Tesis sobre las Américas y el socialismo en el siglo XXI
Iñaki Gil de San Vicente.
Tesis para las V ª Jornadas de Debate sobre la Crisis 2013: Relaciones Internacionales de Dominación, celebradas en León el 22 de Marzo de 2013. |
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Uno de los problemas teóricos decisivos es el de la perspectiva
histórica, del mismo modo que uno de los problemas históricos decisivos
es el de la perspectiva teórica. Historia y teoría forman una unidad a
la vez que mantienen una separación ya que la historia sólo se entiende
desde una teoría, pero esta sólo existe si es corroborada por la
historia. La teoría nos aporta los conceptos claves, esenciales, que nos
permiten comprender la historia, sus contradicciones y sus tendencias
evolutivas fuertes, aquellas sobre las que debemos y podemos incidir
para guiarla hacia objetivos emancipadores. Sin los conceptos teóricos
elementales no podemos hablar de historia mundial, sino de caos
interpretativo.
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Muy sucintamente dicho y en el problema que ahora tratamos, la teoría
nos aporta tres niveles interpretativos que confluyen en un todo: el
capitalismo como modo de producción dominante en el mundo; las
formaciones económico-sociales específicas que existen; y las
influencias que en estas formaciones concretas tienen los restos de
modos de producción precapitalistas.
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La lucha antipatriarcal, la de emancipación nacional, la de clases,
así como todas aquellas movilizaciones relacionadas con la defensa o
recuperación de los bienes comunes, de las propiedades colectivas y
públicas, de los recursos del pueblo, del excedente social colectivo sea
material o simbólico, con los componentes horizontalistas y
comunalistas de la cultura popular, estas y otras luchas recorren
internamente los tres niveles expuestos en el Pt º 2. No son por tanto
un cuarto bloque teórico autónomo ni menos aún independiente de los tres
restantes, sino que forma parte consustancial al enfrentamiento entre
el capital y el trabajo a nivel planetario y en los Estados, naciones y
pueblos concretos, aunque con plasmaciones específicas según los casos
particulares.
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La teoría en cuanto tal es como el hilo de Ariadna que nos guía a
grandes rasgos por el Laberinto del Minotauro: sin su guía el monstruo,
la irracionalidad capitalista, termina devorándonos. Y frecuentemente
cuando deambulamos desorientados dejándonos llevar por los sugestivos
cantos las Sirenas hacia las promesas del poder, entonces este otro
componente de la realidad, el de la amarga experiencia de la lucha
elevada al carácter de teoría, hace lo que Circe con Ulises, advertirnos
de que la credulidad en el opresor siempre se paga con la derrota, y
muchas veces con la vida.
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Siendo coherentes con lo aquí dicho hasta ahora debo proponer como
tarea colectiva la relectura crítica de un texto mío de agosto de 2010
sobre esta misma problemática, titulado «La aportación de las Américas a la revolución mundial»,
a libre disposición en la Red. Lo propongo porque la esencia dialéctica
de la teoría marxista exige siempre la crítica y la autocrítica de lo
dicho y hecho con anterioridad, exigencia ineludible pero que apenas
practicamos. En ese texto, que no tiene todavía tres años, sostengo que
las aportaciones revolucionarias de las Américas se sustentan en tres
grandes prácticas mantenidas contra viento y marea: una, la
independencia de pensamiento de las fuerzas liberadoras y
revolucionarias, emancipándose del colonialismo intelectual sufrido
hasta comienzos del siglo XX, y del neocolonialismo intelectual aplicado
por el imperialismo desde entonces hasta ahora; dos, la decisiva
importancia histórica y presente de la defensa de lo común y de lo
colectivo, como eje tanto del avance del socialismo del siglo XXI como
de la fuerza autoorganizada cotidiana de las clases trabajadoras y de
los pueblos oprimidos; y tres, la igualmente decisiva pero casi
desconocida, silenciada y hasta negada, importancia histórica y presente
de la lucha de las mujeres, en especial de las que sufren la
explotación sexo-económica y etno-cultural y nacional.
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Sobre esta base iniciada prácticamente desde el primer día de la
invasión europea, que incluso hunde parte de sus raíces en las luchas
nacionales y sociales precolombinas, las masas oprimidas han ido
generando multitud de lecciones prácticas, que no podemos resumir aquí
obviamente, desde las cuales se pueden extraer como mínimo cinco
lecciones teóricas de decisiva trascendencia para el socialismo del
siglo XXI en las Américas pero también en el resto del planeta, siempre
que se apliquen correctamente en cada formación económico-social dada.
Las lecciones versan sobre: uno, no sólo la recuperación de todas las
formas de propiedad comunal sino sobre todo su extensión a la total
propiedad colectiva de los medios de producción; dos, muy especialmente
la extinción del papel de la mujer como «instrumento de producción»
cualitativamente único en propiedad exclusiva del hombre; tres, la
superación de la cosmovisión occidentalista basada en la propiedad
privada y en el «ego conquiro» aplicado contra la naturaleza en su
conjunto; cuatro, la interacción de todas o casi todas las formas de
resistencia según muy correctas evaluaciones estratégicas, políticas y
éticas; y cinco, la mundialización revolucionaria basada en una
brillante visión antiimperialista de los próceres latinoamericanos,
sobre todo de Bolívar.
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El imperialismo y las burguesías autóctonas son muy conscientes tanto
de la tendencia al alza de las prácticas emancipadoras, como del
enriquecimiento de las lecciones teóricas. Por esto, desde hace unos
años lanza una contraofensiva general que ya ha sido estudiada en otros
textos, y que tiene como uno de sus objetivos licuar y reducir a la nada
las lecciones teóricas elaboradas. Sin embargo, entre muchos otros
ejemplos que demuestran la necesidad de la teoría para comprender la
historia, y para transformarla, ahora mismo sólo voy a citar cuatro,
empezando por los más recientes: uno, el significado de la muerte de
Chávez y del nuevo papado de Francisco; dos, los procesos abiertos por
las FARC-EP; tres, el décimo aniversario de la invasión de Irak; y
cuatro, los ciento treinta años de la muerte de Karl Marx. ¿Qué relación
existe entre estos acontecimientos aparentemente tan distintos y qué
importancia tienen para las Américas y para el socialismo en el siglo
XXI?
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La teoría marxista explica que la única forma existente de que el
imperialismo salga de su crisis actual no es otra que una estrategia
cuádruple: aumentar la explotación de la humanidad trabajadora todo lo
que sea necesario; derrotar de algún modo a las potencias
subimperialistas para que se sometan a las exigencias del imperialismo
occidental; exprimir la naturaleza hasta sus últimos recursos aun a
costa de acelerar la catástrofe socioecológica; e introducir a la fuerza
una revolución tecnocientífica que refuerce al imperialismo occidental a
pesar de los terribles costos sociales que ello acarreará. La cuádruple
estrategia variará puntual y formalmente en cada región del mundo, en
cada bloque imperialista o subimperialista, pero en esencia es
básicamente la misma para todo el planeta.
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Pues bien, para las Américas los ejemplos que hemos escogido muestran
que la estrategia imperialista se mueve dentro de sus constantes
históricas asentadas desde comienzos del siglo XX e incluso varias de
sus expresiones más elementales desde el nacimiento histórico definitivo
del capitalismo en el siglo XVII. Por tanto, inciden a la vez en la
lucha de clases entre el capital y el trabajo y, a la fuerza, en la
adecuación del socialismo a las características del modo de producción
capitalista en el siglo XXI. La muerte de Chávez, sea inducida o no,
permite un relanzamiento del terrorismo en todas sus formas contra la
revolución bolivariana, sobre todo el terrorismo de provocación directa
tal y como ha advertido el gobierno venezolano sobre los intentos de
asesinato de Capriles: el imperialismo sabe cómo legitimar invasiones
atroces utilizando crímenes terroristas organizados por sus servicios
secretos.
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Aquí, la teoría es una vez más incuestionable porque resume y
sintetiza las lecciones históricas. Es en el contexto de tendencia al
alza de las luchas populares y obreras en las Américas, que el
imperialismo ha decidido cambiar de táctica vaticana dando la Tiara
Papal a un cardenal que no puede esconder su conservadurismo
colaboracionista bajo los gestos de caridad fútil y denuncia abstracta
de la pobreza. Con la muerte de Chávez y el nuevo papado
ultraconservador y demagógico, el imperialismo intenta ampliar e
intensificar la lucha teórica, ética y moral, política, cultural y
religiosa contra el socialismo en todas las Américas, incluida la del
norte, en donde la oficial Iglesia católica es una fuerza decisiva del
imperialismo en su contraofensiva mundial.
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Uno de los objetivos de la contraofensiva es el de debilitar al
máximo a las FARC-EP para que cedan en las actuales negociaciones.
Además de otros instrumentos de presión, la situación abierta en
Venezuela, que se estabilizará pronto con la victoria de Maduro, pero
sobre todo la incrementada beligerancia reaccionaria del nuevo papa
buscarán debilitar la incuestionable legitimidad de las FARC-EP. La
teoría marxista entiende el recurso al derecho humano a la rebelión
contra la tiranía en su forma de lucha armada, porque hay otras formas,
como un instrumento táctico utilizable en determinadas condiciones y
contextos, y siempre sujeto a la valoración política y ética de sus
resultados en cuanto impulsores de la emancipación o retardadores de
ésta, pero nunca rechaza el derecho a su empleo ni lo condena, aunque no
lo practique porque haya valorado que se puede avanzar más rápidamente
hacia el momento crítico de la revolución mediante otros métodos de
lucha.
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Las masas trabajadoras americanas observan atentas el desenlace de
las conversaciones en Cuba, porque saben que significan uno de los
puntos críticos para la emancipación del continente. Saben que las
FARC-EP se han recuperado de las derrotas tácticas sufridas en el
pasado, que han desarrollado nuevas tácticas y estrategias, más
movilidad y fuerza de choque de difícil localización y, sobre todo, que
la burguesía colombiana empieza a comprender que no puede vencer
militarmente pese a la ayuda yanqui y a los enormes e improductivos
gastos militares, que frenan el desarrollo económico. También saben que
el pueblo colombiano, su juventud obrera y popular, estudiantil, sus
movimientos populares y sociales, sus medios intelectuales críticos,
etc., se están autoorganizando y creciendo, perdiendo el miedo al
terrorismo y a la represión, y pasando incluso a la ofensiva en muchas
reivindicaciones. Para ese amplio y creciente movimiento obrero y
popular, la victoria política de las FARC-EP, basada en su clara
recuperación militar, en las conversaciones en Cuba supone un tremendo
espaldarazo a su proyecto emancipatorio.
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Las masas trabajadoras americanas, y en especial las colombianas,
también saben que se han producido cambios secundarios en el bloque de
clases dominante en el país, que son parte de otros cambios similares en
todas las Américas, como veremos. Por un lado, la vieja y arcaica
burguesía latifundista y terrateniente, aliada incondicional de los
EEUU, está perdiendo algo de poder y de fuerza frente al ascenso de una
nueva burguesía interesada en distanciarse un poco de los EEUU para
crecer autónomamente acercándose a Brasil y Argentina, e incluso un poco
a la «boliburguesía» venezolana, y sectores de la ecuatoriana y
boliviana. De este modo, y con el apoyo de China, integrar sus intereses
financieros y agroindustriales con la gran corriente económica en
ascenso del eje-Pacífico y africano.
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No es esta una fracción burguesa progresista, en absoluto, y jamás
estará dispuesta a un choque político duro con los terratenientes y
narcoparamilitares, sus hermanos de clase; además está cediendo
políticamente en decisiones importantes ante las presiones de esta
ensangrentada burguesía que recompone día a día su política a la espera
de dar el golpe, bien apoyando un giro ultraduro del presidente Santos,
simultáneo a su abandono de las conversaciones en Cuba, bien
desplazándolo del poder con maniobras clásicas de los servicios secretos
yanquis. Hay que decir muy claro que las contradicciones entre estas
fracciones hermanas no son irreconciliables, sino secundarias,
resolubles mediante negociaciones del reparto de la tarta, de los
suculentos narcodólares, del reparto de tierras y de otros favores
mutuos, todo ello para intensificar un ataque terrorista masivo contra
el pueblo colombiano si no sigue avanzando en sus luchas.
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Las FARC-EP tienen toda la razón cuando tantean a esta fracción
burguesa y, en especial, cuando se adelantan para poner el centro del
debate, por ahora, en la decisiva cuestión agracia. Las FARC-EP saben
que el capitalismo mundial en crisis necesita apropiarse de toda la
tierra latinoamericana y mundial, como veremos luego, y que la
independencia socialista de Colombia dentro de la Patria Grande
bolivariana sólo puede sostenerse sobre la propiedad socialista de la
tierra y de las fuerzas productivas. La propiedad de la tierra ya fue un
tema decisivo planteado por Marx y Engels en su tiempo, y la historia
les está dando la razón. Por esto, la política de las FARC-EP va
directamente al corazón del modelo de socialismo del siglo XXI en todas
las Américas, y del resto del planeta.
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Para el socialismo en el siglo XXI a escala planetaria, estos
procesos suponen una confirmación de la teoría en general y a la vez su
enriquecimiento porque atañen a realidades muy diversas aunque
aplastadas por el mismo enemigo, el imperialismo, como sucede con el
décimo aniversario de la invasión para destruir Irak y convertirla en un
espacio desestructurado sometido al saqueo implacable del capitalismo
occidental. La teoría marxista muestra que las lecciones históricas
necesitan de un tiempo para ser plenamente entendidas. Aunque ya antes
de la invasión sabíamos de sobra qué buscaba el imperialismo, solamente
cuando se ha desarrollado su brutalidad metódica podemos captar su
criminal alcance estratégico en todos los sentidos. La teoría ya nos lo
había advertido en lo sustantivo, pero una década después lo conocemos
en todos sus detalles, desde la masiva destrucción de las libertades de
las mujeres hasta el expolio cultural, pasando por el energético y
económico, así como por las torturas, asesinatos y otros crímenes de
lesa humanidad.
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Y es así porque la historia es la única jueza de la teoría, la
condena y niega, o la confirma y mejora, como sucede siempre con los
veredictos de la historia con respecto a la teoría marxista. Pues bien,
enriquecidos por estas lecciones histórico-teóricas, debemos saber que
el imperialismo no ha descartado en modo alguno aplicar la misma
«solución» a zonas de las Américas, y de facto lo ha hecho de manera
directa como en Honduras o de manera indirecta mediante presiones de
todo tipo, sea para instalar bases militares o ampliar las existentes,
para relanzar la neocolonización económica y cultural, etc. La teoría
como la historia nos enseñan que el imperialismo aprende de sus errores y
de nuestras victorias, así que lo más probable es que adapte a las
condiciones actuales de las Américas las tácticas empleadas hace diez
años contra Irak, y el ataque a Honduras así lo demuestra, por citar un
único pero decisivo caso.
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Marx no se hubiera sorprendido en absoluto por estos acontecimientos,
y Engels tampoco, y menos todavía por los conflictos militares. Me
refiero al Marx y al Engels que pulieron y mejoraron su esquema teórico
conforme transcurrían los años y según sus primeras ideas eran superadas
y criticadas por la acelerada expansión capitalista y por las luchas
sociales de todo tipo que se libraban en su interior. Los ciento treinta
años transcurridos desde la muerte de Marx nos enseñan seis cosas
básicas sobre lo que ahora tratamos: una, que su inicial eurocentrismo
ha sido muy dañino para la emancipación de los pueblos; dos, su inicial
economicismo ha sido igualmente dañino; tres, la síntesis de
eurocentrismo en versión de «rusocentrismo» y de economicismo
determinista creada por la URSS a partir de finales de la década de
1920, unida al dogma de la «burguesía nacional antiimperialista» ha sido
muy dañina para los pueblos; cuatro, la fuerza del dogma stalinista más
la efectividad de la represión imperialista y burguesa autóctona
retrasó mucho la recuperación del marxismo dialéctico en sí mismo y del
llamado «marxismo maduro», o «último»; cinco, pese a esto la
recuperación y recomposición de las luchas se hizo confirmando lo
esencial de este marxismo dialéctico y negando sus tergiversaciones
mecanicistas; y seis, la gravedad de la actual crisis refuerza la
necesidad de un marxismo abierto, crítico, dialéctico y, por tanto,
revolucionario.
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Tras repasar tan rápidamente estos cuatro ejemplos vemos que tienen
una esencial identidad válida para cualquier parte de las Américas:
solamente los pueblos explotados, las clases trabajadoras, las mujeres,
las masas empobrecidas, etc., pueden crear las dinámicas sociales
capaces de avanzar al socialismo y a la Patria Grande latinoamericana,
la única alternativa capaz a su vez de integrar a los llamados «sectores
intermedios», «clases medias» viejas y nuevas, el grueso de las
fracciones de la pequeña burguesía y en definitiva a todos los sectores
sociales machacados por el imperialismo y por las grandes burguesías
autóctonas, que nunca se enfrentarán a los EEUU ni al euroimperialismo, y
que tenderán a establecer alianzas o pactos de media duración por
subimperialismos emergentes para presionar al imperialismo occidental.
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Los pueblos de las Américas tienen en la actualidad cinco grandes
retos que superar: uno, la necesidad angustiosa del imperialismo
occidental por apropiarse de sus recursos globales. Tengamos en cuenta
la rapidez del agotamiento de los recursos naturales a escala mundial,
los efectos negativos de la crisis socioecológica, las exigencias
salvajes de las grandes corporaciones energéticas y de agrocombustibles,
agroindustriales y alimentarias, de la sanidad y biotecnología, de la
«bioeconomía» y de las industrias punteras en I+D+i que necesitan
materiales estratégicos, tierras raras, y un largo etc. Si a esto le
unimos las necesidades de bases militares, guerra electrónica e
informática, etc.; sin olvidarnos de las exigencias implacables del
capital financiero para poder depredar a sus anchas por todo el mundo,
así como su creciente necesidad de aumentar la explotación económica,
por ejemplo, la necesidad del debilitado subimperialismo español por
volver a enriquecerse gracias a la sobreexplotación de las Américas,
viendo todo esto, comprendemos los espeluznantes peligros que acechan a
sus pueblos.
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Dos, las decisiones de las burguesías colaboracionistas dispuestas a
ceder con tal de mantener sus propiedades privadas y derrotar
estratégicamente a sus pueblos, especialmente de las más débiles, las
que más necesitan de las fuerzas armadas y de las ayudas económicas
directas del imperialismo occidental. Estas burguesías, que irán
creciendo en número estatal conforme la economía tarde y tarde en
recuperarse un poco, conforme aumente la lucha obrera y popular y
conforme aumenten las presiones imperialistas, tenderán cada vez más a
la derecha. Debemos considerar la experiencia de Honduras, el golpe
contra Lugo en Paraguay, el empeoramiento de la situación social y el
aumento del narcocapitalismo en Centro América y otras áreas. Estas
débiles burguesías estatales tienen también «hermanas de clase» en
fracciones burguesas en retroceso en Estados latinoamericanos más
poderosos, como es la fracción burguesa narcoparamilitar liderada por el
criminal ex presidente Uribe, y otras fracciones idénticas en Perú,
México, Venezuela y en general en todo el continente. El imperialismo
occidental tiene en estas burguesías un fiel peón.
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Tres, las presiones menores, sólo económicas pero inquietantes a
largo plazo de subimperialismos como el japonés y el chino
fundamentalmente, y en menor medida el ruso, el indio, el surcoreano, y
otros, que buscan quedarse con todos los recursos posibles pero
manteniendo las formas, las apariencias, ayudando con préstamos e
inversiones menos onerosas y duras que las del imperialismo occidental.
No hay duda de que el grueso de la nueva burguesía latinoamericana
idéntica a la colombiana descrita, tiene claros intereses de acuerdos
con estos subimperialismo que van más allá de lo simplemente económico
para buscar incluso una cierta legitimación propagandística cara a sus
pueblos, intentando así aumentar su fuerza electoral y debilitar a las
fuerzas de izquierda institucional y reformista, y sobre todo a la
revolucionaria. De cualquier modo hay que dejar nítidamente claro que
estos subimperialismos se opondrán a los procesos revolucionarios una
vez que estos amenacen sus intereses en las Américas, y que no dudarán
en apoyar medidas represivas para salvaguardar sus beneficios.
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Cuatro, la política de las burguesías brasileña y argentina
fundamentalmente, y parcialmente uruguaya, pero con simpatías y apoyo en
otras fracciones burguesas, dispuestas a establecer alianzas para
contrarrestar el poder occidental, pero que en modo alguno aceptarán un
recorte serio de sus beneficios y jamás la pérdida de sus propiedades.
Como toda burguesía, también estas tienen sus fuerzas militares y
policiales, sus servicios secretos, y sus conexiones internas con el
imperialismo occidental, con las Flotas yanquis, con sus Fuerzas de
Intervención Rápida, y con sus instrumentos de terrorismo, ese que el
«demócrata» Obama ha fortalecido y ampliado.
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Y cinco, las presiones sistemáticas del imperialismo occidental para
impedir el despegue económico de esas burguesías latinoamericanas,
manteniéndolas como secundarias, productoras de materias primas y
energías baratas, de bienes de baja calidad, con poca o nula base
tecnocientífica propia. Occidente siempre ha empobrecido y arrancado de
raíz cualquier despegue productivo e industrial de Estados, regiones y
continentes enteros que pudieran llegar a serle un serio competidor en
el futuro. El caso de Japón y Alemania tras la II GM es excepcional,
porque fueron fortalecidas sólo como baluartes contra China Popular y la
URSS, respectivamente. El trato dado a Sudáfrica es muy esclarecedor al
respecto: con la ayuda de los insoportables errores de la izquierda
sudafricana, el imperialismo occidental sigue mandando en esta zona
geoestratégica.
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La política de «asesinato económico» de pueblos y Estados que podían
haber llegado a serle competidores –recordemos cómo y por qué fracasó la
estrategia de la «burguesía nacional» latinoamericana de «sustitución
de importaciones» entre 1940-70, que de asentarse hubiera dado un giro
al capitalismo mundial--, se basa también en la manipulación estratégica
de las grandes decisiones económicas mundiales dictadas por los poderes
imperialistas diseñados por los EEUU entre 1944-48, con los acuerdos de
Bretton Wood como referencia, así como reforzadas posteriormente, desde
la segunda mitad de 1980 con la liberalización financiera, así como con
el Consenso de Washington, por no extendernos en lo ya sabido.
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Estas y otras intervenciones diseñadas a medio y largo plazo,
desconocidas casi siempre para la grandísima mayoría de la población
estrujada hasta su último aliento, inciden dentro de las leyes
tendenciales de evolución del capitalismo, en especial en lo relacionado
con el sobredimensionamiento del capital financiero, del muy
correctamente denominado capital-ficticio por Marx, en detrimento del
capital industrial, el produce valor y plusvalía, y vital a la larga
para la supervivencia del capitalismo como modo de producción. De este
modo, las leyes tendenciales del capitalismo orientadas en tal o cual
sentido por la burguesía en la medida de lo posible, que condenaron a la
miseria al mal llamado «tercer mundo» son las que actúan en el subsuelo
de la historia mediante la lucha de clases, y las que irrumpen con
devastadora fuerza en la superficie en los período de crisis en los que
la lucha de clases plantea ya, a estas alturas, el dilema de comunismo o
caos.
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Cualquier reflexión sobre el socialismo en el siglo XXI que no parta
de lo aquí visto, y sobre todo, del hecho de que el capitalismo mundial
ya ha condenado a la miseria relativa y en algunas cuestiones también
absoluta a los pueblos del «tercer mundo», y cada vez más también a los
del «primero», está condenado al fracaso. Antes de seguir conviene
recordar algunas cifras: el 60% de las personas mayores latinoamericanas
no cobran pensión alguna; más del 30% de las familias malviven en
chabolas precarias; la cesión de la independencia económica mexicana a
los EEUU está suponiendo el empobrecimiento brusco de otros doce
millones de mexicanos, país en el que hay más de 20.000 agentes yanquis
reconocidos; el 45% de la infancia y adolescencia peruana malvive en la
pobreza y el 75% de entre 11-16 años no tiene seguro médico; entre 2006 y
2009 la pobreza en Chile aumentó del 13,7% al 15,1%, y sigue en
aumento; según la CEPAL en 2010 el 63% de los niños eran pobres, y en
2010 en Buenos Aires 2 millones de personas malvivían en las «villas
miseria»; en 2010 un quinto de la población latinoamericana acaparaba el
60% de los recursos mientras que el 20% más pobre sólo el 3,5%.
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La complejidad, diversidad y diferencias internas que caracterizan a
las Américas hacen imposible que ofrezcamos aquí un modelo de socialismo
para el siglo XXI. Además sería una pretensión engreída típica de la
prepotencia eurocéntrica; sería una intromisión ignorante con efectos
negativos al crear confusión artificial, y como toda ingerencia
exterior, sería contraproducente. Teniendo esto en cuenta, voy a
enumerar sólo cuatro aspectos generales que por ello mismo pueden ayudar
a una reflexión que siempre debe ser examinada por las prácticas
concretas.
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El primero consiste en recordar los límites políticos y teóricos
insalvables que separan de forma irreconciliable al socialismo del
capitalismo. Son estos: la teoría de la explotación asalariada, de la
producción de plusvalía y de beneficio que se apropia la burguesía en
detrimento del pueblo trabajador; la teoría del Estado como instrumento
decisivo en manos del capital contra el trabajo, instrumento clave que
está por encima y al margen del parlamentarismo y de la democracia
burguesa, y cuya efectividad última no es otra que la aplicación de la
violencia extrema, del terrorismo, para salvar la propiedad privada; y
la teoría del conocimiento, el método dialéctico materialista, que
sostiene que se puede conocer y transformar la realidad opresora,
destruyéndola.
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De un modo u otro, el reformismo ha negado estas tres cuestiones
elementales, optando por versiones burguesas más o menos sofisticadas o
burdas. El reformismo ha optado por alinearse con el capitalismo al
relativizar la explotación asalariada, al creer que el Estado es una
administración neutral y pacífica, «al servicio de la ciudadanía» y
controlable por esta mediante las elecciones periódicas y el «juego
parlamentario»; y ha optado por variantes neokantianas, que relativizan o
niegan la posibilidad de conocer y destruir el capitalismo. Las
diferencias irreconciliables ya surgieron en el último tercio del siglo
XIX elaboradas con detalle, y desde entonces han marcado nítidamente la
frontera insuperable entre práctica socialista y capitalista, sea
reformista o contrarrevolucionaria.
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Por tanto, cualquier reivindicación, movilización, programa, lucha o
estrategia política que no avance hacia el fin de la explotación
asalariada, del Estado burgués y de la dominación ideológica y cultural
burguesa, debe definirse como reformista si sólo pretende cambiar algo
insustancial para mantener lo decisivo del capitalismo, y como
reaccionaria y contrarrevolucionaria si abiertamente opta por el
fortalecimiento de la burguesía y la derrota del proletariado. Desde
luego que la aplicación práctica de esta línea absoluta de demarcación
debe realizarse en cada situación concreta, siendo imposible y
totalmente negativo querer imponerla desde fuera de los pueblos, desde
las alturas burocráticas de partidos separados de las clases explotadas.
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El segundo es que estas tres diferencias se desarrollan más
concretamente en otras que han ido creciendo con el transcurso del
tiempo, en base a las lecciones aprendidas en las luchas. Hablamos de,
por ejemplo, el rechazo frontal al patriarcado y la sistemática lucha
para la emancipación de las mujeres, ya que siguen siendo «instrumentos
de producción» de propiedad masculina incluso después de haber sido
parcialmente derrotado el capitalismo. Nunca se desarrollará el
socialismo en un sistema patriarcal. Otro tanto hay que decir de la
opresión nacional, y del mantenimiento de una forma de vida centrada en
el consumismo y en la destrucción de la naturaleza.
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Cualquier práctica de lucha en cualquier reivindicación o problema
social que no sea coherente en estas tres decisivas confrontaciones con
el imperialismo, está reforzando indirectamente el sistema explotador
porque está fortaleciendo la propiedad privada masculina sobre las
mujeres, la propiedad imperialista sobre las naciones oprimidas y la
propiedad burguesa sobre la naturaleza. Estas tres formas de propiedad
se unen a otras formas de propiedad burguesa ya vistas, como la de las
fuerzas productivas, del Estado y de los sistemas culturales, de modo
que, como resultado se extiende la propiedad capitalista.
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El tercero que es la lucha contra las múltiples formas de propiedad
burguesa --económica, estatal, ideológica, patriarcal, nacional y
natural, además de otras menores--, sólo puede realizarse con
efectividad concienciadora si las clases explotadas van aprendiendo
mediante su propia práctica autoorganizada y mediante sus relaciones con
las organizaciones revolucionarias. Hablamos de la pedagogía de la
praxis colectiva y de la pedagogía del ejemplo de las organizaciones
revolucionarias. Hablamos de la estrategia de generalización en la
medida de lo posible dentro del capitalismo de la autogestión social,
hasta que choque frontalmente con el Estado burgués, cosa que se produce
bien pronto si la autogestión social tiende a generalizarse desbordando
los muy estrechos y coercitivos márgenes de la democracia-burguesa.
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Hablamos de autogestión social en términos amplios y extensos porque
cada zona, cada barriada, villa, pueblo, ciudad, fábrica y taller,
hospital y centro sanitario, escuela y universidad, servicios públicos y
sociales, asociaciones vecinales y barriales, cooperativas de todo
tipo, de viviendas, de producción y consumo, de educación, de
transporte, etcétera, semejante red de redes que el pueblo trabajador va
entretejiendo en medio de su lucha de clases contra la burguesía debe
buscar la construcción de «islotes de socialismo» dentro del océanos
capitalista, islotes conectados entre sí a modo de archipiélagos que van
cubriendo de rojo la realidad social. En el interior de esta dinámica
debe avanzarse deliberadamente en la recuperación de todo lo colectivo y
público, de todo lo comunal, que ha sido expropiado por la burguesía y
convertido en propiedad privada suya. Autogestión social y bienes
comunes significan lo mismo.
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La práctica de la autogestión social dentro de lo posible en el
capitalismo dominante, que es muy poco, ha de ser muy consciente de la
interrelación de todas las formas de lucha por los derechos y las
necesidades, alternándolas, posponiendo unas según las circunstancias, y
desarrollando otras en momentos precisos; pero siempre ha de estar
preparada para los momentos críticos, en los que chocan los derechos de
la burguesía con los derechos del proletariado, los derechos del
explotador a ejercer su opresión, y los derechos del explotado a
defenderse y emanciparse. La teoría marxista enseña que cuando chocan
dos derechos iguales pero antagónicos, entonces decide la fuerza, sea la
contrarrevolucionaria o se la revolucionaria.
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La diferencia cualitativa entre el ascenso de la autogestión social y
la autogestión socialista no es otra que el paso revolucionario, el
salto cualitativo del poder burgués al poder popular organizado en
Estado obrero. La autogestión socialista sólo puede expandirse cuando el
poder popular construye su propio Estado tras conquistar el poder
político. Hay que construir un nuevo Estado, destruyendo los componentes
políticos, económicos, represivos, culturales, etc., del viejo Estado, y
transformando cualitativamente sólo aquellos que son vitales para la
administración social, es decir, infraestructuras, carreteras, sanidad,
energía, comunicaciones, a la vez que se depura implacablemente al
funcionariado estatal y se disuelven las fuerzas militares y represivas,
aplicándoles la justicia popular garantizada por el pueblo en armas. A
la vez, se construye un Estado cualitativamente diferente que debe estar
vigilado desde fuera por el poder popular autogestionado para impedir
todo atisbo de burocratización corrupta y degenerativa. El poder popular
extraestatal es el encargado de dirigir el proceso de autoextinción del
Estado conforme se llega al socialismo.
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El Estado obrero unido al poder popular, planificará el desarrollo
económico hacia el socialismo, el plan económico estratégico al que se
supeditarán los planes locales tácticos, con autonomía dependiente de
los intereses generales del pueblo socialista. Tendrá que organizar la
defensa del pueblo en armas, así como las relaciones internacionales en
el proceso hacia el socialismo. Desconocemos las condiciones que
reinarán en el siglo XXI, pero en base a la experiencia anterior, será
decisiva la permanente intervención rectora del pueblo mediante la
democracia socialista, intervención facilitada por la gran reducción del
tiempo de trabajo necesario y el enorme aumento del tiempo libre,
creativo y crítico, el único que garantiza el desarrollo de la
potencialidad emancipatoria. La autogestión socialista y el Estado
obrero no son contradictorios sino complementarios durante el período de
vida del segundo hacia su autoextinción, durante el cual se extinguirá
también la ley del valor-trabajo, el valor de cambio, y el dinero, y la
desaparición histórica del valor para quedar sólo la producción
socialmente planificada de los valores de uso.
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Y el cuarto y último es el contenido mundial e internacionalista
proletario de cualquier lucha por pequeña que sea, aunque se realice en
una aldea rural, un pueblito apenas conocido y sea realizada por una
remota asociación de amas de casa, de mujeres, que exigen mejoras
básicas, elementales, y en apariencia no revolucionarias sino
reformistas. El socialismo es mundial o no es. No hay posibilidad alguna
de «construir el socialismo en un solo país, aunque cada pueblo debe
avanzar lo más posible al socialismo. La más pequeña lucha
revolucionaria que empiece superando el reformismo y rozando siquiera
los límites de la tolerancia estatal, esta lucha tiene en sí misma un
contenido mundial latente, al margen de lo que opinen sus practicantes.
Es así porque, como hemos dicho, el modo de producción capitalista
domina a escala planetaria y tarde o temprano una lucha en un rincón
lejano que afecta a la estructura capitalista empieza a engarzar con
otras luchas ayudando a desencadenar el efecto «bola de nieve». Para que
esta bola adquiera velocidad es decisiva la capacidad comunicativa de
las izquierdas revolucionarias.
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Las Américas están en especiales condiciones para avanzar al
socialismo superando la mortal trampa del «socialismo en un solo país»
porque la extensión de las luchas en el continente, la fuerza del
sentimiento antiimperialista y el arraigo creciente del ideal de la
Patria Grande, facilitan que las fuerzas progresistas impulsen dinámicas
de cooperación regional e interestatal, aun dentro del marco actual,
que pueden aumentar la conciencia continental antiimperialista, primer
paso para pensar y realizar un socialismo continental, como única salida
factible a la opresión imperialista y a los riesgos de las «ayudas» de
los subimperialismos. Los esfuerzos de Chávez han sido magistrales en
este sentido, pero falta mucho que hacer, y el Movimiento Continental
Bolivariano debe aportar un generoso esfuerzo creativo imprescindible
para saltar de la conciencia continental antiimperialista a la
conciencia socialista continental, y de esta a la conciencia comunista
mundial.
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