Y nosotros, ¿aceptaremos ser sus cómplices?
Uno de los programas de más éxito de los últimos días en televisión fue Salvados,
de La Sexta, sobre las pensiones públicas y las propuestas que recorren
no sólo Europa sino el mundo, de alargamiento de la edad de jubilación.
Más recientemente, y en otro sentido, en el informe de la Fundación Alternativas sobre
desigualdades, y entre muchos análisis de gran interés, se señala el
efecto distributivo progresivo del sistema de pensiones existente – que
debía serlo de manera especialmente positiva antes de alargar la edad de
jubilación y los recortes en los cómputos. Naturalmente, cualquier
cambio en el sistema de pensiones con la excusa de poderlo conservar, o
acudiendo al imperativo de que “vivimos más”, y por tanto no llega para
todos tanto tiempo, tiene muchos puntos débiles. Pero la fragilidad de
la argumentación (incluyendo la extrema volatibilidad de las pensiones
privadas “confiadas” a inversores y especuladores en Bolsa que han
condenado a tantos jubilados europeos a la miseria) no reciben la misma
difusión que las alarmas que se disfrazan de sensatez, sentido común e
inevitabilidad. Buenas coartadas para encubrir otra manera de
incrementar las desigualdades sociales, en este caso poniendo el acento y
cargando los costes en los últimos años de nuestra vida. Y si no,
podemos intentar descubrir si es neutro el efecto de los recortes en
pensiones, y si verdaderamente toda la gente vive más tiempo (o si se eso depende de cuanto dinero se tiene).
Quienes utilizan en tono grave que el alargamiento de la vida exige cambios en el sistema de pensiones parecen ignorar que las mejoras más espectaculares en la esperanza de vida están estrechamente relacionadas con lo rica que sea cada persona. Como muestra, basta con consultar el estudio realizado sobre dos condados de Florida por investigadores la Universidad de Washington y que el Washington Post, ayudó a divulgar, y en el que se vincula la desigualdad económica a las diferentes esperanzas de vida de la población. Así, en el condado de St. Johns la gente mayor está viviendo más tiempo. Se trata de una comunidad que cuenta con una cantidad abundante de campos de golf, pistas de senderismo y ciclismo, y las personas de más edad y más ricas disfrutan de la vida en la costa hasta bien entrados los años 80. Fletcher escribió: “Aquí las mujeres pueden esperar vivir hasta los casi 83 años, cuatro años más que hace tan solo dos décadas. La esperanza de vida masculina es de más de 78 años, seis años más que hace dos décadas.
Sin embargo, en el vecino condado de Putnam, la vida no es tan idílica ni el tiempo ganado es tan elevado. En Putnam, las rentas de las personas y los costes de la vivienda son la mitad de lo que son en St. Johns. Y la esperanza de vida en Putnam apenas se ha movido desde el año 1989, aumentando en menos de un año para las mujeres hasta llegar a poco más de 78 años, mientras los hombres pueden esperar vivir hasta los 71, lo cual significa siete años menos que los hombres que viven a pocos kilómetros de distancia, en St. Johns.
La diferencia entre los dos condados adyacentes ilustra la desigualdad rampante en los Estados Unidos. Pero resultados muy parecidos, cuando no peores, podrían obtenerse en barrios colindantes de ciudades europeas. Y cualquier diferencia en disfrutar la jubilación o la sanidad pública para jubilados perjudicaría de forma desproporcionada a las personas mayores con ingresos más bajos, que mueren antes. Lo cual, significa, de hecho, y esto es lo escandaloso de las conclusiones, que si se eleva la edad de jubilación y se recorta en la atención sanitaria pública, las personas de bajos ingresos estarán subsidiando las vidas más largas de las personas de mayores ingresos.
Porque además, para que vayamos asumiendo el peligro real para la salud y la vida de los recortes, también los estudios más serios realizados sobre las condiciones de vida de la población demuestran que el acceso a la atención de la salud es otro factor fundamental para alargar la esperanza de vida. Así, por ejemplo, volviendo a los Estados Unidos, en el condado de St. Johns, donde se vive más tiempo, se dobla sobradamente el número de médicos de atención primaria por habitante en relación al condado de Putnam.
Las conclusiones a retener para futuros análisis de las desigualdades y para valorar, aceptar o rechazar las propuestas que alteren las condiciones de jubilación, es que cualquier incremento obligatorio de la edad de jubilación tiene un claro sesgo de clase en las prestaciones que se pueden disfrutar en los últimos años de nuestra vida. O lo que es lo mismo, que el saqueo a la equidad asesta ahora un golpe definitivo sobre las personas jubiladas. Sin ambages ya lo dijo Taro Aso, ministro de finanzas del Japón y uno de los políticos más ricos de su país, en una reunión de economistas en el 2008: “Veo a gente de 67 años o 68 constantemente ir al médico. ¿Por qué tengo que pagar por las personas que sólo comen y beben y no hacen ningún esfuerzo?”. Y ahora, sin decirlo, se añade ¿y por qué tenemos que pagarles sus pensiones?. Ya lo advirtió claramente Aso en enero de este año cuando pidió a las personas mayores, pobres y enfermas, que hicieran el favor de no querer prolongar sus vidas y se dieran prisa en irse muriendo…
Y nosotros, ¿aceptaremos ser sus cómplices?
Quienes utilizan en tono grave que el alargamiento de la vida exige cambios en el sistema de pensiones parecen ignorar que las mejoras más espectaculares en la esperanza de vida están estrechamente relacionadas con lo rica que sea cada persona. Como muestra, basta con consultar el estudio realizado sobre dos condados de Florida por investigadores la Universidad de Washington y que el Washington Post, ayudó a divulgar, y en el que se vincula la desigualdad económica a las diferentes esperanzas de vida de la población. Así, en el condado de St. Johns la gente mayor está viviendo más tiempo. Se trata de una comunidad que cuenta con una cantidad abundante de campos de golf, pistas de senderismo y ciclismo, y las personas de más edad y más ricas disfrutan de la vida en la costa hasta bien entrados los años 80. Fletcher escribió: “Aquí las mujeres pueden esperar vivir hasta los casi 83 años, cuatro años más que hace tan solo dos décadas. La esperanza de vida masculina es de más de 78 años, seis años más que hace dos décadas.
Sin embargo, en el vecino condado de Putnam, la vida no es tan idílica ni el tiempo ganado es tan elevado. En Putnam, las rentas de las personas y los costes de la vivienda son la mitad de lo que son en St. Johns. Y la esperanza de vida en Putnam apenas se ha movido desde el año 1989, aumentando en menos de un año para las mujeres hasta llegar a poco más de 78 años, mientras los hombres pueden esperar vivir hasta los 71, lo cual significa siete años menos que los hombres que viven a pocos kilómetros de distancia, en St. Johns.
La diferencia entre los dos condados adyacentes ilustra la desigualdad rampante en los Estados Unidos. Pero resultados muy parecidos, cuando no peores, podrían obtenerse en barrios colindantes de ciudades europeas. Y cualquier diferencia en disfrutar la jubilación o la sanidad pública para jubilados perjudicaría de forma desproporcionada a las personas mayores con ingresos más bajos, que mueren antes. Lo cual, significa, de hecho, y esto es lo escandaloso de las conclusiones, que si se eleva la edad de jubilación y se recorta en la atención sanitaria pública, las personas de bajos ingresos estarán subsidiando las vidas más largas de las personas de mayores ingresos.
Porque además, para que vayamos asumiendo el peligro real para la salud y la vida de los recortes, también los estudios más serios realizados sobre las condiciones de vida de la población demuestran que el acceso a la atención de la salud es otro factor fundamental para alargar la esperanza de vida. Así, por ejemplo, volviendo a los Estados Unidos, en el condado de St. Johns, donde se vive más tiempo, se dobla sobradamente el número de médicos de atención primaria por habitante en relación al condado de Putnam.
Las conclusiones a retener para futuros análisis de las desigualdades y para valorar, aceptar o rechazar las propuestas que alteren las condiciones de jubilación, es que cualquier incremento obligatorio de la edad de jubilación tiene un claro sesgo de clase en las prestaciones que se pueden disfrutar en los últimos años de nuestra vida. O lo que es lo mismo, que el saqueo a la equidad asesta ahora un golpe definitivo sobre las personas jubiladas. Sin ambages ya lo dijo Taro Aso, ministro de finanzas del Japón y uno de los políticos más ricos de su país, en una reunión de economistas en el 2008: “Veo a gente de 67 años o 68 constantemente ir al médico. ¿Por qué tengo que pagar por las personas que sólo comen y beben y no hacen ningún esfuerzo?”. Y ahora, sin decirlo, se añade ¿y por qué tenemos que pagarles sus pensiones?. Ya lo advirtió claramente Aso en enero de este año cuando pidió a las personas mayores, pobres y enfermas, que hicieran el favor de no querer prolongar sus vidas y se dieran prisa en irse muriendo…
Y nosotros, ¿aceptaremos ser sus cómplices?
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