente en referendo popular, pero ese
camino va en dirección contraria a la intervención del dinero en la
política y la aceptación de la injerencia estadounidense, que son moneda
corriente en muchas democracias capitalistas. Es consenso entre los
cubanos que carece de legitimidad quien sirve a una agenda extranjera de
cambio de régimen y recibe financiamiento para ello.
Decir
que el pueblo que a fines del siglo XIX se lanzó a machete contra
modernos fusiles, en el XX derrocó dos tiranos apoyados por Washington, y
se fue a África a ganarle la guerra a una Sudáfrica racista y con armas
nucleares, no derriba su gobierno porque tiene miedo carece de sustento
histórico. Cuando Estados Unidos decía que en Cuba había un gobierno
democrático, los que se oponían a él desafiaban a la policía, que
torturaba y asesinaba a mansalva, y aun así se atrevían, salían a las
calles y enfrentaban disparos, golpes y chorros de agua. Miles de
muertes dan fe de ello.
Ahora
que EE.UU. afirma que en esta Isla hay una dictadura, los que con el
apoyo del vecino del Norte aseguran oponerse a ella, dicen que la
policía no los deja salir a manifestarse, pero no hay ninguno que haga
lo que hacían los que se enfrentaban sin pedir permiso a la democracia
que torturaba y asesinaba por miles, con el apoyo del país que dice
defender la libertad de expresión e información en Cuba, pero persigue
con saña a quienes se deciden a ejercerla, si no puede silenciarlos. Ahí
están los casos de Julian Assange y Edward Snowden para probarlo.
Sin
embargo, a pesar de que ya hay más de siete millones de cubanos
conectados a internet, bombardeados intensamente con propaganda
fabricada en los laboratorios de guerra sicológica de cuarta generación
que paga el gobierno estadounidense, no es esa la convocatoria que
decide. Las calles que se llenaron en la Isla este primero de julio
fueron para recibir, aún bajo la lluvia, a los brigadistas del
Contingente Henry Reeve que regresaban a su país, luego de salvar a los
habitantes del Principado de Andorra de la amenaza de la COVID-19.
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