Afganistán
Los muertos que vos matasteis gozan de buena salud
Afganistán se yergue hoy como símbolo de uno de los mayores fracasos de la denominada “guerra contra el terrorismo”. Esto porque precisamente este objetivo lo que generó fue el nacimiento y desarrollo de nuevos grupos de raíz takfirí, decididos a implementar su política del terror a la par de la destrucción que trajo aparejada la invasión de las potencias occidentales.La “Guerra Contra el terrorismo” es una conceptualización, con la cual la ex Administración de Estados Unidos, presidido por George W. Bush el año 2001, denominó la invasión de la nación centro asiática, tras los atentados del 11 de septiembre del año 2001 en suelo norteamericano y que sirvió, igualmente, como pretexto para agredir a otras naciones como fue el caso de Irak a quien se le acusó falsamente de poseer armas de destrucción masiva.
En concreto, con respecto a Afganistán ¿cuál fue la excusa esgrimida para atacar con todo el poderío militar de la mayor potencia del mundo a un país considerado dentro de los más pobres y subdesarrollados del mundo? Desde Washington se repitió, hasta el hartazgo, que el objetivo era buscar en el montañoso territorio afgano al responsable de los ataques terroristas en Nueva York y Washington. Aunque se haya comprobado posteriormente que 15 de los diecinueve inculpados eran súbditos de la monarquía wahabita de la Casa al Saud. El nombre del acusado de los atentados del 11 de septiembre del año 20101 era Osama Bin Laden, de quien se sostenía contaba con la protección del gobierno talibán, que a la época regía los destinos de Afganistán. Osama Bin Laden, líder de una organización llamad Al-Qaeda – La Red – cuyo origen se encuentra en la lucha que diversos grupos y movimientos afganos, entre ellos milicianos de ideología takfirí, sostuvieron contra las fuerzas de la ex Unión Soviética, que invadieron Afganistán entre los años 1979 a 1989.
Bandas takfiríes como instrumentos de Occidente
Esos grupos, en el marco de lo que se denominó historiográficamente como “Guerra Fría”, fueron creados, entrenados, armados y financiados generosamente por los servicios de inteligencia de Washington y sus aliados - Paquistán, Arabia Saudita, la entidad sionista entre otros - para luego convertirse en la base de organizaciones terroristas, entre ellos Al Qaeda, que terminarían luchando contra los intereses de su padre putativo pero al mismo tiempo sirviendo a los intereses generales de las potencias occidentales, decididas a encontrar un nuevo enemigo tras la caída de los socialismos reales. Ese enemigo tendría nombre y apellido: el mundo musulmán, donde los grupos takfirí han servido con su accionar y alejamiento de la esencia del Islam como títeres e instrumentos de la política hegemónica de Washington y sus aliados.
Esta visión geopolítica de “guerra contra el terrorismo” se hunde en el contubernio entre Washington y la entidad sionista. Socios que a principios de los años 80 del siglo XX y con ayuda de sus medios de comunicación realzaron, profusamente, el concepto de terrorismo internacional, como una manera de desacreditar a aquellas corrientes político-militares en lucha, ya sea contra las dictaduras militares, como también a los Movimientos de Liberación Nacional. Para la denominada Red Voltaire, “Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, tanto Israel como Estados Unidos deslizan la represión del terrorismo del ámbito policial al campo militar. Para la clase dirigente anglosajona la «guerra contra el terrorismo» tenía que ser un instrumento que le permitiera consolidar su control sobre las vías comerciales - libre circulación marítima y aérea – principalmente –. Pero, la administración Bush y el movimiento sionista la utilizaron para vestir anacrónicas aventuras coloniales - en Palestina, Afganistán e Irak –. Los occidentales utilizan también ese concepto para justificar la instauración de una sociedad orwelliana obsesionada con la cuestión de la seguridad. Otros, como es el caso de la Organización de Cooperación de Shangai, la utiliza para luchar contra la injerencia y estabilizar por la fuerza las poblaciones nómadas del Asia Central".
Menciono el concepto de fracaso respecto a la política de agresión implementada por Estados Unidos en Afganistán pues, a 15 años de invasión de la nación centroasiática, la muerte de Osama Bin Laden, un gasto estimado en 650 mil millones de dólares, la destrucción de gran parte de la infraestructura básica del país, la muerte de medio millón de afganos, junto a 2.381 estadounidenses y 20 mil heridos de esa nacionalidad, que se unen a los 500 muertos británicos y 3 mil heridos, los Talibán – considerado blanco esencial para las fuerzas estadounidenses - no sólo no han desaparecido, sino que han fortalecido sus posiciones y reiniciado sus actividades en gran parte del país, operando en 26 de las 34 provincias. No existe la tan cacareada democracia que se supone vendría de la mano de las tropas invasoras, convertido en coto de caza para los intereses hidrocarburíferos y manantial inagotable para cubrir la demanda del 85% de la heroína que consume el mundo occidental.
Igualmente, Al Qaeda y sus células son cada día más activas, generando un crónica inestabilidad, a lo que se une la constatación que EIIL – Daesh en árabe - que irrumpió en Afganistán a partir de mediados del año 2014, y ha consolidado sus posiciones en el país asiático generando un fuerza decidida a enfrentarse, no sólo a las fuerzas militares del gobierno afgano, sino también a las estadounidense, que aún permanecen en Afganistán. Tropas que para el ex funcionario del Departamento de Estado de EE.UU. Lawrence Wilkerson “no abandonarán Afganistán en los próximos 50 años”.
Las palabras de Wilkerson no sólo tienen un carácter militar, sino que hunden su razonamiento en aspectos ligados a una vigente ambición geopolítica enmarcada en la concepción del Heartland con que suelen moverse las estrategias globales de dominio de las potencias occidentales. Visión y práctica en la cual Afganistán – parte de la denominada tierra alta iraní - es considerada integrante de ese Heartland o área pivote. Por ende, sujeta a la necesidad de controlarla en función de la idea, que quien controle la zona de Asia Central-Rusia Central y la Siberia tendrán una basa privilegiada, no sólo para controlar el resto de Asia, sino también Europa, obteniendo una situación de privilegio en el enfoque y la praxis del dominio mundial.
En los círculos de estudio geopolíticos suele considerarse que esta Teoría del Heartland – o Teoría del Corazón Continental o de la Región Cardial - desarrollada por el político y geógrafo inglés Halford John Mackinder, es demasiado generalista, una teoría simplista y poco concluyente, ante la necesidad de poseer una mirada más sistémica sobre lo que acontece en el área de estudio específico, como también en Oriente Medio y el Magreb – que vienen a ser dentro de esta Teoría, las regiones del Creciente Interior -. A pesar de esta crítica, resulta interesante tenerla en cuenta como modelo de estudio de la política exterior y modelo económico - sobre todo frente a una realidad mundial donde visualizamos el ascenso y resurgimiento de potencias como es el caso de China, la República islámica de Irán y Rusia.
Estados Unidos ha gastado en esta supuesta “guerra contra el terrorismo”, en los últimos tres lustros, 650 mil millones de dólares en sus intentos de consolidar en tierras afganas gobiernos afines a su ambición de dominio del “área pivote”, que consolide su plan general de controlar las rutas de gasoductos y oleoductos. A Estados Unidos poco le importa que la clase política a la cual apoya en Afganistán carezca de poder social y político real, destruyendo aún más a un país fragmentado y prácticamente balcanizado. El objetivo es no entregar la zona a sus rivales de la Organización de Cooperación de Shanghái y frenar la influencia de Teherán, en la zona, sobre todo partir de los acuerdos nucleares de julio del año 2015.
Viejas guerras, nuevos actores
Lo mencionado se da en el marco de objetivos geoestratégicos en la zona de Asia Central, que se inserta en el intento estadounidense de luchar contra el proyecto de desarrollo exterior de la República Popular China, que ha enfocado su mirada hacia occidente, buscando salidas al cerco que Washington y sus aliados japoneses, surcoreanos y australianos le quieren imponer a China en su salida al Océano Pacífico. China se ha visto impulsada a buscar oxigeno, mercados y alianzas hacia el oeste, donde Afganistán y Paquistán cumplen un papel central en esta tarea.
El Estado actual afgano, sujeto a las presiones de los grupos insurgentes y el chantaje permanente de Washington y sus aliados, es un Estado débil, supeditado a los hilos que se muevan desde el eje Estados Unidos-Inglaterra, en el marco de la influencia regional que dicha alianza desea seguir manteniendo en el centro de Asia. Recordemos, como prueba de esta absoluta dependencia, la conducta del actual gobierno, presidido por Ashraf Qani, que al día siguiente de su toma de posesión rubricó con su firma el denominado Acuerdo de Seguridad Bilateral - BSA, por sus siglas en inglés - entre Afganistán y Estados Unidos, que ha permitido a Washington mantener parte de sus tropas en territorio afgano después de fines del año 2014.
El fracaso estadounidense en Afganistán se deja sentir día a día, ya sea con ataques dentro de lo que se considera la zona más segura en su capital, Kabul – la llamada Zona Verde -, como el avance de las fuerzas del talibán en gran parte de las provincias afganas, como también la irrupción de bandas terroristas como Daesh, que a partir del año 2014 se ha hecho presente en Afganistán y su idea de crear un califato, generando la alarma de países como Paquistán y la República Islámica de Irán. Al Qaeda, la Red Haqqani y Daesh son tentáculos de la misma criatura takfirí, que suelen nacer, desarrollarse y adquirir relevancia gracias a sus padres putativos.
Para el canciller iraní Mohamad Yavad Zarif, “la entrada en territorio afgano de nuevos factores de inseguridad, como es el caso de Daesh, la brecha entre los talibán y el uso que podría hacer Daesh de esas divisiones preocupan enormemente. El terrorismo, el extremismo y las drogas representan las principales amenazas, no sólo para Afganistán, sino para toda la región y el mundo entero. Resulta por ello muy lamentable que ciertos países sigan pensando en el extremismo y en el terrorismo como un capital, que les ayuden a conseguir sus objetivos a corto plazo… ignoran esa realidad probada, repetidas veces, que los extremistas morderán por fin las manos que los alimentaron. Apoyaremos a Afganistán en estos tiempos difíciles, pues un Afganistán seguro, con una economía activa y creciente, garantizará los intereses de todos los Estados de la región”.
Irán tiene interés en que la situación en Afganistán mejore pues, no sólo es vecino fronterizo de la nación afgana, sino también tiene en su suelo a un millón de refugiado de esa nacionalidad, en un trabajo que ha sido destacado por la propia ONU, que a través del Alto Comisionado Para los refugiados – ACNUR – declaró, a fines del año 2015 que “la actitud de la República Islámica de Irán constituye por su atención, dedicación y generosidad, un modelo que es un ejemplo para el mundo, que debe ser imitada. Acceso a un seguro médico universal como el que tienen los iraníes, educación gratuita para casi 350.000 niños y adolescentes afganos en las escuelas públicas, acceso a la universidad y a cursos de formación técnica y el permiso para que los refugiados elijan libremente su lugar de residencia”. Esto a pesar, como lo reconoce el organismo internacional, de los problemas que ha enfrentado Irán a partir del bloqueo de occidente, y las guerras en la zona de Asia Central y Oriente medio.
Sostuve tiempo atrás, al referirme a un nuevo aniversario de la invasión a Afganistán que “cuando a pocos meses del 11 de septiembre del año 2001 Estados Unidos dio inicio a la Operación Libertad Duradera, las oficinas de propaganda de la superpotencia se encargaron de transmitir al mundo que la incursión bélica en la nación afgana sería “coser y cantar”. Sin embargo, poco a poco, los halcones de Washington se dieron cuenta que lo que iban a coser y en forma creciente eran los sacos con los cuerpos de jóvenes soldados - principalmente de origen hispano y negros - que retornaban a Estados Unidos, empantanados en una guerra que trajo al recuerdo la pesadilla de Vietnam”.
Esa realidad seguirá siendo parte de la política exterior estadounidense pues al complejo escenario afgano se han ido agregando nuevos actores, más intereses y una maraña de objetivos que cruzan lo político, lo económico y lo militar. Con el objetivo declarado de Estados Unidos de sacar a los talibanes del poder, en aquel lejano octubre del año 2001 y con una guerra civil devastadora, los que pueden volver a ocupar ese poder son precisamente los miembros del movimiento rigorista Talibán, dominadores de las principales zonas de cultivo de la adormidera, principal ingrediente para la producción de la Heroína. El balance de la ocupación occidental de Afganistán muestra profundas fisuras con lo que se pretendía originalmente: ¿vencer a los talibán? ¡Ni pensarlo! Hoy, más que nuca los talibán están firmes en sus territorios. ¿Destruir las plantaciones de Opio? ¡Menos aún!
El terrorismo se consolida en Afganistán, las luchas por hegemonizar el poder es pan de cada día entre el Talibán y Daesh, que busca en tierras afganas consolidar una fuente de ingresos importantes a través del control y distribución de la heroína y que podría generarle cerca de mil millones de dólares anuales, según cifras dadas a conocer por el Jefe del servicio Federal Ruso de Control de Drogas – FSKN por sus siglas en ruso – Víctor Ivanov. Este funcionario ruso, subraya, además que “en Turquía se encuentran laboratorios que procesan opio proveniente de Afganistán para fabricar heroína y suministrarla a Europa y Rusia”. Afganistán tiene prácticamente el monopolio de las exportaciones mundiales de opio y sus ingresos financian hasta el 15 por ciento de las actividades de la insurgencia talibán que mediante la inseguridad han logrado alzar crecientemente el precio del opio, llevando a los agricultores afganos – cerca de tres millones de ellos se dedican al cultivo de la adormidera - a incrementar el cultivo ilícito de la amapola en un 7 por ciento en el 2015, según revelan los reportes de las Naciones Unidas publicados periódicamente.
En otro plano, la alianza Talibán con la Red Haqqani se ha consolidado con fuerza y no sólo en los clásicos bastiones del sur del país, sino en la amplia geografía afgana, donde antes tenía escasa o casi nula presencia. Cercanos a los talibanes, pero dotado de cierta autonomía, la Red Haqqani controla amplias áreas del sureste del país donde su estrategia de control se basa tanto en el vasallaje tribal como en la férrea disciplina en el campo ideológico, sobre todo en las provincias de Paktia y Khost. A cinco años de la muerte de Bin Laden, a quince años de la invasión a Afganistán, Al Qaeda, la Red Haqqani, Daesh, atentados, muerte y destrucción son parte del agreste paisaje afgano.
Y es en este escenario donde 31 millones de afganos - a lo que se deben unir 2 millones de refugiados que se han visto sometidos a una intervención que dura ya 15 años y la presencia de grupos y bandas takfirí - viene al caso traer a colación aquella expresión que se encuentra en una antigua traducción de la comedia francesa “Le Menteur (El mentiroso)” que Pierre Corneille escribió a mediado del siglo XVII: “los muertos que vos matasteis gozan de buena salud”, visualizada para Afganistán, en el tercer lustro del siglo XXI, en toda su trágica dimensión.
Artículo del Autor Cedido por Hispantv.
Bandas takfiríes como instrumentos de Occidente
Esos grupos, en el marco de lo que se denominó historiográficamente como “Guerra Fría”, fueron creados, entrenados, armados y financiados generosamente por los servicios de inteligencia de Washington y sus aliados - Paquistán, Arabia Saudita, la entidad sionista entre otros - para luego convertirse en la base de organizaciones terroristas, entre ellos Al Qaeda, que terminarían luchando contra los intereses de su padre putativo pero al mismo tiempo sirviendo a los intereses generales de las potencias occidentales, decididas a encontrar un nuevo enemigo tras la caída de los socialismos reales. Ese enemigo tendría nombre y apellido: el mundo musulmán, donde los grupos takfirí han servido con su accionar y alejamiento de la esencia del Islam como títeres e instrumentos de la política hegemónica de Washington y sus aliados.
Esta visión geopolítica de “guerra contra el terrorismo” se hunde en el contubernio entre Washington y la entidad sionista. Socios que a principios de los años 80 del siglo XX y con ayuda de sus medios de comunicación realzaron, profusamente, el concepto de terrorismo internacional, como una manera de desacreditar a aquellas corrientes político-militares en lucha, ya sea contra las dictaduras militares, como también a los Movimientos de Liberación Nacional. Para la denominada Red Voltaire, “Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, tanto Israel como Estados Unidos deslizan la represión del terrorismo del ámbito policial al campo militar. Para la clase dirigente anglosajona la «guerra contra el terrorismo» tenía que ser un instrumento que le permitiera consolidar su control sobre las vías comerciales - libre circulación marítima y aérea – principalmente –. Pero, la administración Bush y el movimiento sionista la utilizaron para vestir anacrónicas aventuras coloniales - en Palestina, Afganistán e Irak –. Los occidentales utilizan también ese concepto para justificar la instauración de una sociedad orwelliana obsesionada con la cuestión de la seguridad. Otros, como es el caso de la Organización de Cooperación de Shangai, la utiliza para luchar contra la injerencia y estabilizar por la fuerza las poblaciones nómadas del Asia Central".
Menciono el concepto de fracaso respecto a la política de agresión implementada por Estados Unidos en Afganistán pues, a 15 años de invasión de la nación centroasiática, la muerte de Osama Bin Laden, un gasto estimado en 650 mil millones de dólares, la destrucción de gran parte de la infraestructura básica del país, la muerte de medio millón de afganos, junto a 2.381 estadounidenses y 20 mil heridos de esa nacionalidad, que se unen a los 500 muertos británicos y 3 mil heridos, los Talibán – considerado blanco esencial para las fuerzas estadounidenses - no sólo no han desaparecido, sino que han fortalecido sus posiciones y reiniciado sus actividades en gran parte del país, operando en 26 de las 34 provincias. No existe la tan cacareada democracia que se supone vendría de la mano de las tropas invasoras, convertido en coto de caza para los intereses hidrocarburíferos y manantial inagotable para cubrir la demanda del 85% de la heroína que consume el mundo occidental.
Igualmente, Al Qaeda y sus células son cada día más activas, generando un crónica inestabilidad, a lo que se une la constatación que EIIL – Daesh en árabe - que irrumpió en Afganistán a partir de mediados del año 2014, y ha consolidado sus posiciones en el país asiático generando un fuerza decidida a enfrentarse, no sólo a las fuerzas militares del gobierno afgano, sino también a las estadounidense, que aún permanecen en Afganistán. Tropas que para el ex funcionario del Departamento de Estado de EE.UU. Lawrence Wilkerson “no abandonarán Afganistán en los próximos 50 años”.
Las palabras de Wilkerson no sólo tienen un carácter militar, sino que hunden su razonamiento en aspectos ligados a una vigente ambición geopolítica enmarcada en la concepción del Heartland con que suelen moverse las estrategias globales de dominio de las potencias occidentales. Visión y práctica en la cual Afganistán – parte de la denominada tierra alta iraní - es considerada integrante de ese Heartland o área pivote. Por ende, sujeta a la necesidad de controlarla en función de la idea, que quien controle la zona de Asia Central-Rusia Central y la Siberia tendrán una basa privilegiada, no sólo para controlar el resto de Asia, sino también Europa, obteniendo una situación de privilegio en el enfoque y la praxis del dominio mundial.
En los círculos de estudio geopolíticos suele considerarse que esta Teoría del Heartland – o Teoría del Corazón Continental o de la Región Cardial - desarrollada por el político y geógrafo inglés Halford John Mackinder, es demasiado generalista, una teoría simplista y poco concluyente, ante la necesidad de poseer una mirada más sistémica sobre lo que acontece en el área de estudio específico, como también en Oriente Medio y el Magreb – que vienen a ser dentro de esta Teoría, las regiones del Creciente Interior -. A pesar de esta crítica, resulta interesante tenerla en cuenta como modelo de estudio de la política exterior y modelo económico - sobre todo frente a una realidad mundial donde visualizamos el ascenso y resurgimiento de potencias como es el caso de China, la República islámica de Irán y Rusia.
Estados Unidos ha gastado en esta supuesta “guerra contra el terrorismo”, en los últimos tres lustros, 650 mil millones de dólares en sus intentos de consolidar en tierras afganas gobiernos afines a su ambición de dominio del “área pivote”, que consolide su plan general de controlar las rutas de gasoductos y oleoductos. A Estados Unidos poco le importa que la clase política a la cual apoya en Afganistán carezca de poder social y político real, destruyendo aún más a un país fragmentado y prácticamente balcanizado. El objetivo es no entregar la zona a sus rivales de la Organización de Cooperación de Shanghái y frenar la influencia de Teherán, en la zona, sobre todo partir de los acuerdos nucleares de julio del año 2015.
Viejas guerras, nuevos actores
Lo mencionado se da en el marco de objetivos geoestratégicos en la zona de Asia Central, que se inserta en el intento estadounidense de luchar contra el proyecto de desarrollo exterior de la República Popular China, que ha enfocado su mirada hacia occidente, buscando salidas al cerco que Washington y sus aliados japoneses, surcoreanos y australianos le quieren imponer a China en su salida al Océano Pacífico. China se ha visto impulsada a buscar oxigeno, mercados y alianzas hacia el oeste, donde Afganistán y Paquistán cumplen un papel central en esta tarea.
El Estado actual afgano, sujeto a las presiones de los grupos insurgentes y el chantaje permanente de Washington y sus aliados, es un Estado débil, supeditado a los hilos que se muevan desde el eje Estados Unidos-Inglaterra, en el marco de la influencia regional que dicha alianza desea seguir manteniendo en el centro de Asia. Recordemos, como prueba de esta absoluta dependencia, la conducta del actual gobierno, presidido por Ashraf Qani, que al día siguiente de su toma de posesión rubricó con su firma el denominado Acuerdo de Seguridad Bilateral - BSA, por sus siglas en inglés - entre Afganistán y Estados Unidos, que ha permitido a Washington mantener parte de sus tropas en territorio afgano después de fines del año 2014.
El fracaso estadounidense en Afganistán se deja sentir día a día, ya sea con ataques dentro de lo que se considera la zona más segura en su capital, Kabul – la llamada Zona Verde -, como el avance de las fuerzas del talibán en gran parte de las provincias afganas, como también la irrupción de bandas terroristas como Daesh, que a partir del año 2014 se ha hecho presente en Afganistán y su idea de crear un califato, generando la alarma de países como Paquistán y la República Islámica de Irán. Al Qaeda, la Red Haqqani y Daesh son tentáculos de la misma criatura takfirí, que suelen nacer, desarrollarse y adquirir relevancia gracias a sus padres putativos.
Para el canciller iraní Mohamad Yavad Zarif, “la entrada en territorio afgano de nuevos factores de inseguridad, como es el caso de Daesh, la brecha entre los talibán y el uso que podría hacer Daesh de esas divisiones preocupan enormemente. El terrorismo, el extremismo y las drogas representan las principales amenazas, no sólo para Afganistán, sino para toda la región y el mundo entero. Resulta por ello muy lamentable que ciertos países sigan pensando en el extremismo y en el terrorismo como un capital, que les ayuden a conseguir sus objetivos a corto plazo… ignoran esa realidad probada, repetidas veces, que los extremistas morderán por fin las manos que los alimentaron. Apoyaremos a Afganistán en estos tiempos difíciles, pues un Afganistán seguro, con una economía activa y creciente, garantizará los intereses de todos los Estados de la región”.
Irán tiene interés en que la situación en Afganistán mejore pues, no sólo es vecino fronterizo de la nación afgana, sino también tiene en su suelo a un millón de refugiado de esa nacionalidad, en un trabajo que ha sido destacado por la propia ONU, que a través del Alto Comisionado Para los refugiados – ACNUR – declaró, a fines del año 2015 que “la actitud de la República Islámica de Irán constituye por su atención, dedicación y generosidad, un modelo que es un ejemplo para el mundo, que debe ser imitada. Acceso a un seguro médico universal como el que tienen los iraníes, educación gratuita para casi 350.000 niños y adolescentes afganos en las escuelas públicas, acceso a la universidad y a cursos de formación técnica y el permiso para que los refugiados elijan libremente su lugar de residencia”. Esto a pesar, como lo reconoce el organismo internacional, de los problemas que ha enfrentado Irán a partir del bloqueo de occidente, y las guerras en la zona de Asia Central y Oriente medio.
Sostuve tiempo atrás, al referirme a un nuevo aniversario de la invasión a Afganistán que “cuando a pocos meses del 11 de septiembre del año 2001 Estados Unidos dio inicio a la Operación Libertad Duradera, las oficinas de propaganda de la superpotencia se encargaron de transmitir al mundo que la incursión bélica en la nación afgana sería “coser y cantar”. Sin embargo, poco a poco, los halcones de Washington se dieron cuenta que lo que iban a coser y en forma creciente eran los sacos con los cuerpos de jóvenes soldados - principalmente de origen hispano y negros - que retornaban a Estados Unidos, empantanados en una guerra que trajo al recuerdo la pesadilla de Vietnam”.
Esa realidad seguirá siendo parte de la política exterior estadounidense pues al complejo escenario afgano se han ido agregando nuevos actores, más intereses y una maraña de objetivos que cruzan lo político, lo económico y lo militar. Con el objetivo declarado de Estados Unidos de sacar a los talibanes del poder, en aquel lejano octubre del año 2001 y con una guerra civil devastadora, los que pueden volver a ocupar ese poder son precisamente los miembros del movimiento rigorista Talibán, dominadores de las principales zonas de cultivo de la adormidera, principal ingrediente para la producción de la Heroína. El balance de la ocupación occidental de Afganistán muestra profundas fisuras con lo que se pretendía originalmente: ¿vencer a los talibán? ¡Ni pensarlo! Hoy, más que nuca los talibán están firmes en sus territorios. ¿Destruir las plantaciones de Opio? ¡Menos aún!
El terrorismo se consolida en Afganistán, las luchas por hegemonizar el poder es pan de cada día entre el Talibán y Daesh, que busca en tierras afganas consolidar una fuente de ingresos importantes a través del control y distribución de la heroína y que podría generarle cerca de mil millones de dólares anuales, según cifras dadas a conocer por el Jefe del servicio Federal Ruso de Control de Drogas – FSKN por sus siglas en ruso – Víctor Ivanov. Este funcionario ruso, subraya, además que “en Turquía se encuentran laboratorios que procesan opio proveniente de Afganistán para fabricar heroína y suministrarla a Europa y Rusia”. Afganistán tiene prácticamente el monopolio de las exportaciones mundiales de opio y sus ingresos financian hasta el 15 por ciento de las actividades de la insurgencia talibán que mediante la inseguridad han logrado alzar crecientemente el precio del opio, llevando a los agricultores afganos – cerca de tres millones de ellos se dedican al cultivo de la adormidera - a incrementar el cultivo ilícito de la amapola en un 7 por ciento en el 2015, según revelan los reportes de las Naciones Unidas publicados periódicamente.
En otro plano, la alianza Talibán con la Red Haqqani se ha consolidado con fuerza y no sólo en los clásicos bastiones del sur del país, sino en la amplia geografía afgana, donde antes tenía escasa o casi nula presencia. Cercanos a los talibanes, pero dotado de cierta autonomía, la Red Haqqani controla amplias áreas del sureste del país donde su estrategia de control se basa tanto en el vasallaje tribal como en la férrea disciplina en el campo ideológico, sobre todo en las provincias de Paktia y Khost. A cinco años de la muerte de Bin Laden, a quince años de la invasión a Afganistán, Al Qaeda, la Red Haqqani, Daesh, atentados, muerte y destrucción son parte del agreste paisaje afgano.
Y es en este escenario donde 31 millones de afganos - a lo que se deben unir 2 millones de refugiados que se han visto sometidos a una intervención que dura ya 15 años y la presencia de grupos y bandas takfirí - viene al caso traer a colación aquella expresión que se encuentra en una antigua traducción de la comedia francesa “Le Menteur (El mentiroso)” que Pierre Corneille escribió a mediado del siglo XVII: “los muertos que vos matasteis gozan de buena salud”, visualizada para Afganistán, en el tercer lustro del siglo XXI, en toda su trágica dimensión.
Artículo del Autor Cedido por Hispantv.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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